5. Su decimotercer año (año 7 d. de J.C.)
En este año, el muchacho de Nazaret pasó de la infancia a
la adolescencia; su voz empezó a cambiar, y otros rasgos de la mente y del
cuerpo revelaron la llegada de la virilidad.
Su hermanito Amós nació la noche del domingo 9 de enero
del año 7 d. de J.C. Judá no tenía todavía dos años, y su hermanita Rut aún no
había nacido. Se puede ver pues que Jesús tenía una numerosa familia de niños
pequeños que se quedó a su cuidado cuando su padre encontró la muerte al año siguiente
en un accidente.
Hacia mediados de febrero, Jesús adquirió humanamente la
seguridad de que estaba destinado a efectuar una misión en la Tierra para
iluminar al hombre y revelar a Dios. En la mente de este joven se estaban
formando importantes decisiones, junto con planes de gran envergadura, mientras
que su apariencia exterior era la de un muchacho judío corriente de Nazaret.
El primer día de la semana, el 20 de marzo del año 7,
Jesús se graduó en los cursos de enseñanza de la escuela local asociada con la
sinagoga de Nazaret. Era un gran día en la vida de cualquier familia judía
ambiciosa, el día en que el hijo primogénito era nombrado «hijo del
mandamiento» y el primogénito rescatado del Señor Dios de Israel, un «hijo del
Altísimo» y servidor del Señor de toda la Tierra.
El viernes de la semana anterior, José había regresado de
Séforis, donde estaba encargado de construir un nuevo edificio público, para
estar presente en esta feliz ocasión. El profesor de Jesús creía firmemente que
su alumno despierto y aplicado estaba destinado a alguna carrera eminente, a alguna
misión importante. Los ancianos, a pesar de todos sus disgustos con las
tendencias no conformistas de Jesús, estaban muy orgullosos del muchacho y ya
habían empezado a hacer planes para que pudiera ir a Jerusalén a continuar su
educación en las famosas academias hebreas.
A medida que Jesús oía de vez en cuando discutir estos
planes, estaba cada vez más seguro de que nunca iría a Jerusalén para estudiar
con los rabinos. Sin embargo, poco podía imaginar la tragedia tan próxima que
aseguraría el abandono de todos estos proyectos, obligándole a asumir la
responsabilidad de mantener y dirigir una familia numerosa que pronto iba a
estar compuesta por cinco hermanos y tres hermanas, además de su madre y él
mismo. Al tener que criar esta familia, Jesús pasó por una experiencia más
extensa y prolongada que la que tuvo José, su padre; y se mantuvo a la altura
del modelo que más tarde estableció para sí mismo: ser un educador y hermano
mayor sabio, paciente, comprensivo y eficaz para esta familia — su familia — ,
tan repentinamente afligida por el dolor y tan inesperadamente acongojada.
6. El viaje a Jerusalén
Como Jesús había llegado ahora al umbral de la vida
adulta y se había graduado oficialmente en las escuelas de la sinagoga, reunía
las condiciones necesarias para ir a Jerusalén con sus padres y participar con
ellos en la celebración de su primera Pascua. La fiesta de la Pascua de este
año caía el sábado 9 de abril del año 7. Un grupo numeroso (103 personas) se
preparó para salir de Nazaret hacia Jerusalén el lunes 4 de abril por la mañana
temprano. Viajaron hacia el sur en dirección a Samaria, pero al llegar a
Jezreel se desviaron hacia el este, rodeando el Monte Gilboa por el valle del
Jordán para evitar tener que cruzar Samaria. A José y a su familia les hubiera
gustado atravesar Samaria por la ruta del pozo de Jacob y de Betel, pero como
los judíos no querían mezclarse con los samaritanos, decidieron continuar con
sus vecinos por el valle del Jordán.
El temible Arquelao había sido depuesto, y existía poco
peligro en llevar a Jesús a Jerusalén. Habían pasado doce años desde que el
primer Herodes había tratado de destruir al niño de Belén, y nadie pensaría
ahora en asociar aquel asunto con este muchacho desconocido de Nazaret.
