3. El decimoctavo año (año 12 d. de J.C.)
En el transcurso de este año, todas las propiedades de la
familia, excepto la casa y el huerto, fueron liquidadas. Se vendió la última
parcela de una propiedad en Cafarnaúm (excepto una parte de otra propiedad) que
ya estaba hipotecada. Las ganancias se emplearon para pagar los impuestos,
comprar algunas herramientas nuevas para Santiago, y pagar una parte de la
antigua tienda de reparaciones y abastecimientos de la familia, cercana a la
parada de las caravanas. Jesús se proponía ahora comprar de nuevo esta tienda,
pues Santiago ya tenía edad para trabajar en el taller de la casa y ayudar a
María en el hogar. Liberado por el momento de la presión financiera, Jesús
decidió llevar a Santiago a la Pascua. Partieron para Jerusalén un día antes
para estar solos, y fueron por el camino de Samaria. Iban a pie y Jesús informó
a Santiago sobre los lugares históricos que iban atravesando, como su padre lo
había hecho con él cinco años antes en un viaje similar.
Al pasar por Samaria observaron muchos espectáculos
extraños. Durante este viaje conversaron sobre muchos de sus problemas
personales, familiares y nacionales. Santiago era un muchacho con fuertes
tendencias religiosas, y aunque no estaba plenamente de acuerdo con su madre
sobre lo poco que conocía de los planes relacionados con la obra de la vida de
Jesús, esperaba impaciente el momento en que sería capaz de asumir la
responsabilidad de la familia, para que Jesús pudiera empezar su misión.
Apreciaba mucho que Jesús lo llevara a la Pascua, y hablaron sobre el futuro
con más profundidad de lo que nunca lo habían hecho antes.
Jesús reflexionó mucho mientras atravesaban Samaria,
especialmente en Betel y cuando estuvieron bebiendo en el pozo de Jacob.
Examinó con su hermano las tradiciones de Abraham, Isaac y Jacob. Preparó bien
a Santiago para lo que iba a presenciar en Jerusalén, tratando así de atenuar
una conmoción semejante a la que él mismo había experimentado en su primera
visita al templo. Pero Santiago no era tan sensible a algunos de estos
espectáculos. Hizo comentarios sobre la manera superficial e indiferente con
que algunos de los sacerdotes efectuaban sus deberes, pero en conjunto disfrutó
enormemente de su estancia en Jerusalén.
Jesús llevó a Santiago a Betania para la cena pascual.
Simón había fallecido y descansaba con sus antepasados, y Jesús ocupó el lugar
del cabeza de familia para la Pascua, pues había traído del templo el cordero
pascual.
Después de la cena pascual, María se sentó a charlar con
Santiago mientras que Marta, Lázaro y Jesús estuvieron hablando hasta muy
entrada la noche. Al día siguiente asistieron a los oficios del templo, y
Santiago fue recibido en la comunidad de Israel. Aquella mañana, al detenerse
en la cima del Olivete para mirar el templo, Santiago expresó su admiración
mientras que Jesús contemplaba Jerusalén en silencio.
Santiago no podía comprender el comportamiento de su hermano. Aquella noche regresaron de nuevo a Betania, y al día siguiente habrían partido para su casa, pero Santiago insistía en volver a visitar el templo, explicando que quería escuchar a los maestros. Y aunque esto era cierto, deseaba en secreto oír a Jesús participar en los debates, tal como se lo había oído contar a su madre. Así pues fueron al templo y escucharon los debates, pero Jesús no hizo ninguna pregunta. Todo aquello parecía pueril e insignificante para esta mente de hombre y Dios en vías de despertarse — sólo podía apiadarse de ellos. A Santiago le decepcionó que Jesús no dijera nada. A sus preguntas, Jesús se limitó a responder: «Mi hora aún no ha llegado».
Santiago no podía comprender el comportamiento de su hermano. Aquella noche regresaron de nuevo a Betania, y al día siguiente habrían partido para su casa, pero Santiago insistía en volver a visitar el templo, explicando que quería escuchar a los maestros. Y aunque esto era cierto, deseaba en secreto oír a Jesús participar en los debates, tal como se lo había oído contar a su madre. Así pues fueron al templo y escucharon los debates, pero Jesús no hizo ninguna pregunta. Todo aquello parecía pueril e insignificante para esta mente de hombre y Dios en vías de despertarse — sólo podía apiadarse de ellos. A Santiago le decepcionó que Jesús no dijera nada. A sus preguntas, Jesús se limitó a responder: «Mi hora aún no ha llegado».
Al día siguiente emprendieron el viaje de vuelta por
Jericó y el valle del Jordán. Jesús contó muchas cosas por el camino, entre
ellas su primer viaje por esta carretera cuando tenía trece años.
A su regreso a Nazaret, Jesús empezó a trabajar en el
viejo taller de reparaciones de la familia, y se sintió muy contento de poder
encontrarse a diario con tanta gente de todas partes del país y de las comarcas
circundantes. Jesús amaba realmente a la gente — a la gente común y corriente.
Cada mes pagaba la mensualidad de la compra del taller, y con la ayuda de
Santiago, continuó manteniendo a la familia.
Varias veces al año, cuando no había visitantes que lo
hicieran, Jesús continuaba leyendo las escrituras del sábado en la sinagoga y
muchas veces comentaba la lección; pero habitualmente seleccionaba los pasajes
de tal manera que no necesitaban comentarios. Era tan hábil ordenando la
lectura de los distintos pasajes, que éstos se iluminaban entre sí. Siempre que
hacía buen tiempo, nunca dejaba de llevar a sus hermanos y hermanas a pasear
por la naturaleza las tardes del sábado.
Por esta época, el chazan inauguró una tertulia de
discusiones filosóficas para jóvenes; éstos se reunían en la casa de los
diversos miembros y a menudo en la del chazan. Jesús llegó a ser un miembro
eminente de este grupo. De esta manera pudo recobrar una parte del prestigio
local que había perdido al producirse las recientes controversias
nacionalistas.
Su vida social, aunque restringida, no estaba descuidada
por completo. Contaba con muy buenos amigos y fieles admiradores entre los
jóvenes y las muchachas de Nazaret.
En septiembre, Isabel y Juan vinieron a visitar a la
familia de Nazaret. Juan, que había perdido a su padre, se proponía regresar a
las colinas de Judea para dedicarse a la agricultura y a la cría de ovejas, a
menos que Jesús le aconsejara quedarse en Nazaret para dedicarse a la
carpintería o a cualquier otro oficio. Juan y su madre no sabían que la familia
de Nazaret estaba prácticamente sin dinero. Cuanto más hablaban María e Isabel
de sus hijos, más estaban convencidas de que sería bueno que los dos jóvenes
trabajaran juntos y se vieran con más frecuencia.
Jesús y Juan tuvieron varias conversaciones a solas y
hablaron de algunos asuntos muy íntimos y personales. Al concluir esta visita,
los dos decidieron no volver a verse hasta que se encontraran en su ministerio
público, después de que «el Padre celestial los hubiera llamado» para cumplir
con su misión. Juan se quedó enormemente impresionado por lo que vio en
Nazaret, y comprendió que debía regresar a su casa y trabajar para mantener a
su madre. Se convenció de que participaría en la misión de la vida de Jesús,
pero vio que Jesús iba a estar ocupado muchos años cuidando a su familia. Por
eso estaba mucho más contento de regresar a su hogar, dedicarse a cuidar su
pequeña granja y atender las necesidades de su madre. Juan y Jesús no volvieron
a verse nunca más hasta el día en que el Hijo del Hombre se presentó para ser
bautizado en el Jordán.
La tarde del sábado 3 de diciembre de este año, la muerte
golpeó por segunda vez a esta familia de Nazaret. El pequeño Amós, su
hermanito, murió después de una semana de enfermedad con fiebre alta. Después
de atravesar este período doloroso con su hijo primogénito como único sostén,
María reconoció finalmente y en todos los sentidos que Jesús era el verdadero
jefe de la familia; y era en verdad un jefe valioso.
Durante cuatro años, su nivel de vida había declinado
constantemente; año tras año se sentían cada vez más atenazados por la pobreza.
