divendres, 5 de febrer del 2016

DESVELANDO A AKHENATON 1

Weigall: «Akenatón nos expuso, hace tres mil años, el ejemplo de lo que debía ser un esposo, un padre, un hombre honesto, de lo que debía sentir un poeta, enseñar un predicador, perseguir un artista, creer un sabio y pensar un filósofo. Al igual que otros grandes señores, lo sacrificó todo a sus ideales y su vida mostró hasta qué punto sus principios eran impracticables».


¿Quien de nosotros no ha oído hablar nunca de Akhenaton? ¿ O de la bella Nefertiti? ¿Quien no se ha asombrado ante unas imágenes que nos muestran a un Faraón extraño, deforme? Algunos, llevados por la curiosidad, hemos encontrado a un Hereje, a un Rebelde, cuando no a un niño enfermizo, con ataques epilécticos de los que despertava con extrañas e incomprensibles revelaciones. Poeta, Soñador, o senzillamente Loco, son algunos de los epítetos que egiptólogos, novelistas, estudiosos o simples aficionados, le han dedicado, casi sin pestañear, a lo largo de los últimos siglos. 
Probablemente de Akhenaton y Nefertiti se ha escrito mucho más que de cualquier otro faraón, incluso que de algunos tan importantes para la historia del antiguo Egipto como Tutmosis III, Ramses II y tantos otros. ¿Porqué?
No creo que el interés se deba a la notícia que apareció en la prensa hace unos años: "En el caso actual, el del faraón egipcio, se hace seguimiento del haplogrupo (un haplogrupo es una serie de alelos en una zona concreta de un cromosoma) R1b1a2, situado también en el cromosoma Y. En ambos casos las conclusiones se refieren, por tanto, a la población masculina.
Hay que tener en cuenta que Tutankamón (el hijo de Akhenaton y archifamoso por que su tumba fué hallada intacta a principios del S.XX por el arqueologo inglés Howard Carter) no tuvo hijos varones. Los investigadores de la empresa de análisis genéticos iGENEA señalan que además de sus genes, estudiaron los de su padre y su abuelo. Prescindiremos de este “nimio” detalle y usaremos las mismas matemáticas de primaria para comprobar que la noticia peca de sensacionalista. (¿Publicidad de iGENEA?)
Asumamos, de una forma muy conservadora, que un siglo abarca tres generaciones humanas, y que, como promedio, cada varón tiene dos hijos varones que alcanzan la edad reproductora; cada uno de éstos tiene otros dos a su vez, y así sucesivamente. Tutankamón nació hacia el año 1345 a.C., por lo que desde entonces han transcurrido 100 generaciones. Si en cada generación se duplica el número de varones descendientes del famoso faraón, debemos esperar que 299 hombres vivos sean descendientes suyos. Resulta que 299 = 6,3 • 1029, más de seiscientos mil cuatrillones, la población total actual multiplicada por un uno seguido de veinte ceros. Concluyendo, que la mitad de los europeos (incluso que más del 70% de los españoles) seamos “parientes” de Tutankamón no tiene nada de extraordinario". 





Dejando las bromas aparte, lo cierto es que Akhenaton y su esposa Nefertiti, son - por lo menos en mi caso- una pareja de lo más atrayente. Con el paso de los años habré leído una buena decena de libros y varias docenas de artículos especializados, alguna que otra novela... He investigado, he recorrido museos, incluso pateado algunos yacimientos en el fantástico viaje que pude hacer a aquel país con el Museo Egipcio de Barcelona, del que ya os he hablado en alguna otra ocasión. Pero el misterio permanece inalterable.
En la presente entrada, que he dividido en tres partes para que no os sea tan pesada, nos dedicaremos a penetrar en ese misterio, acompañados de la mano de ese gran conocedor del Antiguo Egipto que es Christian Jaq, concretamente de su obra



que podéis descargaros aquí:

http://www.fiuxy.net/ebooks-gratis/4127326-descarga-gratis-nefertiti-y-akenaton-por-christian-jacq-epub.html

En ésta ocasión me he limitado a ofreceros un amplio resumen del texto, acompañándolo, cuando me ha parecido necesario, de imágenes y comentarios o textos, que puedan clarificar determinados aspectos, anecdotas o hipótesis del autor, las cuales comparto en su inmensa mayoría.
Pocos autores como Christian Jaq, consiguen transmitirnos una sensación tan grande de proximidad, empatía, me atreviria a decir, con los citados protagonistas. Así que sin más preludios empezemos. 
"El 17 de noviembre de 1714, un jesuita, el padre Claude Sicard, se encuentra explorando el emplazamiento de Tunah al- Gebel, en el Medio Egipto, a más de doscientos kilómetros al sur de El Cairo.
El lugar es impresionante, mágico. El cielo azul, el desierto, los cálidos colores de un otoño muy benigno crean un clima sin igual. Tunah al-Gebel es una ciudad de los muertos, un mundo de silencio y de paz profunda, Ante Claude Sicard se extiende una inmensidad desértica, bordeada por una colina. De pronto, algo atrae su atención, una cosa sorprendente, una especie de piedra grabada que brilla bajo el sol. El jesuita se acerca. No se había equivocado. Se trata, en efecto, de una obra del antiguo Egipto, pero una obra verdaderamente extraña. Su estética difiere mucho de todo cuanto el viajero ha visto hasta ahora. Los personajes -un rey, una reina y una princesa- tienen el cuerpo y el rostro deformados. La escena representa una ofrenda a un curioso sol, del que brotan rayos que terminan en manos.



Sin saberlo, Claude Sicard ha encontrado un testimonio esencial del reinado del faraón Akenatón y su esposa Nefertiti. Lo que tiene ante sus ojos es una de las «estelas fronterizas» que señalaban los límites de la ciudad del sol, Aketatón, la nueva capital fundada por la pareja real.
Al-Amarna no es una excepción a la regla. «Este inmenso circo de montañas redondas que se encuentran en torno al Nilo - escribe Bernand Pierre describiendo el lugar-, ese fuerte que se extiende dentro del anfiteatro, ese palmeral verde que se extiende varios kilómetros a lo largo del río, y detrás del cual se ocultan poblados construidos en adobe, todo esto compone uno de los paisajes más puros y más bellos de Egipto».
Al-Amama se presenta como un mundo cerrado, rodeado por alturas difíciles de franquear, atravesadas por algunos uadis. El lugar se repliega sobre sí mismo, con una sola abertura: el Nilo.
Abertura vital, puesto que el río es la principal vía de circulación, por la que bogan un gran número de embarcaciones, transportando hombres, animales, géneros alimenticios y materiales diversos. No lejos de allí, se encuentran las canteras de alabastro. Enfrente, la ciudad sagrada del dios Thot, Hermópolis.
El visitante que se dirige hoy a Al-Amama se expone a sufrir una cruel decepción. Espera, sin duda, tener la ocasión de admirar los templos, palacios y quintas que formaron la ilustre capital de una pareja real cuya fama traspasó los siglos y cuyo destino nos sigue pareciendo tan fascinante como misterioso.




Pero la ciudad santa de Nefertiti y Akenatón ya no existe. Apenas unas cuantas piedras diseminadas aquí y allá, unas pocas tumbas excavadas en los acantilados, nos susurran lo que fué una gloriosa ciudad. 
Ha desaparecido casi por completo. Sus escasos vestigios sólo atraen hoy la atención de los especialistas. Reinan en ellas el desierto, el silencio y la ausencia. Entre el Nilo y los acantilados, una inmensa llanura, vacía, árida, casi dolorosa.
El descubrimiento de Sicard permaneció mucho tiempo aislado. Jean-François Champollion no identificó a Akenatón durante su célebre viaje de 1828-1829. Hubo que esperar a mediados del siglo xix para que se formulase una hipótesis exacta, la de que el extraño monarca formó parte de la XVIII Dinastía y reinó entre Amenofis III y Horemheb.
Las excavaciones realizadas a finales del siglo xix, tanto en Al-Amarna como en Karnak, fueron decisivas para situar a Akenatón en el lugar que le correspondía en la sucesión de los reinados y permitieron exhumar un material a partir del cual se reconstruyó su aventura.
La historia de Akenatón y Nefertiti no es fácil de escribir.
No abundan los datos que pueden tenerse como seguros. Las fechas del reinado continúan siendo objeto de controversia: de 1377 a 1360 según Redford, de 1364 a 1347 según Trigger y sus colaboradores, autores de una reciente historia social del antiguo Egipto, y de alrededor de 1353 a alrededor de 1336 para Yoyotte y Vernus en su trabajo de síntesis sobre los faraones...
¿Quiénes fueron realmente Nefertiti y Akenatón? ¿Se rebelaron contra los sacerdotes de Amón? ¿Fueron unos revolucionarios? ¿Quisieron crear una religión nueva y una nueva sociedad? ¿Inventaron el monoteísmo?





Recientemente se extrajeron de ciertos pilonos del templo de Karnak, en particular del pilono noveno, levantado por Horemheb, miles de pequeños bloques, muchos de ellos decorados y con unas dimensiones medias de cincuenta y dos por veintiséis centímetros. Los grabados que aparecen en un buen número de dichos bloques, cuya denominación científica es talatates, se refieren a los primeros años del reinado, no menos enigmáticos que los últimos. Su estudio, que está lejos de haber terminado, aportó ya algunas luces sobre la manera en que Nefertiti y Akenatón organizaron su reino. Por ejemplo, se encontraron en Karnak más de cuarenta y cinco mil pequeños bloques, que son otras tantas piezas de un rompecabezas gigantesco, del que sólo se ha logrado recomponer una parte muy pequeña, debido a que los primeros descubridores de talatates cometieron errores lamentables.



¿Aparecerán algún día las momias de Nefertiti y Akenatón, cuyo examen permitiría penetrar muchos misterios? ¿Se exhumarán textos o monumentos con inscripciones que daten de las últimas fases de sus reinados? ¿O tendremos que contentarnos con lo que el tiempo y los hombres han respetado?


Aquí podéis ver un interesantísimo vídeo sobre la supuesta momia de Nefertiti



Se ha insistido mucho igualmente sobre la ternura, la bondad y la dulzura del rey. H. de Campigny piensa que esa actitud se explica por un acontecimiento ocurrido durante la infancia de Akenatón: «A los ocho años, Akenatón vio a los soldados de su padre, el faraón Amenofis III, amontonar ante éste, siguiendo la sangrienta costumbre de la época, las manos cortadas -en algún otro lugar hemos leído que se cortaba el falo- a los enemigos vencidos y caídos en la batalla. 






El espectáculo conmovió al pequeño, y el olor característico le removió hasta tal punto que le hizo sentirse mal. Más tarde, cuando relataba este recuerdo de su infancia, confesaba que el simple pensamiento de la guerra evocaba en su memoria el olor a cadáver».
Este testimonio tendría una importancia capital si no fuera por el hecho de que se trata de una pura invención, del principio al fin. Que yo sepa, no existe ningún documento egipcio que dé constancia de la anécdota.
Para el americano Breasted, «Akenatón era un hombre ebrio de divinidad, cuyo espíritu respondía con una sensibilidad y una inteligencia excepcionales a las manifestaciones de Dios en él.... un espíritu que tuvo la fuerza precisa para diseminar ideas que sobrepasaban los límites de la comprensión de su época y de los tiempos futuros».
Weigall, autor de un libro sobre Akenatón, dice que fue «el primer hombre a quien Dios se reveló como la fuente de un amor universal, exenta de pasiones, y de una bondad que no conoce restricciones».
Se podría componer así una verdadera letanía favorable al rey y a la experiencia amarniana. Pero hay que reconocer que, con mucha frecuencia, estos panegíricos rozan con el papanatismo y prescinden por completo de la documentación.
Ahora bien, la corriente en contra de Akenatón es todavía más potente y más segura de sí misma, hasta el punto de inducir en ciertos eruditos una especie de histeria vengadora. Según Lefébure, Akenatón era una mujer disfrazada de hombre. El egiptólogo francés pensaba en Acencheres, hija de un rey Horus del que no se ha encontrado ningún rastro. Para Marlette, uno de los pioneros de la egiptología francesa, el faraón herético no fue otro que un prisionero castrado que las tropas egipcias se habían traído del Sudán. Llegado al poder por vías tortuosas, el desdichado se había vuelto loco.




B.D. Redford, autor de la obra «científica» más reciente sobre Akenatón y Nefertiti, se muestra enemigo encarnizado del rey. En su opinión, este último no era, en el mejor de los casos, más que un poeta. Dotado de una inteligencia escasa, enamorado de sí mismo, nulo en lo que se refiere a la política internacional, perezoso y reinando sobre una corte corrompida, Akenatón se comportó como un soberano totalitario, que negaba la libertad individual y fue el campeón de un poder universal, exigiendo una sumisión absoluta. Arrastrado por su pasión, el acérrimo adversario de Akenatón le acusa de locura por la simple razón de que hacía celebrar las ceremonias rituales bajo el sol, insoportable en Egipto de marzo a noviembre.
Claude Traunecker, autor de trabajos muy notables sobre la época amarniana, califica la experiencia de Akenatón de «lamentable fracaso». Ciertos egiptólogos acusan incluso al faraón maldito de haber provocado la decadencia y la caída del Egipto ramessida, es decir, de unos hechos ocurridos cerca de trescientos años después de su muerte...
Dado que esta corriente apasionada en contra de Akenatón no se apoya en ninguna base seria, los adversarios del rey han tratado de encontrar argumentos indiscutibles. ¿No habrá sido Akenatón un gran perturbado? No faltaron eruditos para afirmar que la mezcla de sangre egipcia y asiática resultó perjudicial para el faraón, que fue un hombre tan refinado como degenerado. ¿Acaso no se observa, al mirar los retratos del rey, su extraño cráneo, sus labios gruesos, su pelvis excesivamente ancha, su vientre hinchado?
El egiptólogo francés Alexandre Maret nos ofrece esta descripción abrumadora: «Amenofis IV era un adolescente de talla mediana, de osamenta endeble y formas redondas afeminadas. Los escultores de la época nos han legado fielmente ese cuerpo de andrógino de senos protuberantes, caderas demasiado anchas, muslos demasiado torneados, que le dan un aspecto equívoco y enfermizo. La cabeza no es menos singular, suavemente ovalada, con los ojos un poco oblicuos, una nariz larga y fina, la protuberancia de un labio inferior prominente, el cráneo redondo y hundido, inclinándose hacia delante como si el cuello fuese demasiado débil para soportarlo».
Por su parte, el egiptólogo alemán Erman nos proporciona un testimonio que él juzga decisivo. «El joven rey, que estaba físicamente enfermo, como se ve en sus retratos, era sin la menor duda un espíritu inquieto. Llevó a cabo sus reformas desde el principio con un celo excesivo, que forzosamente tenía que perjudicarle.»