Antes de llegar al cruce de Jezreel, prosiguiendo su
viaje, muy pronto dejaron a la izquierda el antiguo pueblo de Sunem, y Jesús
escuchó de nuevo la historia de la doncella más hermosa de todo Israel que
vivió allí en otro tiempo, y también las obras maravillosas que Eliseo había
realizado en aquel lugar. Al pasar por Jezreel, los padres de Jesús contaron
las acciones de Acab y Jezabel y las hazañas de Jehú. Al pasar cerca del Monte
Gilboa, hablaron mucho de Saúl que se suicidó en las vertientes de esta
montaña, del rey David, y de los acontecimientos asociados con este lugar
histórico.
Al rodear la base del Gilboa, los peregrinos podían ver a
la derecha la ciudad griega de Escitópolis. Admiraron desde lejos los edificios
de mármol, pero no se acercaron a la ciudad gentil por temor a profanarse, lo
que les impediría participar en las ceremonias solemnes y sagradas de la Pascua
en Jerusalén. María no comprendía por qué ni José ni Jesús querían hablar de
Escitópolis. No sabía nada de su controversia del año anterior, porque nunca le
habían contado el incidente.
Ahora la carretera descendía rápidamente hacia el valle
tropical del Jordán, y Jesús pudo pronto contemplar admirado el serpenteante y
tortuoso río Jordán, con sus aguas resplandecientes y ondulantes fluyendo hacia
el Mar Muerto. Se quitaron los abrigos mientras viajaban hacia el sur por este
valle tropical, disfrutando de los fértiles campos de cereales y de las
hermosas adelfas cargadas de flores rosadas, mientras que hacia el norte el
macizo del Monte Hermón cubierto de nieve se perfilaba a lo lejos, dominando
majestuosamente el histórico valle. Poco más de tres horas después de haber
pasado Escitópolis, llegaron a una fuente burbujeante y acamparon allí durante
la noche bajo el cielo estrellado.
En su segundo día de viaje pasaron por el lugar donde el
Jaboc, procedente del este, desemboca en el Jordán; al contemplar este valle
hacia el este, recordaron los tiempos de Gedeón, cuando los medianitas se
extendieron por esta región para invadir el país. Hacia el final del segundo
día de viaje, acamparon cerca de la base de la montaña más alta que domina el
valle del Jordán, el Monte Sartaba, cuya cima estaba ocupada por la fortaleza
alejandrina donde Herodes había encarcelado a una de sus esposas y enterrado a
sus dos hijos estrangulados.
Al tercer día pasaron por dos pueblos que habían sido
construidos recientemente por Herodes y observaron su magnífica arquitectura y
sus hermosos jardines de palmeras. Al anochecer llegaron a Jericó, donde
permanecieron hasta el día siguiente. Aquella noche, José, María y Jesús
caminaron unos dos kilómetros y medio hasta el emplazamiento del antiguo
Jericó, donde según la tradición judía, Josué, de quien Jesús había tomado el
nombre, había realizado sus famosas hazañas.
Durante el cuarto y último día de viaje, la carretera era
una procesión continua de peregrinos. Ahora empezaron a subir las colinas que
conducían a Jerusalén. Al acercarse a la cumbre, pudieron ver las montañas al
otro lado del Jordán, y hacia el sur, las aguas perezosas del Mar Muerto.
Aproximadamente a mitad de camino de Jerusalén, Jesús vio por primera vez el
Monte de los Olivos (la región que jugaría un papel tan importante en su vida
futura). José le indicó que la Ciudad Santa estaba situada justo detrás de
aquellas lomas, y el corazón del muchacho se aceleró ante la feliz expectativa
de contemplar pronto la ciudad y la casa de su Padre celestial.
Se detuvieron para descansar en las pendientes orientales
del Olivete, junto a un pueblecito llamado Betania. Los lugareños hospitalarios
salieron enseguida para atender a los peregrinos, y dio la casualidad de que
José y su familia se habían detenido cerca de la casa de un tal Simón, que
tenía tres hijos casi de la misma edad que Jesús — María, Marta y Lázaro. Éstos
invitaron a la familia de Nazaret a que entraran a descansar, y entre las dos
familias nació una amistad que duró toda la vida. Más adelante, en el
transcurso de su vida llena de acontecimientos, Jesús se detuvo muchas veces en
esta casa.
