dijous, 4 de febrer del 2016

DESVELANDO A AKHENATON 2

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El «gran himno» a Atón





Fue grabado en la tumba del confidente del rey, Ay. Para facilitar su lectura, he intercalado títulos que precisan el tema principal abordado en el pasaje.

EL ACTO DE ADORACIÓN

Adoración de Ra-Horajti que se regocija en la región de luz
en su nombre de Chu que es Atón, eternamente viviente; el gran
Atón viviente que está enfiesta de regeneración, el señor de todo
lo que el disco rodea, señor del cielo, señor de la tierra, señor de la
morada de Atón en Aketatón; [adoración del] rey del Alto y el Bajo
Egipto, que vive de Maat, el señor de las Dos Tierras,
Neferkeperuré, el único de Ra, el hijo de Ra que vive de Maat, el
amo de las coronas, Akenatón, de gran duración de vida, y su gran
reina amada, la Dama de las Dos Tierras, Nefer-Neferu-Atón
Nefertiti, que viva para siempre, en salud y en juventud:
El visir, el portaabanico a la derecha del rey, Ay, dice:

NACIMIENTO E IRRADIACIÓN DEL PRINCIPIO SOLAR

Tú apareces en la perfección de tu belleza,
en el horizonte del cielo,
disco viviente,
creador de Vida;
sales en el horizonte de oriente,
llenas cada región con tu perfección.
Eres bello, grande, brillante,
elevado por encima de todo el universo,
tus rayos rodean las regiones
hasta el límite de todo lo que creas.
Tú eres el principio solar [Ra],
riges los países hasta sus extremos,
los sujetas para tu hijo, al que amas.

LA AUSENCIA DEL PRINCIPIO SOLAR ES SEMEJANTE A LA MUERTE

Te alejas,
y, sin embargo, tus rayos tocan la tierra:
Estás delante de nuestros ojos,
y tu camino sigue siendo desconocido
te pones en el horizonte occidental,
el universo queda en tinieblas, como muerto.
Los hombres duermen en sus habitaciones,
con la cabeza envuelta;
nadie reconoce a su hermano.
Si les arrebatan sus bienes de debajo de la cabeza,
ni siquiera se dan cuenta.
Todos los leones salen de sus cubiles,
todos los reptiles muerden.
El mundo yace en el silencio,
es la más profunda de las tinieblas,
su Creador descansa en el horizonte.

EL RETORNO DEL SOL ES UNA FIESTA DEL ESPIRITU, DEL CORAZÓN CUERPO. EL UNIVERSO ENTERO CONOCE LA ALEGRÍA DIVINA

Tú [Atón] sales al amanecer, en el horizonte,
resplandeces, disco solar, en el día,
disipas las tinieblas,
difundes tus rayos.
El doble país está en fiesta,
los hombres se despiertan,
se mantienen erguidos sobre sus pies.
Eres tú quien les hace levantarse.
Con su cuerpo que se ha vuelto puro, se visten.
Sus brazos hacen gestos de adoración ante tu orto.
El universo entero se pone al trabajo,
cada rebaño está satisfecho de su pasto,
árboles y hierbas reverdecen,
las aves, volando fuera de sus nidos con las alas desplegadas,
hacen los actos de adoración a tu Potencia vital
Todos los animales brincan sobre sus patas,
todos los que vuelan, todos los que se posan,
viven cuando tú sales.
Las barcas izan las velas,
remontando descendiendo la corriente.
Cada día está abierto,
tú apareces.
En el río, los peces saltan
hacia tu rostro.
Tus rayos penetran en el corazón de la Muy Verde [el mar].

EL PRINCIPIO SOLAR SE HALLA EN EL ORIGEN DE LA VIDA Y LA HACE CRECER EN TODAS SUS MANIFESTACIONES





Tú haces que el embrión nazca en las mujeres,
tú produces la semilla en el hombre,
das vida al hijo en el seno materno,
le pones en paz,
con lo que detiene las lágrimas.
Tú eres la nodriza
del que se alberga todavía en el seno,
insuflas constantemente el aliento
para dar vida a toda criatura.
En el momento en que la criatura sale de la matriz para
respirar,
abres su boca completamente,
le ofreces lo que le es necesario.
El pajarilla está en su huevo,
pía dentro de su cáscara.
Tú le insuflas el aliento en el interior,
le das vida.
Has ordenado para él
un tiempo de gestación medido con rigor,
haciéndole completo.
Rompe su cáscara desde el interior,
sale del huevo, pía
en el instante fijado,
sale y anda sobre sus patas.

EL PRINCIPIO SOLAR ES UNO Y MÚLTIPLE

¡Qué numerosos son los elementos de tu creación,
ocultos a nuestros ojos,
Dios único sin igual!
Tú creas en universo según tu Corazón-conciencia,
siendo así que estabas solo.

EL PRINCIPIO SOLAR CREA DIFERENCIAS ENTRE LAS RAZAS, PERO REPARTE SUS BENEFICIOS SIN DISCRIMINACION

Hombres, rebaños, animales salvajes,
todo lo que vive sobre la tierra,
desplazándose sobre sus pies,
todo lo que está en las alturas
y vuela, con las alas desplegadas,
los países de Siria y de Nubia,
el país de Egipto,
tú sitúas cada hombre en su función,
le otorgas lo que le conviene.
Las lenguas son múltiples,
en su manera de expresarse,
sus caracteres son diferentes,
el color de la piel es distinto,
has diferenciado los pueblos extranjeros.
Tú creas un Nilo en el mundo inferior,
lo haces surgir según tu conciencia
para dar vida a los hombres de Egipto,
según la manera en que lo has hecho para ti mismo.
Tú eres su Dueño,
te preocupas de ellos,
señor de todas las regiones,
sales para ellas.
Disco del día, grande en dignidad,
das la vida a todo país extranjero, incluso alejado
Sitúas un Nilo en el cielo,
que desciende para ellos,
da formas a las corrientes de agua
para regar sus campos y sus ciudades.
¡Cuán excelentes son tus designios,
oh, Señor de eternidad!
El Nilo en el cielo
es un don tuyo a los extranjeros,
a todo animal del desierto que anda sobre sus patas;
para la tierra amada [Egipto],
el Nilo viene del mundo inferior.

EL PRINCIPIO SOLAR RIGE LA ARMONÍA DEL MUNDO. CREA TODO CUANTO EXISTE, PERO PERMANECE EN LA UNIDAD




Tus rayos amamantan todos los campos,
sales, viven, crecen en ti.
Regulas armoniosamente las estaciones,
desarrollas toda tu creación.
El invierno tiene como función dar el frescor;
el calor, la de hacer que los hombres te aprecien.
Creas el cielo a lo lejos,
te alzas en él,
abarcas con la mirada toda tu creación,
permaneces en tu Unidad.
Sales
en tu forma de disco viviente,
que aparece y resplandece,
que está lejano,
que está próximo,
extraes eternamente
miles de formas a partir de ti mismo,
permaneces en tu Unidad.
Ciudades, regiones, campos, caminos, ríos,
todo ojo te ve frente a él.
Tú eres el disco del día
por encima del universo²¹
Te alejas,
ninguno de los seres engendrados por ti existe
salvo para contemplarte únicamente.

EL REY AKENATÓN ES EL ÚNICO QUE CONOCE EL PRINCIPIO CREADOR





Ninguno de aquellos a los que engendras te ve,
resides en mi corazón.
No existe otro que te conozca,
a excepción de tu hijo Akenatón.
Tú le haces conocedor de tus proyectos,
de tu poderío.

SON LOS «MOVIMIENTOS» DEL PRINCIPIO SOLAR LOS QUE DETERMINAN LOS RITMOS DE LA VIDA

El universo viene a la existencia sobre ni mano,
como tú lo creas.
Sales,
y él vive.
Te pones,
y él muere.
Eres la extensión duradera de la vida,
todo vive de ti.
Los ojos permanecen continuamente fijos en tu perfección
hasta que te pones.
Te pones occidente,
y todo trabajo se detiene.

EL REY AKENATÓN Y SU ESPOSA NEFERTITI SON LOS PRIMEROS BENEFICIARIOS DE LA CREACIÓN. POR ESO SON RESPONSABLES DE ELLA

Cuando sales,
haces crecer todas las cosas para el rey;
el movimiento se apodera de todas las piernas,
pones en orden el universo,
lo haces surgir para tu hijo,
nacido de tu Ser,
el rey del Alto el Bajo Egipto,
viviente de la Armonía universal,
el señor del doble país,
hijo de Ra,
viviente de la Armonía universal,
dueño de las coronas,
Akenatón,
que la duración de su vida sea grande...
que su gran esposa a la que ama,
la dama del doble país,
Nefertiti,
viva y rejuvenezca
para siempre, eternamente.

Cuando Atón se eleva en el cielo para iluminar la tierra, sus rayos descienden hacia el rey, su hijo bienamado. Las manos del sol son portadoras de millones de fiestas de regeneración para el faraón, el hijo nacido de la luz.
Atón transmite al rey la duración de su propia vida, es decir, la eternidad de la mañana y la eternidad de la tarde.
Para celebrar esta regeneración, ritmada por un ritual de la mañana y un ritual de la tarde, Akenatón se revestía con la túnica blanca característica, que habían llevado todos los reyes anteriores a él.
La aparición de Atón provoca una alegría que inunda los corazones. La tierra vive una fiesta luminosa. Las aclamaciones brotan de los pechos para reconocer a Atón como rey.
El culto de Atón se nutre de esta alegría, que saluda la belleza de la creación, modelada por lo divino. Akenatón aleja la noche y la muerte. Canta lo que vive, lo que se mueve, todo lo que encarna el dinamismo del ser, ya se trate de comer, de respirar, de jugar o de amar.
Cada mañana supone la espera de un renacimiento, durante el cual se ofrece la vida de nuevo a todas las criaturas. Por la gracia de Atón, nacen la alegría de los hombres, la salud de los cuerpos, la risa de los niños. Por su virtud creadora, se abren las flores y se forman los frutos. Quien glorifica su nombre en la oración se beneficia de sus más dulces ofrendas, el murmullo del viento y del agua. Tan pronto como Atón brilla, el vigor anima a las criaturas, los animales triscan alegremente, las aves vuelan por todas partes. Los corazones se llenan de un suave calor y todos se complacen en respirar.
Atón es también la fuerza de amor que hace que los seres vivientes coexistan sin destruirse y traten de vivir en armonía.
«Uniendo todas las cosas con los lazos de su amor», Atón se mantiene atento tanto a las pequeñas cosas como a los grandes acontecimientos. Su pensamiento es «el acontecimiento que produce la vida». Nada está excluido de su amor.
Podéis ver un nuevo video, "Akhenaton el faraón rebelde":
Os pongo el link porque no consigo incrustarlo en la entrada:

http://tu.tv/videos/ajenaton-el-faraon-rebelde




Quien sitúe a Atón en su corazón no conocerá ni la miseria ni la pobreza, puesto que contemplará maravillado la presencia de Dios en todas las cosas. No hay llamadas patéticas dirigidas a Atón, ni súplicas para obtener curaciones o ayudas. La religión de Atón se centra en la alegría. Fertilidad de la naturaleza, abundancia de alimentos son las pruebas tangibles de la irradiación de Atón.
Atón -observa Pendlebury- es un dios únicamente creador. Ha creado a todos los seres vivientes y ha subvenido a todas sus necesidades, pero ahí termina su obra. No se encuentra en él ni rastro de una voluntad que recompense el bien o castigue el mal.»
Según Akenatón, cuando se acaba la vida de alguien en este mundo, comienza una vida diferente en el cielo. Tan pronto como uno muere, el alma viaja hasta alcanzar «el Tribunal Mayor» en el Cielo. Asciende tanto que al final alcanza la presencia de Osiris y espera rendir cuentas con palabras así: «He venido a Tu presencia siendo libre de los errores. A lo largo de mi vida hice todo lo que podía para satisfacer a la gente devota. No derramé sangre ni robé. Tampoco sembré cizaña ni hice diabluras. No cometí adulterio o fornicación». Los que pueden hablar así participan en la congregación de Osiris mientras los que no pueden y cuyas malas acciones pesan más que las buenas, se arrojan al fuego y los demonios los torturan allí.
También en los epitafios presenciamos la pura creencia a la que pertenece la religión de Akhenaton:
«Lo que Tú has hecho es demasiado y nuestros ojos no pueden percibir la mayoría de ello. ¡Oh Dios, el Único! Nadie posee tanta fuerza como Tú. Eres Tú quien ha creado este Universo como Tú y solo Tú deseaste. Eres Tú quien hace apropiado el mundo para los seres humanos, para todos los animales, sean grandes o pequeños, estén en el suelo o en el cielo. Y eres Tú quien sustenta y alimenta a todos ellos. Todo nace gracias a Ti. Todos los ojos Te ven por esto. En verdad, mi corazón es Tuyo y Tú estás en mi corazón.» Las ideas citadas arriba se creían en Egipto hace aproximadamente 4.000 años.




Ahora bien, aunque la dimensión moral y, por lo tanto, humana está efectivamente excluida de la luz en su irradiación divina, engendra no obstante un destino. Atón y el rey llevan el nombre de «Destino que da la vida». Mediante su aparición, Atón responde a todas las preguntas que se formulan los seres. La intensidad de su luz es vida absoluta, total, existencia aquí abajo y vida eterna.

¿MONOTEÍSMO?

Muchos comentaristas de la época amarniana, especialistas o no, sacaron una conclusión que, al repetirse de libro en libro, se ha convertido casi en una evidencia que no se discute: fuera cual fuese la experiencia religiosa de Akenatón, éste fue el inventor del monoteísmo.
Dicha evidencia me parece en extremo discutible.
En la tumba de Neferhotep, que data de la época de Horemheb, se define a Atón como «el cuerpo visible de Ra». Las relaciones entre las dos formas de la luz divina son esenciales. Ra es la luz en su principio divino y abstracto. Acción pura que crea la vida, es a la vez invisible y visible. Atón, Indisociable de esta energía primordial, le da cuerpo y la manifiesta de manera deslumbrante.
La dependencia de Atón con respecto a Ra se halla perfectamente marcada. Atón no es el dios único que arroja a la nada a las demás formas divinas. Al contrario, es una de esas formas, nacida de la luz del principio a fin de caracterizar un tiempo y un reinado.
Cada potencia divina es única en relación con dicho principio.
De Amón, por ejemplo, se dice: «Amón, el uno que es único y cuyos brazos son numerosos» (papiro Boulaq 17), lo que podría ser una excelente descripción de Atón y nos permite señalar que no existe ningún antagonismo fundamental entre un dios y otro dios, que no puede darse una guerra de cultos, puesto que el pensamiento religioso del antiguo Egipto no se expresa en forma de dogmas.





Volviendo a la religión solar de Heliópolis, centrada en Ra, Akenatón le ofrece un nuevo poder de expresión al poner en la cumbre a un «pequeño» dios, que forma parte del panteón tradicional, Atón. Con ello le convierte en una especie de rey de las divinidades, que, incluido Amón, le rinden ahora homenaje.
Aquí podéis ver un vídeo sobre la importancia de Heliopolis:

Os pongo el link porque no consigo que se vea:

http://www.documaniatv.com/historia/egipto-nuevos-descubrimientos-t2-1-heliopolis-la-cuna-de-los-dioses-video_dfaddb135.html

Egipto nuevos descubrimientos (T2): 1- Heliopolis, la cuna de los Dioses

Atón es luz, alegría, movimiento. Los textos que le celebran no hablan de muerte y resurrección. Es decir, no hablan del dominio de Osiris, el juez de los difuntos y guardián del tribunal del otro mundo. No hay en el arte amarniano representaciones de los símbolos y de los cultos osirianos. Akenatón convierte en uno a Ra, el señor de los espacios celestes, y a Osiris, el señor de los espacios subterráneos. Integra el ser de Osiris en el de Ra. Incluye el más allá en la luz, y la muerte, en la alegría de la irradiación solar.
Dicho de otro modo, el más allá de Akenatón corresponde al de un Osiris unido a Ra, un ser transmutado y unido a la luz del origen, lo que está perfectamente de acuerdo con las enseñanzas de la espiritualidad egipcia más antigua.
Hecho esencial, se sigue practicando la momificación, que tiene por objeto transformar el cuerpo mortal en cuerpo inmortal e identificar al individuo con el ser cósmico, Osiris. Pero aunque se conserva el escarabajo depositado sobre la momia, destinado a servirle como «corazón de las transformaciones» en el más allá, no se graba ya sobre su superficie un pasaje del Libro de los muertos, sino una plegaria a Atón.
¿Atón fue impugnado en su propia capital? Algunos egiptólogos, Erman, por ejemplo, lo han pensado así. «Cuando echamos hoy, después de varios milenios, una ojeada sobre el reino de Tell al-Amarna -escribe-, nos sentimos tentados a no ver en él más que un mundo sereno y enteramente bañado por los rayos del sol. Una joven pareja real con unas hijas encantadoras, una ciudad resplandeciente de templos encantados, de palacios y palacetes, de jardines y de estanques, todo ello aureolado por una fe gozosa, que sólo conoce las acciones de gracias dirigidas al creador pleno de bondad y la justicia con respecto al prójimo, aun en el caso de que pertenezca a un pueblo extranjero... ¡Algo tan maravilloso y tan raro en el mundo! Desgraciadamente, ese esplendor debía de ser puramente exterior, y sin duda las miserias y las preocupaciones no se hallaban ausentes de la corte de Tell al-Amarna. A pesar de todo el celo del rey, la nueva creencia fue rechazada por la mayoría del pueblo, que continuó adorando en secreto a sus antiguos dioses.»





En efecto, me parece necesario desconfiar de una visión «paradisíaca» de la vida en Al-Amarna. Sin embargo, el término «adorar en secreto» me parece muy discutible. El rey no podía ignorar que una parte de la población egipcia, tanto en Al-Amarna como en otras partes, seguía practicando devociones ancestrales y que su dios no tenía la exclusiva del corazón de muchos de sus súbditos.
Las creencias populares perduraron en Aketatón, lo mismo que en las demás ciudades de Egipto. Las clases bajas permanecieron apegadas a la tradición, aun respetando la aparición de una nueva forma divina, Atón, de la que dependía su dicha y su prosperidad. El faraón no es un hombre político. Es un rey-dios.
No puede ser «contestado», en la medida en que su ser simbólico forma el eje que une el cielo con la tierra. De él depende el bienestar espiritual y material de todo el país.

Ni monoteísmo ni politeísmo

Monoteísmo y politeísmo son dos aspectos dogmáticos igualmente insuficientes para dar cuenta de la naturaleza de lo sagrado.
Punto esencial, los egipcios no creían ni en Dios ni en los dioses. Conocían y experimentaban. Para acceder a la inmortalidad, hay que conocer, no creer. De ahí la importancia de los textos y los rituales, concebidos como una verdadera ciencia del ser.
¿Qué nos enseñan esos textos y rituales? Que cada divinidad es la expresión del Uno, pero que el Uno no suprime lo múltiple. El dios «monoteísta», privado de dioses, no supone ningún progreso, sino que traduce una insuficiencia de percepción de lo sagrado. En cada templo, hay el uno y sus manifestaciones. «El dios único que se transforma por sí mismo en una infinidad de formas -se dice de Amón-; cada dios está en él.»
La creencia en la reencarnación en Egipto, India y Grecia se desarrolló a partir de una versión deformada de la creencia correcta en el Más Allá y de un deseo de la inmortalidad del alma. Ni en el Egipto de Akenatón ni en la Grecia de Pitágoras nadie formuló una idea tan deformada.




Según Akenatón (1362 a.C.), cuando se acaba la vida de alguien en este mundo, comienza una vida diferente en el cielo. Tan pronto como uno muere, el alma viaja hasta alcanzar «el Tribunal Mayor» en el Cielo. Asciende tanto que al final alcanza la presencia de Osiris y espera rendir cuentas con palabras así: «He venido a Tu presencia siendo libre de los errores. A lo largo de mi vida hice todo lo que podía para satisfacer a la gente devota. No derramé sangre ni robé. Tampoco sembré cizaña ni hice diabluras. No cometí adulterio o fornicación». Los que pueden hablar así participan en la congregación de Osiris mientras los que no pueden y cuyas malas acciones pesan más que las buenas, se arrojan al fuego y los demonios los torturan allí.
También en los epitafios presenciamos la pura creencia a la que pertenece la religión de Akhenaton:
«Lo que Tú has hecho es demasiado y nuestros ojos no pueden percibir la mayoría de ello. ¡Oh Dios, el Único! Nadie posee tanta fuerza como Tú. Eres Tú quien ha creado este Universo como Tú y solo Tú deseaste. Eres Tú quien hace apropiado el mundo para los seres humanos, para todos los animales, sean grandes o pequeños, estén en el suelo o en el cielo. Y eres Tú quien sustenta y alimenta a todos ellos. Todo nace gracias a Ti. Todos los ojos Te ven por esto. En verdad, mi corazón es Tuyo y Tú estás en mi corazón.»
Las ideas citadas arriba se creían en Egipto hace aproximadamente 4.000 años.
En la antigua Grecia, la creencia en la resurrección y la inmortalidad del alma estaba bastante arraigada. El gran filósofo Pitágoras (500 a.C.) creía que el alma, al abandonar el cuerpo, alcanzaba una vida peculiar. De hecho, cualquier alma tiene la misma clase de vida hasta que deja la Tierra. Está cargada con algunas responsabilidades en la Tierra. Si comete algún error, será castigada, arrojada al Fuego y torturada por los demonios. A cambio de lo bueno que haga, su grado será elevado y tendrá una vida feliz. Teniendo en cuenta que esta creencia podía haber sufrido cambios con el tiempo, todavía podemos ver que hay semejanzas fundamentales con el credo del Islam sobre la resurrección.
La versión de Platón tampoco es muy diferente. En su famoso tratado La Repúblicadice que el alma olvida la vida corpórea totalmente cuando deja el cuerpo. Sube a un mundo apropiado espiritual, un mundo saturado de sabiduría e inmortalidad y liberado de toda escasez, deficiencia, error, miedo y de la pasión y el amor que la afligió mientras vivía en la Tierra. Ahora que está libre de todas las malas consecuencias de la naturaleza humana, se la dota con la felicidad eterna.

