dissabte, 7 de maig del 2011

EL FINAL DE "LOS HIJOS DE LA TIERRA" DE JEAN MARIE AUEL.


"LOS HIJOS DE LA TIERRA® es un relato apasionante. La vida y las peripecias de Ayla, su protagonista, nos llevan por el territorio europeo y nos muestran, en el tiempo de su vida, la de todas aquellas personas a lo largo de los milenios paleolíticos, la misma vida que los prehistoriadores hemos descubierto a lo largo de un siglo de investigación arqueológica".
José Antonio Lasheras (Director Museo de Altamira)

"Jean M. Auel, la gran divulgadora del mundo de la Prehistoria, nos acerca a los orígenes de nuestra mente creativa".
Marcos García Diez (Coordinador de Cuevas Prehistóricas de Cantabria)

"A la intuición genial que demuestra Jean M. Auel le sigue el conocimiento. Con estos ingredientes consigue unos libros magníficos".
Eudald Carbonell (Director del IPHES)

Por último, hay otro genero de novelas que no se si catalogarlas como históricas, más bien diria yo que son prehistóricas (aquí no caben las preshistorias noveladas) cuyo esponente máximo en mi opinón es la serie "Los hijos de la tierra" de Jean M. Auel; esta obra, al margen de la historia de ficción que la sustenta es un tratado de prehistoria, y no solo eso además es un tratado de geografía, por ejemplo , la descripción que hace de como se forman las llanuras de loes a partir de la harina glaciar pede formar parte de un manual geográfico. Además, los científicos Juan Luis Arsuaga e Ignacio Martinez en el libro "La especie elegida", citan a esta autora junto a Joseph-Henry-Honoré Boex que escribia con el seudonimo J. -H. Rosny, por su obra "En busca del fuego" llevada al cine por Jean Jacques Annaud en 1982. Ya se sabe que cuando alguien te cita en un libro aunque sea para rebatirte algunas cosas, te conviertes en un clásico.”
Jesus Vicente
Desde luego que es "prehistoria novelada". Jamás he visto un soporte antropológico y peleontológico más perfecto para sustentar una historia de ficción con un respeto total al entorno prehistórico.  Sigo de cerca las novedades de Los Hijos de la Tierra y hay cosas muy curiosas. 
Los hallazgos le están dando la razón a Jean Ahuel. Por ejemplo, hasta no hace nada se decía que no había habido jamás mezcla de sexos entre nehandertales y sapiens. 
Hace unos meses hubo varios artículos en El País, acreditando lo contrario. 
Rafel Gómez Diaz





Hace apenas unos días he acabado de leer el último libro -La tierra de las cuevas pintadas- de la saga "Los hijos de la tierra" de Jean Marie Auel que empezé hace unos 30 años (!).  A lo largo de todo éste tiempo, siempre he creído que los libros de Auel han hecho más por el conocimiento popular de la prehistoria que muchos de los tratados de los más renombrados especialistas. Y por ello, no es extraño que muchos de esos especialistas directa, o indirectamente, recomienden la lectura de esos libros, como una excelente introducción al mundo de los últimos Neandertal y de los primeros Cromañón de hace entre 30.000 y 20.000 años.



Hay que tener en cuenta que la Saga es tan sólo una novela de ambientación en la prehistória, la autora siempre ha insistido en que se trata de una ficción prehistórica, apabullantemente bien documentada, es cierto, pero sin otra pretensión que la de ser una narración fabulada para entretener y también, en la medida de las posibilidades de la autora, mostrar e interesar a los lectores en aquella lejana época.
Según recuerdo -y en mi opinión-, la Saga arranca poderosa con la primera novela: El Clan del Oso Cavernario, para mi gusto, una auténtica obra maestra, quizás, uno de los libros que más me ha enganchado de todos los que he leído a lo largo de mi vida y han sido unos cuantos... Decae algo en el segundo -El valle de los caballos-, vuelve a ganar interés en la tercera entrega -Los cazadores de mamuts-, se mantiene la alternancia algo reiterativa, con capítulos excepcionales y otros más anodinos, en la cuarta y quinta entregas, para alcanzar un nuevo clímax en la recien publicada que esperemos no sea la última, dado que muchos de los temas quedan abiertos y sin solución, a pesar de que la editorial y la misma autora afirman que ha llegado el momento de jubilar a Ayla.



Buena parte del éxito de Jean Marie Auel se debe al personaje central de Saga, una auténtica heroina dentro de la historia, pero tambien fuera de ella, dado que en todo el mundo millones de personas hemos aprendido a querer a esa criatura fruto de la imaginación de una persona, pero convertida en un arquetipo de lo que muchos quisieramos ser. Hoy cientos, miles, de niñas en todo el mundo llevan el nombre de Ayla como muestra inequívoca de que muchas madres y/o padres han sentido una profunda y sincera admiración por la protagonista de esas novelas,
Evidentemente no existe una imagen de Ayla. En las Llanuras de tránsito se deja entrever un cierto parecido con la pequeña estatuilla conocida como la Venus de Brassempouy:


Pero sin lugar a dudas, para los seguidores de la Saga, la imagen de Ayla se debe principalmente a una película hollywoodiense de la década de los 80 que con el título de la primera novela "El Clan del Oso Cavernario", rodó con buena fe y poca fortuna Michael Chapman y de la que Jean Marie Auel, quedó bastante frustrada. Aquella Ayla, interpretada por Daryl Hannah ha quedado en mi retina para siempre:


Aunque ésta sea la imagen promocional de la película y nos muestra a una Ayla muy fashion lo cierto es que llegó -en mi caso- a asociarse con la protagonista de la saga:




Tambien una jóven Ayla, interpretada por Pamela Reed :


consiguió ser bastante convincente.
Sin duda, otro de los personajes cautivadores de ésta primera entrega es Creb, el Mogur, el Hombre de Conocimiento - el Chamán- del Clan de los Neandertal, que también fué bastante conseguido en la película:


podéis ver la película aquí:




Biografía:


Nacida Jean Marie Untiel el 18 de febrero de 1936 en Chicago, Illinois, Estados Unidos. De ascendencia finlandesa, es la segunda de los cinco hijos de Neil Solomon Untinen, un pintor de casas, y Martha Wirtanen.




El 19 de marzo de 1954, a los 18 años, Jean M. se casó con Ray Bernard Auel. Para cuando cumplió los 25 años ya había tenido cinco hijos: RaeAnn, Karen, Lenore, Kendall y Marshall. La familia reside en Portland, Oregón.



En 1964, se unió a la organización Mensa. Trabajando para pagarse los estudios, asistió a la Portland State University y a la University of Portland. También recibió títulos honorarios de la University of Maine y del Mt. Vernon College. Obtuvo su MBA en 1976 a la edad de 40 años.



Tras finalizar su etapa universitaria, en 1977, comenzó sus investigaciones para escribir un libro ambientado en la Edad de Hielo. Además de pasar muchas horas en la biblioteca estudiando, tomó parte de cursos de supervivencia para aprender cómo construir un refugio de hielo y vivir la experiencia de habitar en uno de aquellos. Aprendió también los métodos primitivos de hacer fuego, curtir el cuero y tallar piedra para hacer herramientas.



Finalmente decidió que en vez de un libro escribiría una saga. Se dice que toda la obra fue redactada en su argumento en poco más de cuatro meses. El primero de los libros, El clan del oso cavernario, publicado en 1980, fue un auténtico éxito. “Al ambientar mi relato en la edad de hielo", continúa la novelista, "quise mostrar que aquella gente estaba más cerca de nosotros de lo que creemos. Básicamente somos cromañones". Para Auel, la prehistoria no fue en absoluto la época "de colmillo y garra sanguinarios", de crueldad y salvajismo, que a menudo se imagina. "La gente cuidaba de sus semejantes; ahí está el caso del neandertal tullido de Shanidar, que no podría haber sobrevivido sin protección y en el que me inspiré para Creb, el Mog-ur, el chamán del clan; la gente tenía religión, arte, una intensa vida social"
El libro tenía como protagonista a Ayla, una niña Cromañón que queda huérfana tras un terremoto y es recogida por un grupo de hombres de Neanderthal. Cada uno sus siguientes libros fue creado como una secuela del precedente; sin embargo, aunque la acción continúa inmediatamente de un libro en el siguiente, el tiempo de publicación entre los distintos volúmenes ha demorado hasta 12 años.
La saga se compone de seis libros: El clan del oso cavernario, El valle de los caballos, Los cazadores de mamuts, Las llanuras del tránsito, Los refugios de piedra y La tierra de las cuevas pintadas.





A dia de hoy, se dice que la saga ha vendido unos 50.000.000 de ejemplares en todo el mundo. Para el último, La tierra de las cuevas pintadas, la autora ha estado documentándose en las cuevas cántabras de Altamira, en el yacimiento de Abric Romaní (Barcelona), en Ekain (Deva (Guipúzcoa)) y en Atapuerca. Para documentarse sobre los últimos neandertales que habitaron la península Ibérica hasta su extinción, hace 25.000 años, ha visitado yacimientos prehistóricos y diversas cuevas en Málaga, Gibraltar, Ceuta, Portugal y Asturias. El sexto y último volumen de la serie se publicó en marzo de 2011.