Se apresuraron en continuar su camino, y pronto llegaron
al borde del Olivete; Jesús vio por primera vez (en su memoria) la Ciudad
Santa, los palacios pretenciosos y el templo inspirador de su Padre. Jesús no
experimentó nunca más en su vida un estremecimiento puramente humano comparable
al que le embargó por completo esta tarde de abril, en el Monte de los Olivos,
mientras estaba allí de pie bebiendo con su primera mirada a Jerusalén. Unos
años más tarde estuvo en este mismo lugar, y lloró por la ciudad que estaba a
punto de rechazar a otro profeta, al último y al más grande de sus educadores
celestiales.
Se dieron prisa por llegar a Jerusalén. Ahora era jueves
por la tarde. Al llegar a la ciudad pasaron por delante del templo, y Jesús no
había visto nunca una multitud así de seres humanos. Meditó profundamente sobre
cómo estos judíos se habían reunido aquí desde los lugares más distantes del
mundo conocido.
Poco después llegaron al lugar previsto donde se
alojarían durante la semana pascual, la amplia casa de un pariente rico de
María, que sabía por Zacarías algo de la historia anterior de Juan y de Jesús.
Al día siguiente, el día de la preparación, se dispusieron a celebrar
convenientemente el sábado de la Pascua.
Aunque todo Jerusalén estaba ocupado con las
preparaciones de la Pascua, José encontró tiempo para llevar a su hijo a
visitar la academia donde se había convenido que proseguiría su educación dos
años más tarde, en cuanto cumpliera la edad requerida de quince años. José
estaba realmente perplejo al observar el poco interés de Jesús por todos estos planes
cuidadosamente elaborados.
Jesús estaba profundamente impresionado por el templo y
todos sus servicios y demás actividades asociadas. Por primera vez desde la
edad de cuatro años, estaba demasiado preocupado por sus propias meditaciones
como para hacer muchas preguntas.
Sin embargo, hizo varias preguntas embarazosas a su padre (como ya había hecho en otras ocasiones) sobre por qué razón el Padre celestial exigía la carnicería de tantos animales inocentes e indefensos. Por la expresión del rostro del muchacho, su padre sabía bien que sus respuestas y sus tentativas de explicación no eran satisfactorias para la profundidad de pensamiento y la agudeza de razonamiento de su hijo.
Sin embargo, hizo varias preguntas embarazosas a su padre (como ya había hecho en otras ocasiones) sobre por qué razón el Padre celestial exigía la carnicería de tantos animales inocentes e indefensos. Por la expresión del rostro del muchacho, su padre sabía bien que sus respuestas y sus tentativas de explicación no eran satisfactorias para la profundidad de pensamiento y la agudeza de razonamiento de su hijo.
El día anterior al sábado de la Pascua, una oleada de
iluminación espiritual atravesó la mente mortal de Jesús e inundó su corazón
humano de piedad afectuosa por las multitudes espiritualmente ciegas y
moralmente ignorantes, reunidas para celebrar la antigua conmemoración de la
Pascua. Éste fue uno de los días más extraordinarios que el Hijo de Dios vivió
en la carne.
Así termina la carrera del muchacho de Nazaret y comienza
el relato del joven adolescente — el hombre divino cada vez más consciente de
sí mismo — que empieza ahora a considerar su carrera en el mundo, mientras se
esfuerza por integrar su proyecto de vida en desarrollo con los deseos de sus
padres y las obligaciones hacia su familia y la sociedad de su tiempo.
Jesús en Jerusalén
DE toda la extraordinaria carrera terrestre de Jesús,
ningún acontecimiento fue más atractivo, más humanamente conmovedor, que esta
visita a Jerusalén, la primera que recordaba. La experiencia de asistir solo a
las discusiones del templo le resultó particularmente estimulante, y se grabó
durante mucho tiempo en su memoria como el acontecimiento más importante del
final de su infancia y del principio de su juventud. Ésta fue la primera
oportunidad que tuvo de disfrutar de unos pocos días de vida independiente, de
la alegría de ir y venir sin sujeción ni restricciones. Este breve período
viviendo a su aire, durante la semana siguiente a la Pascua, fue el primero
totalmente libre de obligaciones que había disfrutado nunca. Pasaron muchos
años antes de que volviera a disponer, aunque fuera por poco tiempo, de un
período semejante libre de todo sentido de la responsabilidad.
