diumenge, 29 d’abril del 2007

EL MENSAJE DEL JEFE SEATTLE

Mensaje del Gran Jefe Seattle al Presidente de los Estados Unidos.

Somos muchos los que desde hace bastantes años quedamos atrapados en la maravillosa red de imágenes y palabras del Mensaje del Jefe Seattle al Presidente de los Estados Unidos, desde el mismo momento en que lo leímos, considerándolo uno de los mejores alegatos a favor de una relación consciente, armoniosa y amorosa entre los seres humanos y el medio ambiente natural.
Algunos de los fragmentos de ése texto, nos conmovieron tan profundamente, que nos llevaron irremisiblemente a interesarnos por la cultura de los indios norteamericanos. Otros textos también importantes como el de “Alce Negro” sobre la espiritualidad y los rituales tradicionales, extraordinarias novelas épicas como Hanta Yo, o las composiciones musicales de Carlos R. Nakai, desbrozando en la medida de nuestras posibilidades, lo que la New Age ha ido adosando alrededor, acabaron por conducirnos a interesarnos profundamente por aquella cultura, a la que hemos llegado a amar sinceramente.

Con los años descubrimos el orgullo del índio de las praderas, el valor que daban a la verdad, el arte de crear personas auténticas concebido como el sumum de la sociedad, la naturaleza concebida como un jardín al que debían cuidar... y tantas otras cosas que nos fascinaron y nos siguen fascinando.
Por eso, no ha sido sino con un cierto dolor que he llegado a conocer que existen algo más que dudas sobre la autenticidad de la famosa carta de Noah Sealth, jefe de los Dwamish, más conocido como Seattle, tal y como hoy lo conocemos. No se está seguro de su origen y se sospecha que ha sufrido algunas manipulaciones antes de que el PNUMA (oficina de las NN.UU. sobre el medio ambiente) la incluyera en algunos de sus documentos, dándole fama universal.
Los sentimientos expresados en el supuesto discurso atribuido a Seattle, han tenido un fuerte arraigo porque se corresponden con los de las personas que se sienten indignadas por la destrucción del mundo indígena durante la conquista del Oeste americano, como en tantos otros lugares del mundo y también, con los de movimientos ecologistas que lo tomaron como un especie de manifiesto.
Y ciertamente, esta carta ha sido y es, independientemente de su autoría, uno de los más bellos discursos escritos sobre el medio ambiente.
Ya suponíamos que el Jefe Seattle, no sería el autor material de ésta carta, que se situaba cerca del año 1855, no era presumible que el mismo consiguiera expresarse en esos términos en el idioma de los conquistadores de lengua inglesa, imaginábamos y aceptábamos, inocentemente, que sus palabras fueron recogidas y redactadas en forma literaria por alguien próximo, un traductor o intérprete más o menos inspirado.
Nos gustaba y confortaba que a pesar del siglo y medio transcurrido desde entonces, no hubiera perdido nada de su fuerza, es más, tristemente, todos los fatalistas pronósticos del jefe indio se han cumplido sobradamente.
Algunas voces, ya habían advertido hace unos cuantos años que: “Tal vez no tendría sentido realmente hablar de la autenticidad del susodicho documento, si no fuera por el impacto que causa y la manipulación de los objetivos con que normalmente es usado por fariseos, falsos ecologistas, vitalicios oposicionistas solo por hacer oposición sin mas fundamentos que este mito de esta supuesta carta adjudicada a uno de los últimos jefes indios Seattle; ignorando que estos versos provienen en realidad de la pluma del guionista norteamericano Ted Perry que en los años 70 los compuso para un “Home” una película de defensa de la naturaleza”.
En la década de los 90, el mismo Ted Perry trató de aclarar el entuerto. El hoy profesor en la Universidad de Middlebury en Vermont dijo en un artículo publicado por Newsweek en 1992, que una vez terminado el guión los productores de la película, sin su conocimiento, quitaron su nombre de los créditos y reprodujeron 18.000 carteles con el discurso de Seattle para los espectadores que lo solicitaron. Nadie pensó que tal hecho sería la base de una nueva tradición ni una nueva romantización de los indígenas americanos. Perry comenta su desconcierto por el hecho de que «estemos tan dispuestos a validar un texto por que se le atribuye a un americano nativo» y no a un hombre blanco.
Pasados los años, su papel de poner palabras en la boca de jefe Seattle lo ha desconcertado: «nunca hubiera permitido que alguien creyera que era otra cosa que un relato ficticio escrito por mí». Apócrifa o no, la versión de Perry tocó fibras íntimas de la conciencia ambiental... Y el mito (y el discurso) cobraron (¿o continuaron teniendo?) vida propia.
Ésta hipótesis parece bastante cercana a la realidad, efectivamente Ted Perry se inspiró para escribir su versión (Versión 3 en ésta misma comunicación) en otra anterior de la década de los 60, que ya era una modificación poética de la primera (Versión 2).Lo que ya era excesivo, es que en su afán de desprestigiar la Carta, las mismas fuentes argumentaran que “Y la historia real, si se preocuparan en investigar antes de hacerse eco de fantasías, nos muestra que estos hermanos pieles rojas seattles, “guardianes del orden natural establecido”, eran en realidad? el terror de las florestas (bosques)? por su demanda insaciable en madera para construcción y leña; y que en efecto ellos transformaron los densos bosques de lo que es hoy la región de Nuevo México en desiertos y sus cazadores, ya en inicios del siglo 18, extinguieron en la región de la actual Illinois a los osos negros cuya grasa la consideraban una fina delicia”.
Nada más lejos de la realidad, el autor de semejante argumentación además de un desconocimiento profundo de las realidades demográficas y socio económicas de las tribus nativas de América del Norte, parece olvidar que esos pueblos llevaban viviendo allí miles años, se supone que unos 25.000, antes de la llegada de los primeros conquistadores europeos, administrando un inmenso medio ambiente natural de forma ejemplar y mucho más eficaz de lo que está demostrando nuestra avanzada civilización, que esos pueblos divididos en multitud de tribus, o naciones, se circunscribían en sus actividades sociales, a unos territorios perfectamente delimitados, en los que se desarrolló una cultura –o varias- de enorme riqueza y complejidad.

Apuntes biográficos sobre el Jefe Seattle.