Los científicos modernos han llevado su minuciosidad hasta el punto de interrogar a los médicos para identificar con el máximo de certidumbre la supuesta enfermedad de Akenatón. Según se dice, se trataba del «síndrome de Fröhlich», que el egiptólogo inglés Aldred expone en estos términos: «Los hombres que padecen esta enfermedad muestran frecuentemente una corpulencia análoga a la de Akenatón. Las partes genitales permanecen sin envoltura y pueden estar tan rodeadas de grasa que no sean visibles. La adiposidad se reparte de distinta manera según los casos, pero se da, sin embargo, una distribución de la grasa típicamente femenina, sobre todo en las zonas del pecho, el abdomen, el pubis, los muslos y las nalgas». La voz del enfermo no muda, sus órganos genitales se mantienen en el estadio infantil y es incapaz de procrear, experimentando incluso aversión por los niños.
Pese a toda su genialidad, Akenatón no fue, en opinión de estos autores, más que un hombre enfermo, cuyo psiquismo exacerbado se expresaba en visiones místicas. En otras palabras, un personaje romántico y apasionado, que se sobreponía de vez en cuando a su oscuro mal y se refugiaba en una religiosidad que le hundía poco a poco en el fanatismo.

Nacimiento del hijo de un rey

El futuro Akenatón nació probablemente en el palacio de Malgatta, en la orilla oeste de Tebas. el palacio había sido construido por orden de Amenofis III para servir de residencia a la familia real. La elección del lugar es interesante: la orilla oeste, y no la orilla este, donde se alza la ciudad-templo de Karnak, en la que reina el dios Amón. El faraón parece alejarse deliberadamente del dominio de los sacerdotes de Amón, para habitar un palacio suntuoso, en la orilla en que la diosa del «Bello Occidente» acoge a las almas en su camino hacia el otro mundo.
El lugar no tenía nada de triste ni de severo. Al contrario, jardines floridos rodeaban el palacio de Malgatta, que, de acuerdo con los escasos vestigios que se conservan, deleitaban la mirada.
Todo en él era lujo y encanto. La decoración, de un refinamiento extremo, cantaba las maravillas de la naturaleza. Pinturas murales, y suelos ornamentados mostraban aves, peces, vegetales. Dicho de otro modo, cantaban la belleza de la obra del Creador.
Cuando nace Akenatón, no está destinado a reinar. Teóricamente, el trono está reservado a su hermano mayor.




El segundo hijo de Amenofis III pasará una infancia feliz en ese palacio de ensueño, donde podrá primero contemplar, y luego comprender la manifestación terrestre del Creador, a través de la magnificencia de la naturaleza. Una infancia tranquila, ya que Amenofis III reina sobre un Egipto fabulosamente rico, que goza de un verdadero apogeo. El rey ha recogido la herencia de los poderosos monarcas que crearon el «Imperio Nuevo», en cuyo transcurso el país de los faraones se convirtió en la primera potencia del mundo mediterráneo y en el faro de la civilización. El prestigio de las «Dos Tierras», formadas por el Alto y el Bajo Egipto, es considerable. En el interior, el país disfrutaba de un equilibrio sereno, gracias al cual la creación artística recibe un extraordinario impulso. Una economía bien administrada ha hecho de Egipto un país próspero y feliz. El pensamiento religioso alcanza una profundidad extrema, inspirando la mano de los arquitectos, los pintores y los escultores, hasta hacerla parecer con frecuencia la mano de un dios. Las ceremonias sagradas revisten un fasto sin precedentes. Las recepciones de la corte están marcadas por el sello de una elegancia refinada.




La corte de Amenofis III da pruebas de una dignidad que concuerda con el país más grande del mundo y concede un lugar considerable a la teología y al simbolismo.
Hay en ella hombres de rara calidad, como el maestro de obras Amenhotep, hijo de Hapu, o los arquitectos Suti y Hor, o Beki, el director de los graneros, que son pensadores excepcionales. Las estelas y las estatuas han conservado el testimonio de su experiencia espiritual, de una intensidad notable. A la floración de los textos sagrados, se añade un deslumbrador programa arquitectónico, que hace del reinado de Amenofis III uno de los instantes más luminosos de la aventura humana.

La política exterior de Amenofis III

La civilización del Nuevo Imperio descansa en gran parte sobre la actitud de los faraones con respecto al mundo exterior y a los principales países vecinos, algunos de los cuales suponen amenazas en potencia.







El Egipto de Amenofis III es un estado soberano, dotado de unas fuerzas armadas tan importantes que ningún país, ni siquiera los gobernados por «grandes reyes», como el de Babilonia o el de  Mitanni, se atreverían a atacarlo. La doctrina del «ministerio» egipcio de asuntos exteriores no ha variado desde comienzos del Nuevo Imperio: el asiático es el agresor; Egipto no hará más que defenderse. Su territorio forma un santuario confinado en sus fronteras, las franjas del Delta al norte, la primera catarata al sur. Para proteger mejor el país, se han creado zonas tampones, situadas bajo protectorado egipcio. Al sur, se extiende Nubia, verdadera provincia, controlada por el faraón con mano de hierro.
Al noreste, hay un mosaico de pequeños reinos, mucho más difíciles de mantener bajo tutela. También de allí puede venir el peligro.
Hacia 1380 a. de C., Egipto posee un Imperio que se extiende desde las costas sirias hasta el Oronte y desde Nubia hasta la tercera catarata.
Amenofis III maniobra con destreza para no ofender la susceptibilidad de sus interlocutores. No considera la violencia y la represión como un buen medio para mantener la paz en sus Estados. Prefiere ejercer una vigilancia discreta, dejando a los pueblos en libertad para practicar su religión y sus costumbres.
Retengamos un hecho capital: la manera en que Amenofis III lleva su política exterior conduce a numerosos contactos religiosos y sociales entre Egipto y las comarcas vecinas. Se da un verdadero «intercambio de dioses», un encuentro, a veces fraternal, entre ideologías más o menos complementarias. Las razas y las creencias aprenden a vivir sin enfrentarse.
Egipto se abre al mundo, y el mundo se abre a Egipto. Este clima tan particular no será ajeno al nacimiento de la religión atoniana.
A pesar de los brillantes éxitos que jalonan su reinado, Amenofis III chocó con un problema delicado: el progresivo aumento de la potencia militar de los hititas.




El rey Subbiluliuma se hace cargo en 1370 de los destinos del pueblo hitita. Desde el principio se apresura a reforzar sus ejércitos, y la rigidez de su carácter no le inclina precisamente a una entente cordial.
Seguro de sus fuerzas, provoca abiertamente al faraón invadiendo el país de Mitanni, aliado tradicional de Egipto.
Lo lógico hubiera sido esperar una reacción violenta e inmediata por parte de éste. Sin embargo, Amenofis no interviene de modo directo. Rechaza el comienzo de una era de conflictos sangrientos y prefiere firmar un pacto de no-agresión con los hititas. Ese contrato moral precisa que, a partir de ahora, ambos pueblos respetarán las fronteras establecidas y que no se procederá a otras operaciones militares.
Amenofis III no erradica esta situación. Sin duda está convencido de que los hititas no se atreverán a sobrepasar ciertos límites y que sus ardores guerreros, pronto apagados por el prestigio de Egipto, se limitarán a unas cuantas acciones sin trascendencia.
Todos estos acontecimientos afectan de cerca al joven Akenatón. Vive su génesis y asiste a las lentas modificaciones de la situación diplomática de su país. Simple observador, no sabe todavía que esas circunstancias exteriores a Egipto ejercerán una gran influencia sobre su destino.
Amenofis III no se enfrenta únicamente con problemas diplomáticos. Existe también en el interior de Egipto una fuente de conflictos.
En efecto, en el centro de la civilización de Amenofis III, se alza la inmensa y opulenta ciudad de Tebas. Prodigiosamente rica, administra con provecho los tributos de guerra traídos del extranjero por los reyes conquistadores que precedieron al faraón actual.





Tebas, gran centro religioso, ornamentada con templos magníficos, no se contenta con orientar la vida espiritual de Egipto.
Rige también su vida económica. Ciudad cosmopolita, acoge a mercaderes y comerciantes extranjeros, favorece los intercambios comerciales y, día tras día, contribuye a la expansión material de la «Dos Tierras». Menfis y Heliópolis, las antiguas capitales que conservan todavía un cierto renombre desde el punto de vista religioso, se desdibujan detrás de Tebas la Magnífica, que, uno tras otro, los faraones de la XVIII Dinastía no han dejado de embellecer.
Con la fortuna, nace el deseo de poder. Un problema latente cobra poco a poco proporciones inquietantes. Tebas es la ciudad santa del dios Amón, «El Oculto». Divinidad secundaria durante el Antiguo Imperio y el Imperio Medio, Amón se ha convertido durante el Imperio Nuevo en el dios nacional. Su gran sacerdote, encargado de cumplir su voluntad, reina sobre una casta eclesiástica muy jerarquizada, en la que se incluye un clero dirigente, formado por los «Padres Divinos» y los «Profetas de Amón».
Estos signatarios disponen de bienes propios y de riquezas considerables, constituidas por tierras, materias primas de todo tipo, rebaños, etc. Su fortuna la administra un personal importante, entre el que figuran escribas, obreros y campesinos.
Al comienzo de su reinado, Amenofis III conserva su autoridad sobre el conjunto de los cultos y los cleros. El de Tebas no es una excepción a la regla, pese a seguir siendo el más importante de Egipto.
En el periodo que nos ocupa, la dirección de los asuntos del país permanece exclusivamente en manos del rey. Sería excesivo afirmar que el clero de Amón constituye un Estado dentro del Estado. Pero no se puede negar que algunos sacerdotes se sienten atraídos por el poder temporal y que la preeminencia de su señor Amón, reconocido como dios del Imperio, les concede un estatuto privilegiado.

LA MADRE DE AKENATON, TIYI, REINA DE EGIPTO





No obstante, el matrimonio de Amenofis III y Tiyi constituye un acontecimiento insólito, por lo menos a nuestros ojos. El gran rey, en lugar de elegir por esposa a una mujer de sangre real, eleva a la dignidad de reina a una joven que, sin ser de rango despreciable, no pertenece a su entorno próximo.
Se pensó que el matrimonio era una especie de desafío lanzado al gran sacerdote de Amón, un escándalo con respecto a las reglas habituales. Tal opinión deriva de una visión romántica de Egipto, una visión que carece de todo valor. El faraón no tiene la menor obligación de rendir cuentas a ningún clero. Simplemente, da la impresión de que, al casarse con una mujer de origen modesto, Amenofis III deroga la costumbre que preconiza al rey la unión con una mujer de sangre real.
Proclamada «Gran heredera, Hija real, Hermana real, Esposa real», Tiyi es reconocida como reina, con todos los poderes y todos los deberes que confiere este cargo a la cabeza del Estado y al lado del faraón.
Personalidad sobresaliente de la historia egipcia, Tiyi no es una reina sin relieve, que se mantenga discretamente a la sombra de su omnipotente marido. Desde el principio de su «reinado», se afirma como una mujer de gobierno, que participa en las grandes decisiones políticas y, en ciertos casos, incluso las provoca.
Tiyi toma parte en todas las ceremonias oficiales, en todas las fiestas, y acompaña a su marido en sus viajes a través del país.
Detalle sorprendente, aparece siempre al lado del rey en las  manifestaciones públicas en que la corte de Egipto exhibe su esplendor.
Cierto que Egipto no fue nunca misógino ni relegó exclusivamente a la mujer a las actividades domésticas. Las mujeres egipcias accedían a las más altas funciones, y su condición social era con frecuencia muy notable. Hubo un linaje de damas muy grandes, que representaron un papel decisivo en el gobierno del país.