Hacia el final de este año se enfrentaron con una de las experiencias más
difíciles de todas sus arduas luchas. Santiago todavía no había empezado a
ganar mucho, y los gastos de un entierro sumados a todo lo demás les hizo
tambalearse. Pero Jesús se limitó a decir a su madre ansiosa y afligida: «Madre
María, la tristeza no nos ayudará; todos hacemos lo mejor que podemos, y la
sonrisa de mamá quizás podría inspirarnos para hacerlo aún mejor. Día tras día nos
sentimos fortalecidos para estas tareas por nuestra esperanza de disfrutar de
tiempos mejores en el futuro». Su optimismo práctico y sólido era realmente
contagioso; todos los niños vivían en un ambiente donde se esperaban tiempos y
cosas mejores. Esta valentía llena de esperanza contribuyó poderosamente a
desarrollar en ellos unos caracteres fuertes y nobles, a pesar de su pobreza
deprimente.
Jesús poseía la facultad de movilizar eficazmente todos
los poderes de su mente, de su alma y de su cuerpo para efectuar la tarea que
tenía entre manos. Podía concentrar su mente profunda en el problema concreto
que deseaba resolver, y esto, unido a su paciencia incansable, le permitió
soportar con serenidad las pruebas de una existencia mortal difícil — vivir
como si estuviera «viendo a Aquel que es invisible».
4. El decimonoveno año (año 13 d. de J.C.)
Por esta época, Jesús y María se entendieron mucho mejor.
Ella lo consideraba menos como un hijo; se había vuelto para ella como un padre
para sus hijos. La vida cotidiana rebosaba de dificultades prácticas e
inmediatas. Hablaban con menos frecuencia de la obra de su vida, porque a
medida que pasaba el tiempo, todos sus pensamientos estaban mutuamente
consagrados al mantenimiento y a la educación de su familia de cuatro niños y
tres niñas.
A principios de este año, Jesús había conseguido que su
madre aceptara plenamente sus métodos para educar a los niños — la orden
positiva de hacer el bien en lugar del antiguo método judío de prohibir hacer
el mal. En su casa y durante toda su carrera de enseñanza pública, Jesús
utilizó invariablemente la fórmula de exhortación positiva. Siempre y en todas
partes decía: «Haréis esto, deberíais hacer aquello». Nunca empleaba la manera
negativa de enseñar, derivada de los antiguos tabúes. Evitaba resaltar el mal
prohibiéndolo, mientras que realzaba el bien ordenando su ejecución. En esta
casa, la hora de la oración era el momento de debatir todos los asuntos
relacionados con el bienestar de la familia.
Jesús empezó a disciplinar sabiamente a sus hermanos y
hermanas a una edad tan temprana que nunca tuvo necesidad de castigarlos mucho
para conseguir su pronta y sincera obediencia. La única excepción era Judá, a
quien en diversas ocasiones Jesús estimó necesario imponer un castigo por sus infracciones
a las reglas del hogar. En tres ocasiones en que se juzgó oportuno castigar a
Judá por haber violado deliberadamente las reglas de conducta de la familia, y
haberlo confesado, su castigo fue dictado por la decisión unánime de los niños
mayores y aprobado por el mismo Judá antes de serle infligido.
Aunque Jesús era muy metódico y sistemático en todo lo
que hacía, había también, en todas sus decisiones administrativas, una
elasticidad de interpretación refrescante y una adaptación individual que impresionaba
enormemente a todos los niños por el espíritu de justicia con que actuaba su
hermano-padre. Nunca castigó arbitrariamente a sus hermanos y hermanas; esta
justicia constante y esta consideración personal hicieron que Jesús fuese muy
querido por toda su familia.
Santiago y Simón crecieron tratando de seguir el método
de Jesús, consistente en aplacar a sus compañeros de juego belicosos y a veces
enfurecidos mediante la persuasión y la no resistencia, y muchas veces lo
consiguieron; por el contrario, aunque José y Judá aceptaban estas enseñanzas
en el hogar, se apresuraban a defenderse cuando eran agredidos por sus
compañeros; Judá en particular era culpable de violar el espíritu de estas
enseñanzas. Pero la no resistencia no era una regla de la familia. No se
imponía ningún castigo por violar las enseñanzas personales.
Todos los niños en general, pero sobre todo las niñas,
consultaban a Jesús acerca de sus aflicciones infantiles y confiaban en él como
lo harían en un padre cariñoso.
A medida que crecía, Santiago se iba convirtiendo en un
joven bien equilibrado y de buen carácter, pero no tenía tantas tendencias
espirituales como Jesús. Era mucho mejor estudiante que José, y éste, aunque
era un buen trabajador, tenía aún menos tendencias espirituales. José era
constante y no llegaba al nivel intelectual de los otros niños. Simón era un
muchacho bien intencionado, pero demasiado soñador. Fue lento en establecerse
en la vida y causó considerables inquietudes a Jesús y María, pero siempre fue
un chico bueno y bien intencionado. Judá era un agitador. Tenía los ideales más
elevados, pero poseía un temperamento inestable. Era tan decidido y dinámico
como su madre o más aún, pero carecía mucho del sentido que ella tenía de la
medida y de la discreción.
Miriam era una hija bien equilibrada y sensata, con una
aguda apreciación de las cosas nobles y espirituales. Marta pensaba y actuaba
lentamente, pero era una chica muy eficiente y digna de confianza. La pequeña
Rut era la alegría de la casa; aunque hablaba sin reflexionar, tenía un corazón
de lo más sincero. Casi adoraba a su hermano mayor y padre, pero ellos no la
mimaban. Era una niña hermosa, pero no tan bien parecida como Miriam, que era
la belleza de la familia, si no de la ciudad.
A medida que pasaba el tiempo, Jesús contribuyó mucho a
liberalizar y modificar las enseñanzas y las prácticas de la familia relativas
a la observancia del sábado y a otros muchos aspectos de la religión; María dio
su sincera aprobación a todos estos cambios. Por esta época Jesús se había
convertido en el jefe incontestable de la casa.
Judá empezó a ir a la escuela este año, y Jesús se vio
obligado a vender su arpa para costear los gastos. Así desapareció el último de
sus placeres recreativos. Le gustaba mucho tocar el arpa cuando tenía la mente
cansada y el cuerpo fatigado, pero se consoló con la idea de que al menos el
arpa no caería en manos del cobrador de impuestos.
5. Rebeca, la hija de Esdras
Aunque Jesús era pobre, su posición social en Nazaret no
había disminuido en absoluto. Era uno de los jóvenes más destacados de la
ciudad y muy considerado por la mayoría de las muchachas. Puesto que Jesús era
un espléndido ejemplar de madurez física e intelectual, y dada su reputación
como guía espiritual, no es de extrañar que Rebeca, la hija mayor de Esdras, un
rico mercader y negociante de Nazaret, descubriera que se estaba enamorando
poco a poco de este hijo de José. Primero confió sus sentimientos a Miriam, la
hermana de Jesús, y Miriam a su vez se lo comentó a su madre. María se alarmó
mucho. ¿Estaba a punto de perder a su hijo, que ahora era el cabeza
indispensable de la familia? ¿Nunca se terminarían las dificultades? ¿Qué
podría ocurrir después? Entonces se detuvo a meditar sobre el efecto que
tendría el matrimonio sobre la futura carrera de Jesús. No muy a menudo, pero
al menos de vez en cuando, recordaba el hecho de que Jesús era un «hijo de la
promesa». Después de discutir este asunto, María y Miriam decidieron hacer un
esfuerzo para ponerle fin antes de que Jesús se enterara; fueron a ver
directamente a Rebeca, le expusieron toda la historia y le contaron francamente
su creencia de que Jesús era un hijo del destino, que iba a convertirse en un
gran guía religioso, tal vez en el Mesías.
Rebeca escuchó atentamente; se quedó pasmada con el
relato y estuvo más decidida que nunca a unir su destino con el de este hombre
de su elección y compartir su carrera de dirigente. Discurría (en su interior)
que un hombre así tendría aún más necesidad de una esposa fiel y eficiente.