“Es una mujer rolliza, con unos hermosos ojos azules de mirada perturbadoramente inteligente –no en balde, su coeficiente intelectual la coloca en la categoría de los superdotados– que te escrutan tras las gafas con la minuciosidad de un escáner, aunque con muchísima más calidez”.
“Auel es una verdadera matriarca y una figura totémica a cuyo alrededor se agrupa su numerosa familia en una estructura tan sólida (y compleja) como los clanes de los cromañones de sus novelas. Cuando uno la ve hablando apasionadamente de hijos (5), yernos, nueras, nietos (15) y bisnietos (5) –con cuyas identidades desde fuera y con jet lag es difícil aclararse–, entiende el que sus personajes prehistóricos parezcan vivir inmersos en prolijas y a menudo desconcertantes relaciones de parentesco”.
En un prodigio de pragmatismo, Auel ha experimentado a conciencia la vida prehistórica. Ha visitado los yacimientos. Y ha tomado clases de supervivencia en la naturaleza. Sabe encender fuego sin cerillas, desollar a cualquier mamífero y blanquear la piel de ciervo con orina agria, que es todo un arte. "He asistido a clases muy entretenidas en el monte Hood, incluso aprendí a construir un refugio con nieve. Me encanta aplicar esos conocimientos a mis novelas, en la última uso las propiedades de la piel del glotón, el mustélido que llamamos wolverine. Es mi lado aventurero y silvestre, en el fondo soy hija de granjeros. Oregón es muy instructivo: la naturaleza aquí puede ser brutal, como en la edad del hielo".
Auel no deja nunca de investigar y está continuamente en contacto con los especialistas. Sus novelas tocan con mucha habilidad temas que son objeto de debate científico. Por ejemplo, Durc, el hijo perdido –en la sexta novela tampoco lo encuentra– de Ayla y de Broud, el hombre del clan que la violó, es mezcla de neandertal y cromañón: la novelista planteó en 1980 el asunto de la hibridación, que sigue candente. "Creo que sí hubo entrecruzamiento. Probablemente se produjo de las dos maneras, pacífica y violenta, aunque la mayor parte del tiempo de forma pacífica. La gente en general es decente, y los hombres no violan sistemáticamente a las mujeres. No tiene por qué haber sido de otra manera en el pasado"



Después del éxito de ventas de su primer libro, Auel tuvo la oportunidad de realizar distintos viajes a los sitios prehistóricos sobre los cuales había escrito y encontrarse con aquellos expertos cuyos libros le sirvieron de documentación. Sus investigaciones la han llevado por gran parte de Europa, desde Francia hasta Ucrania.
La crítica ha llegado a calificar como “un pequeño milagro” su trabajo para describir detalladamente una sociedad de la Edad de Hielo, incluyendo temas tales como la interacción con el medio ambiente, las relaciones humanas, los ritos religiosos y el comercio. Un mensaje común a todos sus libros es no dar las cosas por sentado, como por ejemplo los abundantes pero limitados recursos de la Tierra. Sobre todo, refuerza el hecho de que la gente que vivió hace 20.000 años era tan inteligente y creativa, y tan humana como cualquier persona actual.
Se ha dicho que las novelas de Jean Auel son feministas. Ayla, una mujer, difunde conocimientos e innova en todos los campos: medicina, domesticación –lo del lobo no es para nada disparatado: hay evidencias recientes de que se le domesticó mucho antes del neolítico y de que la gente echara raíces–, tecnología, contracepción, armamento, tintorería y hasta sexo oral; en la nueva novela parece incluso idear la semiótica (aunque, claro, no sabe para qué sirve). "Todo el mundo me merece respeto, las mujeres y también los hombres. Pero, sí, soy feminista. ¿Cómo no iba a serlo? He luchado mucho en mi vida personal para demostrar que la eficacia laboral depende de la cualificación y no del género".


Muchos descubrimientos arqueológicos recientes han transformado en inexactos algunos detalles de los libros y otros son, por supuesto, pura ficción (p.e.: la domesticación de los caballos ocurrió mucho más tarde en la historia de la humanidad).
Recientes estudios genéticos darían verosimilitud a la novela de la escritora, al indicar que el hombre moderno y los neandertales compartirían un 4% del genoma; a pesar de que las evidencias fósiles son escasas, supone la existencia de al menos algunos episodios de entrecruzamiento entre homínidos del Pleistoceno.

La saga de los Hijos de la Tierra

Traducida a 14 idiomas de todo el mundo, iremos presentando algunas de las portadas.
Por cierto que los 5 primeros libros podéis bajaroslo aquí:



El Clan del Oso Cavernario





Un terremoto sacude el suelo bajo los pies de Ayla, una niña Cromañón de cinco años que, al recuperarse del susto, descubre que la tierra se ha tragado el campamento donde vivía. Sola en el mundo, tan pequeña e indefensa, vaga sin rumbo hasta que es herida por un león cavernario.
El terremoto también ha afectado a otros habitantes de la zona, entre ellos al Clan del Oso Cavernario, formado por hombres de Neanderthal, que tienen que abandonar la cueva en la que habitaban creyéndola maldita por sus espíritus protectores. En su camino descubren a Ayla inconsciente y febril debido a las heridas provocadas por el león cavernario. Iza, la curandera del Clan, la ayudará a sobrevivir, y Creb, el Mog-ur (chamán), creerá ver en la niña la marca de uno de los espíritus tótem más poderosos.
La aceptación de Ayla por parte del Clan es sumamente difícil ya que la niña pertenece a quienes ellos llaman "los otros". Ayla rompe muchas tradiciones aunque nunca llega a modificar las costumbres del Clan, donde el rol de las mujeres es nulo. Ayla es distinta y no acepta las normas establecidas. Por otra parte, ella puede hablar y los miembros del Clan se comunican mediante señas (en el momento de ser escrito este libro, las teorías más difundidas consideraban que los hombres de Neandertal no tenían la capacidad de hablar).
La inteligencia de Ayla supera la de los miembros del clan y demuestra tener una gran capacidad de aprendizaje; apenas le enseñan a contar y pronto demuestra una noción superior de las matemáticas. Lo mismo ocurre con el uso de armas y otras actividades. En contraste, Ayla no posee la "memoria del clan", por lo que aunque aprende rápidamente, le resulta imposible hacer cosas que no le hayan enseñado previamente, mientras que sus compañeros del clan "instintivamente" las conocen.
El libro plantea también otras muchas teorías sobre sus pronunciadas cabezas, tradiciones, métodos de caza, recolecta, cómo pasar los inviernos, etc. Aparte de ser una apasionada aventura en la época prehistórica, es también muy formativo, y revela la gran capacidad y documentación de la escritora. Además de la apasionante lucha por la superviviencia y por la aceptación de roles en el grupo por parte de Ayla, la protagonista, con la cual nos sentiremos identificados, también hará disfrutar al lector con los estatus del clan, su organización, sus cacerías y el momento cumbre del libro: la caza del mamut y la reunión de clanes. Además de los grandes conocimientos sobre el hombre de Neandertal, que en la mayoría de los casos eran hipótesis algunas de las cuales fueron más tarde verificadas, nos introduce a temas tan sugerentes como la posible espiritualidad, vinculada al chamanismo y al totemismo, con toda probabilidad las primeras manifestaciones del espíritu humano.