Las mujeres asistían rara vez a la fiesta de la Pascua en
Jerusalén, porque no se requería su presencia. Sin embargo, Jesús se negó
prácticamente a partir a menos que su madre los acompañara. Cuando ella se
decidió a ir, muchas mujeres de Nazaret se sintieron motivadas para hacer el
viaje, de manera que la expedición pascual contenía, en proporción con los
hombres, el mayor número de mujeres que había salido nunca de Nazaret para la
Pascua. En el camino de Jerusalén, los viajeros cantaron de vez en cuando el
Salmo ciento treinta.
Desde el momento en que salieron de Nazaret hasta que
llegaron a la cima del Monte de los Olivos, Jesús experimentó todo el tiempo la
tensión de la expectativa. Durante toda su alegre infancia, había oído hablar
con respeto de Jerusalén y de su templo; ahora iba pronto a contemplarlos en la
realidad. Visto desde el Monte de los Olivos, y al observarlo más de cerca
desde el exterior, el templo había colmado con creces lo que Jesús esperaba;
pero una vez que traspasó las puertas sagradas, la gran desilusión empezó.
En compañía de sus padres, Jesús atravesó los recintos
del templo para reunirse con el grupo de los nuevos hijos de la ley que estaban
a punto de ser consagrados como ciudadanos de Israel. Se sintió un poco
decepcionado por el comportamiento general de la gente en el templo, pero la
primera gran conmoción del día se produjo cuando su madre los dejó para
dirigirse a la galería de las mujeres. A Jesús nunca se le había ocurrido que
su madre no lo acompañaría a las ceremonias de la consagración, y estaba
completamente indignado porque ella tuviera que soportar una discriminación tan
injusta. Estaba enormemente enfadado por esto, pero aparte de unas palabras de
protesta a su padre, no dijo nada. Sin embargo reflexionó, y reflexionó
profundamente, como lo demostraron sus preguntas a los escribas y educadores
una semana después.
Participó en los rituales de la consagración, pero le
decepcionó su naturaleza superficial y rutinaria. Echaba de menos aquel interés
personal que caracterizaba a las ceremonias de la sinagoga de Nazaret. A
continuación regresó para saludar a su madre, y se preparó para acompañar a su
padre en su primer recorrido por el templo y sus patios, galerías y corredores
diversos. Los recintos del templo podían contener más de doscientos mil
creyentes a la vez, y aunque la enormidad de estos edificios — en comparación
con otros que hubiera visto antes — le causó una gran impresión, estaba más
interesado en meditar sobre el significado espiritual de las ceremonias del
templo y del culto asociado a las mismas.
Aunque muchos rituales del templo impresionaron vivamente
su sentido de la belleza y de lo simbólico, continuaban decepcionándole las
explicaciones que sus padres le ofrecían sobre el significado real de estas
ceremonias, en respuesta a sus múltiples preguntas penetrantes. Jesús
simplemente no podía aceptar unas explicaciones sobre el culto y la devoción
religiosa, basadas en la creencia en la ira de Dios o en la cólera del
Todopoderoso. Después de terminar la visita del templo, continuaron discutiendo
estas cuestiones y su padre le insistía suavemente para que aceptara las
creencias ortodoxas judías; Jesús se volvió repentinamente hacia sus padres y,
mirando a los ojos de su padre de manera suplicante, le dijo: «Padre, no puede
ser verdad — el Padre que está en los cielos no puede mirar de ese modo a sus
hijos desviados de la Tierra. El Padre celestial no puede amar a sus hijos
menos de lo que tú me amas. Por muy imprudentes que sean mis actos, sé muy bien
que nunca derramarías tu ira sobre mí, ni descargarías tu cólera contra mí. Si
tú, mi padre terrenal, posees esos reflejos humanos de lo Divino, cuánto más el
Padre celestial deberá estar lleno de bondad y rebosante de misericordia. Me
niego a creer que mi Padre celestial me ame menos que mi padre terrenal.»
Cuando José y María oyeron estas palabras de su hijo
primogénito, se quedaron en silencio. Nunca más trataron de cambiar sus ideas
sobre el amor de Dios y la misericordia del Padre que está en los cielos.