Interpretó los esfuerzos de María por disuadirla como una reacción natural ante
el temor de perder al jefe y único sostén de su familia; pero sabiendo que su
padre aprobaba la atracción que sentía por el hijo del carpintero, suponía
acertadamente que aquel proporcionaría con mucho gusto a la familia la renta
suficiente con la que compensar ampliamente la pérdida de los ingresos de
Jesús. Cuando su padre aceptó este proyecto, Rebeca mantuvo otras
conversaciones con María y Miriam, pero al no conseguir su apoyo, tuvo el atrevimiento
de acudir directamente a Jesús. Lo hizo con la cooperación de su padre, que
invitó a Jesús a su casa para la celebración del decimoséptimo cumpleaños de
Rebeca.
Jesús escuchó con atención y simpatía la narración de
todo lo sucedido, primero por parte del padre de Rebeca, y luego por ella
misma. Contestó con amabilidad que ninguna cantidad de dinero podría reemplazar
su obligación personal de criar a la familia de su padre, «de cumplir con el
deber humano más sagrado — la lealtad a la propia carne y a la propia sangre».
El padre de Rebeca se sintió profundamente conmovido por las palabras de
devoción familiar de Jesús y se retiró de la entrevista. Su único comentario a
su esposa María fue: «No podemos tenerlo como hijo; es demasiado noble para nosotros».
Entonces empezó la memorable conversación con Rebeca.
Hasta ese momento de su vida, Jesús había hecho poca distinción en sus
relaciones con los niños y las niñas, con los jóvenes y las muchachas. Su mente
había estado demasiado ocupada con los problemas urgentes de los asuntos
prácticos de este mundo y con la contemplación misteriosa de su posible carrera
«relacionada con los asuntos de su Padre», como para haber considerado nunca
seriamente la consumación del amor personal en el matrimonio humano. Pero ahora
se encontraba frente a otro de los problemas que cualquier ser humano corriente
tiene que afrontar y resolver. En verdad fue «probado en todas las cosas igual
que vosotros».
Después de escuchar con atención, agradeció sinceramente
a Rebeca la admiración que le expresaba, y añadió: «Esto me alentará y me
confortará todos los días de mi vida». Le explicó que no era libre de tener,
con una mujer, otras relaciones que las de simple consideración fraternal y la
de pura amistad. Precisó que su deber primero y supremo era criar a la familia
de su padre, que no podía pensar en el matrimonio hasta que completara esta
tarea; y entonces añadió: «Si soy un hijo del destino, no debo asumir
obligaciones para toda la vida hasta el momento en que mi destino se haga
manifiesto».
Rebeca se le rompió el corazón. No quiso ser consolada, y
pidió insistentemente a su padre que se fueran de Nazaret, hasta que éste
consintió finalmente en mudarse a Séforis. En los años que siguieron, Rebeca
sólo tuvo una respuesta para los numerosos hombres que la pidieron en
matrimonio. Vivía con una sola finalidad — esperar la hora en que aquel que era
para ella el hombre más grande que hubiera vivido nunca, empezara su carrera
como maestro de la verdad viviente. Lo siguió con devoción durante los años
extraordinarios de su ministerio público. Estuvo presente (sin que Jesús lo
advirtiera) el día que entró triunfalmente en Jerusalén; y se hallaba «entre
las otras mujeres» al lado de María, aquella tarde fatídica y trágica en que el
Hijo del Hombre fue suspendido en la cruz. Porque para ella, como para
innumerables mundos de arriba, él era «el único enteramente digno de ser amado
y el más grande entre diez mil».
6. Su vigésimo año (año 14 d. de J.C)
La historia del amor de Rebeca por Jesús se murmuraba en
Nazaret y posteriormente en Cafarnaúm, de manera que, aunque en los años
siguientes muchas mujeres amaron a Jesús como los hombres lo amaban, nunca más
tuvo que rechazar la propuesta personal de la devoción de otra mujer de bien. A
partir de este momento, el amor humano por Jesús tuvo más bien la naturaleza de
una consideración respetuosa y adoradora. Hombres y mujeres lo amaban con
devoción por lo que él era, sin el menor matiz de satisfacción personal y sin
el deseo de posesión afectiva. Pero durante muchos años, cada vez que se
contaba la historia de la personalidad humana de Jesús, se mencionaba la
devoción de Rebeca.
Miriam, que conocía bien la historia de Rebeca y sabía
cómo su hermano había renunciado incluso al amor de una hermosa doncella (sin
percibir el factor de la carrera futura que sería su destino), llegó a
idealizar a Jesús y a amarlo con un afecto tierno y profundo, como padre y como
hermano.
Aunque difícilmente podían permitírselo, Jesús tenía un
extraño deseo de ir a Jerusalén para la Pascua. Conociendo su reciente
experiencia con Rebeca, su madre lo animó sabiamente a que hiciera el viaje.
Sin ser muy consciente de ello, lo que Jesús más deseaba era tener la
oportunidad de hablar con Lázaro y visitar a Marta y María. Después de su
propia familia, estas tres personas eran las que más amaba.
En este viaje a Jerusalén fue por el camino de Meguido,
Antípatris y Lida, recorriendo en parte la misma ruta que atravesó cuando fue
traído a Nazaret a su regreso de Egipto. Empleó cuatro días para llegar a la
Pascua y reflexionó mucho sobre los acontecimientos del pasado que se habían
producido en Meguido y sus alrededores, el campo de batalla internacional de
Palestina.
Jesús atravesó Jerusalén, deteniéndose solamente para
contemplar el templo y las multitudes de visitantes. Sentía una extraña y
creciente aversión por este templo construido por Herodes, con sus sacerdotes
elegidos por razones políticas. Lo que deseaba por encima de todo era ver a
Lázaro, Marta y María. Lázaro tenía la misma edad que Jesús y ahora era el
cabeza de familia; en el momento de esta visita, la madre de Lázaro había
fallecido también. Marta era poco más de un año mayor que Jesús, mientras que
María era dos años más joven. Y Jesús era el ideal que los tres idolatraban.
Durante esta visita se produjo una de sus manifestaciones
periódicas de rebelión contra la tradición — la expresión de un resentimiento
contra aquellas prácticas ceremoniales que Jesús consideraba que representaban
falsamente a su Padre celestial. Al no saber que Jesús iba a venir, Lázaro se
había preparado para celebrar la Pascua con unos amigos en un pueblo vecino,
más abajo en el camino de Jericó. Jesús proponía ahora que celebraran la fiesta
allí donde estaban, en la casa de Lázaro. «Pero», dijo Lázaro, «no tenemos
cordero pascual». Entonces Jesús emprendió una disertación prolongada y
convincente para mostrar que el Padre celestial no se interesaba realmente por
aquellos rituales infantiles y desprovistos de sentido. Después de una oración
ferviente y solemne, se levantaron y Jesús dijo: «Dejad que las mentes
infantiles e ignorantes de mi pueblo sirvan a su Dios como Moisés ordenó; es
mejor que lo hagan. Pero nosotros, que hemos visto la luz de la vida, dejemos
de acercarnos a nuestro Padre a través de las tinieblas de la muerte. Seamos
libres al conocer la verdad del amor eterno de nuestro Padre».
Aquella tarde, a la hora del crepúsculo, los cuatro se
sentaron y participaron en la primera fiesta de la Pascua que unos judíos
piadosos hubieran celebrado nunca sin cordero pascual. El pan ácimo y el vino
habían sido preparados para esta Pascua, y Jesús sirvió a sus compañeros estos
símbolos, llamándolos «el pan de la vida» y el «agua de la vida». Comieron en
solemne conformidad con las enseñanzas que acababan de impartirse. Jesús
adquirió la costumbre de practicar este rito sacramental en cada una de sus
visitas posteriores a Betania. Cuando volvió a su casa, se lo contó todo a su
madre. Ésta se escandalizó al principio, pero gradualmente fue comprendiendo su
punto de vista; sin embargo, se sintió muy aliviada cuando Jesús le aseguró que
no tenía la intención de introducir en su familia esta nueva idea de la Pascua.