El valle de los caballos




Tras haber sido expulsada del Clan, Ayla encuentra una cueva para refugiarse y decide pasar un tiempo allí tras no haber encontrado a ningún grupo de Los Otros, a los que pertenece. En esta cueva vive más de dos años en los que, entre otras cosas, decide quedarse con la cría de una yegua que cazó. La llama Whinney (onomatopeya de un relincho en el idioma original) y aprende a cabalgar en ella. También un pequeño cachorro de León de las Cavernas, al que Ayla cuidará y adoptará hasta su madurez.
Por otra parte, el libro relata el viaje de Jondalar y su hermano Thonolan, hombres de la tribu Zelandonii, que se dirigen hacia la desembocadura del Río de la Gran Madre (Danubio), compartiendo experiencias con otras tribus que conocen a lo largo del camino.
La autora va contando ambas historias en capítulos alternados, hasta que las vidas de Ayla y Jondalar se cruzan. Un león cavernario mata a Thonolan y Ayla encuentra mal herido e inconsciente a Jondalar, a quien lleva a su cueva para curarlo. Él es el primer hombre de Los Otros que Ayla ve después de haber sido adoptada por el Clan.
Tras varios meses de convivencia en la cueva de Ayla aprenden a entenderse, lo cual no resulta fácil, pues los Zelandonii consideran animales al Clan y Jondalar sufre por sus prejuicios al enterarse que Ayla vivió con ellos e incluso tuvo un hijo mestizo. Además, dado que la gente del Clan no habla, al principio Ayla tampoco sabe hacerlo. Luego Jondalar le enseña a hablar, comparten muchos momentos juntos y, finalmente, se enamoran.
Por último, deciden continuar juntos el viaje que habían iniciado Jondalar y su difunto hermano, llevándose con ellos a Whinney y su potrillo, Corredor. Al principio de este viaje se encuentran con una tribu conocida como Los Mamutoi o Los cazadores de mamuts, con los que convivirán durante varias estaciones. En éste segundo libro, se ponen de manifiesto los enormes conocimientos de la autora sobre flora, fauna, de la época post glacial. Introduce además un nuevo método de caza como és el lanzavenablos que probablemente apareciera en una época posterior a la novelada por la autora.


Los Cazadores de Mamuts





El libro comienza cuando los personajes principales, una joven mujer llamada Ayla y un hombre llamado Jondalar, se encuentran con un grupo conocido como los Mamutoi o cazadores de mamuts, con quienes deciden vivir durante varias estaciones.
Los Mamutoi no sólo cazan mamuts para alimentarse, sino también para obtener pieles, marfil y materiales para construcción entre otras cosas. Además, lo que es más importante aún, lo honran y adoran espiritualmente.
Ayla y Jondalar se quedan a vivir en el Campamento del León de los Mamutoi, donde vive un buen número de respetados miembros de ese pueblo. El sabio más grande entre los Mamutoi es Mamut, el chamán más anciano y el líder de todos los Mamuts, quien se convierte en el mentor de Ayla, además de colega en los campos del esoterismo y el pensamiento. Al observar la afinidad de Ayla con los caballos y los lobos (Ayla decide criar a un lobezno al que llama Lobo), Mamut comienza a prepararla para que se convierta en una Mamut.
El libro se centra en la tensión creada por las relaciones entre los personajes para crear una historia, en la cual la incapacidad de Ayla para mentir causada por haber sido criada entre personas esencialmente honestas, lleva a Jondalar, alguien más complicado, obstinado, pasional y con muchos prejuicios contra el Clan, a cometer múltiples errores.
El conflicto fundamental es un triángulo amoroso entre Jondalar, Ayla y Ranec, un miembro único del Campamento del León, ya que su padre realizó un largo viaje hacia el Sur donde conoció a una mujer “tan negra como la noche”, con quien tuvo un hijo mulato.
Jondalar, movido por los celos, decide hacerse a un lado y Ayla piensa que él no la ama. Tanto es así que a punto estuvo de casarse con Ranec, hasta que, en el último momento, varias revelaciones vuelven a reunirla con su verdadero amor, Jondalar, que la recibe con los brazos abiertos.
Al final, Ayla y Jondalar deciden emprender juntos el viaje de regreso hacia la tierra de los Zelandonii, el pueblo de Jondalar.
Como en todos sus libros, la autora, Auel, realiza una exhaustiva y detallada investigación arqueológica. Por ejemplo, las tiendas hechas con huesos de mamut que describe, así como algunas vestimentas, están basadas en hallazgos reales realizados en Ucrania. Auel además, nos muestra diversas poblaciones, modos de vida, costumbres, cocina, técnicas de tallado de herramientas, objetos decorativos y un largo etc.