Tiyi pertenece a este linaje. Es la compañera de Amenofis III y trata los asuntos de Estado con una eficacia que nadie pone en duda. El poder de la reina se manifiesta de la manera más patente cuando se hace construir un templo en el Sudán. Desempeñando el papel de una «maestra de obras», ensalza el ejercicio de realeza mediante la construcción tradicional del templo.
Poseemos una prueba excepcional de la influencia de la reina y de su competencia. El rey Dusratta de Mitanni envía una carta a Amenofis IV, el nuevo soberano, donde se lee esta asombrosa declaración: Todas las palabras que he intercambiado con tu padre, las conoce tu madre, Tiyi. Nadie más que ella las conoce, y las podrás conocer por ella... Desde el comienzo de mi realeza y durante todo el tiempo en que Amenofis III, tu padre, continuó escribiendo, escribió sin cesar a propósito de la paz. No había ninguna otra cosa sobre la cual me escribiese sin cesar. Tiyi...conoce todas las palabras de tu padre, que me escribía constantemente. Es a Tiyi, tu madre, a quien debes interrogar sobre todo lo que se refiere al tema (Cartas Amarna EA 28 y 29).
Imposible indicar más claramente que la reina Tiyi estaba informada de los «expedientes» más importantes y que, en ciertos casos, era la única en soportar tan pesada carga.
Tiyi compartió con su hijo los secretos de que era depositaria. Fue ella, por lo tanto, quien expuso al faraón la situación interna de Egipto y el estado de las relaciones internacionales, de acuerdo con sus puntos de vista. Cierto que Akenatón no ignoraba todo eso y que se había forjado ya sus opiniones propias, pero su madre le aportó «complementos de información» de un valor inestimable.
La reina Tiyi contribuye de manera decisiva a la formación del pensamiento político de Akenatón. Tiyi tiene ideas precisas sobre el porvenir de su país. Ante todo, no desea que Egipto se encierre en sí mismo. Las «Dos Tierras» son ricas, su civilización más exuberante que nunca. Los dioses colman de beneficios al pueblo que les venera. Pero la reina no se contenta con esa felicidad, cuyas bases le parecen a veces frágiles. Impulsada por su afición a los vastos horizontes, actúa en el sentido de una expansión a la vez económica y religiosa. Abre Egipto a las influencias exteriores y procura crear un Estado cosmopolita, donde los pueblos aprendan a conocerse sin confundirse. Gracias especialmente a los intercambios comerciales, es posible ofrecer a los distintos países puntos de comparación y modos de comprensión, mientras que Egipto continuará siendo el centro y el foco luminoso del mundo.
En el aspecto religioso, Tiyi hizo evolucionar de modo extraordinario las ideas de su tiempo.




¿Se contentó el hermano de la reina Anen Sumo Sacerdote de Heliópolis, con disfrutar de las prerrogativas de un gran dignatario o se convirtió en uno de los defensores de la antigua religión solar, a la que se ve reaparecer poco a poco durante el reinado de Amenofis III? Tiyi compartía esta concepción de lo sagrado, en que la divinidad se expresaba de la manera más directa bajo la forma del sol. Favoreció al clero de la antigua ciudad santa de Heliópolis, Este reequilibrio sutil y modesto se desarrolló sin ningún conflicto. Durante una ceremonia, en el momento de montar en una barca llamada Esplendor de Atón, la reina Tiyi proclamó ante los miembros de la corte su inclinación a la mística solar. El dios Atón recibió así oficialmente la confirmación de la adhesión de la pareja real.
Con Tiyi, no existe todavía una «religión atoniana». Sólo una tendencia a promover una corriente muy antigua de ideas, que, por lo demás, comparte con su marido, Amenofis III.
El futuro Akenatón no pudo ser indiferente al clima religioso de la corte real. La fuerte personalidad de sus padres representó un papel determinante en la evolución de la suya propia, sobre todo a partir del momento en que se produjo el acontecimiento que decidiría su destino: la muerte de su hermano mayor.
Amenofis III y Tiyi juzgaron a su segundo hijo capaz de acceder al trono de Egipto. Tomaría el nombre de Amenofis IV,

LAS PREMISAS DEL CULTO DE ATÓN Y LA EDUCACIÓN DE UN REY

El mundo de lo sagrado es la base de la civilización egipcia.
Las formas de expresión adoptadas para dar cuenta del mismo son, pues, esenciales. Cada faraón, en el curso de su reinado, elige un «programa» sagrado, que insiste sobre uno u otro aspecto de lo divino.
El dios Atón constituirá el centro del pensamiento de Akenatón, que descubrió su existencia durante su educación en el palacio. ¿Fue Atón una «invención» de la época de Amenofis III o se hallaba ya presente en el panteón tradicional?





El dios/diosa Atum, una divinidad andrógina de los comienzos de la historia egipcia.Atum, padre de todos los dioses, es el mismo túmulo primordial, el gran “El-Ella” del doble sexo (andrógino). La raíz de su nombre (tm) significa tanto la nada como el todo. Atum es la totalidad de la existencia y de la no existencia. El dios/diosa de la vida y de la muerte.
La piedra Benben que vemos en la fotografía anterior, es en la  mitología egipcia , más concretamente en la Cosmogonía de Heliópolis,  era  la montaña primordial que surgió del  Nun u océano primordial , en la que el dios creador  Atum se generó a sí mismo y a la divina pareja. En los  Textos de las Pirámides, línea 1587,  Atum  se define a sí mismo como “colina”, y se dice que se transformó en una pequeña  pirámide, ubicada en el Annu, el lugar donde residía. El término  Benben, cuyo  significado puede ser “el radiante”, era una piedra sagrada venerada en el  templo solar de Heliópolis,  sobre la “colina de arena”, el templo donde el dios primordial se manifestaba, en el lugar donde surgen los primeros rayos del sol naciente.
El mismo culto también se celebraba en  Napata  y en el oasis de Siwa, donde la piedra cónica, en época tardía , fue comparada a un “ombligo” u ónfalos, la piedra sagrada u “ombligo del mundo” del santuario griego de Delfos. Vinculada siempre al dios creador y la mitología desarrollada por el clero heliopolitano, la piedra Ben Ben  “fue sin duda un rayo de sol”  en opinión de Gardiner. En realidad, se supone que es la sacralización del lugar por donde sale el sol o pudo ser un trozo de meteorito con propiedades radiactivas o hierro meteórico, a semejanza de la piedra negra de Pesinunte, origen del culto a la diosa Cibeles o la Piedra Negra de la Ka´aba.
Existía ya, antes del reinado de Akenatón, una tendencia que consistía en equilibrar los diversos cultos egipcios y en no conceder la supremacía absoluta a los ricos sacerdotes de Tebas. Amenofis III precipitó esta revolución, sobre todo en el campo de las ideas religiosas, insistiendo en la importancia del dios Atum, el primer creador, y en la riqueza simbólica del culto solar.
Un clima intelectual semejante era propicio a las mutaciones más variadas. Pero ¿por qué eligió Akenatón al dios Atón para ser, en cierto modo, el portavoz de un Egipto nuevo?
Atón no es una divinidad inédita en la religión egipcia. Desde la época de Tutmés I, se le considera como una potencia creadora, que no se reduce a la forma exterior del sol. Cuando el faraón muere, su alma inmortal se eleva hacia el cielo y se une al disco solar, el Atón, para resplandecer eternamente.
Poco a poco, se empieza a concebir a Atón como el cuerpo de Ra. Rejmire, «El que conoce como el sol», compara incluso a su rey, Amenofis III, con el dios Atón «en el momento en que se revela a sí mismo». Al hacerse inseparable de la persona del faraón, Atón disfruta forzosamente de una gloria cada vez más dilatada.





Ya durante el reinado de Tutmés IV se rinde culto a Atón. En la época de Amenofis III, se conoce a un hombre que es «Intendente de la morada de Atón» y se sabe que se honra al dios incluso en el interior del recinto de Tebas. En Heliópolis y Menfis existen cleros de Atón, que reactualizan progresivamente los elementos de la antigua religión cósmica.
Está claro que Akenatón tomó del antiguo fondo egipcio la arquitectura y los símbolos de su reforma religiosa. Tutmés IV y Amenofis III, respectivamente abuelo y padre de Akenatón, tuvieron con el sol divino una relación más estrecha que los faraones precedentes.
Una multitud de indicios convergen en el mismo sentido: el dios Atón afirma su presencia en el pensamiento religioso ya en la época de Amenofis III.

Años de formación

Ra, Horus de la Región de Luz (Horajti), Chu, Atón... Otros tantos dioses solares que formaban parte del paisaje intelectual del joven príncipe, otras tantas formas metafísicas que atrajeron su atención más allá del culto oficial de Amón, dios del Imperio y amo de Karnak.
Un palacio como el de Malgatta significó por sí solo una enseñanza para el adolescente. Allí descubrió lo sagrado en la naturaleza y en las representaciones creadas por los artistas. El camino hacia Dios estaba allí, ante sus ojos, en las paredes donde pintores geniales habían sabido dar vida, en aquello que tienen de eterno, a la fauna y la flora.
El muchacho estudió los textos sagrados de la tradición egipcia, tan rica en experiencias espirituales. Como todo futuro rey, estaba obligado a adquirir un buen conocimiento de los jeroglíficos, tras haber sido iniciado en las ciencias sagradas.
Según la ley de Maat, un faraón debía ser a la vez un científico y un sabio.
Un personaje fuera de lo común parece haber ejercido una gran influencia sobre la educación de Akenatón. 






Se trata de Amenhotep, hijo de Hapu. Científico prodigioso, que fue divinizado después de una larga y extraordinaria carrera al servicio de Egipto, era un arquitecto genial y un administrador de gran envergadura y gozaba de toda la confianza de Amenofis III. El rey honró a su amigo de manera poco corriente, concediéndole la autorización para construir su propio templo.
Jefe a la vez del ejército y de los escribas, Amenhotep, hijo de Hapu, se presentaba sobre todo como «Director de todos los trabajos del rey». A la cabeza de los maestros de obras, estaba considerado como un verdadero heraldo de la divinidad, como ser capaz de percibir y aplicar los designios del Creador. Por eso, de acuerdo con sus inmensas virtudes, alcanzó la edad sagrada de ciento diez años, que la tradición egipcia atribuía a los sabios.
Amenhotep, hijo de Hapu, era el símbolo viviente del ser realizado, en el que se unían la espiritualidad más viva y la potencia de la acción creadora. ¿Qué dicha para el joven príncipe conversar con este sabio entre los sabios, que conocía tan bien el corazón de la piedra como el del hombre? Durante largas veladas, en el silencio perfumado de los jardines de palacio, el futuro rey y el maestro arquitecto hablaron de lo sagrado, evocando a Hator, la vaca celeste, Anubis, el chacal que purifica el mundo, Horus, la luz de los orígenes..., todos ellos dioses que hacen referencia al único, la fuerza creadora que, a cada instante, recrea el universo y toma los mil rostros de los dioses. Amenhotep, hijo de Hapu, enseñó al hijo del rey que debía construir su vida como se edifica un templo.
El futuro Akenatón se benefició también de la enseñanza de otros preceptores, puesto que la corte de Amenofis III abundaba en seres de gran valía. Nos basta como prueba uno de los más bellos textos del periodo preamarniano, el himno compuesto por los hermanos arquitectos Suti y Hor, que, por un curioso azar, llevan los nombres de los dos dioses hermanos más célebres de la mitología egipcia. Suti y Hor estaban encargados de dirigir las construcciones de Amón, desempeñando así uno de los más altos cargos del Estado. Ahora bien, su estela funeraria ofrece un texto que, en contra de lo que se podría esperar, no exalta al dios Amón tal como lo concebían los tebanos, sino a un curioso Amón solar, muy próximo al dios de Akenatón. Veamos algunos pasajes, a los que el futuro rey fue sin la menor duda muy sensible:





Himno al Sol
Saludo a Amón cuando se levanta como Heru del horizonte oriental por el maestro de las obras de Amón  Suti y por el maestro de las obras de Amón Hor. Ellos dicen:
“Homenaje a ti que eres  el perfecto Ra  de cada día, que se levanta cada mañana sin tregua, y que es el Khepri  cargado de trabajo.  Tenemos tus rayos en los ojos y no son capaces de percibirlas.  El oro más puro no es comparable a tu esplendor.
Escultor que se ha tallado a si mismo, tu has puesto  su cuerpo, oh escultor que nunca ha sido esculpido.
Tu, único en tu especie, tu que viajas a través de las alturas de la eternidad, y bajo cuya imagen están las formas de millones de seres, cada uno es su esplendor, como es el esplendor del firmamento, tus  colores son más brillantes que sus colores.
Cuando  navegas atravesando los cielos, todos los hombres te contemplan, tu sigues (debajo de la tierra, así) oculto a sus ojos.
Tu te presentas a ti mismo cada mañana como una tarea diaria.
La navegación de tu barca es impecable bajo el mando de Tu Majestad.
En un corto día tu devoras un espacio de millones de cientos de miles de kilómetros.
Cada día es para ti, como  un momento y después de viajar así te retiras.
De la misma manera  logras atravesar las horas de la noche.
Llevas a cabo este curso sin tregua en tus esfuerzos.
Todos los ojos ven por tu gracia y dejan de ver cuando se retira Su Majestad.
Tu pones los seres en movimiento para salir.
Tus rayos crean la mañana, abren los ojos que despiertan.
Tu te  acuestas en las regiones de Manu y en el mismo instante duermen como si estuvieran muertos.
Homenaje a su disco Atón del día, que ha creado los seres humanos y que les ha dado la vida.
Gran halcón de plumaje moteado que ha llegado el fin de levantarse por sus propios medios, apareciendo por su propia voluntad y no se reflejan en el mundo, Heru el anciano que está en el centro de Nut celeste, para quien los gestos de alegría se hacen a la salida como en la configuración.
Fundador de lo que produce la tierra, Jnum, Amón de los seres humanos, que lleva con él a lo largo de los habitantes de las Dos Tierras de los más grandes a los más pequeños.
La madre  Beneficente  del Neter y de los hombres, paciente e incansable, cuando los hace en número incalculable.
El que corre, el que se ejecuta, el que realiza sus revoluciones, Khepri del nacimiento ilustre, aumentando su perfección en el vientre de Nut celestial, dando vida a las Dos Tierras de su disco de Atón, el primordial de las Dos Tierras, que ha creado a sí mismo y que vio a sí mismo mientras estaba creando a sí mismo.
Maestro único que llega a los extremos de las tierras cada día, considerado por los círculos que en ellos, surgiendo como una figura que contempla desde lo alto lo que pasa durante el día.
Se compone de las estaciones con los meses, establece las llamas atmósfera a su gusto, y hace que la frescura del aire a su gusto.
El hace que el cuerpo humano  extenderse o retraerse.
La tierra entera gesticula como los monos, que despiertan a su aumento cada día para saludarlo. “
El maestro de obras Suti y el maestro de obras de Hor dice:



 “Yo soy maestro en su APIT y director de las obras en el santuario oficial en el que su hijo ha hecho a quien amas.
El maestro de las Dos Tierras, Nebmaat-Ra, dotado de vida. Mi maestro me ha confiado la dirección de sus monumentos conociendo  mi vigilancia.
He sido un maestro enérgico en lo que concierne a sus monumentos, después de haber hecho las cosas de conformidad con tus deseos, porque sé que tu se te complaces en las observancias de Maat.
Tu haces grande al que practica en la tierra y como he practicado me ha hecho grande.
Tu me han brindado a favor de la tierra en Karnak, porque tomo parte en tu séquito, cuando te muestras en público.
Yo soy un hombre justo, que tiene horror de las injusticias.
No un hombre que se enorgullece de las palabras de un mentiroso.
En particular, mi hermano, mi doble con quien compartir opiniones, porque salió del vientre (en el momento mismo que yo) en este día bendito.
El director de las obras de Amón en Luxor, Suti-Hor, dice:
 “Mientras que yo soy el amo, al oeste, el es el capitán del este y viceversa.
Estamos dirigiendo grandes monumentos de APIT, el sur de Tebas, la ciudad de Amón.
Permíeme que envejeca en tu ciudad, para actuar actuando de acuerdo a tu perfección, para estar en el lugar al oeste de la paz los corazones.
Que yo pueda estar unido con los favoritos y seguir mi camino en paz.
Dame un viento suave en el momento del embarque y puedo recibir las  bandas de la cabeza en el día de la fiesta wag “.
El disco solar se define como «aquel que crea a todos», con lo que quiere un estatuto de demiurgo. Recordemos, sin embargo, que Suti y Hor son servidores de Amón. Por lo tanto, oponer de manera radical la religión tradicional de Amón y la religión innovadora de Atón supondría un error total de perspectiva.

Amenofis III y Atón

Todos los indicios tienden a demostrar la existencia de un entendimiento perfecto entre Amenofis III y su hijo. Armonía psicológica y afectiva, sin duda, pero también coincidencia de puntos de vista en cuanto a la dirección de los asuntos del Estado.
En cierto modo, Amenofis III pone las bases de la política que seguirá su hijo, permitiendo sobre todo que Atón y el antiguo culto solar se afirmen oficialmente con mayor vigor.
Mediante pinceladas sucesivas, Amenofis III aporta modificaciones cada vez más importantes a la mentalidad religiosa de su tiempo. La luz del dios Atón empieza a manifestarse.
Entre las instituciones políticas del antiguo Egipto, figura lo que se llama la «corregencia», es decir, el poder compartido, durante un tiempo más o menos largo, entre un faraón que va envejeciendo y el sucesor que ha elegido. Se conocen varios ejemplos, hasta el punto de que algunos se han preguntado, no sin motivo, si no se trataría de una regla, cuya mayor ventaja consistiría en asegurar la formación «sobre el terreno» del futuro soberano. El rey en ejercicio le transmitiría así su experiencia. Cuando Amenofis IV, el futuro Akenatón, es coronado ritualmente, ¿Amenofis III, su padre, acaba de morir o sigue vivo todavía? Dicho de otro modo, ¿hubo una corregencia entre Amenofis III y su hijo?
La cuestión ha suscitado debates interminables entre los egiptólogos. ¿No hubo corregencia? ¿Hubo dos años, seis, ocho o doce de corregencia? ¿Amenofis III permanecía en Tebas, mientras que Akenatón reinaba en su nueva capital? ¿Residían los dos reyes juntos en Aketatón? Estas preguntas permanecen sin una respuesta definitiva.

DEL AÑO 1 AL AÑO 3: ATÓN SE INSTALA EN KARNAK

El año 1 del reinado de Akenatón comienza, lógicamente, con su coronación ritual. Esta última, hecho fuera de lo común, no tiene lugar en el templo de Karnak, sino en Hermonthis, en la región tebana, una elección que, claro está, no se debe a la casualidad. Hermonthis es «la Heliópolis del sur», la ciudad correspondiente, en el sur, a la gran ciudad solar del norte. Se trata, pues, del primer homenaje rendido al antiguo culto solar y a su clero.






Es probable que quien dirigió la ceremonia de coronación no fuese otro que Aanen, el hermano de Tiyi, que desempeñaba cargos religiosos tanto en Karnak como en Hermonthis. Así se afirmaba el lazo entre los diversos cultos.
Los faraones que prepararon la vía para el «atonismo» tendieron cada vez más a apoyarse en el clero de Heliópolis, a fin de frenar las ambiciones tebanas.
Las relaciones políticas y religiosas entre Akenatón y Heliópolis fueron privilegiadas. Dado que desconfiaba de los tebanos, el rey tenía necesidad de una corporación religiosa ejemplar. Por su parte, los heliopolitanos estaban probablemente muy interesados por el ideal solar del rey, cercano al culto al que se consagraban.
¿Estos datos precisos permiten afirmar que la religión de Atón se concibió en Heliópolis, el On de la Biblia, donde «Moisés fue instruido en toda la sabiduría de los egipcios»? El estado actual de la documentación no permite dar una respuesta definitiva, pero es seguro que el pensamiento de Heliópolis influyó en Akenatón de manera determinante. Al menos en parte, el culto de Atón se presenta como una «reactualización» de las antiguas prácticas religiosas de Heliópolis.
El disco solar, encarnación del dios Atón, es figuración de la vida en su función de luz. Sus rayos terminan en manos que sostienen el signo ankh, «vida», una simbología que insiste sobre el acto esencial del don y de la ofrenda. Así se prolongaba la filosofía tradicional de Heliópolis, que definía a Atum, el creador, como «Aquel que es y Aquel que no es» y que trae a la existencia lo que debe ser creado.
No se da ninguna ruptura entre Heliópolis y Al-Amarna. Los principios básicos de la civilización egipcia no han variado.
Akenatón no se contenta con elegir la Heliópolis del sur como teatro de su coronación. Adopta un título absolutamente inhabitual, definiéndose como «Primer profeta de Ra-Horajti, que se regocija en la región de luz en su nombre de Chu que es Atón».




Ra-Horajti contribuye a la creación permanente de la vida: Chu es la luz solar vivificante; Atón aparece por primera vez como un concepto sintético que engloba todas estas nociones.
Atón, divinidad luminosa, vibra y se regocija en la «región de luz», es decir, el universo entero, en el que se inscribe Egipto. El nombre de esta potencia creadora aparece grabado en un doble cartucho, con objeto de manifestar su realeza celeste y terrestre, su reinado efectivo sobre levante y poniente, sobre la aparición de la vida y su desaparición momentánea en las tinieblas.
Amenofis IV no combate al dios Amón. No entabla ninguna lucha religiosa contra los sacerdotes de Amón. Se limita a convertir Karnak en el templo de Atón.
El acto es «revolucionario» en la medida en que parece cambiar al «propietario» divino de un templo. En realidad, no se expulsa a Amón de su morada. Continúa siendo su dueño, aunque una nueva forma divina ocupe, al comienzo del reinado de Amenofis IV, el primer plano de la escena religiosa.
Como se ve, no se trataba de implantar una modesta capilla en honor del dios Atón, sino de organizar un nuevo culto en el interior de la inmensa Karnak.




En esos nuevos templos, aparece representado por primera vez el disco solar cuyos rayos terminan en manos. Además, el nombre del dios Atón está situado en un cartucho, es decir, el óvalo que, en las inscripciones jeroglíficos, rodea al nombre de los faraones.
Se considera, por consiguiente, a Atón como un rey-dios, identificándole con el propio faraón. Señor del cielo y de la tierra, Atón tiene como símbolo un disco solar, en torno al cual se enrosca una serpiente. Del cuello del reptil cuelga la famosa «llave de vida». En Egipto, la serpiente no evoca el mal, sino que está vinculada a la idea de las incesantes metamorfosis de la vida.
Los talatates, los pequeños bloques que formaban esos monumentos, nos han permitido conocer las escenas escogidas por Akenatón para ilustrar su reinado.








Pero hay algo más sorprendente todavía, las estatuas colosales del faraón, de cinco metros de alto, que muestran una asombrosa deformación del rostro y de ciertas partes del cuerpo.
Las facciones han sido alargadas y agrandadas. Tienen los ojos rasgados, las orejas enormes y con los lóbulos agujereados, la nariz muy larga, la barbilla y los labios gruesos. Esos colosos estaban adosados a los pilares de uno de los templos de Atón, en Karnak.
Amenofis IV, que lleva en las muñecas y los bíceps brazaletes adornados con cartuchos conteniendo los nombres de la divinidad, sostiene en la mano derecha el flagellum y, en la izquierda, el cetro heka. Y aunque esos atributos, lo mismo que la doble corona, son absolutamente tradicionales, el cuerpo del rey presenta particularidades insólitas: senos, caderas y pelvis femeninos.
Algunas de esas estatuas muestran al soberano desnudo y sin sexo.
Como Osiris, Amenofis IV, que está en la postura del rey muerto y divinizado, ha perdido su sexo, que debe ser recuperado por Isis, encarnada en la reina. Nefertiti actúa teológicamente a semejanza de Isis a fin de recrear el poder genésico del rey. A eso se debe el que la divinidad sólo pueda encarnarse, en su totalidad, en una pareja. ¿Acaso el rey asexuado no es el símbolo perfecto de esta unicidad divina? A la vez hombre y mujer, representa el principio único antes de la separación de los sexos.
Según Yoyotte, los extraños colosos son la expresión de un simbolismo extremo, que muestra al rey a semejanza de Atón, es decir, como «padre y madre» de la creación. No es al individuo Amenofis IV al que exponen a la mirada, sino a un rey-dios.
Creer que los colosos son retratos fieles del monarca sería, en mi opinión, un error. El rey ha pedido a los escultores que creen una estética particular, correspondiente a la nueva formulación de Atón, que ha convertido en el corazón de su reinado.
Existen probablemente dos retratos de Amenofis IV, uno conservado en el Louvre y procedente del taller del escultor Tutmosis, en Al-Amarna; 







el otro conservado en el Museo de El Cairo. El primero, de sesenta y cuatro centímetros de altura, forma parte de un grupo construido en esteatita, mostrando el rostro magnífico de un rey plenamente sereno. 




                                


El segundo, esculpido en roca calcárea, representa al monarca tocado con la corona azul. La representación, admirable, es de un clasicismo perfecto. La expresión de recogimiento se refleja con una intensidad poco común. 







A esas dos obras se les puede añadir sin duda una máscara de yeso, procedente igualmente del taller de Tutmosis.
A excepción de los labios, muy gruesos, ambos retratos no tienen nada en común con los rostros deformados de los colosos de Karnak, o de cualquiera de las otras muchas representaciones






Estos últimos tenían por objeto dar cuenta de una nueva formulación teológica. Puesto que Atón recibía por primera vez el homenaje de un culto real, debía también disfrutar de formas artísticas inéditas.
La postura del rey es coherente: un nuevo dios instalado en Karnak, templos nuevos para acogerle, nuevas representaciones esculpidas para dar cuenta de una nueva teología. El conjunto hallaba su modelo en las muy antiguas tradiciones de Heliópolis, al tiempo que las reformulaba.
Así se dieron los primeros pasos de la «aventura atoniana»

EL AÑO 4 Y EL AÑO 5: LA FIESTA DE REGENERACIÓN DEL REY Y EL REINADO DE NEFERTITI

El culto de Atón está ya muy desarrollado en este cuarto año de reinado: templos nuevos, miles de personas a su servicio, altares copiosamente cubiertos de ofrendas de alimentos. Las ciudades de Egipto reconocen la supremacía de Atón y le envían metales preciosos, ropas, telas, aceites, vino, carnes, etc. Los templos pagan una especie de impuesto sagrado para que el culto del dios puesto en el pináculo por el faraón quede correctamente asegurado en el interior del recinto sagrado de Karnak. Estas aportaciones en materiales diversos y en alimentos están lejos de ser despreciables. Por consiguiente, todas las divinidades rinden oficialmente homenaje a Atón.
El proceso se ajusta totalmente a la tradición y no se observa en parte alguna la menor huella de rebeldía. El clero de Amón, como todos los demás, cumple sus deberes habituales. El poder real se ejerce plenamente. Sin embargo, hay una innovación importante: Atón, que tiene su liturgia propia en Karnak, no se encarna en una estatua que tenga forma particular, a diferencia de otras divinidades, como Anubis, Hator o Ptah.
En el año 4, Amenofis IV toma una decisión sorprendente: celebrar su primera fiesta del Sed, dicho de otro modo, el ritual mágico de regeneración de la potencia real.