Seattle nació probablemente en 1786 durante una epidemia que diezmó a los nativos del Pacífico Noroccidental y que fue introducida por los primeros europeos que llegaron al lugar.
El 20 de mayo de 1792 Seattle era aún un niño cuando el británico George Vancouver llegó a la bahía de Puget Sound con su barco H.M.S. Discovery en una expedición para hacer un mapa de la región. Hasta entonces los duwamish y los suquamish las tribus de su madre y de su padre respectivamente, habían tenido muy pocos contactos con los europeos.
Su padre jefe de los suquamish se llamaba Schweabe y su madre Sholitza, provenía de una familia prominente duwamish.
Siendo aún muy joven heredó la posición de Jefe de la tribu de los suquamish, habiendo además demostrado su liderazgo durantes las continuas confrontaciones que existían entre las diferentes tribus del área. Al mando de su tío paterno Kitsap, comandó una coalición de fuerzas que pelearon contra la poderosa tribu de los cowichans de la isla de Vancouver quienes atacaban constantemente a los poblados de los suquamish y de los duwamish.
Seattle fue un guerrero muy exitoso: atacó y venció a los sklallam, otra poderosa tribu que vivía más al norte. Cuando en 1833 la Compañía de la Bahía de Hudson fundó el Fuerte Nisqually cerca del campamento de los suquamish Seattle ya gozaba de una gran reputación como jefe indígena y como un hombre sabio e inteligente. Los europeos le pusieron el sobrenombre de ‘Le Gros’ (El corpulento en francés) por su imponente tamaño y presencia física.
Según la definición del Dr. Smith autor de la primera versión del discurso, tal y como apapreció en su escrito: “El viejo jefe Seattle era el indio más grande que haya visto y con mucho el de mayor garbo. Medía seis pies (1.85 m) con sus mocasines, tenía hombros anchos, un pecho profundo, y estaba adecuadamente proporcionado. Sus ojos eran grandes, inteligentes, expresivos y amistosos cuando descansaban, y reflejaban fielmente los diferentes humores que pasaban por la gran alma que miraba a través de ellos. Era generalmente solemne, silencioso y digno, pero en las grandes ocasiones se comportaba entre las multitudes como un Titán entre enanos, y la más ligera de sus palabras era ley.
Al levantarse para hablar ante el Consejo o para dar una guía cariñosa, todos los ojos se posaban en él, y las frases profundas, sonoras, y elocuentes salían de sus labios como los incesantes truenos de las cataratas que fluyen de fuentes interminables, y su magnífico comportamiento era tan noble como el del jefe militar más cultivado que dirigiera las fuerzas de un continente. Ni su elocuencia, ni su dignidad, ni su tolerancia eran adquiridas. Eran tan propias de su hombría como las hojas y las flores de una almendra floreciente.
Su influencia era maravillosa. Podía haber sido un emperador pero todos sus instintos eran democráticos, y gobernó a sus leales súbditos con amabilidad y paternal benevolencia.
Siempre fue adulado por la destacada atención de los hombres blancos, y nunca más que cuando estaba asentado a sus mesas, situaciones ocasionales en las que manifestaba más que en cualquier otro lugar los instintos genuinos de un caballero”.
El jefe del fuerte Nisqually, Francis Herron, como este mismo escribió, consideraba a Seattle un hombre peligroso y lo vigilaba constantemente para eventualmente mandarlo a eliminar si hubiese sido necesario.
Sin embargo no se atrevía porque temía la reacción de los suquamish y cuando en 1837 Seattle asesinó al shaman Skykomish que gozaba de gran prestigio en la tribu los europeos esperaban que su propia gente se le hubiese rebelado pero no fue así. Los europeos también tomaban en consideración que en aquel momento él era el jefe dominante de la región y en un cierto sentido prefirieron que Seattle mismo mantuviera a raya a los otros grupos indígenas.
Tuvo dos esposas y varias concubinas. La primera murió dando a luz una hija que posteriormente fue bautizada con el nombre de Angelina, de la otra tuvo varios hijos e hijas, Poseía varios esclavos como correspondía a un hombre de su estatus social en de la sociedad indígena americana de aquel entonces.
El profundo dolor que le provocó la muerte de uno de sus hijos fue probablemente la razón por la cual Seattle decidió convertirse al cristianismo en 1830. Fue bautizado con el nombre de Noé Siattle en 1848 por unos misioneros católicos franceses en la Misión de San José construida cerca de poblado de Olympia fundado por los colonos ingleses (después renombrada con el nombre de Seattle).
Junto con él fueron bautizados todos sus hijos. Recibió la comunión y la confirmación en Tulalip en 1864. Posteriormente Jacob, otro líder católico de la comunidad suquamish, construyó la primera iglesia indígena cristiana de la zona.
Para mediatos del siglo XIX los europeos se habían establecido en la zona y llegaban nuevos colonos constantemente, obviamente se generaron problemas y confrontaciones con los indígenas.

En 1855 el gobernador del Territorio de Washington Isaac Stevens llamó a todas las tribus de la zona para proponerles un tratado. Este tratado relegaba a los indígenas a los territorios de la reserva que obviamente no eran los mejores y además eran controlados por el gobierno de los Estados Unidos.
El 21 de enero de 1855 se realizó en Muleteo, (Point Elliott) al sur de Seattle una reunión entre Stevens y los duwamish, los snoqualmies y los skagit donde asistió también Seattle. Las únicas palabras que se tienen registradas del jefe Seattle fueron las que pronunció durante esta reunión como consta del libro de actas que se encuentra actualmente en el Archivo Nacional de Asuntos Indígenas en Washington.
Eso fue lo que quedó registrado:
“ Lo considero a usted como a mi propio padre (hablando de Stevens) y el resto de mi tribu también. Todos nosotros tenemos buenos sentimientos para con ustedes los carapálidas y queremos que se los transmita en el papel al Gran Padre. Todos, ancianos, ancianas y niños, estamos contentos de que usted nos cuide y se haga cargo de nosotros. Mi mente es como la suya. No quiero decir más. Quiero mucho al doctor David Maynard y siempre me tomo sus medicinas.
Ahora somos amigos y ya no existen malos sentimientos. Somos amigos de los americanos. Todos pensamos lo mismo. Usted es nuestro padre ahora. Nunca cambiaremos estos sentimientos.”