Por traducciones erróneas similares y alteraciones varias, las religiones del antiguo Egipto, de los indios, y de los griegos se hicieron irreconocibles. La reencarnación puede ser una deformación de la doctrina al principio correcta de la inmortalidad del alma y vuelta al Juicio Divino. Después de que la reencarnación fue insertada en las creencias de los antiguos egipcios, se hizo el tema fundamental de las canciones y las leyendas de toda la región del Nilo. Elaborado posteriormente por las elocuentes expresiones de los filósofos griegos, esto se extendió debido a la expansión de la influencia griega.



Ammit el dios cocodrilo, león, hipopótamo que devora a los que nos superan el juicio de Osiris.
En la práctica no podemos hablar de monoteísmo en el sentido que le damos actualmente en nuestra cultura, sería más propio decir que era un henoteísmo, en donde se reconoce la existencia de un dios superior al resto y digno de ser adorado de forma exclusiva. Hablando con propiedad, la «religión» egipcia es lo que une el ser a lo sagrado por una multiplicidad de vías, todas las cuales se orientan hacia un centro que no puede ser percibido directamente por el individuo, cuyas «competencias» espirituales serán siempre notoriamente insuficientes. Por eso la creencia, por sincera que sea, no puede reemplazar un conocimiento obtenido con la práctica de los símbolos y los ritos.
Akenatón no tuvo jamás la intención de crear el monoteísmo y de luchar contra el politeísmo. Ese tipo de problema es completamente ajeno a la mentalidad egipcia. La espiritualidad egipcia consiste en el conocimiento de la circulación de energía que existe entre lo uno y lo múltiple, entre el centro y la periferia.
Cada faraón está obligado a formular, mediante una puesta en evidencia particular de la potencia divina, un camino hacia ese conocimiento.

AKENATON, MAESTRO ESPIRITUAL





Poder espiritual y poder temporal son indisociables en la función del señor de las Dos Tierras. El rey de Egipto era a la vez un hombre de gobierno, un ritualista, un científico y un iniciado en los misterios.
Akenatón no fue una excepción a la regla. Incluso insistió de manera muy particular sobre su papel docente en el campo de lo sagrado, lo que hizo de él un maestro espiritual, a semejanza de muchos de sus predecesores.
Con ocasión de su coronación, Akenatón toma el título de «El mayor de los videntes» o, según otra interpretación, «Aquel que ve al Grande [dios]».
Akenatón es el único sacerdote de Atón o, por lo menos, el único responsable religioso autorizado a hablar en nombre de Atón.
Akenatón es «Aquel que da a conocer el nombre de Atón». En efecto, nadie más que él conoce la verdadera naturaleza de Dios. Akenatón, hijo de dios, es un rey-sacerdote como los grandes faraones de los primeros tiempos de Egipto. Se afirma como el único intermediario entre Dios y los hombres, no por vanidad, sino porque el individuo es demasiado limitado para abrir las puertas del mundo de los dioses. El faraón no es un individuo, sino el espíritu del Egipto inmortal, el símbolo viviente de la comunidad de los egipcios, el hombre cósmico en el que cada individuo encuentra su justo lugar.
Frente a Dios, el rey se muestra como el servidor más atento y más recogido, ya que debe percibir lo incognoscible y lo invisible. Frente a los hombres, es esplendor y omnipotencia, no por sí mismo, sino para transmitir lo que ha recibido.
La luz de Atón ha agudizado la conciencia del rey. Su deber consiste en compartir esta revelación y en transmitir su experiencia de lo sagrado. Por eso se comporta como un maestro espiritual. Varios textos indican que Akenatón conversaba diariamente con discípulos a los que intentaba hacer comprender la naturaleza de Atón. ¡Cómo prospera -declara el rey- aquel que escucha mi vital enseñanza, aquel que fija cada vez más su mirada en Atón! Cada uno es el servidor que escucha mi enseñanza, mi corazón está satisfecho de toda tarea que Tú cumples para mí. [El rey] se opone a aquel que ignora su enseñanza, recompensa al que conoce su perfecta enseñanza vital, que la escucha y actúa según su ley.
Akenatón no propasa su doctrina, sus impresiones personales sobre lo divino, sino que expone principios teológicos relativos a la naturaleza de la luz divina. Un dignatario hace esta confidencia: Akenatón se pasa el día instruyéndome, tan grande es el celo que pongo en practicar su enseñanza. 





Y Ay pondera: Mi Señor me ha hecho avanzar porque yo practicaba su enseñanza. Escuchaba sin cesar su voz; mis ojos veían cada día su perfección; mi Señor, sabio como Atón, encontraba su felicidad en la rectitud. ¡Cuán próspero es aquel que escucha la enseñanza vital! Bek, el maestro escultor, disfrutó también de numerosas conversaciones con el rey.
Akenatón es el rey en la tierra; Atón, el rey en el cielo. Son a la vez él mismo y el otro, el más allá de lo real y lo real.
Los rayos de Atón inundan a su hijo, el rey. Las manos del sol divino tienden millones de fiestas de regeneración al hijo que ha nacido de él. Atón ha captado el deseo del corazón del rey, le ama y le crea en tanto que Atón, dotándole de la eternidad. Atón crea cada día al faraón como su forma, le construye a su imagen, ya que el rey aplica la regla de Maat y vive de ella.
Es preciso subrayar esta idea de «construcción» por la luz.
En todas las épocas se ha concebido al faraón como una obra de arte, construido como un templo, modelado en el tomo de un alfarero, ideado como una obra maestra por la cofradía de las divinidades.
Como hijo de la eternidad procedente del sol, naciendo de nuevo cada mañana con el sol, Akenatón, en su aspecto divino, podía convertirse en objeto de una veneración de orden ritual, sin ninguna relación con lo que hoy denominamos culto de la personalidad. No se honra de ese modo al individuo Akenatón, sino al faraón en su esencia supraterrestre.

LA DIOSA NEFERTITI






El nombre de Nefertiti va precedido con frecuencia de la frase Nefer-Neferu-Atón, «Perfecta es la perfección de Atón». Por consiguiente, es la reina la encargada de expresar esta «perfección» del dios, indicada por el término egipcio nefer, que se traduce también por «bello, bueno, justo». Aquello que es nefer ha alcanzado una armonía que no tiene nada de estática e inerte.
En la ciudad del sol, las tareas rituales de Nefertiti eran considerables. Participaba activamente en muchas ceremonias y dirigía algunas de ellas. Probablemente estaba encargada de un santuario, «La morada del reposo de Atón», y tenía a sus órdenes un clero femenino.
Pero sin duda hay más todavía. Subrayar así el papel de la reina equivale a atribuirle un lugar a la cabeza del Estado. Significa asociaría al poder real de la manera más directa y más manifiesta. Pero significa también, sin duda, conferirle un estatuto divino idéntico al de Akenatón. Nefertiti es a la vez Isis y Neftis, las dos diosas principales del mito osiriano. Es también Hator, la diosa más importante del mito solar. Y por último, en mi opinión, es también la diosa Nefertiti, la diosa mayor del culto de Atón, celebrado en la nueva capital.

LOS TEMPLOS DE ATÓN

De unos ochocientos metros de longitud en su eje oeste-este y de trescientos de ancho en el eje norte-sur, el gran templo de Atón era el joyel y el centro espiritual de la nueva capital de Egipto.
El edificio, que ostentaba el nombre de «Morada de la alegría de encontrar a Atón», estaba incluido en un recinto, el per-heb, o «Morada de fiesta», haciendo así eco a un templo solar del Antiguo Imperio. La noción de «fiesta», capital para el antiguo Egipto, sigue siendo esencial en el culto de Atón, cuyas apariciones provocan una alegría que se extiende a toda la naturaleza.
Después de la muerte de Akenatón, el edificio fue víctima de una destrucción total y no queda de él más que un terreno arrasado.





Sin embargo, gracias a una técnica de construcción muy particular, tenemos la suerte de poder imaginar con bastante aproximación la obra de Akenatón.
«Se empezaba -explica Jacques Vandier- por excavar zanjas de cimentación en el suelo virgen, en el lugar en que se alzarían los futuros muros. Dichas zanjas se rellenaban después con yeso calcáreo, sobre el cual se trazaban, mediante cuerdas tensas untadas previamente de negro, los límites exactos de esas paredes.
El suelo de toda la superficie del templo se cubría igualmente de yeso y se marcaban sobre él todos los elementos arquitectónicos previstos.» Protegido por los cascotes procedentes de la destrucción del templo, el suelo marcado de este modo se ha mantenido prácticamente intacto. Así, por una especie de milagro, al contar con un plano dibujado sobre el yeso, se logró reconstruir el edificio sin correr demasiado riesgo de error.
El templo de Atón se diferenciaba mucho de los demás edificios destinados al culto por la XVIII Dinastía. De ordinario, se pasaba progresivamente de las grandes salas descubiertas a una pequeña sala oscura, el naos, donde procedía cada mañana a una especie de reanimación de la divinidad, a fin de que el mundo de los hombres continuase existiendo.
Por consiguiente, el templo tradicional del antiguo Egipto no era accesible a los fieles. Algunos de ellos podían entrar en las primeras salas descubiertas, pero sólo a los sacerdotes les estaba permitido penetrar en las piezas cubiertas. El faraón es el único interlocutor del dios, con el que se encuentra en la parte más secreta del templo.
El templo de Atón responde a otras reglas. Cierto que se conserva la idea de progresión hacia Dios y que se continúa observando una sucesión de las salas. Pero ya no hay recintos oscuros. Ninguna de las salas tiene techo. El verdadero templo de Atón es la totalidad del cielo. Y en la tierra, debe traducirse por un edificio abierto a ese cielo inmenso, en que la luz brilla sin límites.
El gran templo presenta al fiel un itinerario que se inicia en una puerta monumental y continúa por una avenida bordeada de esfinges, filas de árboles, una serie de pequeños pilonos, provistos de mástiles para banderolas, y varios grandes patios, terminando por el espacio más sagrado, el lugar en que se alzan numerosos altares.