Amenofis IV es un hombre joven y no ha reinado más que cuatro años. ¿Padece ya una fatiga física o psíquica que le fuerza a celebrar este ritual excepcional? Resulta difícil creerlo. Me inclino más bien a pensar que el faraón, que ha concebido ya las próximas etapas de su reforma religiosa, necesita un «suplemento» de poder mágico, un incremento de su dinamismo creador. La obra que se ha prometido cumplir exige esta «Carga» metafísica, que la totalidad de los dioses y las diosas ofrecen al alma del rey.
El panteón, en su conjunto, es invitado a dirigirse a Tebas.
Se puede admitir que la regeneración del rey y el aumento de su poder fecundador se realizaron en este lugar, situado bajo la soberanía de Atón, definido como el dios viviente, el gran dios, aquel a quien pertenece la fiesta del sed, el señor del cielo y de la tierra.
A la cabeza del Estado se encuentra el faraón, como responsable de toda la pirámide social y política del país. Su autoridad descansa en la consideración oficial de su divinidad. Según los egipcios, el país estuvo gobernado primero por los dioses, siendo la primera dinastía de nueve dioses y la segunda de otros nueve. La tercera es la de los semidioses, tras la cual vienen las dinastías humanas. 

La divinidad oficial del faraón era adquirida en la ceremonia de coronación, y se renovaba en la fiesta del jubileo o heb sed, que recibe su nombre por el dios chacal llamado Sed. El propósito de la misma era renovar la energía del faraón. 
La tradición dictaba que se celebrase al trigésimo año de reinado, y después de eso nuevamente cada tres años; pero como las expectativas de vida no hacían probable que se pudiera alcanzar esa fecha, muchos la adelantaban para poder vivir el momento. Además, se cree que también podía celebrarse el jubileo ante una grave enfermedad del faraón o alguna catástrofe que amenazara al reino. Los faraones que cumplían con el plazo de treinta años, pero no vivían para alcanzarlo, se conformaban con la promesa de “millones de jubileos” en la otra vida. 

El festival duraba unos cinco días. Estaba ideado para sustituir a un ritual más antiguo en el que el rey era sacrificado cuando sus súbditos veían que estaba en decadencia, a consecuencia de lo cual era incapaz de mantener el equilibrio de las fuerzas creadoras. En esa época remota era sustituido por otro rey joven en pleno disfrute de sus fuerzas vitales. Con el tiempo y la evolución de las costumbres, el sacrificio se sustituyó por una ceremonia mágica de igual valor en la que se enterraba una estatua personificando al rey.  
La fiesta de heb sed incluía complicados rituales. Había ofrendas a Sechat-Hor, que había alimentado a Horus (o al faraón) con su leche sagrada, y procesiones de sacerdotes en las que el faraón tomaba parte en presencia de la esposa real y de los hijos. Cubierto con el manto de Osiris, recorría con su séquito las capillas para obtener el consentimiento de los dioses y poder así renovar su soberanía. El rey levantaba un pilar djed ayudándose de cuerdas, un símbolo fálico que representaba la fuerza, la potencia y la duración del gobierno del faraón. 



Uno de sus cometidos durante la ceremonia era realizar una carrera, vestido con una falda corta y una cola de animal a la espalda. Así recorría la distancia entre dos marcas, un modo simbólico de delimitar su territorio al tiempo que demostraba que aún estaba en forma para gobernar el reino. Después de eso recibía de los sacerdotes la corona blanca del Alto Egipto y la roja del Bajo Egipto, y se sentaba en ambos tronos. Más tarde el faraón disparaba cuatro flechas hacia los cuatro puntos cardinales, para dar muerte a las fuerzas del mal y extender a todo el país la fuerza vital o ka que le habían comunicado los dioses. Al concluir la larga serie de rituales, se celebraba un banquete.  




Con frecuencia se fundaba un nuevo templo con ocasión de esta fiesta, o bien se destinaba a tal efecto un patio en el recinto de un santuario ya existente, con el trono a un lado y espacio para que la gente contemplara la ceremonia. Eran muchos los invitados a presenciar el festival: miembros de la administración, gobernadores de las distintas provincias y príncipes y embajadores extranjeros. También se construía un edificio donde el rey se cambiaba de ropa para los diversos rituales.  
Dicha fiesta es una confirmación teológica de la coronación.
Afirma la omnipotencia del faraón. El poder de todas las divinidades se concentra en su persona simbólica. Además, el ritual subraya la realidad sagrada y la importancia de la pareja real. Los talatates encontrados en el noveno pilono demuestran que Nefertiti y Akenatón representaron los papeles centrales en esta fiesta, cuyos orígenes se remontan a la primera Dinastía. Akenatón encarnó a Ra, Nefertiti a Hator. En el momento de la unión de Ra y Hator, el sol divino vive una comunión celeste con la diosa del universo, encargada de revelar y embellecer la creación.
En las paredes de este templo de Atón, había varias representaciones del rey y la reina intercambiando muestras de afecto. Así se ponía de relieve la idea del matrimonio, del amor inalterable que unía al rey y la reina. En efecto, la vida divina se transmite a la humanidad entera a través de la pareja real.
Aunque la simbología no es nueva, su figuración traduce la inclinación de los soberanos hacia expresiones más realistas que en el pasado. Por ejemplo, en uno de los bloques se ve el lecho conyugal recibiendo los rayos del sol divino. A un lado, Amenofis IV y Nefertiti abrazados. El acto carnal, evocado con la nobleza habitual en el arte egipcio, reviste aquí un carácter sagrado, puesto que va a ser realizado por la pareja real, elevada a la altura de una entidad divina. Por lo demás, es el lecho vacío lo que aparece iluminado, no el aspecto humano.
Gracias a la fiesta del sed, la pareja reinante adquiere una nueva potencia. «Equipada» con la magia divina, en el máximo de su eficacia, está preparada para desarrollar su acción.

¿Nefertiti, reina faraón?

Nefertiti fue mucho más que una esposa y que una madre.
Numerosos indicios dejan suponer que la reina fue, después de su marido, la principal «cabeza pensadora» de la reforma religiosa y que participó de la manera más activa en el establecimiento del culto de Atón.
Como Hatshepsut y Tiyi, Nefertiti pertenece a la estirpe de reinas excepcionales que imprimieron una huella profunda en su época. Influyendo sobre el curso de los acontecimientos, participando de manera constante en el ejercicio del poder, desempeñaron su «oficio» de reinas con una energía sorprendente.
El compromiso religioso de Nefertiti no deja lugar a dudas.
No permanece indiferente a la reforma decidida por su esposo.
Incluso es posible que fuese su instigadora. Hasta su muerte, se la verá presente, al lado del rey, en todas las ceremonias oficiales en honor de Atón.






Gran sacerdotisa del culto, cumplió cotidianamente con sus deberes religiosos.
Los textos y numerosas escenas figuradas subrayan la comunión espiritual que unía al rey y la reina. ¿Simple fraseología cortesana o testimonio de un amor profundo? La ritualización no excluye lo cotidiano. El matrimonio de Nefertiti y el príncipe Amenofis se decidió sin duda en el nivel más alto del Estado. Por lo demás, parece tan poco convencional como el de Amenofis III y Tiyi, puesto que el futuro rey hubiera debido unirse a Sit-Amón, la princesa heredera. ¿Hay que pensar en un matrimonio de amor desde el principio? No lo sabemos. Lo que sí es cierto es que nació entre los dos seres un sentimiento profundo. Los artesanos de Al- Amarna expresan magníficamente la felicidad de la pareja real, que basaba su alegría de vivir en un ideal sagrado. Su amor resulta indisociable del culto del sol divino y del conocimiento de su irradiación.
Pero ¿quién era esta Nefertiti, destinada a convertirse en la soberana del reino de Egipto? Su nombre, que significa «La bella ha venido», ha hecho creer durante mucho tiempo en su origen extranjero.
Nefertiti. Se trata de un nombre egipcio bastante clásico, y la prueba de la identificación Taduhepa-Nefertiti demuestra más bien lo contrario. Según los análisis más completos, «La bella ha venido» fue, pues, una egipcia de pura cepa. El nombre de Nefertiti tiene una significación teológica precisa. «La bella» no es otra que la diosa Hator, «que ha venido» de las comarcas lejanas a las que había huido. Para que el amor y la armonía reinen de nuevo en Egipto, el faraón debe realizar los ritos que harán regresar a la diosa lejana. Como subraya justamente Claude Traunecker, «La bella ha venido» es «un nombre teológico atribuido a la esposa real en el momento de la fiesta tebana del sed» a la que hicimos alusión, es decir, durante el acto esencial de la regeneración mágica del principio real.

El descubrimiento del busto de Nefertiti

En una tarde soleada el 6 de diciembre de 1912, un trabajador egipcio en una excavación a lo largo de las orillas del Nilo se encontró con lo que puede ser el hallazgo más sorprendente en la historia de la egiptología. 






Ludwig Borchardt, el arqueólogo alemán a cargo de la excavación, garabateados con entusiasmo en su diario hace un siglo: "Las herramientas fueron puestas a un lado, y las manos ahora se utilizaron ... Me tomó un tiempo considerable hasta que toda la pieza fue completamente libre de toda la suciedad y los escombros. "Lo que surgió fue un busto de piedra caliza de 3.300 años de edad, de una antigua reina, coloreado con una laca yeso. Una corona de cima plana alza por encima de una ceja finamente definida. Sus pómulos eran altos, la nariz distinguida. Una delgada, elegante cuello - algunos ahora lo describen "cisne" - se levantó de la base del busto. "Celebramos la pieza más animada de arte egipcio en nuestras manos", escribió Borchardt.
El egiptólogo francés Pierre Montet, hablando del descubrimiento de uno de los famosos bustos de la reina, evoca dicho azar en estos términos:
«Cuando se cerraron provisionalmente las excavaciones de Tell al- Amarna a principios del verano de 1914, los restos descubiertos y el inventario fueron mostrados a un representante del Servicio de Antigüedades, que se esforzó por distribuirlos en dos partes equivalentes. En el lote alemán, figuraba un bloque enyesado de muy escaso interés, que, al llegar a Berlín, se transformó por milagro en una cabeza de reina tocada con un alto birrete. En un estado perfecto de conservación, era la obra más atractiva –no digo la más bella- que salió jamás del suelo egipcio. Se trataba de Nefertiti la esposa de Akenatón... »
Borchardt se dio cuenta en seguida de que con ojo o sin él la escultura, que identificó inmediatamente con Nefertiti, pese a que la pieza no presenta ninguna inscripción, era la caraba. Lo que siguió fue una operación de escamoteo en toda regla. Lo acostumbrado era que las misiones de excavación enseñaran sus hallazgos a las autoridades arqueológicas de Egipto, en esos momentos francesas, que decidían que piezas se quedaban y cuáles podían retener los foráneos. Cómo se lo hizo Borchardt para que el funcionario de turno le dejara el busto no está claro pero desde luego fue algo turbio: los egipcios tienen todo el derecho al denunciar que les privaron torticeramente de una obra esencial de su patrimonio.
Nefertiti fue a parar a Alemania. Da buena prueba de la mala conciencia de Borchardt el que el busto no se exhibiera hasta muchos años después (1924). La escultura provocó sensación en Alemania y en Egipto ni te digo. Desde el primer momento fue reclamada como la hija perdida del Nilo. Los alemanes no estaban dispuestos a soltar su presa. 







Todo el mundo conoce ese rostro admirable, cuya finura se alía con la serenidad. Gracias a él, la vida de una gran reina de Egipto ha conquistado realmente la eternidad. Lo que nos parece una obra maestra no es, de hecho, más que un modelo de escultor, un trabajo inacabado. No se incrustó más que un ojo. Este tipo de trabajo servía al maestro escultor para perfilar el esbozo, antes de ejecutar la obra definitiva.
La cabeza conservada en el Museo de El Cairo, no menos bella, fue descubierta por el inglés Pendlebury durante la campaña de excavaciones de 1932-1933 en Al-Amarna. 






Ninguna inscripción permite identificar formalmente a la reina. No obstante, la comparación con otras obras autoriza una atribución probable. La cabeza, de perfil admirable y ojos no incrustados, debía de estar situada sobre una estatua. La expresión es meditativa. Más allá incluso de una belleza que las palabras no alcanzan a describir, transmite una experiencia espiritual de una intensidad absoluta.
No cabe duda de que se reproducen fielmente los rasgos de la adoradora de Atón, que vive en el corazón de la luz celeste. Cuello largo, nariz recta y fina, labios delicados, barbilla puntiaguda... Nefertiti, «La bella», era, en efecto, una mujer muy hermosa. Por lo demás, esos retratos no muestran ninguna de las famosas «deformaciones» amarnianas con que aparece a veces en ciertas representaciones.
Aunque modernos estudios parecen contradecir éstas ideas: ¿fue la belleza de la soberana el producto de una motivación ideológica?
Hace unos años Dietrich Wildung, a la sazón director del Museo Egipcio de Berlín, dirigió un estudio del busto de la reina en el hospital universitario de La Charité, en la capital alemana. La pieza se sometió a una tomografía axial computarizada (TAC), una técnica de imagen con escáner que, milímetro a milímetro, desveló un hallazgo que dejó sin habla a los investigadores: en el interior del famoso busto había una escultura, el rostro esculpido en piedra caliza de una mujer de edad avanzada, hombros caídos, cuello flaco y profundas arrugas en torno a la boca.
El artista del taller del maestro escultor Tutmosis había aplicado sobre ella una capa de yeso tras otra hasta modelar el rostro perfecto que hoy conocemos, apoyándose en un preciso sistema de cuadrícula que aseguraba la repetición exacta de la forma ideal a cualquier escala.
«No cabe duda –afirma Laboury–. El rostro de Nefertiti es la proyección volumétrica de esa cuadrícula.» En la realidad no existe una persona con una simetría tan absoluta de los dos hemisferios faciales. Tras analizar todas las mediciones y los datos del TAC, el egiptólogo llega a una conclusión: «Simplemente es demasiado perfecta. Es imposible que alguien tenga cada uno de los dos ojos situados a la misma distancia exacta con respecto a la punta de la nariz».
Esto sugiere, en primer lugar, que la Nefertiti de las estatuas y los bustos era el resultado de una iconización popular que se llevó a cabo mediante piezas de fabricación en cadena, objetos de culto producidos en serie para los templos de todo Egipto. Y en segundo lugar, que la belleza de la reina, al margen del aspecto que pudiera tener en realidad, pretendía ser una demostración de poder político”.