1. Jesús visita el templo
A Jesús le disgustó y le repugnó el espíritu de
irreverencia que observó en todos los patios del templo que recorrió. Estimaba
que la conducta de las multitudes en el templo no era consecuente con el hecho
de estar presentes en «la casa de su Padre». Pero recibió el mayor golpe de su
joven vida cuando su padre lo acompañó al patio de los gentiles, donde la jerga
ruidosa, las voces y las maldiciones se mezclaban indiscriminadamente con el
balido de las ovejas y la cháchara ruidosa que revelaba la presencia de los
cambistas y de los vendedores de animales para los sacrificios y otras
mercancías diversas.
Pero por encima de todo, su sentido de lo adecuado se vio
ultrajado al observar a las frívolas cortesanas que se pavoneaban por este
recinto del templo, iguales a las mujeres repintadas que había visto tan
recientemente en una visita a Séforis. Esta profanación del templo suscitó toda
su indignación juvenil y no titubeó en expresárselo claramente a José.
Jesús admiraba la atmósfera y el servicio del templo,
pero le disgustaba la fealdad espiritual que observaba en el rostro de tantos
adoradores irreflexivos.
A continuación descendieron al patio de los sacerdotes,
bajo el borde rocoso delante del templo, donde estaba el altar, para observar
la matanza de los rebaños de animales y las abluciones en la fuente de bronce
para lavar la sangre de las manos de los sacerdotes que oficiaban la masacre.
El pavimento manchado de sangre, las manos ensangrentadas de los sacerdotes y el
gemido de los animales agonizantes sobrepasaron lo que podía soportar este
muchacho amante de la naturaleza. El terrible espectáculo descompuso a este
joven de Nazaret; se agarró al brazo de su padre y le rogó que lo sacara de
allí. Regresaron atravesando el patio de los gentiles; incluso las risas
groseras y las bromas profanas que escuchó allí fueron un alivio después de lo
que acababa de presenciar.
José vio cuánto habían afectado a su hijo los ritos del
templo y lo llevó sabiamente a ver «la hermosa puerta», la puerta artística
hecha con bronce corintio. Pero Jesús ya había visto bastante para esta primera
visita al templo. Regresaron al patio superior en busca de María y caminaron
durante una hora al aire libre, lejos del gentío, mirando el palacio Asmoneo,
la residencia imponente de Herodes y la torre de los guardias romanos.
Durante este paseo, José explicó a Jesús que sólo los vecinos de Jerusalén tenían permiso para asistir a los sacrificios diarios del templo, y que los habitantes de Galilea sólo venían al templo tres veces al año para participar en el culto: en la Pascua, en la fiesta de Pentecostés (siete semanas después de la Pascua) y en la fiesta de los tabernáculos en octubre. Estas fiestas habían sido establecidas por Moisés. Analizaron a continuación las dos últimas fiestas establecidas, la de la dedicación y la de Purim. Después regresaron a su alojamiento y se prepararon para celebrar la Pascua.
Durante este paseo, José explicó a Jesús que sólo los vecinos de Jerusalén tenían permiso para asistir a los sacrificios diarios del templo, y que los habitantes de Galilea sólo venían al templo tres veces al año para participar en el culto: en la Pascua, en la fiesta de Pentecostés (siete semanas después de la Pascua) y en la fiesta de los tabernáculos en octubre. Estas fiestas habían sido establecidas por Moisés. Analizaron a continuación las dos últimas fiestas establecidas, la de la dedicación y la de Purim. Después regresaron a su alojamiento y se prepararon para celebrar la Pascua.
2. Jesús y la Pascua
Cinco familias de Nazaret habían sido invitadas por la
familia de Simón de Betania, o se unieron a ella, para celebrar la Pascua.
Simón había comprado el cordero pascual para todo el grupo. La masacre de un
número tan enorme de estos corderos es lo que había afectado tanto a Jesús en
su visita al templo. Habían planeado comer la Pascua con los parientes de
María, pero Jesús persuadió a sus padres para que aceptaran la invitación de ir
a Betania.