Estas son las únicas palabras que se tienen oficialmente del jefe Seattle.
Entre los indígenas americanos actuales, el jefe Seattle es uno de los personajes más recordados y de mayor prestigio y respeto.
Seattle creyó que su pueblo podía establecer una relación comercial y de convivencia con los colonos europeos por esa razón se mudó a vivir al pueblo de Olympia para estrechar los vínculos con los europeos.
Tuvo relativo éxito. Junto con Charles Fay un comerciante de San Francisco en el verano de 1851 organizó y fundó una fábrica procesadora de pescado en la Bahía de Elliott. Al año siguiente con la ayuda de otro colono abrió otra fábrica de productos de pescado en Dzidzulalich, cerca de un poblado indígena con la idea de generar fuentes de trabajo para los indígenas.


Él creía que los nativos podían adaptarse a la nueva manera de vivir que habían traído los europeos, creyó en la integración de su pueblo con los nuevos llegados, pero estos lamentablemente tenían otros planes para los nativos americanos que frustraron sus aspiraciones. A pesar de esto siguió promoviendo la cooperación entre los dos pueblos.
Fue el negociador por parte de los nativos durante los tratados que se llevaron a cabo entre los indígenas y el gobierno de los Estados Unidos de América en Point Elliott (Muckilteo) entre el 27 de diciembre de 1854 y el 9 de enero de 1855. Trató de hacer lo mejor que pudo logró que el gobierno de los EE UU se comprometiera a indemnizar económicamente a los indígenas por las tierras que les habían quitado pero eso nunca se cumplió.
Durante estas negociaciones desiguales Seattle terminó cediendo aproximadamente dos millones y medio de acres de tierra quedándose con un territorio para los indígenas suquamish (la reserva de Puerto Madison) pero no para los duwamish. Hay que recordar que Seattle no sabía ni leer ni escribir y no habla muy bien el Inglés.
Eso le causó el repudio de los duwamish quienes lo acusaron de estar del lado de los colonos y comenzaron un enfrentamiento abierto y beligerante con los europeos que duró dos años (1855 y 1857). Como al final los duwamish lógicamente fueron vencidos, Seattle hizo todo lo que estuvo a su alcance para salvar a su pueblo pidiendo clemencia para los indígenas rebeldes.
Mantuvo amistad con varios colonos europeos con el doctor Maynard, médico e ilustre representante de la comunidad colonial, y con William De Shaw comerciante con quien mantuvo relaciones comerciales, George Meigs, quien proveía a los indígenas de trabajos dignos a diferencias de los comerciantes de wiskey que les pagaban con alcohol.
En 1865 una ordenanza de la ciudad de Olympia prohibió que los indios vivieran y construyeran sus casas dentro de los límites de la ciudad. Esto forzó a Seattle a mudarse a la reserva indígena de Puerto Madison.
Los conflictos entre los nativos y los colonos continuaron aún por muchos años. A pesar de eso Seattle siguió buscando una manera de evitar la confrontación directa con los europeos. los
Tres años después, un Sealth viejo y empobrecido habló por última vez, preguntándose porqué el tratado no había sido ratificado por el Congreso de los Estados Unidos de América, lo que dejaba que los indios languidecieran en la pobreza: «He sido muy pobre y he tenido hambre todo el invierno y estoy muy enfermo ahora. En muy poco tiempo más moriré. Cuando lo haga, mi gente será muy pobre; no tendrá ninguna propiedad, ningún jefe y nadie que hable por ellos.» El jefe murió en 1866 y fue enterrado en el cementerio de la reserva.
Su tumba fue profanada y trasladada a otro lugar en el año 1991, dando lugar a numerosas protestas.
Sin embargo fue solamente cuando Henry Smith escribió su famoso artículo en el diario Seattle Sunday Star el 29 de octubre de 1887 acerca del recibimiento que Seattle le reservó al gobernador Stevens en 1854 y sobre el supuesto discurso que el jefe indígena hubiera proferido que éste se transformó en una personaje legendario para la sociedad de los blancos.

A propósito, Ted Perry no se inventó la carta. Esta ya existía. La versión original es muchísimo mas corta y muchísimo menos florida. Pero tiene la misma idea básica: “el hombre blanco, en su pereza por ir al baño a cagar, se caga en la cama hasta que se ahogue con sus propios excrementos”.
Sea como sea, fueran las que fueran sus palabras, lo cierto es que el Gran Jefe Seathl existió, y a lo largo de sus relaciones con el hombre blanco destacó por su defensa de la no-violencia, de los derechos de su pueblo y por su gran amor por la Tierra lo que lo convirtió en una gran leyenda, patrimonio de toda la Humanidad.
Después de los comunicaciones sobre los indios iroqueses (Llamada Vital a la consciencia I y II), creo que será oportuno añadir las tres versiones de la Carta del Jefe Seattle al Presidente de los EE.UU. para que los lectores de éste Blog puedan hacerse una idea cabal de su contenido.
Versión 1)
Originalmente publicado en el periódico Seattle Sunday Star, el 29 de octubre de 1887, es decir más de treinta años después del discurso del Jefe Seattle.
El texto fue escrito por un “Dr.” Smith, quien tomó notas a medida que el Jefe Seattle hablaba en el dialecto Suquamish de Salish de Pudget Sound central (Lushootseed) y creó este texto en Inglés de dichas notas. Smith insistía que su versión “no contenía la gracia y elegancia del original.”
Para entenderlo adecuadamente, hemos de tener en cuenta que en la época de este discurso, era común la creencia entre los blancos lo mismo que entre muchos amerindios, que los americanos nativos se extinguirían, cierta y afortunadamente esa extinción no ha llegado a producirse del todo, pero casi.
Según nos narra el mismo: “Cuando él se sentó –el intérprete que traducía las palabras- , el jefe Seattle se levantó con toda la dignidad de un senador que lleva las responsabilidades de una gran nación sobre sus hombros. Poniendo una mano sobre la cabeza del gobernador y señalando lentamente hacia el cielo con el dedo índice de la otra, comenzó su memorable alocución en un tono solemne e impresionante”:
“He allí el cielo que ha llorado lágrimas de compasión sobre mi pueblo durante incontables siglos y que, aunque nos pueda parecer inmutable y eterno, puede cambiar. Hoy está despejado. Mañana puede estar encapotado con nubes.