Existían, pues, distintos cánones estéticos durante el reinado y sería inexacto retener exclusivamente el más espectacular y el más inhabitual.
Tomando el conjunto de los talatates conocidos, Nefertiti aparece aproximadamente el doble de veces que Amenofis IV. Un bloque procedente de las excavaciones de Hermópolis y conservado en el Museum of Fine Arts de Boston revela un detalle extraordinario. En dicho bloque figura una barca estatal perteneciente a Nefertiti, esto es, una de las grandes embarcaciones utilizadas en los ritos reales. La reina aparece coronada y se la ve golpeando con la maza a un adversario, al que aferra por los cabellos antes de abatirle. Escena muy clásica en el arte egipcio, de ordinario se halla estrictamente reservada al rey, y no se ve nunca a la reina en tal actitud, específicamente guerrera. Por consiguiente, en este episodio ritual, se considera a Nefertiti como un faraón varón. Más profundamente, se la
identifica con el rey, a la vez masculino y femenino, que, al abatir al «enemigo», somete las fuerzas caóticas y oscuras, a fin de que Egipto permanezca en la luz de Dios. Por lo demás, la maza simbólica blandida por el faraón se llama a veces «la iluminadora», e intenta menos destruir que purificar.
La interpretación de una «faraona guerrera» es claramente insuficiente. Se trata en realidad de hacer triunfar la luz sobre las tinieblas, liberando energías positivas.
J.H. Harris ha propuesto interpretar las estatuas colosales de Karnak desprovistas de sexo como una representación de Nefertiti, apoyándose para ello en su asombroso estatuto real en Kayak. 
Según Harris, el rey y la reina simbolizan la pareja primordial, origen de toda creación, encarnando el primero al dios Chu y la segunda a la diosa Tefnut.
Se ha puesto en duda la existencia de una estatua colosal de Nefertiti, aunque la hipótesis no tiene nada de inverosímil si se admite que se la consideraba como un rey-dios. 






Pero ya sea Amenofis IV o Nefertiti, ese tipo de estatua gigante y asexuada es, como hemos visto, una traducción visual de la teología de Atón, que insiste sobre el carácter primordial del dios, a la vez padre y madre de todos los seres.
A la luz de estos indicios precisos, ¿hay que deducir que Nefertiti no fue una reina ordinaria y que se comportaba como un auténtico faraón, en posesión de las prerrogativas tradicionales de un rey en ejercicio? Nefertiti conduce un carro, recibe directamente los rayos del sol, maneja el cetro del «poder», de la autoridad suprema, consagra las ofrendas... Pudiendo ser calificada de «divina», Nefertiti se presenta sola ante el altar de Atón.
Tiene una relación teológica directa con el dios, sin necesidad de la presencia de su marido. En los «pilares de Nefertiti», la reina, que toca el sistro, es «aquella que encontró a Atón». En otras palabras, el equivalente exacto de Akenatón.

EL AÑO 4: LA ELECCIÓN DEL EMPLAZAMIENTO DE LA NUEVA CAPITAL

Tal era el caso de Atón. Tras haberle construido templos en Karnak, el rey juzgó oportuno ofrecerle un lugar virgen de toda influencia, que le estuviese consagrado enteramente.





Dicho lugar no ha sido designado al azar. La futura ciudad santa de Atón se alzará poco más o menos a medio camino entre Tebas y Menfis. Supondrá un polo de equilibrio entre la capital del sur, encarnación del esplendor del Imperio Nuevo, y la del norte, símbolo de la gloria del antiguo Imperio. La nueva capital de Egipto será un tercer término, una revelación, que superará a las anteriores, englobándolas.
En la orilla este, frente a la ciudad de Atón, se alzaba Hermópolis, la vieja ciudad santa del dios Thot, el señor de los jeroglíficos, o palabras de Dios. Patrono de los escribas, guardián del conocimiento, Thot es también un dios-luna, visir y escriba del sol. Situadas cada una a un lado del río, las ciudades del sol y de la luna reconstruirán la unidad del cosmos, cuya luz se expresa a través de las dos luminarias. Para los egipcios, la luna no era otra cosa que el «sol de la noche».
Sol y luna son también los dos ojos del Creador, cuya mirada vuelve a crear el mundo cada mañana. La elección del faraón se basa en motivos metafísicos y simbólicos.
En el año 4, Amenofis IV hace su primera visita oficial al lugar en que será construida la futura capital. Mediante esta declaración, el rey vincula de manera directa su reforma a los más antiguos cultos egipcios. A partir de ahora, la veneración de un dios solar constituirá el primer valor religioso del reino.
Lo cual equivale a decir que, al crear una nueva capital, Amenofis IV no lleva a cabo un acto revolucionario brutal e inesperado. Medita su elección, la anuncia, hace probablemente varios viajes al lugar y comienza a organizar los grandes trabajos.
No imaginemos ni por un instante a un faraón místico, solo frente a funcionarios hostiles y un pueblo receloso. Amenofis IV es el rey. Los grandes cuerpos del Estado le obedecen. Que un rey construya una nueva capital no tiene nada de extraordinario. El acontecimiento se ha producido ya varias veces en el pasado.
La creación de la ciudad de Atón, que se convierte en la cuestión más importante del reinado, exige una modificación de la política económica. Es posible que Amenofis IV pusiese fin a los trabajos permanentes de restauración de los edificios de Karnak.
Arquitectos, escultores, grabadores, dibujantes tendrán que consagrar en adelante sus esfuerzos al nacimiento de una ciudad entera. Lo mismo sucederá con los equipos de obreros especializados.






Una buena parte de las rentas consagradas a Tebas pasará a la nueva capital. La corte, los servicios administrativos, los altos funcionarios, los órganos vitales del reino han de acostumbrarse a la idea de cambiar de residencia.
Durante todo el quinto año del reinado, se despliega una intensa animación. Aketatón, «la región de luz de Atón», empieza a nacer. Piedra tras piedra, se alzan los templos, los palacios y las casas.
Como todo faraón, Amenofis IV tiene la obligación de respetar Maat en su acción y de hacerla vivir. En caso contrario, la civilización se vería en peligro. Si Amenofis IV insiste tanto en su lazo privilegiado con Maat, se debe quizá a la amplitud de la reforma que emprende. Quiere manifestar de la manera más clara que dicha reforma se inscribe en el orden de las cosas, en la Regla eterna, y que no procede del desorden.
Se trata de un punto esencial a los ojos de un egipcio. Si el faraón pretende escapar a Maat, si genera el desorden, está abocado a un fracaso seguro. La construcción de la ciudad del sol tiene que colocarse bajo la protección de Maat, como tiene que colocarse el rey.
Todo está, por lo tanto, preparado para el nuevo acontecimiento. El rey se halla dispuesto a realizar el acto decisivo que le introducirá de manera irreversible en la vía que ha decidido seguir.
El día decimonoveno del tercer mes de la estación peret, el nombre de Amenofis IV aparecerá por última vez sobre un monumento.

EL AÑO 6: EL ADVENIMIENTO DE AKENATÓN Y LA CREACIÓN DE LA CIUDAD DEL SOL

Hasta el sexto año de su reinado, el sucesor de Amenofis III se llama Amenofis IV, transcripción griega del nombre egipcio «Amónhotep», es decir «Amón está satisfecho» o, más exactamente, «El principio oculto está en plenitud». A través de este nombre, la estirpe de los Amenofis rendía un homenaje directo al dios del Imperio y al señor de Karnak.
En el año 6, Amenofis IV toma una decisión que se ha calificado de revolucionaria: cambia de nombre. Abandona el de Amenofis para convertirse en Akenatón.






No se trata de un nuevo reinado, sino de un ser nuevo que nace de manera mágica. Akenatón y Amenofis IV son el mismo faraón, puesto que los años del reinado continúan siendo enumerados sin volver al año 1. Akenatón no suprime a Amenofis IV. Deja que subsistan representaciones de sí mismo en que aparece portando su antiguo nombre. Lo que quiere, en realidad, es adoptar un nombre de reinado que concuerde con su reforma religiosa. Al nuevo nombre del rey corresponde un nuevo eje de gobierno sagrado.
Para un antiguo egipcio, el nombre es una parte inmortal del ser. Sigue viviendo tras la desaparición física de quien lo lleva.
Contiene una energía espiritual que debe ser preservada, de modo que, al recorrer los «bellos caminos del otro mundo», el resucitado conserve su identidad.
Al convertirse en Akenatón, el rey proclama su adhesión al dios Atón e indica que será el señor de su reinado. Sin embargo, el faraón no renuncia a los títulos tradicionales de los soberanos de Egipto, que comprenden cinco nombres simbólicos.
Conocemos esta situación completa de Akenatón por los textos de las estelas fronterizas:
Horus viviente: toro amado de Atón... Las dos soberanas: grande de realeza en Akenatón.
Horus de oro, aquel que exalta el nombre de Atón.
El rey del Alto y del Bajo Egipto: el que vive de Maat, el
dueño de las Dos Tierras, Neferkeperuré, el único de Ra.
El hijo de Ra: el que vive de Maat, el dueño de las coronas,
Akenatón de gran duración de vida, a quien se le da la vida
eternamente.
Se observará que están presentes dos divinidades, además de Atón: Horus, el dios con cabeza de halcón, encarnación simbólica de la realeza desde la primera dinastía, y Ra, del que Akenatón se proclama «el único», dicho de otro modo, el solo ser capaz de transmitir la luz divina, gracias a su función de faraón.
¿Qué significa el nuevo nombre, Akenatón? El egiptólogo inglés Cyril Aldred parece haber llegado a la verdad al traducir Akenatón por «El espíritu eficaz de Atón», es decir, el canal consciente por el que circula la luz de Atón.
Al principio del nombre de Akenatón, hay la palabra akh, que ocupa un lugar privilegiado en la lengua y el pensamiento egipcios.
Implica la idea de una realización del ser en la luz. El iniciado que ha franqueado las temibles pruebas del mundo de los muertos se transforma en un ser de luz, cuyo resplandor será benéfico para aquellos que sigan el mismo camino. Por lo tanto, el rey Akenatón, gracias a su nombre, es aquel que hace resplandecer al dios Atón.
Además, akh se refiere también a una noción de «utilidad».
La filosofía religiosa del antiguo Egipto no separaba la noción de  «luz espiritual» y la de «eficacia» o «utilidad». Una espiritualidad desencarnada no es más que ilusión. Una espiritualidad radiante es forzosamente «útil» y «eficaz», ya que da la vida y nutre a los seres con lo esencial.
Continuidad y no negación. Así se presenta la acción del rey al cambiar de nombre. A la mutación del nombre corresponde, en realidad, otra acción: la fundación religiosa de la ciudad de la luz, Aketatón.





Cambio de ser del faraón, cambio de capital para Egipto. Las dos formas de realidad son equivalentes, construcciones sagradas de la misma naturaleza. El nacimiento de la ciudad del sol requería una evolución en el ser del rey. Y este último era indispensable para que la ciudad de Atón viese el día.
Los textos nos dan la fecha precisa de la fundación teológica de Aketatón, la ciudad de Atón: el día decimotercero del cuarto mes del invierno del año 6 del reinado.
«Atón -está escrito- conoce a cada dios y a cada diosa.»
Conoce también sus lugares sagrados respectivos. Por eso el rey, su intérprete, tenía que descubrir el territorio que no pertenecía a ningún dios ni a ninguna diosa, un espacio reservado exclusivamente a Atón y en el cual se expresaría en toda su gloria. La ciudad de Atón nace en un suelo virgen de influencias pasadas y se afirma como una creación total.
La ceremonia de fundación debe ser Inolvidable. Ha sido preparada cuidadosamente por los ritualistas. Conocemos sus momentos principales por los textos de las estelas fronterizas.
El rey apareció sobre un gran carro de electro semejante a Atón cuando brilla sobre su región de luz y llena la tierra con su amor Por una buena ruta, ya trazada, se dirige al corazón de la nueva capital en construcción. Allí, ofrece un sacrificio a Atón: La tierra resplandecía de júbilo y todos los corazones se regocijaban viendo al rey hacer una gran ofrenda a su padre, ofrenda de cerveza, de pan, de ganado con cuernos largos y cortos, de caza, de vino, de frutas, de incienso, de libaciones, de hortalizas.
A continuación, Akenatón se dirige a la corte, reunida para la ceremonia, y a los miembros de su gobierno. Están presentes los «grandes de palacio», lo mismo que los oficiales superiores del ejército y los escribas de alto rango. Todos se prosternan y besan la tierra en presencia del rey. Akenatón afirma que ha construido un monumento para su padre Atón allí donde ha oído la voz. 






Fue Atón, quien le reveló que aquel lugar sería para siempre «la región de luz del disco solar».
¿Por qué Akenatón se fuerza a sí mismo, mediante este compromiso pronunciado con tanta firmeza, a no extender Akenatón más allá de unos límites muy precisos? La tesis según la cual se trataba de la expresión de un acuerdo concluido con los sacerdotes de Amón, limitando así las ambiciones del rey, no tiene ningún valor. El clero tebano carecía de medios para oponerse a la voluntad del rey. No formaba en modo alguno una «oposición» capaz de obstaculizar en ningún sentido la actividad de las construcciones reales.
En realidad, Akenatón ponía coto en el tiempo y el espacio a su propia experiencia.
En mi opinión, sólo adoptando esta perspectiva puede descifrarse el reinado de la pareja real. Nefertiti y Akenatón querían que Aketatón fuese la capital durante un solo reinado, un «episodio» de la civilización egipcia. En efecto, cada reinado correspondía a la realización de una idea simbólica, de un programa teológico. A Nefertiti y Akenatón les correspondió la tarea específica de hacer resplandecer el poderío divino concebido como «Atón», a partir de una sede terrestre original y de acuerdo con formas artísticas adaptadas.
Traslado de la corte real
Durante este sexto año de reinado, la corte abandona Tebas para dirigirse a Amarna.