Año tras año continuó comiendo la Pascua con los niños en el hogar «según la
ley de Moisés».
Fue durante este año cuando María tuvo una larga
conversación con Jesús acerca del matrimonio. Le preguntó francamente si se
casaría en el caso de que estuviera libre de sus responsabilidades familiares.
Jesús le explicó que, puesto que el deber inmediato le impedía el matrimonio,
había pensado poco en este tema. Se expresó como dudando de que llegara a
casarse nunca; dijo que todas estas cosas tenían que esperar «mi hora», el
momento en que «el trabajo de mi Padre tendrá que empezar». Habiendo decidido
ya mentalmente que no iba a ser padre de hijos carnales, dedicó muy poco tiempo
a pensar en el tema del matrimonio humano.
Este año reemprendió la tarea de unir más su naturaleza
humana y su naturaleza divina en una individualidad humana sencilla y eficaz.
Su estado moral y su comprensión espiritual continuaron creciendo.
Aunque todas sus propiedades de Nazaret (a excepción de
su casa) se habían vendido, este año recibieron una pequeña ayuda financiera
por la venta de una participación en una propiedad de Cafarnaúm. Esto era lo
último que quedaba de todos los bienes de José. Este trato inmobiliario en
Cafarnaúm se efectuó con un constructor de barcas llamado Zebedeo.
José terminó sus estudios este año en la escuela de la
sinagoga y se preparó para empezar a trabajar en el pequeño banco del taller de
carpintería de su domicilio. Aunque la herencia de su padre se había agotado,
las perspectivas de salir de la pobreza habían mejorado, porque ahora eran tres
los que trabajaban con regularidad.
Jesús se hace hombre rápidamente, no simplemente un
hombre joven sino un adulto. Ha aprendido bien a llevar sus responsabilidades.
Sabe cómo seguir adelante ante los contratiempos. Resiste con valentía cuando
sus planes se contrarían y sus proyectos se frustran temporalmente. Ha
aprendido a ser equitativo y justo incluso en presencia de la injusticia. Está
aprendiendo a ajustar sus ideales de vida espiritual con las exigencias
prácticas de la existencia terrestre. Está aprendiendo a hacer planes para
alcanzar una meta idealista superior y distante, mientras trabaja duramente con
el fin de satisfacer las necesidades más cercanas e inmediatas. Está
adquiriendo con firmeza el arte de ajustar sus aspiraciones a las exigencias
convencionales de las circunstancias humanas. Casi ha dominado la técnica de
utilizar la energía del impulso espiritual para mover el mecanismo de las
realizaciones materiales. Aprende lentamente a vivir la vida celestial mientras
continúa con su existencia terrenal. Depende cada vez más de las directrices finales
de su Padre celestial, mientras que asume el papel paternal de orientar y
dirigir a los niños de su familia terrestre. Se está volviendo experto en el
arte de arrancar la victoria de las mismas garras de la derrota; está
aprendiendo a transformar las dificultades del tiempo en triunfos de la
eternidad.
Así, a medida que pasan los años, este joven de Nazaret
continúa experimentando la vida tal como se vive en la carne mortal en los
mundos del tiempo y del espacio. Vive una vida completa, representativa y
plena. Dejó este mundo conociendo bien la experiencia que sus criaturas
atraviesan durante los cortos y arduos años de su primera vida, la vida en la
carne. Y toda esta experiencia humana es propiedad eterna del Soberano del
Universo. Él es nuestro hermano comprensivo, nuestro amigo compasivo, nuestro
soberano experimentado y nuestro padre misericordioso.
Siendo niño acumuló un enorme conjunto de conocimientos;
cuando joven ordenó, clasificó y correlacionó esta información. Ahora como
hombre del mundo, empieza a organizar estas posesiones mentales con vistas a
utilizarlas en su futura enseñanza, ministerio y servicio para sus compañeros
mortales de este mundo…
Nacido en el mundo como un niño del planeta, ha vivido su
vida infantil y ha pasado por las etapas sucesivas de la adolescencia y de la
juventud. Ahora se encuentra en el umbral de la plena edad adulta, con la rica
experiencia de la vida humana, con la comprensión completa de la naturaleza
humana y lleno de compasión por las flaquezas de la naturaleza humana. Se está
volviendo experto en el arte divino de revelar su Padre a las criaturas
mortales de todas las edades y de todas las etapas.
Ahora, como un hombre en posesión de todas sus facultades
— como un adulto del mundo — se prepara para continuar su misión suprema de
revelar Dios a los hombres y de conducir los hombres a Dios.
Los primeros años de la vida adulta de Jesús
CUANDO Jesús de Nazaret comenzó los primeros años de su
vida adulta, había vivido, y continuaba viviendo, una vida humana normal y
corriente en la Tierra. Jesús vino a este mundo exactamente como los demás
niños; no tuvo nada que ver en la elección de sus padres. Vino al mundo de una
manera natural, creció como un niño del planeta y luchó contra las vicisitudes
de su entorno de la misma manera que lo hacen los demás mortales en este mundo…
1. El vigésimo primer año (año 15 d. de J.C.)
Al llegar a la edad adulta, Jesús emprendió seriamente y
con plena conciencia de sí mismo la tarea de completar la experiencia de
conocer a fondo la vida de las formas más humildes de sus criaturas
inteligentes; así adquiriría el derecho definitivo y completo a gobernar de
manera incondicional el universo que él mismo había creado. Emprendió esta
inmensa tarea con una conciencia total de su doble naturaleza. Pero ya había
combinado eficazmente estas dos naturalezas en una sola — la de Jesús de
Nazaret.
Josué ben José sabía muy bien que era un hombre, un
hombre mortal, nacido de una mujer. Esto queda demostrado en la elección de su
primera denominación, el Hijo del Hombre. Compartió realmente la naturaleza de
carne y hueso, e incluso ahora que preside con autoridad soberana los destinos
de un universo, conserva todavía entre sus numerosos títulos bien ganados el de
Hijo del Hombre. Es literalmente cierto que el Verbo creador — el Hijo Creador
— del Padre Universal «se hizo carne y habitó… como un hombre del mundo».
Trabajaba, se cansaba, descansaba y dormía. Tuvo hambre y sació su apetito con
alimentos; tuvo sed y apagó su sed con agua. Experimentó toda la gama de
sentimientos y emociones humanas; fue «probado en todas las cosas de la misma
manera que vosotros», sufrió y murió.
Obtuvo conocimientos, adquirió experiencia y combinó
ambas cosas en sabiduría, como lo hacen otros mortales del mundo. Hasta después
de su bautismo no utilizó ningún poder sobrenatural. No empleó ninguna
influencia que no formara parte de su dotación humana como hijo de José y de
María.
En cuanto a los atributos de su existencia prehumana, se
despojó de ellos. Antes de empezar su trabajo público, se impuso a sí mismo
conocer a los hombres y los acontecimientos exclusivamente por medios humanos.
Era un verdadero hombre entre los hombres.
Es una verdad eterna y gloriosa que: «Tenemos un alto
gobernante que puede conmoverse con el sentimiento de nuestras debilidades.
Tenemos un Soberano que fue, en todos los aspectos, probado y tentado como
nosotros, pero sin pecar». Y puesto que él mismo sufrió, habiendo sido probado
y tentado, es perfectamente capaz de comprender y ayudar a los que se encuentran
confundidos y afligidos.
El carpintero de Nazaret comprendía ahora plenamente el
trabajo que le esperaba, pero escogió dejar que su vida humana continuara su
curso natural. En algunas de estas cuestiones es realmente un ejemplo para sus
criaturas mortales, pues tal como está escrito: «Tened dentro de vosotros el
mismo espíritu que tenía también Cristo Jesús, el cual, siendo de la naturaleza
de Dios, no consideraba extraño ser igual a Dios. Sin embargo, se dio poca
importancia, y tomando la forma de una criatura, nació en la similitud de los
hombres. Habiendo sido moldeado así como un hombre, se humilló y se hizo
obediente hasta la muerte, incluso hasta la muerte en la cruz».