Mis palabras son como las estrellas que nunca cambian. Cualquier cosa que diga Seattle, el gran jefe en Washington puede confiar en ello tanto como él pueda confiar en el regreso del sol o de las estaciones.
El jefe blanco dice que el Gran Jefe en Washington nos envía saludos de amistad y buena voluntad. Esto es muy amable de su parte ya que sabemos que él necesita poco de nuestra amistad. Son muchas sus gentes. Son como la hierba que cubre vastas praderas. Mi gente es poca. Se asemejan a los pocos árboles que se encuentran esparcidos en una pradera azotada por una tormenta. El gran, y presumo – buen, Jefe Blanco dice que desea comprar nuestra tierra pero que, al mismo tiempo, nos deja suficiente para que vivamos confortablemente. Verdaderamente esto parece ser justo, y aún generoso, ya que el Hombre Rojo no tiene más derechos que él necesite respetar, y la oferta también parece ser sabia ya que no necesitamos más un territorio extenso.
Hubo un tiempo en el que nuestra gente cubría la tierra como las olas en un mar encrespado por el viento cubren el fondo cubierto de conchas, pero ese tiempo hace mucho que desapareció junto con la grandeza de las tribus que ahora son apenas un recuerdo doloroso. No trataré el tema, ni lloraré sobre eso, de nuestra desaparición a tiempo, ni voy a reprochar mis hermanos cara pálida con haberla acelerado, porque también nosotros somos en algo responsables de ella.
La juventud es impulsiva. Cuando nuestros jóvenes se enojan por alguna injusticia real o imaginaria, y se desfiguran sus caras con pintura negra, denotan que sus corazones son negros, y que con frecuencia son crueles e implacables, y nuestros viejos y viejas son incapaces de moderarlos. Así siempre ha sido. Así fue cuando el hombre blanco empezó a empujar a nuestros antepasados hacia el oeste. Pero esperemos que nunca regresen las hostilidades entre nosotros. Tendríamos todo que perder y nada que ganar. Los jóvenes consideran como ganancia a la venganza, aún al costo de sus propias vidas, pero los viejos [que permanecen] en casa en momentos de guerra, y las madres que tienen hijos que perder, saben que no es así.
Nuestro buen padre en Washington—ya que presumo que ahora es nuestro padre al igual que suyo, ya que el Rey George ha movido sus fronteras más hacia el norte—nuestro gran y buen padre, digo, nos envía el mensaje de que si hacemos como él desea, él nos protegerá. Sus bravos guerreros serán para nosotros como una erizada pared de fortaleza, y sus maravillosos barcos de guerra llenarán nuestros puertos, para que nuestros antiguos enemigos más al norte—los Haidas y Tsimshians—cesen de asustar a nuestras mujeres, niños, y viejos. Realmente él será nuestro padre y nosotros sus hijos.
Pero, ¿puede eso suceder alguna vez? ¡Su Dios no es nuestro Dios! ¡Su Dios ama a su gente y odia a la mía! Él pliega amorosamente sus fuertes brazos protectores alrededor del cara pálida y lo conduce por la mano como un padre conduce a un hijo infante. Pero, Él ha desamparado a Sus hijos Rojos, si realmente son Suyos. Nuestro Dios, el Gran Espíritu, parece que también nos ha abandonado. Su Dios hace que su gente se haga más fuerte cada día. Pronto ellos llenarán todas las tierras.
Nuestro pueblo está menguando como una marea que retrocede rápidamente y que nunca regresará. El Dios del hombre blanco no puede amar a nuestra gente o Él los hubiera protegido. Ellos parecen huérfanos que no tienen donde buscar ayuda. ¿Cómo, entonces, podemos ser hermanos? ¿Cómo puede su Dios llegar a ser nuestro Dios y renovar nuestra prosperidad y despertar en nosotros sueños de una grandeza que regresa? Si tenemos un Padre Celestial común, Él debe estar parcializado, porque Él vino hacia Sus hijos cara pálida.
Nosotros nunca lo Vimos. Él les dio leyes pero no tuvo palabras para Sus niños rojos cuyas prolíficas multitudes una vez llenaban este vasto continente como las estrellas llenan el firmamento. No; somos dos razas diferentes con orígenes diferentes y destinos separados. Hay muy poco en común entre nosotros.
Para nosotros, las cenizas de nuestros antepasados son sagradas y su lugar de reposo es terreno reverenciado. Ustedes se alejan de las tumbas de sus antepasados y aparentemente sin pena. Su religión fue escrita sobre lápidas de piedra por el dedo de hierro de su Dios para que así ustedes no pudieran olvidar.
El Hombre Rojo nunca podría comprender o recordarlo. Nuestra religión es las tradiciones de nuestros antepasados – los sueños de nuestros hombres viejos, dados en las horas solemnes de la noche por el Gran Espíritu; y las visiones de nuestros jefes, y está escrita en los corazones de nuestra gente.
Sus muertos dejan de amarlos y la tierra natal tan pronto como traspasan los portales de la tumba y vagan más allá de las estrellas. Ellos pronto son olvidados y nunca regresan.
Nuestros muertos nunca olvidan este hermoso mundo que les dio vida. Ellos todavía aman a sus verdes valles, sus rumorosos ríos, sus magníficas montañas, sus apartadas cañadas y lagos y bahías bordeados de verde, y siempre suspiran con un tierno y cariñoso afecto por los seres vivos de corazones solitarios, y con frecuencia regresan del feliz coto de caza para visitarlos, guiarlos, consolarlos, y confortarlos.
Día y noche no pueden convivir. El Hombre Rojo siempre ha rehuido los acercamientos del Hombre Blanco, como la neblina matutina huye antes que aparezca el sol de la mañana. Sin embargo, su proposición parece justa y creo que mi gente la aceptará y se retirará a la reservación que usted le ofrece. Entonces, viviremos separados en paz, ya que las palabras del Gran Jefe Blanco parecen ser las palabras de la naturaleza que hablan a mi gente desde la densa oscuridad.