La ciudad de Atón fue construida muy rápidamente, ya que se hallaba habitada cuatro años después de la inauguración de las obras. Había que hacer surgir del desierto una ciudad agradable a Dios y al hombre, desarrollar un plan de irrigación, plantar árboles, crear jardines. Más preocupados por la velocidad que por la perfección, los artesanos no «remataron» la obra como tenían por costumbre. Los artesanos de Tebas que vinieron a instalarse a Aketatón, pero tuvieron que luchar contra un enemigo poderoso: el tiempo. Como hemos dicho, Akenatón tenía prisa. Por lo tanto, el conjunto de las paredes maestras sufrió a veces las consecuencias de la rapidez de los trabajos. Tradicionalmente, el arquitecto egipcio destina la hermosa piedra tallada a los edificios sagrados, símbolos de eternidad. La nueva capital está dominada por el adobe. En los monumentos más importantes, se utilizaron mucho pequeños bloques ensamblados de acuerdo con la técnica de construcción con ladrillo, lo que permitía ir más deprisa y utilizar una mano de obra no especializada.
También los escultores se vieron obligados a abreviar el tiempo dedicado a sus creaciones. Por ello inventaron un procedimiento de fabricación de las estatuas en que se servían de varios tipos de piedra. Las partes visibles -cabeza, brazos o pies fueron trabajadas en cuarcita, mientras que se perfeccionaba la obra con incrustaciones de vidrio y cerámica.
Los testimonios conservados tienden a demostrar que la ciudad de Atón era bella y acogedora, con amplias avenidas, espacios verdes y barrios muy bien concebidos. La corte encontró una capital atrayente, en la que podía latir el corazón de Egipto.

LAS «MALAS PALABRAS»: ¿AKENATON CONTRA EL CLERO TEBANO?

Algunos autores imaginaron que los sacerdotes de Amón habían sido asesinados o exiliados, que el templo de Karnak había sido pasto de las llamas, que Akenatón emprendió una «caza de los impuros», destinada a extirpar de Egipto el mal y el vicio, simbolizados por el clero tebano.
Tan horribles acontecimientos pertenecen al campo de lo imaginario.

A continuación podéis ver tres videos sobre "Akhenaton el Faraón Hereje" que si bien no corresponden a los criterios ofrecidos en éstas páginas, os permitiran aproximaros a otra perspectiva:



1
2
3



No hubo ninguna acción violenta, ningún conflicto sangriento entre Akenatón y los sacerdotes situados a la cabeza del clero tebano.
¿Akenatón en lucha abierta contra el clero de Amón? Una imagen simplista y modernista, que no corresponde a la realidad egipcia. La civilización faraónica no conoce las guerras de religión por la simple razón de que ignora la palabra dogma. Ninguna institución religiosa se considera en posesión de una verdad definitiva y exclusiva, que está obligada a imponer a los demás. El faraón no es el detentador de un libro y unos dogmas sagrados. No hay nadie a quien convertir. Como receptáculo de lo divino y primer servidor de su pueblo, actúa como mediador entre el cielo y la tierra.
Un conflicto entre la Iglesia y el Estado es absolutamente imposible, ya que no hay una Iglesia y un Estado, sino una teocracia, un poder sacralizado, cuyo primer deber consiste en magnificar lo divino en la forma articular adoptada durante un reinado.
El faraón es un rey-sacerdote, incluso el único sacerdote de Egipto. Él y sólo él celebra la totalidad de los cultos. Su imagen, presente en las paredes de los templos, se anima mágicamente al amanecer. El ser del faraón se encarna en un sacerdote, que actúa en su nombre.
Akenatón no experimentaba ninguna hostilidad personal en contra del dios Amón. Amón-Ra, «El único de las manos numerosas», se convirtió en el gran dios de Estado, que hacía salir a los dioses de su boca y a los hombres de sus ojos. «Buen pastor», Amón vela por la prosperidad del mundo, y este himno que le glorifica no se aleja mucho de los textos que celebran a Atón:

Él hace crecer la hierba para los rebaños,
el árbol frutal para los hombres,
crea aquello de lo que viven los peces en el río,
las aves en el cielo.
Infunde el aliento
a aquel que está en el huevo...

Los humanos no son los únicos en reconocer la generosidad de Amón, puesto que los animales salvajes, e incluso los desiertos, cantan sus alabanzas. No puedo por menos que citar este magnífico párrafo del Papiro de Leyde, que evoca maravillosamente el «alcance» simbólico del dios Amón:





Misterioso de aspecto, de apariencia deslumbradora, Dios
maravilloso de múltiples formas, todos los dioses acuden a Él para
que los engrandezca con su belleza, ya que Él es Dios. Él es Ra
cuando se une a su cuerpo. Él es el Grande que está en Heliópolis,
es Amón surgido del océano primordial. Él guía a la humanidad. Es
el Señor universal, Príncipe de los seres. Único es Amón, que se
oculta a los ojos de los hombres. Se sustrae a los dioses, nadie
conoce su naturaleza, ningún dios conoce su verdadero aspecto. No
tiene apariencia que pueda ser dibujada, es demasiado misterioso
para que su gloria se revele, es demasiado vasto para ser
escrutado... Todo cuanto sale de la boca de Amón, los dioses lo
aceptan como si fueran órdenes...

Jefe espiritual de la religión atoniana, Akenatón relegó a un segundo plano al clero de Amón, puesto al mismo nivel que las demás corporaciones de sacerdotes y obligado, por lo tanto, a rendir como ellas homenaje a Atón. La posición del rico clero de Amon dejó de ser preeminente,  Y si esta modificación no presentaba ninguna dificultad en el aspecto teológico, probablemente no sucedía lo mismo en la vida cotidiana. Ciertas susceptibilidades se vieron sometidas a dura prueba, y ciertas carreras quedaron prematuramente interrumpidas. Las riquezas de Karnak no pertenecían a los sacerdotes de Amón,    sino al faraón, que las empleaba a su guisa. No obstante, eran los sacerdotes quienes las administraban. Con la creación de Aketatón, la nueva capital, el circuito económico se desvía. A partir de ahora, las principales riquezas se dirigen hacia los templos de Atón, y no hacia los de Amón.
El rey lesionó forzosamente intereses individuales. Y si es cierto que prestó oído a «malas palabras», lo hizo sin duda a conciencia, relegando a la sombra a signatarios a los que juzgaba incapaces de cumplir sus funciones religiosas.
¿Guerra abierta entablada por Akenatón contra los sacerdotes de Tebas? De ningún modo. ¿Desconfianza del rey con respecto a algunos de ellos? Con toda seguridad.







Los poderes de los grandes sacerdotes, que dejaron de ostentar sus títulos tradicionales, tenían que disminuir fatalmente para que el poderío de Atón resplandeciese.
Akenatón reina. La nueva capital ha sido fundada.
A partir de ahora, el culto de Atón será el más importante de Egipto, y el rey lo situará por encima de todos los demás.

EL AÑO 9: ¿ATÓN FANÁTICO?

Akenatón da orden de destruir las estatuas de Amón y de martillar el nombre del dios. «Por todas partes –escribe Legrain- se proscriben o destruyen por orden real las imágenes de Amón. Pocos monumentos, tumbas, estatuas, estatuillas, incluso objetos menudos escaparon a las mutilaciones... Se llega a escalar hasta lo más alto de los obeliscos y a descender al fondo de las tumbas para destruir los nombres y las Imágenes de los dioses.»
Tampoco se salvan los pequeños escarabajos. El signo jeroglífico que sirve para designar a «los dioses» es suprimido de las inscripciones, puesto que se halla en contradicción con la noción de un dios único.
Sin embargo, la descripción de los hechos es demasiado apocalíptica. Cierto que Akenatón ordenó martillar los nombres divinos, estableciendo así un «vacío mágico» alrededor de Atón.
Pero no hay que olvidar algunos detalles intrigantes. Por ejemplo, en la tumba de Ramosis, no se destruyó el primer nombre de Akenatón, esto es, Amón-Hotep. En la tumba de Kerue, el nombre de Amón fue borrado en todas partes, a excepción de los cartuchos reales de Amenofis III y Akenatón. 







En una estela de Amenemhet, se suprimió el nombre de Amón, pero el de Osiris permaneció intacto, pese a ir acompañado por el de varios dioses antiguos, Isis, Horus, Geb y Nut. No obstante, dicha estela resulta muy provocativa, puesto que se define en ella a Osiris como el primero de los dioses, creador del cielo y de la tierra... Se podrían citar otros casos en que no se llevaron a cabo las supresiones de los nombres divinos.
Al martillar el nombre de los dioses, Akenatón suprime su facultad de encarnación y aniquila su influencia. Atón reina como único señor.
Se le trata de loco, de fanático, de sectario, de epiléptico, de soñador convertido en verdugo, de demente empeñado en vengarse de un clero al que odiaba.
Akenatón divulgó aspectos del pensamiento egipcio hasta entonces mantenidos secretos y es cierto también que el martilleo de los nombres fue una «operación» mágica, y no una destrucción sistemática.
Si Akenatón experimentó la necesidad de prestar de nuevo juramento, si el nombre de Atón tenía que imponerse de manera mágica por la supresión del resto de las divinidades (a excepción - una excepción verdaderamente notable- de Ra), se debió a que la reforma religiosa tenía que ser acelerada. Lo mismo que la ciudad del sol quedó encerrada en límites espaciales que no sobrepasaría, la existencia de Akenatón lo fue en hitos temporales, en cuyo interior se desarrolló la revelación atoniana.
Ninguna guerra de religión, ninguna sevicia contra aquellos que no veneraban a Atón, ninguna persecución. La decisión de Akenatón no se explica ni por razones políticas ni por causas sociológicas. Se trata de un itinerario puramente mágico, impuesto por el «programa atoniano», perfectamente acorde con el genio del reinado.
Los escultores dejaron intactos en muchas regiones y muchas aldeas los nombres de las antiguas divinidades. Akenatón no era tan ingenuo para creer que les daría tiempo a recorrer todo Egipto. Sencillamente, consideraba importante intervenir en algunos puntos neurálgicos.
No se dio en el país ninguna rebelión, ni religiosa ni civil. Los egipcios conservan en sus nombres el de las divinidades tradicionales y no los reemplazan por el de Atón, lo que significa que su ser espiritual permanece fiel al panteón clásico. 





En la propia ciudad del sol, existen numerosas huellas de la religión practicada durante siglos. La policía real no interviene ni toma ninguna medida contra aquellos que adoran otras divinidades que Atón.
La simbología religiosa tradicional no fue ni suprimida, ni perseguida, ni abandonada.
No imaginemos a una horda de fanáticos, cincel en mano, precipitándose sobre los templos y las tumbas. Sólo algunos escultores, designados por el rey, trabajaron minuciosamente, borrando el nombre de Amón.

¿EL EJERCITO SE HIZO CARGO DEL PODER?

La importancia creciente de la clase militar en el Imperio Nuevo, los soldados del faraón habían obtenido victorias importantes en Asia y garantizaban la seguridad del territorio. Por ello recibieron un cierto número de favores y disfrutaban de un prestigio nuevo en la sociedad egipcia. Su ascensión social tenía que traducirse inevitablemente por ciertos conflictos entre esos «nuevos ricos» y las clases acomodadas tradicionales, formadas por los escribas y los administradores.
Ciertos grandes signatarios amarnianos, como Ay y Horemheb, son soldados. Figuran entre los allegados del rey, que desdeña a la sociedad tebana para formar su propia casta de fieles.
Durante mucho tiempo, se ha extendido la leyenda de un Akenatón ultrapacifista, que rechazaba incluso la idea de la guerra, ensimismado en su sueño de paz eterna. La realidad es muy diferente. Como todo faraón, Akenatón era el jefe de un ejército poderoso y bien organizado. Que en Aketatón hubo soldados en un número importante es un hecho cierto. E igualmente patente resulta el hecho de que estaban a las órdenes del faraón y que se integraban perfectamente en la sociedad atoniana.
Ver al rey como una especie de «jefe de banda», apoyándose sobre la soldadesca para poner de rodillas a los sacerdotes de Tebas es propio de una novela negra y no corresponde a la historia egipcia.
La sociedad faraónica no conocía la lucha de clases. El rey no tenía por qué tomar partido en favor de una categoría social y en contra de otra. El ejército no tomó el poder en la ciudad del sol.
La ciudad de Atón no fue un enclave rousseauniano en el territorio egipcio. Akenatón no creía en el «buen salvaje», ni se comportaba como un poeta desencarnado. Jefe del ejército y de la policía, contaba con ellos para mantener en calma su capital y asegurar el orden público. Militares y policías no forman, sin embargo, una clase dominante, capaz de imponer su voluntad al rey de Egipto.
Akenatón no está más influido por los militares de Aketatón de lo que está amenazado por los sacerdotes de Amón en Karnak. Unos y otros son servidores del faraón y no manifiestan ninguna veleidad de rebelión contra él.