Las llanuras del tránsito



La novela relata el viaje de un año desde que Ayla y Jondalar abandonan a los Mamutoi y remontan el Río de la Gran Madre (el Danubio) hasta la llegada a las tierras donde habita la tribu de Jondalar. A lo largo del trayecto Ayla va conociendo a distintas tribus de Los Otros -mayoritariamente grupos que Jondalar conoció en su viaje hacia la desembocadura del río- que frecuentemente le temen por su dominio sobre los animales (sobre todo de Lobo), lo que la lleva a pensar que también pueda ocurrir lo mismo con los Zelandonii, el grupo de Jondalar.
La novela tiene episodios en los que ambos personajes pasan por situaciones de mucho peligro, e incluso, en un momento, Lobo mata a una mujer que estaba a punto de asesinar a Ayla. Otro de los avatares del camino es la gran dificultad que ambos personajes encuentran para cruzar un glaciar que, desafortunadamente, no consiguieron atravesar en la época más adecuada. Finalmente, lo cruzan y llegan a "Los refugios de piedra", territorio de los Zelandonii, el pueblo de Jondalar. Aquí, entre otros, se ponen de manifiesto los conocimientos  de la autora en lo referente a la relación de las plantas y medicina, dándonos a entender un conocimiento bastísimo.

Los refugios de piedra






Ayla y Jondalar terminan su viaje de un año a través de Europa en compañía de sus amigos animales Lobo, y los caballos Whinney y Corredor, y son recibidos por los Zelandonii, el pueblo de Jondalar. Ayla se siente fascinada por la gente de la Novena Caverna de los Zelandonii. Y descubre en Zelandoni, la líder espiritual de la Novena Caverna, a una compañera con poderes curativos con quien compartir sus conocimientos y habilidades.
Pero en tanto que Ayla y Jondalar se preparan para convertirse formalmente en pareja durante la Reunión de Verano, se presentan dificultades. No todos los zelandonii los reciben con agrado. Algunos temen la influencia de Ayla y detestan su relación con aquellos a quienes llaman cabezas chatas y ella llama Clan (los Neanderthal), con los que se crió. Otros incluso se oponen a que forme pareja con Jondalar, hijo de la ex jefa de la tribu, y hacen evidente su disgusto. Ayla tiene que recurrir a todas sus habilidades, inteligencia, conocimientos e instintos para poder hallar el camino en esta complicada sociedad.
A pesar de todo, finalmente se casa con Jondalar y da a luz a la hija de ambos, Jonayla. Sin embargo, aún debe decidir si está dispuesta a desempeñar un papel significativo en el destino de los Zelandonii. Los que conocemos la región francesa del Perigord, la encontramos perfectamente descrita, así como lo que pudiera ser la vida cotidiana y festividades, algunos rituales, de aquellos primeros pobladores europeos.