Vivió su vida mortal exactamente como todos los miembros
de la familia humana pueden vivir la suya, como «aquel que en los días de su
encarnación elevaba con tanta frecuencia oraciones y súplicas, incluso con una
gran emoción y lágrimas, a Aquel que es capaz de salvar de todo mal, y sus
oraciones fueron eficaces porque creía». Por este motivo era necesario que se
volviera en todos los aspectos semejante a sus hermanos, para poder llegar a
ser un soberano misericordioso y comprensivo para ellos.
Nunca dudó de su naturaleza humana; era evidente por sí
misma y siempre estaba presente en su conciencia. En cuanto a su naturaleza
divina, siempre había lugar para las dudas y las conjeturas; al menos fue así
hasta el acontecimiento que se produjo en su bautismo. La autoconciencia de su
divinidad fue una lenta revelación, y desde el punto de vista humano, una
revelación evolutiva natural. Esta revelación y esta autoconciencia de su
divinidad empezaron en Jerusalén con el primer acontecimiento sobrenatural de
su existencia humana, cuando aún no tenía trece años. La experiencia de
realizar esta autoconciencia de su naturaleza divina se completó en el momento
de la segunda experiencia sobrenatural de su encarnación; este episodio se
produjo cuando Juan lo bautizó en el Jordán, acontecimiento que marcó el
principio de su carrera pública de servicio y de enseñanza.
Entre estas dos visitas celestiales, una a los trece años
y la otra en su bautismo, no ocurrió nada sobrenatural ni sobrehumano en la
vida de este Hijo Creador encarnado. A pesar de esto, el niño de Belén, el
muchacho, el joven y el hombre de Nazaret, eran en realidad el Creador
encarnado de un universo; pero en el transcurso de su vida humana hasta el día
en que Juan lo bautizó, nunca utilizó ni una sola vez este poder, ni siguió las
directrices de personalidades celestiales, exceptuando las de su serafín
guardián. Nosotros que atestiguamos esto sabemos lo que decimos.
Sin embargo, durante todos estos años de su vida en la
carne, era realmente divino. Era en efecto un Hijo Creador del Padre… Una vez
que emprendió su carrera pública, después de completar técnicamente su
experiencia puramente mortal para adquirir la soberanía, no dudó en admitir
públicamente que era el Hijo de Dios. No dudó en declarar: «Yo soy el Alfa y la
Omega, el principio y el fin, el primero y el último.» Años más tarde, no
protestó cuando le llamaron Señor de la Gloria, Gobernante de un Universo, el
Señor Dios de toda la creación, el Santo de Israel, el Señor de todo, nuestro
Señor y nuestro Dios, Dios con nosotros, el que tiene un nombre por encima de
todos los nombres y en todos los mundos, la Omnipotencia de un universo, la
Mente Universal de esta creación, el Único en el que están ocultos todos los
tesoros de la sabiduría y del conocimiento, la plenitud de Aquel que llena
todas las cosas, el Verbo eterno del Dios eterno, Aquel que era antes de todas
las cosas y en quien todas las cosas consisten, el Creador de los cielos y de
la Tierra, el Sostén de un universo, el Juez de toda la Tierra, el Dador de la
vida eterna, el Verdadero Pastor, el Libertador de los mundos y el que Dirige
nuestra salvación.
Nunca puso objeción a ninguno de estos títulos cuando les
fueron aplicados, después de emerger de su vida puramente humana para entrar en
los años siguientes en los que tenía conciencia del ministerio de la divinidad
en la humanidad, por la humanidad y para la humanidad, en este mundo y para
todos … Jesús sólo puso objeción a un título que le aplicaron: cuando una vez
le llamaron Emmanuel, simplemente replicó: «No soy yo, es mi hermano mayor».
Siempre, e incluso después de emerger a una vida más
amplia en la Tierra, Jesús permaneció humildemente sometido a la voluntad del
Padre que está en los cielos.
Después de su bautismo, no tuvo inconveniente en permitir
que los que creían sinceramente en él y sus seguidores agradecidos lo adoraran.
Incluso cuando luchaba contra la pobreza y trabajaba con sus manos para
proporcionar las necesidades básicas a su familia, su conciencia de ser un Hijo
de Dios iba en aumento; sabía que era el autor de los cielos y de esta misma
Tierra en la que ahora estaba viviendo su existencia humana.
Este año, Jesús se desplazó con José a Jerusalén para
celebrar la Pascua. Como ya había llevado a Santiago al templo para la
consagración, pensaba que tenía el deber de llevar a José. Jesús nunca mostró
el menor grado de predilección en el trato con su familia. Fue con José a
Jerusalén por la ruta habitual del valle del Jordán, pero regresó a Nazaret por
el camino que pasaba por Amatus, al este del Jordán. Al bajar por el Jordán,
Jesús le contó a José la historia judía, y en el viaje de vuelta, le habló de
las experiencias de las famosas tribus de Rubén, Gad y Gilead que
tradicionalmente habían vivido en estas regiones al este del río.
José hizo muchas preguntas capitales a Jesús en relación
con la misión de su vida, pero a la mayoría de ellas, Jesús se limitó a
responder: «Mi hora aún no ha llegado». Sin embargo, en el transcurso de estas
discusiones, Jesús dejó caer muchas palabras que José recordó durante los
acontecimientos sensacionales de los años siguientes. Jesús pasó esta Pascua,
acompañado de José, con sus tres amigos en Betania, como tenía la costumbre de
hacer cuando estaba en Jerusalén asistiendo a estas fiestas conmemorativas.
2. El vigésimo segundo año (año 16 d. de J.C.)
Éste fue uno de los años durante los cuales los hermanos
y hermanas de Jesús se enfrentaron con las pruebas y tribulaciones propias de
los problemas y reajustes de la adolescencia. Jesús tenía ahora hermanos y
hermanas entre los siete y los dieciocho años de edad, y estaba muy ocupado
ayudándolos a adaptarse a los nuevos despertares de su vida intelectual y
emocional. Así pues, tuvo que luchar con los problemas de la adolescencia a
medida que se presentaban en la vida de sus hermanos y hermanas menores.
Simón terminó sus estudios en la escuela este año y
empezó a trabajar con Jacobo el albañil, el antiguo compañero de juegos de la
infancia y el defensor siempre dispuesto de Jesús. Después de varias
conversaciones familiares, llegaron a la conclusión de que no era prudente que
todos los muchachos se dedicaran a la carpintería. Pensaban que si escogían
oficios diferentes estarían en disposiciones de aceptar contratos para
construir edificios enteros. Además, habían pasado por períodos de paro forzoso
desde que tres de ellos trabajaban como carpinteros a jornada completa.
Jesús continuó este año con la terminación de interiores
y la ebanistería, pero dedicó la mayor parte de su tiempo al taller de
reparaciones de las caravanas. Santiago empezaba a alternarse con él en el
servicio del taller. Hacia finales de este año, cuando el trabajo de
carpintería llegó a escasear en Nazaret, Jesús dejó a Santiago a cargo del
taller de reparaciones y a José en el banco de carpintero de la casa, mientras
que él se fue a Séforis para trabajar con un herrero. Estuvo trabajando seis
meses en el metal y adquirió una habilidad considerable en el yunque.
Antes de empezar en su nuevo empleo de Séforis, Jesús
mantuvo una de sus conferencias familiares periódicas y nombró solemnemente a
Santiago, que acababa de cumplir dieciocho años, como cabeza de familia.
Prometió a su hermano un apoyo sincero y toda su cooperación, y exigió a cada
miembro de la familia la promesa formal de obedecer a Santiago. A partir de
este día, Santiago asumió toda la responsabilidad financiera de la familia, y
Jesús entregaba a su hermano su paga semanal. Jesús nunca más recuperó de
Santiago las riendas del hogar. Mientras trabajaba en Séforis podría haber
regresado cada noche al hogar si hubiera sido necesario, pero permaneció
ausente a propósito, echándole la culpa al tiempo y a otras causas, aunque su
verdadero motivo era preparar a Santiago y a José para llevar la
responsabilidad de la familia. Había empezado el lento proceso de separarse de
su familia. Jesús volvía a Nazaret todos los sábados y a veces durante la
semana cuando lo exigía la ocasión, para observar cómo funcionaba el nuevo
plan, ofrecer consejos y aportar sugerencias útiles.