AKETATÓN, CAPITAL DE UN REINADO

«Grande por su encanto, agradable a los ojos por su belleza.»
En tales términos evocaba un habitante de Aketatón la ciudad del dios Atón, verdadera «visión celeste».
A finales del noveno año de reinado, la nueva capital de Egipto está construida en gran parte. El dios Atón ha recibido su «sede», en la que puede revelarse a los humanos. Akenatón ha cumplido el primer deber de un faraón: ser el maestro de obras de su reino.
Ocupando una superficie de unos cien kilómetros cuadrados, se extiende por la orilla oeste. De norte a sur, tiene trece kilómetros de largo. Aunque el lugar haya sido asolado, los excavadores han logrado descifrar en el suelo el plano de los edificios, captar la distribución de los barrios y ofrecer reconstrucciones posibles. Por eso puede afirmarse que Aketatón comprendía un barrio norte y un barrio sur, cada uno con su suburbio. Entre ellos, el centro de la ciudad, donde se alzaban el palacio y el templo principal.






Aketatón, cuya población ascendía como mínimo a los cuarenta mil habitantes, no era una aldea. «Durante su corta existencia, fue la capital del mayor imperio del mundo -escribe Pendlebury-. En ella se trataban todos los asuntos del reino. En sus calles se codeaban todas las naciones del mundo conocido, cretenses, micenios, chipriotas, babilonios, judíos y muchas otras razas. El centro de Aketatón estaba organizado en torno a la desembocadura de la arteria principal, que nacía en el palacio septentrional y terminaba en el gran palacio, el cual comprendía varios espacios abiertos, con un gigantesco patio en el centro del edificio, bordeado por estatuas colosales de Akenatón. Así se proclamaba la grandeza de la religión atoniana y de su servidor, el rey.
Hemos de imaginar un edificio verdaderamente imponente, de unos doscientos setenta metros de largo, con una inmensa fachada, unido por un puente de ladrillo que cruzaba el camino a una pequeña residencia, la casa del rey, donde la pareja real se mostraba a los signatarios desde la «ventana de aparición».





La decoración del palacio era muy cuidada: tambores de columnas de alabastro incrustados con motivos lotiformes, fustes de arenisca o de cerámica simbolizando ramilletes de cañas pintados en verde, capiteles representando hojas y flores de loto.
El pavimento se ornaba con motivos naturalistas: pantanos, matas de juncias y de papiros, patos emprendiendo el vuelo. Ejecutadas a la aguada sobre un fondo de yeso o de estuco, las pinturas murales, de colores vivos, recuerdan las del palacio de Amenofis III en Malgatta. También ellas celebraban los esplendores del paisaje y la dicha de vivir bajo el sol de Atón. A lo largo de las rampas, los relieves mostraban a la pareja real haciendo ofrendas a Atón, seguida por Mery-Atón tocando el sistro, o bien un decorado de frisos de extranjeros sometidos al dios. Suntuosos jardines rodeaban esta residencia.
Al norte del palacio, varios edificios administrativos albergaban las oficinas de la policía, del tesoro, del servicio de asuntos exteriores. Pero el joyel de esta parte de la ciudad era el gran templo de Atón, cuya entrada estaba señalada por dos torres de ladrillo, análogas a los pilones tradicionales. La vía de acceso conducía a la «Casa de la Alegría». Se pasaba por un vestíbulo con columnas, luego por una serie de patios descubiertos, y se alcanzaba por fin el corazón del edificio, el Gem-Atón, «Atón ha sido encontrado».
Al lado de la vivienda de Akenatón existía un templo de dimensiones más modestas, la «Casa de Atón», especie de capilla, cuyo eje apuntaba hacia la entrada del uadi donde se había excavado la tumba real.






El gran templo estaba rodeado por los talleres necesarios para la práctica del culto. Se han identificado especialmente las panaderías, que ocupaban dos largas filas de habitaciones estrechas y paralelas en el exterior del recinto. Cada habitación formaba una panadería independiente, con sus hornos circulares y sus artesas de ladrillo a lo largo de las paredes.
En el barrio norte vivían los comerciantes y los pequeños funcionados. Reinaba en él una animación constante. Allí se abrían los despachos de los escribas, y tiendas donde se compraban los productos más diversos, transportados por barco y desembarcados en los muelles anejos a la capital. Pero había también un gran palacio, junto al río, la principal residencia real, bien protegida y claramente separada de la ciudad. De este lugar partía la arteria principal, que, más al sur, pasaba delante de un Palacio destinado a Mery-Atón, la primogénita. Salas de recepción, cuartos de baño, templo solar al descubierto, jardines, patios con las paredes pintadas, representaciones de paisajes y animales recreaban una visión paradisíaca de la naturaleza, «una transposición al plano arquitectónico del admirable himno al sol compuesto personalmente por el rey».
Las excavaciones pusieron al descubierto una especie de parque zoológico, con espacios cerrados, comederos, etc. En resumen, todo un dispositivo dedicado al bienestar de las aves y de otras especies.
El barrio sur, en el que residían los altos funcionarios y donde trabajaban ciertos escultores, se caracteriza por la presencia de un extraño edificio, el Maru-Atón. Incluye lagos poco profundos, jardines, pabellones, capillas... Así se diseña un nuevo paisaje teológico para cantar los favores de Atón. Un observatorio permitía a la reina, cuyo papel ritual aparece subrayado en este lugar, participar en el renacimiento diario del astro.





Los palacetes más bellos estaban rodeados por un jardín y protegidos por un muro de una longitud de ochenta metros. Caballerizas, establos, graneros, formaban el medio ambiente económico. Se ha descubierto una granja de cerdos, donde se criaba a los animales, alimentados con grano, en recintos especiales. La carne salada se conservaba en jarras desinfectadas con yeso blanco.
En el interior de los palacetes había una amplia sala de recepción sostenida por columnas de madera pintada, utilizada para acoger a los invitados y celebrar comidas y banquetes. Había ventanas que distribuían la luz. A su alrededor, se abrían diversas habitaciones, despachos, salones, cuartos de almacenamiento. Al fondo de la casa, las habitaciones privadas: dormitorios, duchas, servicios, salas de masaje.
Si se examina el plano tipo de las casas más modestas, se comprueba que se construían sobre una base cuadrada y que comprendían una planta baja alzada, a veces precedida por un antepatio, un recibimiento, una habitación central que daba a un número más o menos importante de otras habitaciones, una cocina exterior y una escalera que permitía llegar a la terraza. A decir verdad, es casi imposible encontrar dos casos idénticos. Esos elementos clásicos se combinan de las maneras más variadas.





El barrio de los obreros, un pueblo dentro de la ciudad, se presentaba como un conjunto de callejuelas paralelas, que se cortaban en ángulo recto. El artesano guardaba sus herramientas en la entrada de la casa. Venía después un cuarto de estar, una cocina y una o varias habitaciones. Cada familia poseía su capilla, donde se celebraban banquetes sagrados y se veneraban a dioses como Amón, Isis, Bes o Tueris.
El estudio de Aketatón pone de relieve la gran coherencia de la sociedad egipcia, donde no se rompieron nunca los lazos entre la población de la ciudad y la población campesina. La ciudad, aun siendo la capital, no es un monstruo frío aislado de la naturaleza, sino una serie de pueblos unidos unos a otros. Imposible, por consiguiente, favorecer la aparición de ghettos o de un proletariado urbano, puesto que ricos y pobres viven entremezclados. El faraón y la familia real ocupan un lugar aparte.
Su función exige que permanezcan aislados, en el centro de un conjunto de monumentos sagrados.

AKETATÓN, CIUDAD DE ATÓN

Atón está representado por un disco solar del que salen rayos que terminan en manos, algunas de las cuales ofrecen la «llave de vida». En el borde inferior del disco, un uraeus, cobra erguida que lleva en el cuello una llave de vida. La asimilación de los rayos solares con los brazos de la divinidad es una concepción simbólica muy antigua. Su representación existe ya en una estela de Gizeh que data de la época de Amenofis II.
El círculo del sol es análogo al del mundo, que está regido por la ley de la serpiente, de las metamorfosis incesantes. Las manos del sol ofrecen vida y felicidad, revelan las fuerzas divinas que, cotidianamente, aseguran la buena marcha del cosmos.







“Respiro el dulce aliento que sale de tu boca”, declara Akenatón.
Veo tu belleza cada día,
mi deseo es oír tu dulce voz,
semejante al viento del norte,
sentir mis miembros vigorizados por la vida,
gracias a ti.
Dame tus manos,
que guardan tu espíritu
para que pueda recibirlo,
vivir gracias a él.
Pronuncia mi nombre en la eternidad,
y no perecerá jamás.
(Trad. de Gardiner)

El rey dirige a su dios una verdadera declaración de amor.
Atón es a la vez emisor y receptor. Emisor, porque es manantial del universo; receptor, porque toma la forma del sol, que la acción del rey hace salir al amanecer.
Con demasiada frecuencia, se ha confundido al dios Atón con el disco solar. En realidad, se trata sólo de su forma favorita. Aunque se expresa muchas veces a través del sol, Atón no es solamente un astro. Fuerza vital por excelencia, energía que hace crecer toda cosa, Atón adopta exclusivamente el «canal» del sol para manifestarse con el máximo de esplendor.
Hay que decir que el globo solar no era para los egipcios una potencia anónima. Se trataba de un verdadero rostro de Dios, al que se dedicaban vivas alabanzas.
Por lo tanto, hay que insistir en que la religión amarniana no es una adoración ingenua del astro del día. De hecho, Atón no se expresa en el disco solar, sino en el globo del ojo del sol.
Esta indicación abre amplias perspectivas. En efecto, el ojo del sol constituye uno de los temas capitales del pensamiento egipcio. En el ojo sagrado se encuentran la medida de todas las cosas y el secreto de todas las construcciones vivientes. Al tomar la forma del ojo del sol, Atón indica que tiene en su poder la clave de la armonía universal y que el hombre, para percibir su sabiduría, debe abrir su ojo interior.
Atón es el motor del mundo y lo recrea en cada instante. Rige el destino de los seres y de las cosas. Por la mañana, los hombres contemplan el esplendor de un mundo renovado cuando Atón surge en el horizonte; al atardecer, sufren la prueba de una muerte pasajera cuando Atón desaparece en el occidente. Atón es un rey que dirige los destinos del universo.
Atón es vida que da la vida. Señor del cielo y de la tierra, reside en su templo de la piedra levantada, en el interior de su ciudad, capital de Egipto.
Su mensaje no se halla fijado en una doctrina. La omnipotencia de la luz no puede ser encerrada en un dogma.
Habiendo creado el cielo lejano, Atón se alza en él y, desde las alturas de la región de luz, contempla su creación. Millones de vidas están presentes en él y las concede por intermedio de sus rayos. Su luz penetra en los corazones, donde se transforma en la fuerza creadora por excelencia, el amor.
Conocemos la enseñanza de Atón gracias a un cierto número de textos, cuyo redactor fue muy probablemente el propio Akenatón, Dos textos merecen ser traducidos aquí en su integridad, el «pequeño himno a Atón» y el «gran himno». Su lectura resulta indispensable para conocer la religión atoniana en su misma fuente.

El «pequeño himno» a Atón





Se ha encontrado este texto grabado en cinco tumbas de Al- Amarna. En tres ocasiones, es Akenatón quien pronuncia las palabras. En los otros dos casos, se ha autorizado a los dignatarios a expresarse en su nombre.

¡Oh, Atón viviente, señor eterno, eres espléndido cuando
sales! Eres resplandeciente, perfecto, poderoso. Tu amor es
grande, inmenso. Tus rayos iluminan todos los rostros, tu brillantez
da vida a los corazones cuando llenas las Dos Tierras con tu amor
Dios venerable que se ha formado a sí mismo, que crea cada tierra
y lo que en ella se encuentra, todos los hombres, los rebaños y el
ganado, todos los árboles que crecen en el suelo. Viven cuando tú
apareces para ellos. Tú eres el padre y la madre de todo lo que has
creado.
Cuando apareces, los ojos te contemplan, tus rayos iluminan la
tierra entera. Todo corazón te aclama al verte, cuando te manifiestas como su señor Cuando te pones en la región de luz en el
occidente del cielo, se postran como si muriesen, con la cabeza
cubierta, sus narices privadas de aire, hasta que brillas de nuevo
en la región de luz en el oriente del cielo. Sus brazos adoran tu ka,
nutres sus corazones con tu perfección. Se vive cuando tú
resplandeces, todas las comarcas están en fiesta.
Cantantes y músicos gritan de alegría en el patio de la capilla
de la piedra levantada [el benben] y en todos los templos de
Aketatón, el lugar de rectitud en que te regocijas. En sus centros
se ofrecen los alimentos. Tu hijo venerado pronuncia tus plegarias,
oh Atón viviente en sus apariciones. Todos aquellos a los que has
creado saltan de alegría ante ti. Tu venerable hijo exulta, oh Atón
viviente cotidianamente dichoso en el cielo. Tu descendencia es tu
hijo venerado, el único de Ra [el rey]. El hijo de Ra no cesa de
exaltar su perfección, Neferkeperuré, el único de Ra.
Yo soy tu hijo que te sirve, que ensalza tu nombre. Tu poder
y tu fuerza son firmes en mi corazón. Eres el Atón viviente cuyo
símbolo perdura, tú has creado el cielo lejano para brillar en él,
para observar lo que has creado. Eres el Uno en quien se
encuentra un millón de vidas. Para hacerlas vivir, insuflas el aliento
de vida en su nariz. Por la vista de tus rayos, todas las flores
existen. Lo que vive y surge del suelo crece cuando tú brillas.
Abrevados con tu vista, los rebaños triscan, las aves baten
alegremente las alas en el nido. Las disponen para orar al viviente
Atón, su creador

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