Akenatón permanece siempre visible, lo mismo que el sol. El dios y su representante se mantienen en comunicación permanente, en todos los lugares del templo. Ninguna pantalla se interpone entre ellos.
No obstante, la estructura fundamental del edificio sagrado sigue siendo idéntica a lo que ha sido siempre: una ruta desde el exterior hacia el interior, desde una portada de acceso hasta un sanctasanctórum. Hay que franquear una serie de salas, que corresponden a otras tantas etapas hacia el lugar de la ofrenda suprema, presentada por el faraón.
El gran templo de Atón albergaba muchas estatuas del rey y la reina divinizados. Sus paredes estaban cubiertas de relieves, cuyo tema principal consistía en la ofrenda a Atón presentada por la pareja real. No queda de todo esto más que escasos fragmentos, pero ellos nos permiten creer en la existencia de colosos que sin duda recordaban a los de Karnak, en los que, a semejanza de Atón, se evoca al faraón, como padre y madre.
Lo mismo que en el pasado, el templo es el centro sagrado de la ciudad, pero también su centro económico.
Se levantaron otros santuarios para el dios. Sin hablar de Tebas, donde se conservaron los santuarios de Atón, hay que citar Heliópolis, Menfis, algunas ciudades del Delta y sin duda un emplazamiento en Nubia y otro en Siria, todo lo cual corresponde al desarrollo normal del culto ofrecido al dios principal de un reinado. Los artesanos de Akenatón trabajaron en todo Egipto, de norte a sur, incluso en las provincias sometidas al control egipcio. Se trata de un comportamiento totalmente habitual, que demuestra, si fuera necesario demostrarlo, que la autoridad del faraón se extendía a la totalidad del territorio. Akenatón no era un monarca encerrado en una ciudad mística, rodeada de enemigos.
Una vez creada Aketatón, Atón tenía que estar presente en un máximo de templos, donde le acogían divinidades del lugar.

EL CULTO COTIDIANO

El culto comprende dos actos importantes: el primero, una procesión hacia el altar principal a través de la sucesión de las salas, comparadas en los altares secundarios; el segundo, «el cumplimiento de la gran ofrenda» ante el altar principal, cargada de provisiones.
Según Badawy, había mesas de ofrenda dispuestas en el lado norte del templo, y otras en el lado sur, utilizadas las primeras durante los ritos de la salida del sol, las segundas durante los ritos del ocaso. Cada día del año, danzas y cantos formaban parte integrante del culto. Losmúsicos, hombres y mujeres, formaban una casta religiosa, iniciada en ritos precisos. Estaban encargados de poner el alma humana en resonancia con la de los dioses. Se advertirá que los músicos, que no debían ver a Atón, llevaban una venda para proteger sus ojos de los rayos ardientes y para poder concentrarse en la expresión de su arte. 





En cambio las mujeres no llevaban esa venda, sin duda a causa de su afinidad al oro celeste. El disco se nutría de la sustancia inmaterial de la música y el canto, ofrenda sutil que penetraba directamente en su ser y se traducía por una emisión armónica de origen divino, garantía a su vez de la felicidad terrestre.
A esta fase animada y alegre del culto sucedía el silencio y la contemplación, cuando el disco aparecía en el oriente. El rey y la reina, imitados por los celebrantes, contenían el aliento cuando el primer rayo traspasaba las tinieblas, anunciando el nacimiento de una luz tan potente que pronto llenaría el mundo.
Varios textos amarnianos prueban que la religión atoniana preserva la noción fundamental del ka, la energía creadora de naturaleza no humana que puede encarnarse en todo cuanto vive, sin ser alterada por la manifestación. Por eso, en el momento de la muerte, un ser humano «retorna hacia su ka», hacia la energía primordial de la que procede y que ha utilizado mejor o peor durante su paso por la tierra.
Y no sólo la religión atoniana no modifica la concepción tradicional del ser (el ba, el ka, el nombre), sino que permite que se desarrolle un culto privado, del que se han encontrado algunas huellas en las casas de particulares de la ciudad del sol.
El faraón es un ser cósmico. En él se unen lo masculino y lo femenino. Los rayos de Atón, el sol divino, no iluminan sólo a Akenatón, sino a Akenatón y Nefertiti. Y aunque los textos afirman que el rey, servidor de Atón, es el único ser que conoce verdaderamente a su padre celeste, la reina, en la comunión de la pareja, comparte este conocimiento trascendente. Akenatón y Nefertiti son indisociables, como lo son Ra y Hator.
Ni durante el Antiguo Imperio ni en la época de Akenatón le está permitido a un particular dirigirse directamente a la divinidad.
Hay demasiada distancia entre el individuo y la realidad divina. El ser del faraón, que es a la vez cielo y tierra, actúa para que la divinidad, aun conservando su naturaleza celeste, esté presente y sea eficaz sobre la tierra. Ir hacia lo divino implica «pasar» por la pareja real, Akenatón y Nefertiti dan testimonio de su amor abrazándose,  incluso delante del pueblo. 






No se trata de una simple muestra de afecto, sino de un verdadero rito.
Los rayos de Atón abrazan el país; Atón tiene al rey abrazado por sus rayos." Akenatón abraza a Nefertiti. De esta manera, como señala justamente Claude Traunecker, vive de Maat, la regla universal que se encarna en la esposa amada y que ni el tiempo ni los hombres pueden alterar.
Los egipcios excluyen lo profano de las escenas de las «moradas de eternidad». Sólo se evoca la vida cotidiana para transcenderla en un universo de resurrección. Cuando el rey y la reina se abrazan, cumplen un acto mágico y forman un símbolo del amor que une la luz a su creación.
La pareja real aparece desnuda en diversas ocasiones, 





Incluso las princesas






Los egipcios no experimentaban ninguna desconfianza con respecto al cuerpo. En los campos, los obreros trabajaban desnudos. 






Importantes personajes de la corte, no dudaban en mostrarse desnudos en sus estatuas del Ka eterno





Siguiendo la moda, icluso las damas de la corte

        

o los sacerdotes de determinados cultos




Y como no las gentes sencillas, sirvientes, esclavos....












 En el secreto de sanctasanctórum, frente a Dios en su abstracción, el rey está desnudo. Era cosa corriente que los miembros de la familia real viviesen desnudos en la intimidad de sus apartamentos privados. Que se hiciesen representar durante esas escenas de intimidad constituye una de las características del arte amarniano. Nefertiti y Akenatón afirman, una vez más, que no existe ningún obstáculo entre la luz divina y la pareja real.
En el espíritu de Akenatón, su vida familiar es el símbolo más perfecto de la vida divina. Ofrece a los hombres de Egipto el modelo de la vida cotidiana que debe llevar el hombre justo para acceder a la visión interior de Atón. «El amor conyugal –señala Pirenne- es, por consiguiente, la manifestación suprema de la divinidad. Por eso, lejos de ocultar su vida íntima a los ojos de sus súbditos, el rey sólo se muestra en público acompañado de su esposa, a la que testimonia abiertamente su ternura.» 





En la mayoría de las obras de arte, el dios Atón, manifestado por el sol, es indisociable de la entidad sagrada formada por el rey y por la reina. Akenatón y Nefertiti son el gran sacerdote y la gran sacerdotisa del culto del sol nuevo. Ofician juntos en pro de la mayor felicidad de Egipto.
Las representaciones en que el amor conyugal ocupa el primer lugar no son, pues, gratuitas. Tienen un alcance teológico muy claro. Tienden a demostrar que el amor vivido por la pareja ofrece la vía para una realización armoniosa de la comunidad egipcia en su conjunto.
Antes de la época de Akenatón, la familia real fue el modelo de una dignidad sagrada, de la que se excluían la familiaridad y el sentimentalismo. Akenatón no niega los antiguos valores, pero metamorfosea su medio de expresión. Puesto que la familia es efectivamente sagrada, ¿por qué no mostrar el amor de un marido por su mujer, de un padre por sus hijos?
Una mirada demasiado rápida al arte amarniano podría hacernos creer que Akenatón, individualista empedernido, renunció al esplendor de los antiguos reyes y que decidió mostrarse como un hombre sencillo y un padre de familia absolutamente corriente.
Supondría olvidar demasiado pronto que Akenatón es en primer lugar faraón, es decir, un rey entronizado ritualmente, iniciado en los misterios y encargado de toda la herencia espiritual de sus antepasados. Akenatón tiene perfecta conciencia del hecho de que no es un individuo como los demás y de que todos sus actos tienen valor de modelo.
La abundancia de las representaciones familiares se debe a una concepción metafísica, no a un gusto subjetivo. Para el rey, el flujo divino pasa de manera irremisible por la comunidad familiar.






La intimidad de la familia real, tal como la presentan los bajorrelieves, es puramente ritual y no tiene nada de anecdótico. Lo que se evoca es una familia sagrada, que hace presentes sobre la tierra las fuerzas divinas, aboliendo toda distinción entre la «familia» de las divinidades y la familia real encargada de encararlas.

VIVIR EN AKETATON

La vida cotidiana en la ciudad del sol seguía el ritmo de la celebración de los rituales en honor de Atón. El rey, la reina y sus hijas salían a diario de su magnífico palacio para dirigirse al gran templo. La población tenía ocasión con frecuencia de ver pasar a los soberanos, de pie, a veces abrazados, sobre un carro espléndido, deslumbrante como un sol. «¡Vida, prosperidad, salud!», gritaba la multitud, mientras que el rey sujetaba con una mano la brida de sus caballos y enlazaba a su esposa con la otra. El desplazamiento en carro tenía el valor de un rito.







Constituye por sí solo una procesión desde la morada temporal del rey, su palacio, hasta la morada de eternidad del dios, el gran templo. Proporcionaba también la ocasión de manifestar de la manera más patente la unión sagrada de la pareja solar, que Atón iluminaba con sus rayos. Akenatón y Nefertiti encarnan en realidad potencias divinas.
En efecto, son divinidades a las que el pueblo de la ciudad del sol puede aclamar. La población de la ciudad del sol se asociaba al culto de Atón a través de esta «procesión». Después de su recorrido por la «vía real», la arteria principal de Aketatón, se podía ver al rey y la reina penetrar en el recinto sagrado. Una vez terminado el culto, la pareja real volvía al palacio.
Akenatón concedía en él numerosas audiencias privadas, algunas de ellas reservadas a sus discípulos. El faraón se mantenía en contacto directo con sus principales colaboradores. Cuando salía de palacio, conversaba con los habitantes de la capital. El pueblo escuchaba esas conversaciones, que recaían siempre sobre la naturaleza luminosa de Atón y sobre la vida que ofrecía.
Una de las escenas más famosas de la vida amarniana consiste en la «aparición» del rey en su loggia, abierta en el paso aéreo que conducía del palacio a los edificios oficiales. A Akenatón le gustaba mostrarse así a su pueblo, como el sol que se alza en el horizonte y atraviesa con sus rayos los inciertos colores de la aurora. 