El hecho de vivir la mayoría del tiempo en Séforis
durante seis meses, proporcionó a Jesús una nueva oportunidad para conocer
mejor el punto de vista que tenían los gentiles sobre la vida. Trabajó con
ellos, vivió con ellos y de todas las maneras posibles estudió de cerca y con
sumo cuidado los hábitos de vida y la mentalidad de los gentiles.
Los niveles morales de esta ciudad natal de Herodes
Antipas eran muy inferiores a los de incluso la zona para las caravanas de
Nazaret, de tal manera que después de permanecer seis meses en Séforis, Jesús
no dudó en encontrar un pretexto para regresar a Nazaret. El grupo para el que
trabajaba iba a emprender unas obras públicas tanto en Séforis como en la nueva
ciudad de Tiberiades, y Jesús estaba poco dispuesto a asumir cualquier tipo de
empleo que estuviera bajo la supervisión de Herodes Antipas. También existían otras
razones que hacían prudente, en opinión de Jesús, el regresar a Nazaret. Cuando
volvió al taller de reparaciones, no asumió otra vez la dirección personal de
los asuntos familiares. Trabajó en el taller en asociación con Santiago y,
tanto como le fue posible, le permitió continuar supervisando el hogar. La
gestión de los gastos familiares y la administración del presupuesto doméstico,
que estaban en manos de Santiago, no sufrieron ningún cambio.
Fue precisamente mediante esta planificación sabia y cuidadosa
como Jesús preparó el camino para su retirada final de toda participación
activa en los asuntos de su familia. Cuando Santiago tuvo dos años de
experiencia como cabeza de familia — y dos años antes de que se casara — José
fue encargado de los fondos de la casa y se le confió la dirección general del
hogar.
3. El vigésimo tercer año (año 17 d. de J.C.)
La presión financiera cedió este año ligeramente, ya que
cuatro miembros de la familia estaban trabajando. Miriam ganaba bastante con la
venta de la leche y la mantequilla; Marta se había convertido en una tejedora
experta. Habían pagado más de un tercio del precio de compra del taller de
reparaciones. La situación era tal que Jesús dejó de trabajar durante tres
semanas para llevar a Simón a la Pascua de Jerusalén; éste era el período más
largo, libre de las faenas cotidianas, que había disfrutado desde la muerte de
su padre.
Viajaron a Jerusalén por el camino de la Decápolis y
atravesaron Pella, Gerasa, Filadelfia, Hesbón y Jericó. Regresaron a Nazaret
por la ruta costera, pasando por Lida, Jope, Cesárea, y desde allí, rodeando el
Monte Carmelo, fueron a Tolemaida y Nazaret. Este viaje permitió a Jesús
conocer bastante bien toda Palestina al norte de la región de Jerusalén.
En Filadelfia, Jesús y Simón conocieron a un mercader de
Damasco que experimentó tanta simpatía por los hermanos de Nazaret, que
insistió para que se detuvieran con él en su sede de Jerusalén. Mientras Simón
asistía al templo, Jesús pasó mucho tiempo conversando con este hombre de mundo
bien educado y bastante viajero. Este mercader poseía más de cuatro mil
camellos de caravanas; tenía intereses en todo el mundo romano y ahora estaba
de camino hacia Roma. Le propuso a Jesús que viniera a Damasco para trabajar en
su negocio de importaciones de oriente, pero Jesús le explicó que no tenía
justificación para alejarse tanto de su familia en ese momento. Sin embargo,
durante el camino de vuelta pensó mucho en aquellas ciudades lejanas y en los
países aún más distantes del Lejano Occidente y del Lejano Oriente, países de
los que había oído hablar con tanta frecuencia a los viajeros y conductores de
las caravanas.
Simón disfrutó mucho de su visita a Jerusalén. Fue
admitido debidamente en la comunidad de Israel durante la consagración pascual
de los nuevos hijos del mandamiento. Mientras Simón asistía a las ceremonias
pascuales, Jesús se mezcló con las multitudes de visitantes y emprendió muchas
conversaciones personales interesantes con numerosos prosélitos gentiles.
El más notable de todos estos contactos fue quizás con un
joven helenista llamado Esteban. Este joven visitaba Jerusalén por primera vez
y se encontró casualmente con Jesús el jueves por la tarde de la semana de la
Pascua. Mientras los dos paseaban contemplando el palacio asmoneo, Jesús inició
una conversación fortuita que tuvo como resultado el sentirse interesados el
uno por el otro, lo que les llevó a una discusión de cuatro horas sobre la
manera de vivir y el verdadero Dios y su culto. Esteban se quedó enormemente
impresionado por lo que Jesús le dijo, y nunca olvidó sus palabras.
Este mismo Esteban es el que posteriormente se hizo
creyente en las enseñanzas de Jesús, y cuya intrepidez predicando este
evangelio incipiente provocó la ira de los judíos, que lo apedrearon hasta
morir. Una parte de la extraordinaria audacia de Esteban proclamando su visión
del nuevo evangelio provenía directamente de esta primera conversación con
Jesús. Pero Esteban nunca tuvo la menor sospecha de que el galileo con quien
había hablado unos quince años antes era precisamente la misma persona que más
tarde proclamaría como Salvador del mundo, y por quien tan pronto daría su
vida, convirtiéndose así en el primer mártir de la nueva fe cristiana en
evolución. Cuando Esteban dio su vida como precio por su ataque al templo judío
y a sus prácticas tradicionales, un tal Saulo, ciudadano de Tarso, se hallaba
presente. Cuando Saulo vio cómo este griego podía morir por su fe, se
despertaron en su corazón unos sentimientos que finalmente le llevaron a
abrazar la causa por la que había muerto Esteban; más tarde se convirtió en el
dinámico e indomable Pablo, el filósofo, si no el único fundador, de la
religión cristiana.
El domingo después de la semana pascual, Simón y Jesús
emprendieron su viaje de regreso a Nazaret. Simón no olvidó nunca lo que Jesús
le enseñó en este viaje. Siempre había amado a Jesús, pero ahora sentía que
había empezado a conocer a su hermano-padre. Tuvieron muchas conversaciones
íntimas y confidenciales mientras atravesaban el país y preparaban sus comidas
al borde del camino. Llegaron a la casa el jueves a mediodía, y aquella noche
Simón mantuvo despierta a la familia hasta tarde, contándoles sus experiencias.
María se quedó trastornada cuando Simón le informó que
Jesús había pasado la mayor parte del tiempo en Jerusalén «conversando con los
extranjeros, especialmente de los países lejanos». La familia de Jesús nunca
pudo comprender su gran interés por la gente, su necesidad de hablar con ellos,
de conocer su manera de vivir y de averiguar lo que pensaban.
La familia de Nazaret estaba cada vez más absorbida por
sus problemas inmediatos y humanos; no se mencionaba con frecuencia la futura
misión de Jesús, y él mismo hablaba raras veces de su carrera futura. Su madre
no se acordaba mucho de que era un hijo de la promesa. Poco a poco iba
abandonando la idea de que Jesús tenía que cumplir una misión divina en la
Tierra, pero a veces su fe se reavivaba cuando se detenía a recordar la visita
de Gabriel antes de que el niño naciera.
4. El episodio de Damasco
Jesús pasó los cuatro últimos meses de este año en
Damasco, como huésped del mercader que conoció por primera vez en Filadelfia,
cuando iba camino de Jerusalén. Un representante de este mercader había buscado
a Jesús al pasar por Nazaret y lo acompañó hasta Damasco. Este mercader, en
parte judío, propuso consagrar una enorme cantidad de dinero para establecer
una escuela de filosofía religiosa en Damasco. Proyectaba crear un centro de
estudios que sobrepasara al de Alejandría. Le propuso a Jesús que emprendiera
inmediatamente una larga gira por los centros de educación del mundo, como paso
previo para convertirse en el director de este nuevo proyecto. Ésta fue una de
las mayores tentaciones con las que Jesús tuvo que enfrentarse en el transcurso
de su carrera puramente humana.