Importa poco donde pasemos el resto de nuestros días. No serán muchos. La noche del Indio promete ser oscura. Ni siquiera una simple estrella revolotea en su horizonte. Vientos de voz triste se lamentan en la distancia. Un triste destino parece estar en el camino del Hombre Rojo, y donde quiera escuchará los pasos que se aproximan de su cruel destructor y se prepara impasiblemente a enfrentar su destino, como hace el antílope herido que escucha los próximos pasos del cazador.
Una pocas lunas más, unos pocos inviernos más, y ninguno de los descendientes de los poderosos espíritus que alguna vez se movían por esta amplia tierra o vivían en hogares felices, protegidos por el Gran Espíritu, permanecerá para llorar sobre las tumbas de un pueblo que una vez fue más poderoso y con más esperanzas que el suyo.
Pero, ¿por qué debo llorar sobre el destino a destiempo de mi pueblo? Tribus siguen a tribus, y naciones siguen a naciones, como las olas del mar. Es el orden de la naturaleza, y lamentarse es inútil. Su momento de decadencia puede estar distante, pero seguramente llegará, porque aún el Hombre Blanco cuyo Dios caminó y habló con él como un amigo a otro, no puede estar exonerado del destino común. Puede que seamos hermanos, después de todo. Veremos.
Estudiaremos su proposición y cuando hayamos decidido, se lo haremos saber. Pero, si la aceptamos, yo aquí y ahora pongo esta condición, que no se nos niegue el privilegio, sin molestarnos, de visitar en cualquier momento las tumbas de nuestros ancestros, amigos, e hijos. Cada parte de este suelo es sagrado en la consideración de mi pueblo. Cada ladera, cada valle, cada pradera y huerto, ha sido consagrada por algún triste o feliz evento en días hace tiempo desaparecidos.
Aún las rocas, que parecen ser mudas y muertas ya que se tuestan en sol a lo largo de la costa silenciosa, están llenas con las memorias de eventos excitantes conectados con las vidas de mi gente, y el mismo polvo sobre el cual ustedes se encuentran responde con más amor a nuestras pisadas que a las suyas, debido a que ha sido enriquecido por la sangre de nuestros antepasados, y nuestros pies desnudos son conscientes del toque simpatético. Nuestros difuntos, bravos, amadas madres, alegres y felices doncellas, y aún los niños que vivieron aquí y se regocijaron aquí por una breve estación, amarán estas soledades sombrías y, durante la caída de la tarde, ellos recibirán a los tenebrosos espíritus que regresan.
Y, cuando el último Hombre Rojo haya perecido, y la memoria de mi tribu se haya convertido en un mito entre el Hombre Blanco, estas playas estarán repletas de muertos invisibles de mi tribu, y cuando los hijos de sus hijos se crean solos en el campo, la tienda, el taller, en la carretera, o en el silencio de los bosques sin senderos, ellos no estarán solos. En toda la tierra no hay lugar dedicado a la soledad. En la noche, cuando las calles de sus ciudades y pueblos estén silenciosas y ustedes crean que estén desiertas, ellas estarán atestadas con los huéspedes que regresan y que una vez las llenaban y que todavía aman esta hermosa tierra. El Hombre Blanco nunca estará solo.
Que él sea justo y trate amablemente a mi gente, porque los muertos no son impotentes”.
Versión 2)




Ésta fue escrita por William Arrowsmith, un famoso poeta y escritor de finales de la década de 1960, como un intento de modificar el texto original para que tuviera un lenguaje más actual, sin el florido estilo victoriano empleado por Smith.
Excepto por esta modernización, es muy similar a la Versión 1.
“Hermanos, ese cielo que está encima de nosotros se ha compadecido de nuestros padres durante muchos siglos. Nos puede parecer inmutable, pero puede cambiar. Hoy está despejado. Mañana puede estar encapotado con nubes.
Mis palabras son como las estrellas. Ellas nunca se ponen. Lo que diga Seattle, el gran jefe en Washington puede confiar en ello tanto como nuestros hermanos blancos pueden confiar en el regreso de las estaciones.
El hijo del Jefe Blanco dice que su padre nos envía palabras de amistad y buena voluntad. Esto es muy amable de su parte ya que sabemos que él necesita poco de nuestra amistad. Son muchas sus gentes, como la hierba que cubre las praderas. Mi gente es poca, como los árboles esparcidos por las tormentas en las praderas.
El gran - y bueno, presumo - Jefe Blanco dice que desea comprar nuestra tierra. Pero él reservará suficiente para que podamos vivir confortablemente. Esto parece ser generoso, ya que el hombre no tiene más derechos que él necesite respetar. También podría ser sabio, ya que no necesitamos más un gran territorio. Hubo un tiempo en que mi pueblo cubría esta tierra como la marea moviéndose con el viento por los llanos cubiertos de conchas. Pero ese tiempo se ha ido, y con él la grandeza de tribus ahora casi olvidadas.
Pero no lloraré por la desaparición de mi pueblo. Ni voy a reprochar a mis hermanos blancos por haberla causado. Quizás también nosotros somos parcialmente culpables. Cuando nuestros jóvenes se enojan por alguna injusticia, real o imaginaria, se desfiguran sus caras con pintura negra. Entonces también sus corazones están desfigurados y feos. Son crueles y su crueldad no tiene límites, y nuestros viejos no pueden moderarlos.
Esperemos que nunca regresen las guerras entre el hombre rojo y sus hermanos blancos. Tendríamos todo que perder y nada que ganar. Los jóvenes consideran a la venganza como una ganancia, aún cuando pierden sus propias vidas. Pero los viejos que se quedan atrás en la guerra, madres - con hijos que perder - ellos saben que no es así.
Nuestro gran padre Washington -porque él debe ser nuestro padre al igual que suyo, desde que el Rey George movió sus fronteras más hacia el norte- nuestro gran y buen padre nos envía el mensaje con su hijo, quien seguramente es un gran jefe entre su gente, de que nos protegerá si hacemos lo que él desea. Sus bravos soldados serán una fuerte pared para mi pueblo, y sus grandes barcos de guerra llenarán nuestros puertos. Entonces nuestros antiguos enemigos del norte -los Haidas y Tsimshiams-cesarán de asustar a nuestras mujeres y viejos. Entonces será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos.