Desde la loggia, enviaba collares de oro, metal solar, a los signatarios que habían servido bien al Imperio.
Estas escenas de fiesta no son simplemente protocolarias.
En realidad, poseen un carácter sagrado. No sólo el oro es una «producción» del sol divino, cuyo resplandor encarna, sino que también la «ventana de aparición» evoca la «ventana celeste» de los más antiguos textos religiosos. Por esta abertura de naturaleza cósmica pasa la luz solar. De este modo y por su función, Akenatón se identifica con el poder creador que da la vida, bajo la forma de un metal que contiene el sol.
Durante las festividades, que daban lugar a conciertos al aire libre y a banquetes populares, Nefertiti se hallaba siempre al lado de Akenatón. La pareja real rinde homenaje a sus fieles servidores.
Culto, audiencias públicas y privadas, ceremonias protocolarias... Así transcurre la vida en la ciudad del sol, donde el rey, aunque protegido por una guardia personal vigilante, parece estar muy próximo de sus súbditos. Empleados del templo, artesanos, comerciantes, obreros llevan en Aketatón la misma existencia que en las demás ciudades del Egipto antiguo, con jornadas de trabajo a veces cargadas, pero también con numerosos periodos de reposo. Las fiestas tradicionales son reemplazadas por las frecuentes apariciones públicas de la pareja real, ocasión para festejos.






La comida real, tal como figura en la tumba de Huy, chambelán de la reina madre Tiyi, transcurre de la manera más agradable. Los servidores aportan platos excelentes y variados al comedor del palacio, mientras que los artistas y los tañedores de lira dan un concierto. No se ha olvidado la tradición de las brillantes veladas tebanas. Tampoco la moda. Las elegantes, que ahora residen en Aketatón, continúan rivalizando en gracia y belleza. Utilizan con frecuencia para sus vestidos un lino muy fino, casi transparente, que revela las curvas de su cuerpo. Entre los adornos más apreciados figuran las pelucas complicadas, las joyas, los cinturones de flecos.
En el barrio más rico de Aketatón, había varias quintas suntuosas, que no desmerecían en nada de sus homólogas tebanas.
Las extensiones de agua y los jardines comunicaban a la ciudad del sol una dulzura de vida que los egipcios han considerado siempre, en todas las épocas, como una de las claves esenciales de la dicha.
Durante todo el reinado de Akenatón, ningún incidente vino a perturbar la paz de la capital.

LOS HOMBRES DEL FARAON

Para reformar la religión, crear un arte, construir una capital, Akenatón, como cualquier otro faraón, tuvo que rodearse de un grupo de consejeros, amigos y altos signatarios.
El rey no tenía el poder de trastocar, con un toque de varita mágica, la administración egipcia. Cualesquiera que fuesen sus intenciones, necesitaba tiempo para modificar las estructuras sin paralizar el país, sin impedir que las oficinas funcionasen, que los escribas comprobasen la buena circulación de los géneros, etc. La economía de la época amarniana no se distingue de la llevada en etapas anteriores. Akenatón no provocó ninguna revolución.
Hubo personalidades tebanas que conservaron su rango durante el reinado de Akenatón. Entre ellas, hay que citar a lpy, el gobernador de la ciudad de Menfis, cuyas prerrogativas fueron mantenidas; a Bek, 






el jefe de los escultores de Al-Amarna, que era hijo de Men, jefe de los escultores de Amenofis III; al visir Ramosis, que actuó como un verdadero «lazo» entre el Egipto tradicional y el Egipto de Akenatón. Numerosos hijos de funcionarios heredaron y desempeñaron legalmente los cargos de sus padres, ya fuese en las grandes ciudades del país, ya fuese en la nueva capital.
Uno de los casos más interesantes es el del maestro escultor Bek, que acabamos de citar. Su padre había trabajado en la ciudad santa de Heliópolis, sin duda en el templo del dios Ra. El rey Amenofis III reconoció sus méritos y más tarde hizo lo mismo con su hijo. Según una inscripción de Asuán, sabemos que Bek fue uno de los discípulos directos de Akenatón. El faraón le transmitió una enseñanza, concediéndole audiencias privadas para revelarle los misterios de la luz de Atón. Nombrado jefe de los escultores y jefe de los trabajos, Bek fue sin la menor duda uno de los creadores del estilo amarniano y uno de los autores de ciertas obras de arte que todavía nos está permitido contemplar.
Situado a la cabeza del principal taller de la capital, dirigía un grupo de artesanos elegidos, que trabajaban siguiendo las órdenes procedentes de palacio. Arquitectura, pintura, escultura no quedaban abandonadas a la fantasía individual, sino que respondían a un «programa» simbólico y teológico preciso. Se consideraba el papel de esos hombres como esencial. El nombre del escultor, en jeroglífico, significa «Aquel que hace vivir». Al inscribir, mediante la mano, el espíritu en la materia, el artesano revela el secreto mismo de la vida. Por eso, en todas las épocas, el maestro de obras del faraón fue uno de los personajes más grandes del Estado.
Se conserva una curiosa representación de Bek en una estela que se encuentra ahora en el Museo de Berlín. El monumento, en que el escultor aparece en compañía de su esposa, Ta-heret, está dedicado a «Horajti, Atón viviente». Bek tiene un enorme vientre unos pechos colgantes. También el cuerpo de su mujer está deformado y se caracteriza por unas caderas muy pesadas. En  otras palabras, los personajes han sido representados conforme a los criterios del arte oficial más exagerado. Tanto el uno como el otro derivan de las imágenes del faraón padre y madre.
Demuestra, una vez más, que no se produjo ningún conflicto, que los dos reinados y las dos concepciones religiosas se sucedieron de manera armoniosa, que el plan ideado por el faraón se cumplió sin tropiezos.
Ninguna ruptura, por lo tanto, entre el período antiguo y el nuevo en lo que se refiere a la gestión de la economía faraónica.






Ramosis fue confirmado en su puesto por Akenatón, que aumentó todavía más sus responsabilidades. El visir conversaba a diario con el rey y le presentaba un informe detallado de sus actividades. Su deber exigía, según lo expresa un texto, que «todos los asuntos estén sanos y salvos». El visir no debía olvidar en ningún momento que llevaba un collar simbólico dedicado a la diosa del orden cósmico y de la armonía
universal.
Ramosis fue secundado o reemplazado por otro visir, llamado Najt, que habitaba en uno de los barrios sur de Al-Amarna. Uno y otro fueron altos funcionarios discretos y competentes, que aseguraron el bienestar de los habitantes de la nueva capital.
Akenatón, como todo faraón, necesita colaboradores leales.
Los encuentra entre sus amigos personales, o bien los elige entre personalidades a las que ofrece responsabilidades de acuerdo con sus competencias. Los textos amarnianos nos inclinan a pensar que Nefertiti y Akenatón escogieron personalmente a los que formarían parte de su entorno y ocuparían los puestos clave en Aketatón. Conocemos el nombre y la función de algunos de esos hombres.





Meri-Ra, ya citado, era «Gran Sacerdote de Atón», encargado de velar por el buen desarrollo de las ceremonias en el gran templo. Hatiay, intendente de los trabajos del rey y arquitecto, no oculta su buena fortuna.
En cambio, el maestro de obras Maa-Najt-Tutef habita una casa modesta en el centro de la ciudad. Al célebre escultor Tutmosis le agradaba más la comodidad. Fue en una de las habitaciones de su taller donde se encontró la extraordinaria cabeza pintada de Nefertiti.
Ahmosis, el portador del sello real, Parennefer es el copero de Su Majestad, Ranefer se encarga de una tarea delicada:
es el conductor del carro real y tiene que ocuparse de los caballos, El médico de la corte se llama Pentu. Maya, general del ejército. Muchos de los signatarios de Al-Amarna son, pues, hombres nuevos, que deben su fortuna y su carrera a Akenatón.
Según Huy, Akenatón eligió a sus «oficiales», no entre la casta de los nobles, como era la costumbre, sino entre las clases más bajas de la sociedad. Otro funcionario de Al-Amarna confirma esta revelación, explicando que debe su situación a una intervención directa del rey. Anteriormente, se debatía en la miseria. Por la voluntad de Akenatón, se ha convertido en un confidente cuyas opiniones se escuchan y en un hombre con riquezas apreciables. Casi ingenuamente, nos confiesa que su sorpresa ha sido total, ya que jamás hubiera supuesto que gozaría un día de tal acomodo.
Se advierte, por lo demás, el desarrollo de una lengua popular y el retroceso de la lengua clásica hablada en Tebas. En el lenguaje amarniano, entran numerosos neologismos asiáticos, huellas de la vida cosmopolita de la capital.
Otros detalles, como el confort relativo, pero apreciable, de las casas más modestas, nos inducen a suponer que Akenatón provocó una evolución que algunos intérpretes no vacilaron en calificar de socialismo anticipado.







Akenatón, como hemos visto, fue un maestro espiritual que no vacilaba en enseñar directamente su doctrina a aquellos que tenían ojos para ver y oídos para oír. Le gustaba ese contacto directo con sus súbditos, que le permitía, como dicen los textos, «crear un ser humano». Ése fue, por lo demás, el criterio principal que le guió al ofrecer responsabilidades: la aptitud de su interlocutor para percibir la realidad de la luz de Atón, no de manera mística, sino de un modo realista que le permitiese aplicar la enseñanza en las actividades más cotidianas. El rey prescindió de las condiciones de nacimiento o de la pertenencia a una casta, cosa que, en realidad, no suponía ninguna innovación. Ya durante el Antiguo Imperio, individuos de origen modesto podían acceder a las más altas funciones. El célebre lmhotep había sido fabricante de jarrones al principio de su carrera, antes de entrar al servicio del rey.
Que el rey se rodeó de hombres nuevos es una realidad innegable. Pero su decisión no tiene nada de revolucionaria. Todos los faraones hicieron lo mismo. La corte de Akenatón se presenta como una sabia dosificación entre antiguos funcionarios tebanos y personalidades «creadas» por el rey. Evolución social, es posible; revolución, de ninguna manera.

El «Padre Divino» Ay y el general Horemheb

Dos personajes merecen una atención particular entre los hombres del faraón. Ay, que ostentaba el título teológico de «Padre Divino» o «Padre del Dios», era probablemente tío de Akenatón. Había ejercido ya funciones muy importantes en Tebas, en la corte de Amenofis III.
Fue uno de los primeros en trasladarse a la nueva capital, donde no perdió nada de su influencia, sino todo lo contrario. Algunos no vacilaron en considerarle como el alto dignatario más importante del régimen. Se sabe con certeza que era uno de los íntimos de la pareja real.
Ay fue un hombre experimentado y particularmente valioso. Buen conocedor de la élite del país y habiendo resuelto un buen número de asuntos complicados, era el hombre de enlace ideal entre Tebas y la nueva capital. Sin duda por eso ocupó los puestos clave antes, durante y después del reinado de Akenatón, dando testimonio de una notable habilidad de maniobra y de un fino sentido de la diplomacia cortesana.