La tierra de las cuevas pintadas







La trama de la novela continua la historia de Ayla, la joven Cromañón criada con los Neandertales protagonista de la saga. Ayla se ha integrado totalmente en la novena caverna de los zelandonii, el pueblo de su compañero Jondalar, a pesar de sus peculiaridades y excentricidades. Ayla por fin se ha decidido a ser adiestrada como acólita de la Primera que Sirve a la Madre para convertirse en Zelandoni (hechicera). Compatibiliza su periodo de iniciación y aprendizaje gracias a la ayuda que le presta Jondalar y su familia al cuidado de su pequeña hija, Jonayla. Toda la tribu ha integrado el uso de las innovaciones que Ayla y Jondalar trajeron de su largo viaje, como el lanzavenablos y las piedras del fuego, incluso se han acostumbrado a su manejo de los caballos y a la compañía de su lobo, y también aprecian a Ayla por sus excepcionales aptitudes como curandera, para la caza y la confección de preciados utensilios.
Su adiestramiento como Zelandoni requiere mucho esfuerzo y tiempo. Ayla tiene que aprender durante cuatro años todas las leyendas, rituales y demás conocimientos de la Zelandonia, lo que le impide estar tanto tiempo junto a su hija y su compañero como querría. Como parte de su formación la Primera la guiará por su gira de la Donier, consistente en un viaje por todo el territorio de los zelandonii visitando las cuevas sagradas cuyas paredes están recubiertas de toda clase de pinturas. En su etapa más larga, para visitar la cueva más sagrada Ayla atrapa a unos malechores que robaban y atacaban a la gente de la región y los entrega a la Zelandonia del sur para que hagan justicia.
A su regreso Ayla realizar su último periodo de adiestramiento, el estudio astrológico. Tiene que permanecer durante un año entero observando la salida y puesta del sol y la luna para aprender a predecir el cambio de estaciones. Esto será una dura prueba porque la mantendrá alejada de su familia mucho tiempo y la mantiene alejada de la reunión de verano de ese año. Concluido este periodo Ayla recibe su llamada para entrar a formar parte de la Zelandonia en forma de visión en la que se le revela un último verso del Canto de la Madre.
Ayla acude a la reunión de verano deseosa de ver a su familia y contarle a la Primera su revelación. Tras la aceptación de Ayla de Ayla como miembro definitivo de la Zelandonia la primera decide revelar a todos el nuevo verso. Esto será una revolución para todos ya que el verso revela que los hombres también participan en la concepción de los hijos. Además Ayla recibirá varias sorpresas a su llegada, la primera muy agradable porque Danug y Druwez, dos de los niños de su campamento de los Mamutoi, que convertidos en hombres han viajado para verla y traerle noticias de los suyos. Pero la otra sorpresa la causará gran sufrimiento: sorprende a Jondalar y Marona compartiendo placeres. El descubrimiento de que durante sus ausencias Jondalar ha sido seducido por Marona causa una grave crisis en la pareja, y el intento de revancha de Ayla al dejase poseer por Laramar en la fiesta de los placeres de la Madre desata los celos de Jondalar y que golpee brutalmente al desagradable Laramar. Por ello Laramar decide dejar la novena caverna y Jondalar será condenado a cuidar de los niños de su hogar, aunque ya lo venían haciendo la pareja en gran medida.
Poco después Ayla incitada por la Primera vuelve a experimentar con las raíces mágicas del Clan y vuelve a estar al borde de la muerte. Tras la traumática experiencia la pareja se reconcilia y encaran a su futuro con la esperanza de tener más hijos juntos. Como en las demás novelas de la saga, Auel nos hace una precisa descripción de algunas de las más renombradas cavernas con arte rupestre de Francia. Me ha  parecido especialmente interesante, la descripción de la forma de organización social de los zelandonii, se trata de un matriarcado perfectamente argumentado por la autora. Nuevamente, nos sorprenden gratamente los conocimientos y capacidad de la autora para plantear y dar imaginativa respuesta a las principales dudas e incógnitas de los especialistas, por ejemplo la relación entre el sonido y las pinturas, porque se utilizan unas paredes y no otras, o todas, el papel de esas cuevas como santuarios espirituales –lugares de poder-, así como la instrucción de las mujeres/hombres de conocimiento en aquellas sociedades.


Uno de los aspectos en que más ha insistido Jean Marie Auel en sus  dos últimos libros es en el "Canto de la Madre" , una especie de mito de la creación, ideado por la autora pero que guarda muchas relaciones con otros cantos o mitos originales de muchos de los pueblos ancestrales del mundo. Como homenaje a la autora me gustaría reproducirlo completo, es decir, tal como Ayla lo recita al final del último de los seis libros.




El Canto de la Madre. 

En el caos del tiempo, en la oscuridad tenebrosa, 
El torbellino dio a luz a la Madre gloriosa. 
Despertó ya consciente del gran valor de la vida, 
El oscuro vacío era para la Gran Madre una herida. 
La Madre sola se sentía. A nadie tenía. 

Al otro creó del polvo que al nacer traía consigo, 
Un hermano, compañero, pálido y resplandeciente amigo. 
Juntos crecieron, aprendieron qué era amor y consideración, 
Y cuando Ella estuvo a punto, decidieron confirmar su unión. 
Él la rondó expectante. Su pálido y luminoso amante. 

En un principio su otra mitad la colmó de ventura; 
Mas con el tiempo que sintió inquieta, su alma insegura. 
Amaba a su blanco amigo, su complemento adorado, 
Pero algo le faltaba, parte de su amor veía desaprovechado. 
La Madre era. De algo estaba en espera. 

Desafió al caos, a las tinieblas, al gran vacío, 
Para hallar la chispa dadora de vida en un confín sombrío. 
La oscuridad era absoluta; el torbellino, aterrador. 
El caos se helaba, y acudió a Ella en busca de calor. 
La Madre era valerosa. Su misión, azarosa. 




Extrajo del frío caos la fuente germinal, 
Y tras concebir, huyó con la fuerza vital. 
Creció junto con la vida que dentro llevaba, 
Y se entregó con amor y orgullo, sin traba. 
Algo al mundo traía. Su vida compartía. 

El oscuro vacío y la Tierra yerma y vasta 
Aguardaron el nacimiento con ánimo entusiasta. 
La vida desgarró su piel, bebió la sangre de sus venas, 
Respiró por sus huesos, y redujo sus rocas a blancas arenas. 
La Madre alumbraba; otro alentaba. 