Poco después, este mercader trajo ante Jesús a un grupo
de doce mercaderes y banqueros que aceptaban financiar esta escuela recién
proyectada. Jesús manifestó un profundo interés por la escuela que proponían y
les ayudó a planificar su organización, pero siempre expresó el temor de que
sus otras obligaciones anteriores, sin indicar cuáles, le impedirían aceptar la
dirección de una empresa tan ambiciosa. El que deseaba ser su benefactor era
obstinado y empleó provechosamente a Jesús en su casa haciendo algunas
traducciones, mientras que él, su esposa y sus hijos e hijas trataban de
persuadirlo para que aceptara el honor que se le ofrecía.
Pero no se dejó convencer. Sabía muy bien que su misión en la Tierra no debía estar sostenida por instituciones de enseñanza; sabía que no debía comprometerse en lo más mínimo, para no ser dirigido por «asambleas de hombres», por muy bien intencionadas que fueran.
Pero no se dejó convencer. Sabía muy bien que su misión en la Tierra no debía estar sostenida por instituciones de enseñanza; sabía que no debía comprometerse en lo más mínimo, para no ser dirigido por «asambleas de hombres», por muy bien intencionadas que fueran.
Él, que fue rechazado por los jefes religiosos de
Jerusalén incluso después de haber demostrado su autoridad, fue reconocido y
recibido como maestro instructor por los empresarios y banqueros de Damasco, y
todo esto cuando era un carpintero oscuro y desconocido de Nazaret.
Nunca habló de esta oferta a su familia, y al final de
este año se encontraba de nuevo en Nazaret cumpliendo con sus deberes
cotidianos, como si nunca hubiera sido tentado por las proposiciones
halagadoras de sus amigos de Damasco. Estos hombres de Damasco tampoco
asociaron nunca al futuro ciudadano de Cafarnaúm, que puso boca abajo a toda la
sociedad judía, con el antiguo carpintero de Nazaret que había osado rechazar
el honor que sus riquezas combinadas hubieran podido procurarle.
Jesús se las ingenió con gran habilidad e intencionalidad
para aislar diversos episodios de su vida con el fin de que, a los ojos del
mundo, nunca fueran asociados y considerados como acciones realizadas por un
mismo individuo. En los años posteriores escuchó muchas veces contar esta
historia del extraño galileo que declinó la oportunidad de fundar en Damasco
una escuela que rivalizara con Alejandría.
Al tratar de aislar ciertos aspectos de su experiencia
terrestre, uno de los objetivos que Jesús perseguía era evitar la
reconstrucción de una carrera tan hábil y espectacular, que incitara a las
futuras generaciones a venerar al maestro en lugar de someterse a la verdad que
había vivido y enseñado. Jesús no quería que la reconstrucción de una historia
humana tan sobresaliente desviara la atención de sus enseñanzas. Reconoció muy
pronto que sus seguidores se sentirían tentados a formular una religión acerca
de él, que podría hacerle la competencia al evangelio del reino que tenía la
intención de proclamar al mundo. Por consiguiente, durante toda su carrera
extraordinaria, trató de suprimir convenientemente todo aquello que, en su
opinión, pudiera favorecer esta tendencia humana natural a exaltar al maestro
en lugar de proclamar sus enseñanzas.
Éste mismo motivo explica también por qué permitió que se
le conociera por medio de nombres diferentes durante las diversas épocas de su
variada vida en la Tierra. Además, no quería ejercer ninguna influencia
indebida sobre su familia u otras personas, para no inducirles a creer en él en
contra de sus sinceras convicciones. Siempre rehusó sacar una ventaja indebida
o injusta de la mente humana. No quería que los hombres creyeran en él, a menos
que sus corazones fueran sensibles a las realidades espirituales reveladas en
sus enseñanzas.
A finales de este año, las cosas marchaban bastante bien
en el hogar de Nazaret. Los niños crecían y María se iba acostumbrando a las
ausencias de Jesús del hogar. Éste continuaba enviando su salario a Santiago
para el sostén de la familia, reservándose sólo una pequeña parte para sus
gastos personales más inmediatos.
A medida que pasaban los años, resultaba más difícil
darse cuenta de que este hombre era un Hijo de Dios en la Tierra. Parecía que
se estaba convirtiendo en un habitante más del planeta, en un hombre entre los
hombres. El Padre que está en los cielos había ordenado que la donación se
desarrollara precisamente de esta manera.
5. El vigésimo cuarto año (año 18 d. de J.C.)
Éste fue el primer año en que Jesús estuvo relativamente
libre de responsabilidades familiares. Santiago administraba con mucho éxito
los asuntos del hogar, ayudado por los consejos y las rentas de Jesús.
A la semana siguiente de la Pascua de este año, un joven
de Alejandría vino hasta Nazaret para organizar un encuentro entre Jesús y un
grupo de judíos de Alejandría, que se celebraría en el transcurso del año y en
algún lugar de la costa de Palestina. La conferencia se fijó para mediados de
junio, y Jesús se desplazó hasta Cesárea para reunirse con cinco judíos
eminentes de Alejandría, que le rogaron que se estableciera en su ciudad como
instructor religioso, ofreciéndole como aliciente, para empezar, el puesto de
ayudante del chazan en la sinagoga principal de la ciudad.
Los portavoces de esta comisión explicaron a Jesús que
Alejandría estaba destinada a convertirse en el centro principal de la cultura
judía para el mundo entero; que la tendencia helenista de los asuntos judíos
había sobrepasado probablemente a la escuela de pensamiento babilónica.
Recordaron a Jesús los siniestros rumores de rebelión que corrían por Jerusalén
y toda Palestina, y le aseguraron que cualquier sublevación de los judíos
palestinos equivaldría a un suicidio nacional, que la mano de hierro de Roma
aplastaría la rebelión en tres meses, y que Jerusalén sería destruida y el
templo demolido hasta que no quedara piedra sobre piedra.
Jesús escuchó todo lo que tenían que decir, les agradeció
su confianza, y al declinar su invitación para ir a Alejandría, les dijo en
esencia: «Mi hora aún no ha llegado». Se quedaron confundidos por su aparente
indiferencia al honor que habían intentado conferirle. Antes de despedirse de
Jesús le ofrecieron una bolsa de dinero como muestra de la estima de sus amigos
de Alejandría, y en compensación por el tiempo y los gastos de venir hasta Cesárea
para hablar con ellos. Pero rehusó también el dinero, diciendo: «La casa de
José nunca ha recibido limosnas, y no podemos comernos el pan de otra persona
mientras yo tenga buenos brazos y mis hermanos puedan trabajar».
Sus amigos de Egipto se embarcaron para su tierra; años
después, cuando oyeron los rumores sobre el constructor de barcas de Cafarnaúm
que estaba creando tanta conmoción en Palestina, pocos de ellos imaginaron que
se trataba del niño de Belén ya adulto y del mismo galileo singular que había
declinado sin ningún formalismo la invitación de convertirse en un gran maestro
en Alejandría.
Jesús regresó a Nazaret. Los seis meses restantes de este
año fueron los más tranquilos de toda su carrera. Disfrutó de este respiro
temporal en su programa habitual de problemas a resolver y de dificultades a
superar. Comulgó mucho con su Padre que está en los cielos e hizo enormes
progresos en el dominio de su mente humana.
Pero los asuntos humanos en los mundos del tiempo y del
espacio no transcurren con tranquilidad durante mucho tiempo. En diciembre,
Santiago tuvo una conversación privada con Jesús para explicarle que estaba muy
enamorado de Esta, una joven de Nazaret, y que les gustaría casarse pronto si
fuera posible. Atrajo la atención sobre el hecho de que José pronto cumpliría
dieciocho años, y que sería una buena experiencia para él tener la oportunidad
de servir como cabeza de familia. Jesús dio su consentimiento para que Santiago
se casara dos años más tarde, siempre que durante este intervalo preparara
adecuadamente a José para asumir la dirección del hogar.