Ay reconoce que ha recibido una enseñanza espiritual directamente del rey. había sido situado a la cabeza de los altos funcionarios. Hombre de deber, escuchaba las órdenes del faraón y las ejecutaba. El rey le había adoptado. Él se mostraba perfectamente veraz y honrado ante el dueño de las Dos Tierras.
Era el servidor del ka de Su Majestad y se regocijaba cuando le veía en el palacio. Jefe de los nobles, de los compañeros reales, de todos cuantos sirven al faraón, Ay conocía todo lo que alegraba al rey, que era un sabio y «conocía como Atón». El rey había visto a Maat, la regla de vida, en el cuerpo de Ay, que detestaba la mentira.
Ay fue recompensado con la entrega real de varios collares de oro, en presencia de una multitud admirativa. Ningún cortesano había sido honrado hasta entonces de semejante manera. Pero los favores materiales que recibió tan hábil personaje no deben enmascarar su papel religioso. Ay no era exclusivamente un administrador. Ay aspira a la sabiduría, no al poder personal. La referencia constante al ka permite comprender que un dignatario del reino, por muy alto que esté situado, debe preocuparse por la energía creadora, de la que todo depende. A la muerte de Akhenaton, y posteriormente de su hijo, Tutankamon, Ay sería elevado a la categoria de faraón, aunque estuvo en el cargo muy pocos años.




También el célebre general Horemheb perteneció a esta estirpe de grandes dignatarios profundamente apegados a su función y deseosos de llenarla con dignidad y eficacia. El cine ha maltratado de manera particular al general Horemheb, transformándole en un soldadote borracho y brutal. Horemheb era ante todo un escriba real y, por consiguiente, un letrado y un jurista apasionado por la legalidad. No era raro en Egipto que la dirección de los ejércitos fuese confiada a «civiles» cuyas competencias administrativas parecían adaptadas al manejo de las tropas y del material. Horemheb no fue el único responsable militar de Aketatón, pero probablemente supervisó el conjunto de los servicios que aseguraban el buen funcionamiento del ejército, el mantenimiento y el cuidado de los cuarteles.
Horemheb es un hombre de orden. Horemheb fue un fiel servidor de Akenatón. Durante el reinado de la pareja solar, el general se contentó con hacer su trabajo y obedecer las órdenes.
También acabó siendo nombrado Faraón




sucediendo a Ay. Curiosamente en la lista de los faraones de Egipto, elaborada en la época de los ramasidas, concretamente poeSeti I y su hijo Ramses II, Homenheb sucede a Amenthoped III, dando por supuesto que ni Akhenaton, ni Ay, ni Tutankamon, jamás existieron.




¿UN ARTE REVOLUCIONARIO?

Cambiar el arte suponía también contribuir a la gran revolución  religiosa, escapar al control que ejercía el clero de Amón sobre toda representación de las imágenes divinas, liberarse de sus cánones hieráticos.»
En realidad, es fácil reconocer las obras de arte del período amarniano, cuyo estilo extraño, que ha sido juzgado a veces como monstruoso, llama inmediatamente la atención del espectador.
Akenatón, el constructor, creó un arte original que correspondía a su visión del hombre y del universo. ¿se puede afirmar que Akenatón sacó de la nada un arte totalmente desconocido hasta entonces, un arte opuesto a los criterios tradicionales de la belleza egipcia?




La tumba de Ramosis en Tebas nos proporciona un curioso elemento que facilita la respuesta. Una parte de la tumba de este gran dignatario está decorada de acuerdo con los cánones clásicos; 






la otra responde a las directivas del arte amarniano. Se comprueba, por lo tanto, en el mismo lugar la coexistencia de dos estilos muy diferentes. El estilo del arte amarniano, pródigo en curvas exageradas, volúmenes extraños, figuras que se alargan y se distorsionan más allá de lo que permite la razón, señala un momento excepcional de la sensibilidad egipcia. Sin embargo, paralelamente a esta «exploración», se observa que ciertos artistas conservan durante el reinado de Akenatón el estilo clásico del período de Amenofis III.
En tanto que primer maestro de obras, el faraón infunde al arte egipcio su verdadero aliento. Los colegios de artesanos le obedecen y, en ningún caso, son esclavos de su fantasía.
¿Cuáles son los grandes temas celebrados por el arte amarniano?
En primer lugar, la familia real en el ejercicio del culto de Atón. La vemos rindiendo homenaje al dios Atón y dándole las gracias por sus beneficios. 





Se percibe su éxtasis místico ante el resplandor del astro divino. Receptáculo de la luz, la familia real «dinamiza» la vida que viene del cielo y la hace así benéfica para la humanidad.
Esta admirable idea se halla igualmente desarrollada en las escenas en que el rey y la reina, de pie en el «palco de aparición», distribuyen recompensas a sus servidores. Además de un «regalo» material, se trata de una acción simbólica, a través de la cual el hombre que ha comprendido la enseñanza de Akenatón participa, como el rey, en la realidad de Dios.







Por primera vez en el arte de Egipto, se ven representadas escenas familiares, verdaderamente sorprendentes. Pensemos, por ejemplo, en el rey jugando con sus hijas, o con su mujer sentada en las rodillas, en el rey besando a una de sus hijas, en el rey y la reina recibiendo desnudos a un dignatario y su mujer. Recordemos también el tema de la princesa comiendo pato, 






puesto que jamás se había representado hasta entonces el acto de nutrirse de un modo tan realista.
Se observan un cierto número de innovaciones técnicas, por ejemplo, un gusto pronunciado por una estatuarla en la que se mezclan diversas clases de piedras. Los cuerpos pueden ser de piedra calcárea blanca, las cabezas de jaspe, las manos de cuarcita, los pies de granito. Las intenciones religiosas, basadas en el simbolismo de los materiales, son patentes. Al arte amarniano le gusta la ornamentación brillante, especialmente las incrustaciones de pastas de vidrio multicolores o los motivos moldeados en loza. Se ven muchos animales en el arte amarniano. Viven en plena libertad en las pinturas, en una especie de paraíso donde, para su mayor felicidad, la naturaleza es independiente del hombre.
No se trata, en mi opinión, del naturalismo ingenuo en que se complacía un rey soñador, pacífico admirador de un edén ilusorio.
Los antiguos estaban demasiado próximos a la naturaleza para no conocer- a la vez sus bellezas y sus peligros. La naturaleza, como la familia real, es un testimonio viviente de la presencia divina. El arte amarniano no celebra sólo el ave de carne, sino también el ave símbolo, el principio aéreo que es una de las leyes creadoras del mundo. Por eso el ave no perecerá nunca a manos del cazador, ni será envilecida cayendo en una trampa.






Ese naturalismo fue el más importante de los modos de expresión del arte creado por el rey. Es innegable que Akenatón desarrolló una verdadera filosofía de la naturaleza, creación de la luz. Pero no se trata de una rama separada de la filosofía religiosa tradicional, ya que está vinculada a la presencia y al respeto de Maat, la norma eterna del universo.
Pero no nos engañemos. Los artesanos encargados por el rey de ejecutar un programa simbólico preciso no caen en una estética centrada en una naturaleza profana. Las plantas de los pantanos, las extensiones de agua, las aves que emprenden el vuelo, los terrenos que triscan, los peces, todo ello es una encarnación del paisaje de los orígenes, de la dicha primordial, de la edad de oro de la creación, cuando ninguna presencia desviante venía a perturbar la armonía de un cosmos perfectamente ordenado según la ley eterna de la creación por el espíritu.
El faraón recrea esos instantes de gracia y los hace reales con su presencia, garantía del equilibrio fuera del cual no existe para el hombre ninguna posibilidad de alcanzar la sabiduría.
Algunos historiadores del arte han intentado descubrir en el arte amarniano influencias extranjeras. Y aunque la pista asiática ha perdido casi por completo sus partidarios, no se ha abandonado por completo la referencia a Creta.
Se sabe que, tras el saqueo de la ilustre ciudad de Knossos y el pillaje de las demás ciudades cretenses, pensadores y artesanos se vieron obligados a expatriarse. Muchos de ellos decidieron vivir en Egipto y, en la representación de plantas y animales, se reconoce con gran facilidad una cierta prolongación del arte cretense en el arte amarniano.
Reconozcamos, sin embargo, que apelar a influencias exteriores no explica nada y carece de justificación. El arte amarniano es típicamente egipcio. Sus temas son tradicionales, aunque algunos de ellos hayan sido desarrollados en un estilo específico y aunque se dé una preferencia especial por ciertas escenas.
Naturalmente, nos falta todavía abordar el problema más espinoso del arte amarniano, es decir, la representación del propio Akenatón. Todos conservamos en la memoria su rostro deformado hasta la monstruosidad, sus rasgos atormentados, que provocan a veces un sentimiento de malestar. ¿El mayor de los místicos de la historia egipcia fue verdaderamente ese personaje de una fealdad casi repulsiva?
Recordemos la existencia de un documento esencial que nos permitirá situar correctamente el debate. Me refiero a una máscara funeraria de yeso descubierta en Amarna. 







Muy probablemente, nos muestras las verdaderas facciones de Akenatón, cuya cara, tranquila y serena, pertenece a un hombre normal, no deformada por ninguna «monstruosidad». Si se considera dicha máscara como una indicación decisiva, estamos obligados a admitir que Akenatón se hizo representar voluntariamente con una apariencia extraña.
«No creo en modo alguno -precisa François Daumas- que Amenofis IV tuviese las «características físicas» que traducen las famosas estatuas de Karnak, que son la expresión de la teología real.» Y Pirenne añade esta aclaración: «El cuerpo femenino de Amenofis IV no es más patológico que la cabeza de halcón de Ra».
En efecto, el dios Atón es «padre y madre» de los hombres.
Su representante en la tierra, el rey Akenatón, debe aparecer como el ser asexuado que magnifican precisamente las extrañas estatuas de Karnak. «El reino de Dios -apuntaba con razón Merejkowski- llegará cuando los dos sean uno, cuando lo masculino sea femenino y no haya ya ni masculino ni femenino.»
Algunos textos ptolemaicos, como los del templo de Esna, subrayan insistentemente el símbolo de la androginia, el «estado espiritual» que traduce la unicidad divina.
En lo que respecta a las deformaciones físicas propiamente dichas, es razonable admitir que nuestros ojos no están preparados para ver el «Akenatón teológico», demasiado alejado de nuestros criterios estéticos. Resulta evidente que los artesanos no recibieron la orden de reproducir el aspecto físico de Akenatón, sino de representar un personaje simbólico.