Al romper aguas, éstas llenaron mares y ríos, 
Anegándolo todo, creando así árboles y plantíos. 
De cada preciosa gota, hojas y tallos brotaron, 
Verdes y exuberantes plantas la Tierra renovaron. 
Sus aguas fluían. Nueva vegetación crecía. 

En violento parto, vomitando fuego a borbotones, 
Dio a luz una nueva vida entre dolorosas contracciones. 
Su sangre seca se tornó en limo ocre, y llegó el radiante hijo. 
El supremo esfuerzo valió la pena, ya todo era gran regocijo. 
El niño resplandecía. La Madre no cabía en sí de alegría. 




Se alzaron montañas, de cuyas crestas brotaban llamas, 
Y Ella a su hijo alimentaba con sus colosales mamas. 
Chispas saltaban al chupar el niño, tal era su anhelo, 
Y la tibia leche de la Madre trazó un camino en el cielo. 
Una vida se iniciaba. A su hijo amamantaba. 

El niño reía y jugaba, y así se desarrollaban su cuerpo y su mente. 
Para gozo de la madre, las tinieblas disipaban su luz refulgente. 
Su mente y su fuerza crecían, recibiendo de Ella cariño, 
Pero pronto aquel niño maduró, pronto dejó de ser niño. 
Atrás quedaba la edad de la inocencia. Quería independencia. 

A la fuente Ella recurrió cuando a una vida dio nacimiento. 
Ahora el vacío y gélido caos atraía al hijo con embaucamiento. 
La Madre daba amor, pero el joven tenía otras ambiciones, 
Buscaba conocimientos, aventuras, viajes, emociones. 
Para Ella el vacío era abominable. A él le parecía deseable. 

Se marchó de su lado cuando la Gran Madre dormía, 
Mientras fuera se arremolinaba la oscuridad vacía. 
Por todos los medios, las tinieblas procuraron al hijo tentar, 
Y él, fascinado por el gran torbellino, se dejó cautivar. 
A su hijo arrebataba. Al joven que tanto brillaba. 




El hijo de la Madre, en un primero momento alborozado, 
Pronto se afligió en aquel vacío glacial y desolado. 
Su incauto vástago, corroído por su conciencia quejosa, 
No pudo escapar a aquella fuerza misteriosa. 
Estaba en un grave aprieto. El caos lo tenía bien sujeto. 

Pero en el preciso instante en que lo engullía la oscuridad, 
La Madre despertó, tendió la mano y lo sostuvo con tenacidad. 
Buscando quien la ayudara a recobrar a su hijo radiante, 
La Madre acudió al pálido y luminoso amigo, antes su amante. 
La Madre lo agarró fuerte. Perderlo habría sido la muerte. 

Ella agradeció su regreso al que fuera su compañero, 
Y el triste suceso le contó en tono pesaroso y lastimero. 
El querido amigo accedió a intervenir en el lance, 
Dispuesto a rescatar a su hijo de tan difícil trance. 
La habló de su honda aflicción, y del turbulento ladrón. 




Al borde del agotamiento, Ella necesitaba una pausa, 
Al luminoso amante dejó luchar por su justa causa. 
Mientras la Madre dormía, él combatía a la fuerza glacial, 
Y momentáneamente la obligó a volver a su estado inicial. 
Tenía alma de paladín. Pero incierto era aún el fin. 

Dándolo todo, su magnífico amigo luchó con bravura, 
El combate era enconado, la contienda penosa y dura. 
Al cerrar su gran ojo, abandonó por un instante la cautela, 
Y la oscuridad robó la luz de su cielo con una triquiñuela. 
Su pálido amigo desfallecía. Su luz se extinguía. 

En la oscuridad absoluta, la Madre despertó con un grito. 
El tenebroso vacío se había propagado por el espacio infinito. 
Ella se sumó a la pugna, organizó con rapidez la defensa, 
Y a su amigo liberó de aquella sombra tétrica y densa. 
Pero su hijo perdió la vista. La noche borró toda pista. 

En las garras del torbellino, el hijo radiante y exaltado 
Dejó de dar calor a la Tierra, el frío caos había triunfado. 
La vida fértil y verde dio paso a la nieve y el hielo, 
Y un cortante viento siguió azotándola cual flagelo. 
La Tierra era un desierto. Las plantas habían muerto. 




La Madre estaba angustiada, exánime, exhausta, 
Pero tendió de nuevo su mano en ocasión tan infausta. 
No podía rendirse, de eso tenía clara conciencia; 
De Ella dependía la luz de su hijo, su supervivencia. 
No cesó de luchar. La luz quería recuperar. 

Y su luminoso amigo no iba ya a ceder más terreno 
Ante el ladrón que mantenía retenido al hijo de su seno. 
Juntos pugnaron por el rescate del hijo que Ella adoraba. 
Sus esfuerzos no fueron en vano, su luz de nuevo alumbraba. 
Recobraba la energía. Su resplandor volvía. 

Pero las inhóspitas tinieblas ansiaban su vivo y radiante calor. 
La madre firme se mantuvo en su defensa y resistió con vigor. 
El torbellino tiró con violencia, negándose a soltar a su presa, 
Y Ella luchó de tú a tú contra la oscuridad arremolinada y aviesa. 
De las tinieblas se protegió. Pero su hijo otra vez se alejó. 