Entonces se produjeron otros hechos — los esponsales
estaban en el ambiente. El éxito que tuvo Santiago al obtener el consentimiento
de Jesús para casarse animó a Miriam a presentarse con sus proyectos ante su
hermano-padre. Jacobo, el joven albañil, antiguo defensor voluntario de Jesús y
ahora socio de Santiago y José en los negocios, hacía tiempo que había
intentado obtener la mano de Miriam para casarse. Después de que Miriam expuso
sus planes a Jesús, éste ordenó que Jacobo viniera a verle para pedir
oficialmente la mano de Miriam, y prometió su bendición al matrimonio en cuanto
ella estimara que Marta estaba preparada para asumir sus deberes de hija mayor.
Cuando estaba en casa, Jesús continuaba enseñando en la
escuela nocturna tres veces por semana, leía a menudo las escrituras los
sábados en la sinagoga, conversaba con su madre, enseñaba a los niños y se
comportaba en general como un ciudadano digno y respetable de Nazaret, dentro
de la comunidad de Israel.
6. El vigésimo quinto año (año 19 d. de J.C.)
Este año empezó con toda la familia de Nazaret en buena
salud y fue testigo del final de la escolaridad regular de todos los niños, a
excepción de algunos trabajos que Marta tenía que hacer para Rut.
Jesús era uno de los ejemplares humanos más vigorosos y
refinados que habían aparecido en la Tierra desde la época de Adán. Su
desarrollo físico era espléndido. Su mente era activa, aguda y penetrante —
comparada con la mentalidad media de sus contemporáneos, había alcanzado
proporciones gigantescas — y su espíritu era en verdad humanamente divino.
El estado financiero de la familia se encontraba en las
mejores condiciones desde que se liquidaron las propiedades de José. Se habían
efectuado los últimos pagos del taller de reparaciones de las caravanas; no
debían nada a nadie y, por primera vez en muchos años, contaban con algunos
fondos. Por todo ello, y puesto que había llevado a sus otros hermanos a
Jerusalén para que participaran en sus primeras ceremonias pascuales, Jesús
decidió acompañar a Judá (que acababa de terminar sus estudios en la escuela de
la sinagoga) en su primera visita al templo.
Fueron a Jerusalén por el valle del Jordán y regresaron
por el mismo camino, porque Jesús temía que podría tener algún problema si
atravesaba Samaria con su joven hermano. En Nazaret, Judá ya había tenido
varias veces pequeñas dificultades a causa de su carácter impulsivo, unido a
sus violentos sentimientos patrióticos.
Llegaron a Jerusalén a su debido tiempo e iban de camino
para efectuar una primera visita al templo, cuya sola visión había excitado y
entusiasmado a Judá hasta lo más profundo de su alma, cuando se encontraron por
casualidad con Lázaro de Betania. Mientras Jesús charlaba con Lázaro y trataba
de arreglar las cosas para celebrar juntos la Pascua, Judá inició un incidente
muy serio para todos ellos. Cerca de allí se encontraba un guardia romano que
hizo unos comentarios indecorosos sobre una muchacha judía que pasaba en ese
momento. Judá enrojeció de indignación y no tardó en expresar su resentimiento
por esta descortesía, haciéndolo de manera directa y al alcance del oído del
soldado. Los legionarios romanos eran muy sensibles a todo lo que se pareciera
a una falta de respeto por parte de los judíos; así pues, el guardia arrestó
inmediatamente a Judá. Esto fue demasiado para el joven patriota, y antes de
que Jesús pudiera prevenirlo con una mirada de advertencia, ya había dado
rienda suelta a una voluble declaración de sentimientos antirromanos
reprimidos, lo que no hizo más que empeorar la situación. Judá, con Jesús a su
lado, fue llevado de inmediato a la prisión militar.
Jesús trató de conseguir una audiencia inmediata para
Judá, o bien que lo liberaran a tiempo para poder celebrar la Pascua aquella
noche, pero fracasó en sus esfuerzos. Puesto que el día siguiente era un día de
«santa asamblea» en Jerusalén, ni siquiera los romanos se atrevían a oír
acusaciones contra un judío. En consecuencia, Judá continuó encarcelado hasta
la mañana del segundo día después de su arresto, y Jesús permaneció con él en
la prisión. No estuvieron presentes en el templo en la ceremonia de recepción
de los hijos de la ley como plenos ciudadanos de Israel. Judá no participó en
esta ceremonia oficial hasta varios años después, cuando se encontró de nuevo
en Jerusalén durante otra Pascua, en conexión con su trabajo de propaganda a
favor de los celotes, la organización patriótica a la que pertenecía y en la
que era muy activo.
A la mañana siguiente de su segundo día en la cárcel,
Jesús compareció ante el magistrado militar en nombre de Judá. Presentó sus
excusas por la juventud de su hermano y efectuó una exposición aclaratoria,
pero juiciosa, de la naturaleza provocativa del incidente que había llevado al
arresto de su hermano. Jesús manejó el asunto de tal manera, que el magistrado
expresó la opinión de que el joven judío pudiera haber tenido alguna excusa
válida que justificara su violenta explosión. Después de advertir a Judá que no
se atreviera otra vez a ser culpable de semejante temeridad, dijo a Jesús al
despedirlos: «Harías bien en vigilar al muchacho; es capaz de crearos muchos
problemas a todos». El juez romano tenía razón. Judá causó muchísimos problemas
a Jesús, y siempre eran de la misma naturaleza: encontronazos con las
autoridades civiles a causa de sus estallidos patrióticos imprudentes e
insensatos.
Jesús y Judá se desplazaron hasta Betania para pasar la
noche, explicaron por qué no habían acudido a la cena pascual, y al día
siguiente salieron para Nazaret. Jesús no contó a la familia el arresto de su
joven hermano en Jerusalén, pero unas tres semanas después de su regreso, tuvo
una larga conversación con Judá sobre este incidente. Después de esta
conversación con Jesús, el mismo Judá contó el suceso a la familia. Nunca
olvidó la paciencia y la indulgencia que manifestó su hermano-padre durante
toda esta penosa experiencia.
Ésta fue la última Pascua en la que Jesús acompañó a un
miembro de su propia familia. El Hijo del Hombre iba a desligarse cada vez más
de los estrechos lazos que le unían a los de su propia carne y sangre.
Este año, sus períodos de profunda meditación fueron
interrumpidos a menudo por Rut y sus compañeros de juego. Jesús siempre estaba
dispuesto a aplazar sus reflexiones sobre su trabajo futuro para el mundo y el
universo, a fin de compartir la alegría infantil y el regocijo juvenil de estos
jóvenes, que nunca se cansaban de escucharle contar las experiencias de sus
diversos viajes a Jerusalén. También disfrutaban mucho con sus historias sobre
los animales y la naturaleza.
Los niños siempre eran bienvenidos al taller de
reparaciones. Jesús ponía arena, pedazos de madera y piedras al lado del
taller, y los niños acudían en bandadas para entretenerse allí. Cuando se
cansaban de sus juegos, los más atrevidos miraban a hurtadillas dentro del
taller, y si el dueño no estaba ocupado, se arriesgaban a entrar diciendo: «Tío
Josué, sal y cuéntanos un largo cuento». Entonces lo hacían salir tirándole de
las manos hasta que se sentaba en su piedra favorita junto a la esquina del
taller, con los niños sentados en semicírculo en el suelo delante de él. ¡Cómo
disfrutaban estos pequeñuelos con su tío Josué! Aprendían a reírse, y a reírse
con ganas. Uno o dos de los más pequeños tenían la costumbre de trepar hasta
sus rodillas y se sentaban allí, contemplando embelesados las expresiones de su
rostro mientras narraba sus historias. Los niños amaban a Jesús, y Jesús amaba
a los niños.
A sus amigos les resultaba difícil comprender la amplitud
de sus actividades intelectuales, cómo podía pasar de manera tan súbita y
completa de las profundas discusiones sobre la política, la filosofía o la
religión, a las travesuras alegres y gozosas de estos pequeños de cinco a diez
años de edad. A medida que sus propios hermanos y hermanas crecían, a medida
que disponía de más tiempo libre y antes de que llegaran los nietos, prestaba
una gran atención a estos pequeños. Pero no vivió suficiente tiempo en la
Tierra como para disfrutar mucho de los nietos.
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