Esta estética, por cierto muy estudiada y nada accidental, con unas proporciones concretas, etc.,  correspondiente a una teología que es, a su vez, la expresión del reinado, no debe ser juzgada en función de criterios emotivos, sino percibido como expresión de una espiritualidad. Podríamos afirmar que como ocurre con el manierismo italiano, el arte de Amarna es un estilo que surge en un período convulso, ante la reacción de romper con todo lo creado anteriormente, acaba con los cánones, la armonía y la simetría anterior. Los cuerpos y las facciones se alargan, predominando el simbolismo sobre el naturalismo. Este nuevo estilo aparece de forma casi repentina, con pocos años de margen, ya que en los primeros años de reinado vemos como Akhenatón, en ese momento Amenhotep IV, sigue la tradición artística, para pasar en poco tiempo a servirse del nuevo estilo. 
En el arte de Amarna podemos dividir tres periodos.  En los primeros años se exageraron las formas, llegando incluso a la caricatura, con rasgos casi deformes. Siguió una época de suavización de ese estilo. Al final del reinado las representaciones se acercaron a las tradicionales, en un estilo mucho más suavizado. 




Akenatón no quiso revolucionar el arte egipcio, cuyas reglas esenciales respeta.  El arte armaniense por lo tanto, no debe ser juzgado desde los criterios racionales, sino que debe ser entendido como la expresión de una espiritualidad correspondiente a una teología usada en el nuevo reinado. Representa pura simbología.
Como los demás faraones, creó una forma artística en armonía con el genio de su reinado. Sus artesanos tuvieron que insistir especialmente en el movimiento de los cuerpos y la animación de los seres por la luz del sol divino.

EL AÑO 12: PAZ Y GUERRA

El año 12 del reinado, el segundo mes de la estación peret, en el octavo día, un acontecimiento feliz animó la vida apacible de la ciudad del sol. Se organizaron grandes festividades para acoger a embajadores que acudían desde diversos países extranjeros con objeto de ofrecer atributos a Akenatón y Nefertiti.
«Para esta ceremonia -señala Aldred-, el faraón y la reina fueron llevados en su palanquín de Estado hasta sus tronos, situados en el lugar del desfile, bajo un gran baldaquino dorado.
Detrás de ellos, se encontraban las seis princesas y su séquito.
Se ha elegido un terreno al aire libre, al este de la ciudad, para recibir un gran aflujo de población. La atmósfera es apacible. Están presentes las seis hijas de la pareja real. Durante la ceremonia, juegan y charlan. Una de ellas se entretiene con un cervatillo. Detalle conmovedor…
El rey y la reina, asidos tiernamente de la mano, ven venir hacia ellos a los representantes de los países que reconocen la autoridad del faraón. Los nubios, con su larga falda, traen sacos de oro, ladrillos y arandelas de oro, marfil, leopardos, antílopes, panteras. Los asiáticos, a los que reconoce por sus barbas rematadas en punta, ofrecen jarrones, armas, escudos, piezas de carros dispuestas para armarlos, un león, un caballo. Los habitantes del maravilloso país del Punt son portadores de incienso. Los libios, identificables por la pluma hincada en el pelo, traen como regalo huevos y plumas de avestruz. Por último, los cretenses presentan magníficos y valiosos jarrones.
Todo marcha a la perfección en el mejor de los mundos. ¿La ceremonia pública no es la prueba manifiesta de que el faraón reina sobre el mundo entero y que la omnipotencia de las Dos Tierras sigue siendo indiscutible?
Por lo menos, así es en apariencia.




¿Por qué el rey ha querido manifestar su esplendor? ¿Existe una motivación que no fue precisada en las relaciones escritas de la entrega de tributos? Aldred está convencido de ello. Según este especialista de la época amarniana, Akenatón, al presentarse como el monarca reconocido por todos, tanto en el interior como en el exterior del país, celebraba su advenimiento como rey único. Aldred opina que Amenofis III, el padre de Akenatón, acababa de morir, tras doce años de corregencia. Acogiendo a los embajadores, Akenatón celebraba su toma del poder de manera brillante.
Al final del año duodécimo del reinado, Tiyi ha dejado de existir.
Su desaparición supuso una cruel prueba para el rey. En efecto, su madre tenía un gran conocimiento de los asuntos internacionales y probablemente había continuado aconsejando a la pareja real en cuanto a las opciones que se les ofrecían. Basta para demostrarlo esta carta del rey de Mitanni, dirigida a Tiyi:





Todo va bien para mí. Que todo vaya bien para ti. Que todo vaya bien para tu casa, para tu hijo, que todo vaya perfectamente bien para tus tropas y para todo lo que te pertenece. Tú eres la que sabe que siempre he sentido amistad por Amenofis III, tu marido, y que tu marido, por su parte, sintió siempre amistad por mí... Tú eres la que conoce mejor que nadie las cosas que nos hemos dicho el uno al otro. Nadie más las conoce... Debes continuar enviando felices embajadas, una tras otra. No las suprimas. Yo no olvidaré la amistad con tu marido. En este mismo momento y más que nunca, tengo diez veces más mucha más amistad por tu hijo Akenatón. Tú eres la que conoce las palabras de tu marido, pero no me has enviado todo mi regalo de homenaje que tu marido ordenó que se me enviase. Yo había pedido a tu marido estatuas de oro macizo... Pero tu hijo ha chapado en oro estatuas de madera.
Puesto que el oro es polvo en el país de tu hijo, ¿por qué han sido la
causa de una tal pena para tu hijo que no me las ha dado?... Ni siquiera me ha dado lo que su padre tenía costumbre de dar (Cartas de Al-Amarna, EA 26).
Tiyi estaba profundamente apegada a la política de paz llevada por su marido Amenofis III. Su conocimiento de los diversos casos le permitía defenderla con eficacia, y sin duda actuó junto a Akenatón como una especie de ministro de Asuntos Exteriores al más alto nivel. Su desaparición privó al monarca de sus juiciosos consejos y le obligó a ocuparse él solo de problemas internacionales que, al parecer, no conocía a la perfección.
La muerte de la reina madre tuvo lugar en un mal momento.
Como veremos, la situación política de Asia se modificó profundamente durante el reinado de su hijo. Akenatón no parece haber sido capaz de llevar a cabo un análisis pertinente de la misma y de sacar las conclusiones que se imponían.




Toda una literatura presenta a Akenatón como un pacifista, un no violento, un ser dulce y débil empeñado en evitar la guerra a toda costa. En el año 12 del reinado, hubo probablemente una acción militar en Nubla. Estelas descubiertas en Buhen y Amada demuestran que el ejército egipcio intervino en un sector en el que existían minas de oro y que sofocó con severidad una rebelión tribal. Sin embargo, más que de guerra, hay que hablar de una operación de policía. Durante el Imperio Nuevo, Nubla es una verdadera colonia, sometida a la ley egipcia. El faraón no tolera que se produzca en ella ninguna perturbación. Hay numerosos egipcios que viven en Nubia, funcionan en ella templos, especialmente un santuario de Atón. Hay también nubios que sirven en el ejército egipcio. Los hijos de los jefes de tribu se educan en Egipto.
Akenatón no es ni un pacifista soñador ni un partidario a ultranza de la guerra. Se contenta con proseguir la política internacional preconizada por Amenofis III y Tiyi: una paz apoyándose en tratados con las potencias extranjeras. Al sur, en Nubia, el ejército y la policía egipcios intervienen para restablecer el orden tan pronto como se ve amenazado. Pero no ocurre nada grave desde hace muchos años en esta región egiptizada. Al nordeste, en cambio, en los países de Asia parcialmente bajo el control egipcio, todo cambia.
Los trabajos de A. Altman han demostrado que la estabilidad política de los protectorados egipcios, como Biblos o el Amurru, termina poco después de las campañas asiáticas de Tutmés IV. El proceso de degradación, peligroso para la seguridad de Egipto, se inicia mucho antes del reinado de Akenatón.
El rey hitita Subbiluliuma destruye definitivamente el equilibrio de fuerzas en el Oriente Próximo antiguo, que Egipto domina todavía. En efecto, hasta su reinado, el imperio faraónico había ejercido una soberanía militar difícil de atacar. Pero Subbiluliuma es ambicioso y quiere convertir su país en una gran nación. Comienza, pues, por someter las tribus que le estorban en el interior de sus propias fronteras. Hace cesar las querellas intestinas y pone fin a los problemas graves que amenazan su poder. 






Una vez restablecido el orden, pacifica sus provincias y leva tropas, a las que asegura un encuadramiento militar de calidad.
La Sirio-Palestina, bajo control egipcio, está dividida en tres provincias, controladas por tres funcionarios. El primero reside en Gaza y se ocupa del país de Canaán, es decir, Palestina más una parte de la costa fenicia, hasta Beirut. El segundo reside en Sumur y vela por el país de Amurru, que se extiende desde Biblos hasta el sur de Ugarit y el Oronto. El tercero habita en Kudimu. Está encargado de la provincia de Apu, que va de Qades, en Siria del Sur, hasta el norte de Palestina y Damasco.
¿Por qué la situación se degrada hasta tal punto? ¿Por qué las relaciones exteriores de Egipto se deterioran? En el año 12 de su reinado, Akenatón recibían aún de manera normal los tributos de los Estados extranjeros, especialmente de las regiones de Asia. A cambio, el faraón les concedía el «aliento de vida», y esos países, por lo menos oficialmente, permanecían sometidos al imperio faraónico. El rey afirma que se trata de «posesiones» y que Dios se los ha confiado «para que refresque su ardor en ellos» y los apacigüe con la fuerza de su mano.
Sin embargo, después del año 12, tales declaraciones dejan de corresponder a la realidad, puesto que los países extranjeros no pagan ya los tributos habituales a la corte de Akenatón. De repente, el equilibrio parece romperse, y la fraseología oficial no alcanza a enmascarar el malestar que surge entre los vasallos de Egipto.
Varios indicios tienden a demostrar que Akenatón no envió los regalos suficientes a los soberanos extranjeros, descuidando así sus deberes protocolarios, cuya importancia no debió de ser subestimada por el amo de Egipto. Se trataba indiscutiblemente de una falta grave.
Akenatón era consciente de las dificultades con que tropezaba la política egipcia. Mantuvo una línea de conducta muy firme, como expresa una de sus cartas a un príncipe sirio, poco tiempo antes de los ataques hititas: Me encuentro bien, yo, sol en el cielo; mis carros y mis soldados son muy numerosos; desde el Alto Egipto hasta el Bajo Egipto, desde la región en que sale el sol hasta la región en que se pone, el país entero está en buenas condiciones y satisfecho.