Pero, ¿puede eso suceder alguna vez? Su Dios ama a su pueblo y odia al mío. Él pone sus fuertes brazos alrededor del hombre blanco y lo conduce de la mano, como un padre conduce a su pequeño hijo. Él ha abandonado a sus hijos rojos. Él hace que su gente sea cada vez más fuerte. Pronto inundarán toda la tierra. Pero mi pueblo es como una marea menguante que nunca regresará. No, el Dios del hombre blanco no puede amar a sus hijos rojos o él los hubiera protegido. Ahora somos huérfanos. Nadie está para ayudarnos.
¿Cómo, entonces, podemos ser hermanos? ¿Cómo puede ser su padre nuestro padre, y lograr que prosperemos y despertar en nosotros sueños de una futura grandeza? Su Dios debe esta parcializado. Vino hacia el hombre blanco. Nosotros nunca lo vimos, ni siquiera escuchamos su voz. Él le dio leyes al hombre blanco, pero no tuvo palabras para sus niños rojos cuyas multitudes una vez llenaban esta tierra como las estrellas llenan el firmamento.
No, somos dos razas diferentes, y debemos permanecer separados. Hay muy poco en común entre nosotros.
Para nosotros, las cenizas de nuestros antepasados son sagradas. Sus tumbas son suelo sagrado. Pero ustedes son personas errantes, dejando detrás las tumbas de sus padres, y no les da pena.
Su religión fue escrita sobre lápidas de piedra por el dedo de hierro de un Dios enojado, para que así no la olvidaran. El hombre rojo nunca podría comprender o recordar eso. Nuestra religión es las tradiciones de nuestros antepasados, los sueños de nuestros hombres viejos, enviados por el Gran Espíritu, y las visiones de nuestros jefes. Y está escrita en los corazones de nuestra gente.
Sus muertos se olvidan de ustedes y de la tierra que los vio nacer tan pronto como van más allá de la tumba y pasean entre las estrellas. Rápidamente son olvidados y nunca regresan. Nuestros muertos nunca olvidan esta hermosa tierra. Es su madre. Ellos siempre aman y recuerdan a sus ríos, sus grandes montañas, sus valles. Ellos suspiran por los seres vivos, que también están solitarios y que añoran sus muertos. Y sus espíritus regresan con frecuencia para visitarnos y consolarnos.
No, día y noche no pueden convivir.
El hombre rojo siempre se ha retirado ante los avances del hombre blanco, como la neblina en las laderas de la montaña huye ante el sol de la mañana.
Así que me parece justa su proposición, y creo que mi gente la aceptará y se retirará a la reserva que usted le ofrece. Viviremos separados, y en paz. Porque las palabras del Gran Jefe Blanco parecen ser las palabras de la naturaleza que hablan a mi gente desde la densa oscuridad -una oscuridad que se adhiere a nosotros como la neblina nocturna que se mueve tierra adentro desde el mar-.
Importa poco donde pasemos el resto de nuestros días. No serán muchos. La noche del indio será oscura. Ninguna estrella luminosa brilla en su horizonte. El viento es triste. El destina da caza al hombre rojo. Donde quiera que vaya, escuchará los pasos de su destructor que se aproxima, y se prepara para morir, como el antílope herido que escucha los pasos del cazador.
Una pocas lunas más, unos pocos inviernos más, y ninguno de los descendientes de las grandes tribus que alguna vez vivieron en esa amplia tierra, o que vagan ahora en pequeñas bandas en los bosques quedarán para llorar sobre las tumbas de un pueblo que una vez fue tan poderoso y con tantas esperanzas como lo es hoy el suyo.
Pero, ¿por qué debo llorar sobre el pasado de mi pueblo? Las tribus están compuestas por hombres, nada más. Los hombres van y vienen, como las olas del mar. Una lágrima, una oración al Gran Espíritu, un canto fúnebre, y ellos desaparecen de nuestros añorantes ojos para siempre. Incluso el hombre blanco, cuyo Dios caminó y conversó con él como un amigo con otro amigo, no puede estar exonerado del destino común.
Puede que seamos hermanos, después de todo. Veremos.
Consideraremos su oferta. Cuando hayamos decidido, se lo haremos saber. En caso de que aceptemos, aquí y ahora pongo esta condición: nunca se nos negará el derecho a visitar, en cualquier momento, las tumbas de nuestros padres y nuestros amigos.
Cada parte de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada ladera, cada valle, cada claro y bosque, es sagrada para la memoria y experiencia de mi pueblo. Incluso esas rocas mudas a lo largo de la costa están cargadas de eventos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El polvo bajo sus pies responde con más amor a nuestras pisadas que a las suyas debido a que son las cenizas de nuestros abuelos. Nuestros píes desnudos reconocen el toque familiar. La tierra es rica con las vidas de nuestra gente.
Los jóvenes, las madres y las niñas, los niños que una vez vivieron y fueron felices aquí, todavía aman estos lugares solitarios. Y al atardecer, los bosques se oscurecen con la presencia de los muertos. Cuando el último hombre rojo se haya desvanecido de esta tierra, y su memoria sea solamente una historia entre los blancos, estas costas todavía estarán repletas de muertos invisibles de mi gente. Y cuando los hijos de sus hijos piensen que están solos en los campos, los bosques, los talleres, los caminos o en la quietud de los bosques, ellos no estarán solos. No hay lugar en este país donde un hombre pueda estar solo. En la noche, cuando las calles de sus pueblos y ciudades estén silenciosas y ustedes crean que están desiertas, ellas estarán atestadas con espíritus que regresa y que una vez las llenaban y que todavía aman estos lugares. El hombre blanco nunca estará solo.
Que él sea justo y trate amablemente a mi gente. También los muertos tienen poder.
Versión 3)

Compuesta por Ted Perry en 1970, la más conocida, de hecho la que hemos dado por auténtica desde que tuvimos conocimiento de ella.
“El gran Jefe de Washington nos envía un mensaje para hacernos saber que desea comprar nuestra tierra. También nos manda palabras de hermandad y de buena voluntad. Agradecemos el detalle, pues sabemos que no necesita de nuestra amistad. Pero vamos a considerar su oferta, porque también sabemos de sobra que, de no hacerlo así, quizá el hombre blanco nos arrebate la tierra con sus armas de fuego.