Cuando la Madre combatía el torbellino y el caos hacía huir, 
La luz de su hijo con intensidad veía nuevamente refulgir. 
Cuando Ella flaqueaba, el inhóspito vacío volvía a la carga, 
Y la oscuridad retornaba al final de una jornada ardua y larga. 
De su hijo sentía el calor. Más aún no había encendedor. 


En el corazón de la Madre anidaba una inmensa pena, 
Su hijo y Ella por siempre separados, ésa era la condena. 
Suspiraba por el niño que en otro tiempo fuera su centro, 
Y una vez más recurrió a la fuerza vital que llevaba dentro. 
No podía darse por vencida. Su hijo era su vida. 

Cuando llegó la hora, manaron de Ella las aguas del parto, 
Devolviendo la verde vida a un mundo seco como el esparto. 
Y las lágrimas por su pérdida, profusamente derramadas, 
Tornáronse arco iris y gotas de rocío, maravillas inusitadas. 
La Tierra recobró su verde encanto, pero no sin llanto. 

Partió en dos las rocas con un atronador rugido, 
Y en sus profundidades, en el lugar más escondido, 
Nuevamente se abrió la honda y gran cicatriz, 
Y los Hijos de la Tierra surgieron de su matriz. 
La Madre sufría; pero más hijos nacían. 




Todos los hijos eran distintos, unos terrestres y otros voladores, 
Unos grandes y otros pequeños, unos reptantes y otros nadadores. 
Pero cada forma era perfecta, cada espíritu acabado, 
Cada uno era un modelo digno de ser copiado. 
La Madre era afanosa; la Tierra cada vez más populosa. 

Todos: aves, peces y animales, eran su descendencia, 
Y esta vez la Madre nunca habría de padecer su ausencia. 
Cada especie viviría cerca de su lugar originario, 
Y compartiría con los demás aquel vasto escenario. 
Con la Madre permanecerían, de Ella no se alejarían. 




Aunque todos eran sus hijos, y la colmaban de satisfacción, 
consumían la fuerza vital que hacía latir su corazón. 
Pero aún le quedaba suficiente para una génesis postrera, 
Un hijo que supiera y recordara quién la Suma Hacedora era. 
Un hijo que la respetaría, y a protegerla aprendería. 




La Primera Mujer nació ya totalmente desarrollada y viva, 
Y recibió los Dones que necesitaba, ésa era su prerrogativa. 
La Vida era el Primer Don, y como la Madre naciente, 
Al despertar, del gran valor de la vida era ya consciente. 
La Primera en salir de la horma, las demás tendrían su forma. 

Vino luego el Don de la Percepción, del aprendizaje, 
El deseo de saber, el Don del Discernimiento, un amplio bagaje. 
La Primera Mujer llevaba el conocimiento en su interior, 
que la ayudaría a vivir y transmitiría a su sucesor. 
Sabría la Primera Mujer, cómo aprender, cómo crecer. 

Con la fuerza vital casi extinta, la Madre se consumía, 
Transmitir el Espíritu de la Vida, sólo eso pretendía. 
A sus hijos confirió la facultad de crear una nueva vida, 
Y también la Mujer con esa posibilidad fue bendecida. 
Pero la Mujer sola se sentía; a nadie tenía. 

La Madre recordó la experiencia de su propia soledad, 
El amor de su amigo y su caricia llena de inseguridad. 
Con la última chispa que le quedaba, el parto empezó, 
Para compartir la vida con la Mujer, al Primer Hombre creó. 
De nuevo alumbraba; otro más alentaba. 




A la Mujer y al Hombre había deseado engendrar, 
Y el mundo entero les obsequió a modo de hogar, 
Tanto el mar como la tierra, toda su Creación. 
Explotar los recursos con prudencia era su obligación. 
De su hogar debían hacer uso, sin caer en el abuso. 

A los Hijos de la Tierra la Madre concedió 
Los Dones precisos para sobrevivir, y luego decidió 
Otorgarles la alegría de compartir y el Don del Placer, 
Por el cual se honra a la Madre con el goce de yacer. 
Los Dones aprendidos estarán, cuando a la Madre honrarán. 

La Madre quedó satisfecha de la pareja que había creado. 
Les enseñó a amarse y respetarse en el hogar formado, 
Y a desear y buscar siempre su mutua compañía, 
Sin olvidar que el Don del Placer de la Madre provenía. 
Antes de su último estertor, sus hijos conocían ya el amor. 




Anunciar que el hombre participa, ese fue su último don:
Para iniciarse la nueva vida, él debe hallar satisfacción.
La Madre se siente honrada cuando a la pareja ve yacer,
Porque la mujer concibe cuando ambos comparten el placer.
Tras a los hijos su bendición dar, la Madre pudo reposar. 


Para acabar me gustaría ofreeros la película "La Caverna de los sueños olvidados"  sobre la cueva de Chauvet que en el libro aparece como el lugar más antiguo de la Madre Tierra, que encontraréis en el libro "la Tierra de las Cavernas pintadas", a partir del cap.27.


Bueno, pues como siempre espero que os haya sido interesante.