En otras palabras, el poderío egipcio sigue siendo considerable, y los ejércitos del faraón no tienen rival. En opinión del rey, esta simple afirmación debería calmar los ardores belicosos y asegurar la paz. Akenatón no quiere utilizar directamente el armamento de que dispone. Considera que sus fuerzas de disuasión son lo bastante impresionantes para que sus posibles adversarios no se atrevan a moverse. El rey-juez estima que una política pacifista, apoyada sobre bases sólidas, dará a largo plazo buenos resultados, mientras que las intervenciones armadas no harían más que envenenar la situación.
Su padre, Amenofis III, compartía la misma opinión, pero practicaba una «táctica» muy flexible. Sabía oponer a las tribus entre sí, fomentar la división de los clanes, impedir el nacimiento de coaliciones peligrosas. Aprovechando de maravilla las querellas intestinas de los reyezuelos, Amenofis II mantuvo firmemente el control egipcio sobre los países vecinos.
Akenatón, que concede el primer lugar a las preocupaciones espirituales y que intenta echar los cimientos de una fe nueva, desprecia demasiado ese sistema de intrigas, que presenta la ventaja de dejar subsistir una agitación poco peligrosa. Al parecer, Akenatón no vela personalmente sobre su red de espionaje y deja su responsabilidad a hombres de probidad a veces dudosa. Mal informado, el faraón tiene una visión demasiado parcial de los acontecimientos. Además, Akenatón se debate en una situación económica difícil y no dispone de tantas riquezas como sus predecesores. Amenofis III había prometido mucho oro a los vasallos de Egipto. Akenatón no logra mantener sus promesas. Cuando hace regalos a los soberanos fieles a Egipto, comete graves errores. Por ejemplo, el rey de Babilonia reprocha a Akenatón haberle enviado un oro de muy mala calidad; los aliados de Egipto se sorprenden, en diversos grados, ante la actitud de Akenatón. No conocen las dificultades internas de Egipto y todavía no son muy conscientes del peligro hitita. Les choca sobre todo la escasa diligencia que pone el faraón en enviarles unas riquezas que consideran como debidas. Sin duda ése es el motivo de que los tributos extranjeros no lleguen ya a la corte de Egipto.
Sin embargo, el ejército egipcio no ha perdido nada ni de su valor ni de su fuerza. Pese a creer en las virtudes de la diplomacia y la persuasión, Akenatón no se comportaba como un pobre soñador, incapaz de tomar conciencia de la crisis de civilización que se desarrollaba ante sus ojos y que él mismo había provocado en parte. Por lo tanto, no es aberrante pensar que Akenatón estuvo con frecuencia muy mal informado y que ciertas cartas, si no la mayoría de ellas, no llegaron hasta él. Aunque sea muy difícil llegar a una certidumbre en este aspecto, emitiré la hipótesis de que Akenatón fue traicionado por ciertos miembros de su corte y que dispuso, debido a disimulos voluntarios, de informaciones incompletas sobre la evolución del poderío hitita.






Alexandre Moret ha defendido la tesis de que Akenatón deseaba magnificar a un dios-sol que fuese un lazo sagrado entre Egipto y los demás pueblos. Un dios agresivo, nacionalista y batallador, aun en caso de victoria, no hubiera sido más que un dios estrechamente egipcio. Por el contrario, un dios pacífico y tolerante conquistaría el corazón de todos los hombres, evitando los conflictos.
Para ello, Akenatón había previsto la construcción de tres grandes ciudades consagradas a Atón, una en Egipto, otra en Nubia y otra en un emplazamiento que no se ha determinado todavía con certeza. Las tres ciudades representaban, de manera simbólica, la totalidad del mundo conocido, que se volvía con amor hacia los rayos del sol divino. Era el mismo Dios quien debía establecer las relaciones amistosas entre las naciones, no las armas o las riquezas. Atón, padre espiritual de todos los seres, borraba las razas en favor de la «parcela de luz» común a todos los vivientes. Henos de nuevo en pleno romanticismo.
Se advierte claramente que Akenatón se vio desbordado por la evolución política y militar de las comarcas asiáticas, que conocía mal y que no visitó -como habían hecho algunos de sus predecesores- para mantener una paz a distancia. El balance es duro. Biblos se ha perdido. Mitanni, aliado importante de Egipto, ha dejado de existir. Los hititas se han anexionado Siria. Bandas de saqueadores recorren Palestina. Akenatón ha perdido la iniciativa a causa de sus vacilaciones.
Sigue intentando practicar una política de alianzas y tratados, que no alcanza a frenar las ambiciones de los hititas, que invaden Mesopotamia y la Siria del Norte, destruyen Mitanni, amenazan el Líbano sur. Ningún ejército egipcio se alza frente a ellos.
¿Le hubiera sido posible a Akenatón detener el avance hitita?
Los especialistas en la historia militar egipcia responden afirmativamente. Pero reunir un ejército lo bastante fuerte exigía una organización particular y un esfuerzo de guerra importante. Akenatón no quiso realizar tal esfuerzo, a la vez social y económico.
Las informaciones recientes permiten pensar que Akenatón no permaneció totalmente inactivo durante los últimos años de su reinado. Según parece, envió tropas a Siria. ¿Para qué tipo de intervención y con qué resultado? Akenatón no fue responsable del declinar del poderío egipcio. No obstante, tampoco supo detenerlo.

LOS DRAMAS DEL AÑO 14

En el año 14 cayó enferma Meket-Atón, la segunda hija de la pareja. ¿Qué edad tenía? Imposible decirlo con exactitud. Por lo menos doce años. A pesar de los cuidados que se le prodigaron, la chiquilla sucumbió. Fue enterrada en la tumba real que Akenatón había hecho preparar para su familia.
Excepcionalmente, los artistas recibieron orden de representar las escenas rituales del duelo, lo que nos permite participar en la inmensa tristeza de Akenatón y Nefertiti. Los bajorrelieves de la tumba de Al-Amarna muestran al rey y la reina llorosos. 






En todos estos cuadros, reina una desesperación que nos conmueve todavía. El golpe del destino se abatió sobre Akenatón de la manera más violenta, turbándole profundamente.
El drama tenía forzosamente que conmover hasta lo más profundo a la pareja real. Perder a una hija a la que se había puesto bajo la protección de Atón significaba una desdicha que la población entera podía considerar como una especie de rechazo divino.
A partir de entonces, todo se desdibuja.
La desaparición de su segunda hija supuso sin duda una prueba insuperable para la reina Nefertiti. Se han formulado varias explicaciones posibles intentando levantar el velo que cubre los últimos años de la existencia de Nefertiti.
Según una teoría, la reina tomó conciencia de los graves peligros que la política de Akenatón hacía correr a Egipto y a fin de salvar el país de la rutina, abandonó más o menos la religión de Atón.
Nefertiti logró entonces ponerse en contacto con los sacerdotes de Amón, quienes durante sus entrevistas, le demostraron el carácter perjudicial de la experiencia emprendida por su marido. Convencida por sus advertencias, se retiró a un palacio en compañía del joven Tutankatón, que reinará más tarde con el nombre de Tutankamón, y quien por cierto parece ser que murió envenenado por unas uvas que le regalaron los sacerdotes de Amon...




Ayudada en su tarea por el «Padre Divino» Ay, preparó al niño para tomar el poder a expensas de Akenatón, enfermo y cada vez más desconcertado por el cariz de los acontecimientos. En el espíritu de Nefertiti, era el único medio de preservar la continuidad monárquica y asegurar un necesario retorno al orden.
Viendo que la salud del rey «herético» declinaba, Nefertiti buscaba así evitar una venganza brutal del clero de Tebas contra todos aquellos que se habían declarado en favor de Akenatón.
Dada su personalidad, Nefertiti aseguraba una posible «unión» entre la revolución de Akenatón y el conservadurismo de los partidarios de Tebas. Los hechos se ajustaron a las esperanzas de la reina.
Akenatón murió, ella educó de acuerdo con sus designios al joven Tutankatón y lo presentó como candidato al trono a los sacerdotes de Amón, que le aceptaron como tal. El muchacho se convirtió así en el rey legítimo Tutankamón, el restaurador del poderío de Amón.
Esta historia, con sus múltiples peripecias, implica una especie de traición por parte de Nefertiti. Hay aún otra explicación de los acontecimientos. La discordia entre la pareja real no se debió a la iniciativa de Nefertiti, sino a la de Akenatón, que, aterrorizado por el fracaso de su empresa «revolucionaria», decidió volverse hacia los sacerdotes de Amón y pactar con ellos.
Fiel a la ortodoxia atoniana, Nefertiti se opuso entonces violentamente a esta línea de conducta. Abandonó a su esposo para vivir en el aislamiento y preservar su fe en el disco creador, esa fe que seguía siendo la única razón de su vida.
Akenatón envió a Tebas a su corregente Smenker para iniciar las negociaciones. Una entrevista semejante no podía por menos que ser tormentosa. Ofendidos, los sacerdotes de Amón obligaron al enviado del «herético» a aceptar todas sus condiciones, incluso al precio de una humillación.




Según Pendlebury, uno de los célebres excavadores del emplazamiento de Al-Amarna, Nefertiti no murió hasta el año 3 del reinado de Tutankamón, tras haber ejercido una regencia perfectamente fiel al culto de Atón. Fue la reina la que impidió al joven faraón, que tenía una decena de años, responder a los avances del clero de Amón y regresar a Tebas. Por lo tanto, la «herejía» sólo finalizó con la muerte de la reina.
Si aceptamos esta versión de los hechos, está claro que fue Akenatón quien traicionó su propio ideal, por desaliento o por cobardía. El rey carecía ya de las fuerzas necesarias para continuar su tarea, pero Nefertiti se negó a renunciar a su obra común. Tomando sola las riendas del poder, «La bella ha venido» obtuvo del dios sol una energía extraordinaria y negó toda concesión al clero tebano.
Al continuar reinando tras la muerte de Akenatón, observó la línea de conducta definida por la revolución amarniana y preservó la pureza de la nueva fe hasta su último día. Hizo incluso más, educando al joven Tutankatón e intentando transmitirle la antorcha.
Esta reconstrucción de los acontecimientos me parece en extremo fantástica. La verdad es probablemente mucho más sencilla y mucho más trágica.
En el año 14, o poco después, la reina Nefertiti, demasiado quebrantada por la muerte de una o varias de sus hijas, murió a su vez en el palacio norte de Aketatón, al que se había retirado a causa del estado de su salud.
En el espacio de unos meses, Akenatón pierde a su esposa y a una o varias de sus hijas. Herido ya su corazón por el fallecimiento de Meket-Atón, el rey tiene muy pronto que afrontar la prueba de la soledad del poder. Desde el principio de la aventura atoniana, Nefertiti había permanecido siempre a su lado, compartiendo con él deberes y poderes y ofreciéndole su consejo en toda circunstancia.
La luz de Atón se expresaba a través de la pareja divina.
Privado de Nefertiti, Akenatón no puede llenar la función teológica y simbólica que exige el culto del sol divino. Por consiguiente, no le queda más remedio que buscar un corregente.

Continua en la siguiente entrada.