Pero... ¿Quién puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra?. Esa idea es para nosotros extraña. Ni el frescor del aire, ni el brillo del agua son nuestros. ¿Cómo podría alguien comprarlos?. Aún así, trataremos de tomar una decisión.
Mis palabras son como las estrellas: eternas, nunca se extinguen.
Tenéis que saber que cada trozo de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada aguja de un abeto, cada playa de arena, cada niebla en la profundidad de los bosques, cada claro entre los árboles, cada insecto que zumba es sagrado para el pensar y sentir de mi pueblo. La savia que sube por los árboles es sagrada experiencia y memoria de mi gente. Los muertos de los blancos olvidan la tierra en que nacieron cuando desaparecen para vagar por las estrellas. Los nuestros, en cambio, nunca se alejan de la tierra, pues es la madre de todos nosotros. Somos una parte de ella, y la flor perfumada, el ciervo, el caballo, el águila majestuosa, son nuestros hermanos. Las escarpadas montañas, los prados húmedos, el cuerpo sudoroso del potro y el hombre..., todos pertenecen a la misma familia.
Por eso, cuando el Gran Jefe de Washington nos envió el recado de que quería comprar nuestra tierra, exigía demasiado de nosotros. El Gran Jefe nos quiere hacer saber que pretende darnos un lugar donde vivir tranquilos. Él sería nuestro padre, y nosotros seríamos sus hijos. ¿Pero eso será posible algún día?.
Dios debe amar a vuestro pueblo y abandonado a sus hijos rojos. Él ha enviado máquinas para ayudar al hombre blanco en su trabajo, y con ellas se construyen grandes poblados. Él hace que vuestra gente sea, día a día, más numerosa. Pronto invadiréis la tierra, como ríos que se desbordan desde las gargantas montañosas, como una inesperada lluvia. Mi pueblo, sin embargo, es como una corriente desbordada, pero sin retorno. No, nosotros somos razas diferentes. Nuestros hijos y los vuestros no juegan juntos, y vuestros ancianos y los míos no cuentan las mismas historias. Dios os es favorable, y nosotros nos sentimos huérfanos.
Aun así, meditaremos sobre vuestra oferta de comprarnos la tierra. No será fácil, porque esta tierra es sagrada para nosotros. Nos sentimos alegres en estos bosques. Ignoro el por qué, pero nuestra forma de vivir es diferente a la vuestra. El agua cristalina, que corre por los arroyos y los ríos no es sólo agua, es también la sangre de nuestros antepasados. Si os la vendiéramos tendríais que recordar que es sagrada, y enseñarlo así a vuestros hijos. De hecho, los ríos son nuestros hermanos. Nos libran de la sed, arrastran nuestras canoas y nos procuran alimento. Cada imagen que reflejan las claras aguas de los lagos es el recuerdo de los hechos que ocurrieron y la memoria de mis gentes. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre. Así es, Padre Blanco de Washington: los ríos son nuestros hermanos. Si os vendemos nuestra tierra, tendréis que recordar y enseñar a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos -y en adelante, los vuestros- y tratarlos con el mismo cariño que se trata a un hermano.
Es evidente que el hombre blanco no entiende nuestra manera de ser. Os es indiferente una tierra que otra porque no la ve como a una hermana, sino como a una enemiga. Cuando ya la ha hecho suya, la desprecia y la abandona. Deja atrás la tumba de sus padres sin importarle. Saquea la tierra de sus hijos y le es indiferente. Trata a su madre -la Tierra- y a su hermano -el firmamento- como a objetos que se compran, se usan y se venden como ovejas o cuentas de colores. Hambriento, el hombre blanco acabará tragándose la tierra, no dejando tras de sí más que un desierto. Mi gente siempre se ha apartado del ambicioso hombre blanco, igual que la niebla matinal en los montes cede ante el sol naciente.
Pero las cenizas de nuestros antepasados, sus tumbas, son tierra santa, y por eso estas colinas, estos árboles, esta parte del mundo, nos es sagrado. No sé, pero nuestra forma de ser es muy diferente de la vuestra. Quizás sea porque soy lo que vosotros llamáis “un salvaje” y, por eso, no entiendo nada. La vista de vuestras ciudades hiere los ojos de mi gente. Quizá porque el “Piel Roja” es un salvaje y no lo comprende. No hay silencio alguno en las ciudades de los blancos, no hay ningún lugar donde se pueda oír crecer las hojas en primavera y el zumbido de los insectos. No hay un solo sitio tranquilo en las ciudades del hombre blanco. Ningún lugar desde el que poder escuchar en primavera el brote de las hojas o el revolotear de un insecto. Tal vez sea porque soy lo que llamáis “un salvaje” y no comprenda algunas cosas... El ruido de vuestras ciudades es un insulto para el oído de mi gente y yo me pregunto ¿Qué clase de vida tiene el hombre que no es capaz de escuchar el grito solitario de la garza o el diálogo nocturno de las ranas en un estanque?. Mi pueblo puede sentir el suave susurro del viento sobre la superficie del lago, el olor del aire limpio por el rocío de la mañana y perfumado al mediodía por el aroma de los pinos. El aire es de gran valor para nosotros, pues todas las cosas participan del mismo aliento: el animal, el árbol, el hombre, todos. El hombre blanco parece no dar importancia al aire que respira, a semejanza de un hombre muerto desde hace varios días, embotado por su propio hedor. Pero, si os vendemos nuestra tierra, no olvidéis que tenemos el aire en gran estima, que el aire comparte su espíritu con la vida entera. El viento dio a nuestros padres el primer aliento, y recibirá el último. Y el viento también insuflará la vida a nuestros hijos. Y si os vendiéramos nuestra tierra, tendríais que cuidar el aire como un tesoro y cuidar la tierra como un lugar donde también el hombre blanco sepa que el viento sopla suavemente sobre la hierba en la pradera.
Cuando el último de entre mi gente haya desaparecido, cuando su sombra no sea más que un recuerdo en esta tierra -aun entonces- estas riberas y estos bosques estarán poblados por el espíritu de mi pueblo, porque nosotros amamos este paisaje del mismo modo que el niño ama los latidos del corazón de su madre. Si decidiese aceptar vuestra oferta, tendría que poneros una condición: que el hombre blanco considere a los animales de estas tierras como hermanos. Soy lo que llamáis “un salvaje” y no comprendo vuestro modo de vida, pero he visto miles de búfalos muertos, pudriéndose al sol en la pradera. Muertos a tiros, sin sentido, desde las caravanas. Yo soy un salvaje y no puedo comprender cómo una máquina humeante -el caballo de hierro- puede importar más que el búfalo, al que sólo matamos para sobrevivir.
¿Qué es el hombre sin animales? Si todos los animales desaparecieran el hombre también moriría en la soledad de su espíritu. Lo que le suceda a los animales tarde o temprano le sucederá también al hombre. Todas las cosas están estrechamente unidas. Debéis enseñar a vuestros hijos lo que nosotros hemos enseñado a los nuestros: que la Tierra es su madre. Lo que le ocurre a la Tierra también les ocurre a los hijos de la Tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a sí mismos. Nosotros sabemos que la tierra no pertenece al hombre, que es el hombre el que pertenece a la Tierra. Lo sabemos muy bien, Todo está unido entre sí, como la sangre que une a una misma familia. El hombre no creó la trama de la vida, es sólo una fibra de la misma. Lo que haga con ese tejido, se lo hace a sí mismo. No, el día y la noche no pueden vivir juntos. Tenéis que enseñar a vuestros hijos que el suelo que está bajo sus pies contiene las cenizas de los nuestros. Para que respeten la tierra, contadles que la tierra contiene las almas de nuestros antepasados. Nuestros muertos siguen viviendo entre las dulces aguas de los ríos, y regresan, de nuevo, con cada suave paso de la Primavera, y sus almas van con el viento que sopla, rizando la superficie del lago.
Consideramos la posibilidad de que el hombre blanco nos compre nuestra tierra. Pero mi pueblo pregunta: ¿Qué es lo que quiere el hombre blanco? ¿Cómo se puede comprar el Cielo, o el calor de la tierra, o la velocidad del antílope?. ¿Cómo vamos a vender todo esto y cómo vais a poder comprarlo?. ¿Acaso podréis hacer con la tierra lo que queráis, sólo porque firmemos un pedazo de papel y se lo entreguemos al hombre blanco?. Si nosotros no poseemos el frescor del aire, ni el resplandor del agua, ¿cómo vais a poder comprarlo? ¿Es que, acaso, podéis comprar los búfalos cuando ya hayáis matado al último?. Consideraremos la oferta. Sabemos que si no os la vendemos vendrá el hombre blanco y se apoderará de nuestra tierra.
Sabemos una cosa que, tal vez, el hombre blanco descubra algún día: nuestro Dios es vuestro Dios. Podéis pensar que ahora Él os pertenece, de igual manera que hoy deseáis que nuestras tierras sean vuestras.. Pero no es así. Él es el Dios de todos los hombres y su amparo alcanza por igual a mi gente y a la vuestra.
Consideraremos vuestra oferta de que vayamos a una reserva. Queremos vivir aparte y en paz. No importa dónde pasemos el resto de nuestros días. Nuestros hijos verán a sus padres sumisos y vencidos. Nuestros guerreros estarán avergonzados. Después de la derrota pasarán sus días en la holganza, y envenenarán sus cuerpos entre comida y alcohol. No importa dónde pasemos el resto de nuestros días. No quedan ya muchos. Sólo algunas horas -un par de inviernos- y no quedará ningún hijo de la gran estirpe que en otros tiempos vivió en esta tierra, y que ahora en pequeños grupos viven dispersos por el bosque, para gemir sobre las tumbas de su pueblo. Un pueblo que en otros tiempos fue tan poderoso y tan lleno de esperanza como el vuestro. ¿Pero, por qué entristecerse por la desaparición de una nación? Las naciones están hechas por hombres. Es así. Los hombres aparecen y desaparecen como las olas del mar.
Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él de amigo a amigo, queda exento del destino común de las cosas. Después de todo, quizás seamos hermanos. Ya veremos... También los blancos desaparecerán, y quizá antes que otras estirpes. Continuad contaminando y corrompiendo vuestro lecho y cualquier noche moriréis ahogados en vuestra propia suciedad. Eso sí..., caminareis hacia la extinción rodeados de gloria y espoleados por la creencia en un Dios que os da poder sobre la Tierra y sobre los demás hombres. Cuando todos los búfalos se hayan ido, los caballos salvajes hayan sido domados, el rincón más secreto del bosque invadido por el ruido de la multitud, y la visión de las colinas esté manchada por los alambres parlantes -telégrafo-, cuando desaparezca la espesura y el águila se extinga, habrá que decir adiós al caballo veloz y a la caza. Será el final de la vida y el comienzo de otra. Por algún motivo que se me escapa, Dios os concedió el dominio sobre los animales, los bosques y los Pieles Rojas.
Quizá podríamos comprenderlo si supiésemos qué es lo que sueña el hombre blanco, qué ideales ofrece a los hijos en las largas noches de invierno, y qué visiones bullen en su imaginación, hacia las que tienden el día de mañana.
Pero nosotros somos “salvajes”. Los sueños del hombre blanco nos están vedados. Y porque nos están ocultos, nosotros vamos a seguir nuestro propio camino. Pues, ante todo, estimamos el derecho que tiene cada ser humano a vivir tal como desea, aunque sea de modo muy diverso al de sus hermanos. No es mucho lo que nos une.
Consideraremos vuestra oferta... Si aceptamos es sólo por asegurarnos la reserva que habéis prometido. Quizá, allí podamos acabar los pocos días que nos quedan, viviendo a vuestra manera. Cuando el último Piel Roja de esta tierra desaparezca y su recuerdo sea solamente la sombra de una nube sobre la pradera, todavía estará vivo el espíritu de mis antepasados en estas orillas y estos bosques. Pues ellos amaban esta tierra, como ama el recién nacido el latido del corazón de su madre. Si os llegáramos a vender nuestra tierra, amadla -como nosotros la hemos amado-. Cuidad de ella -como nosotros la cuidamos- y conservad el recuerdo de esta tierra tal como os la entregamos. ¿Dónde está el bosque espeso? : Desapareció. ¿Qué ha sido del águila? : Desapareció.
Así se acaba la vida y sólo nos queda el recurso de intentar sobrevivir.
Seattle
Me gustaria ofreceros la siguiente presentación:



Espero que os sea útil e interesante.