Aquella noche se reunieron para los ritos de la Pascua,
comiendo la carne asada con el pan ázimo y las hierbas amargas. Como Jesús era
un nuevo hijo de la alianza, se le pidió que contara el origen de la Pascua, y
lo hizo muy bien, pero desconcertó un poco a sus padres con la inclusión de
numerosos comentarios que reflejaban moderadamente las impresiones que habían
hecho en su mente joven, pero reflexiva, las cosas que había visto y oído tan
recientemente. Éste fue el comienzo de los siete días de ceremonias de la
fiesta pascual.
Incluso en esta fecha temprana, y aunque no dijo nada a
sus padres sobre este asunto, Jesús había empezado a darle vueltas en la cabeza
a la idea de si sería adecuado celebrar la Pascua sin sacrificar el cordero.
Estaba mentalmente seguro de que este espectáculo de la ofrenda de los
sacrificios no complacía al Padre celestial y, con el paso de los años, estuvo cada
vez más resuelto a establecer algún día la celebración de una Pascua sin
derramamiento de sangre.
Jesús durmió muy poco aquella noche. Su descanso estuvo
enormemente alterado con pesadillas de matanzas y sufrimientos. Tenía la mente
aturdida y el corazón desgarrado por las inconsistencias y el carácter absurdo
de la teología de todo el sistema ceremonial judío. Sus padres durmieron poco
también. Estaban muy desconcertados por los acontecimientos del día que acababa
de terminar. Tenían el corazón completamente trastornado por la actitud del
muchacho, que les parecía extraña y decidida. María experimentó una agitación
nerviosa durante la primera parte de la noche, pero José permaneció tranquilo,
aunque también estaba perplejo. Los dos temían hablar francamente con el joven
de estos problemas, aunque Jesús hubiera conversado gustosamente con sus padres
si se hubieran atrevido a estimularlo.
Los oficios del día siguiente en el templo fueron más
aceptables para Jesús y contribuyeron mucho a mitigar los recuerdos
desagradables del día anterior. A la mañana siguiente, el joven Lázaro se hizo
cargo de Jesús y empezaron a explorar sistemáticamente Jerusalén y sus
alrededores. Antes de terminar el día, Jesús había descubierto los diversos
lugares alrededor del templo donde se daban conferencias de enseñanza y
respondían a las preguntas de los asistentes; aparte de algunas visitas al
santo de los santos, donde se preguntaba maravillado qué había realmente detrás
del velo de separación, la mayor parte del tiempo la pasó alrededor del templo
en las conferencias de enseñanza.
Durante toda la semana de la Pascua, Jesús ocupó su lugar
entre los nuevos hijos del mandamiento; esto significaba que tenía que sentarse
fuera de la barrera que separaba a todas las personas que no tenían la plena
ciudadanía de Israel. Como se le recordaba de esta manera lo joven que era, se
contuvo y no hizo todas las preguntas que se amontonaron en su mente; al menos
se contuvo hasta que terminó la celebración de la Pascua y se levantaron las
restricciones que se habían impuesto a los jóvenes recién consagrados.
El miércoles de la semana de la Pascua, Jesús fue
autorizado a ir a casa de Lázaro para pasar la noche en Betania. Aquella noche,
Lázaro, Marta y María escucharon a Jesús disertar sobre las cosas temporales y
eternas, humanas y divinas, y desde aquella noche los tres lo amaron como si
hubiera sido su propio hermano.
Al final de la semana, Jesús vio menos a Lázaro porque
éste ni siquiera podía entrar en el círculo exterior de las discusiones del
templo, aunque asistió a algunos discursos públicos que se pronunciaron en los
patios exteriores. Lázaro tenía la misma edad que Jesús, pero en Jerusalén, los
jóvenes eran admitidos raramente a la consagración de los hijos de la ley antes
de que cumplieran los trece años de edad.
Durante la semana de la Pascua, los padres de Jesús
encontraron repetidas veces a su hijo sentado a solas y profundamente
pensativo, con su joven cabeza entre las manos. Nunca lo habían visto
comportarse de esta manera y estaban dolorosamente perplejos, sin saber hasta
qué punto la confusión reinaba en su mente y la perturbación en su espíritu, a
causa de la experiencia que estaba atravesando; no sabían qué hacer. Se
alegraban de que terminara la semana de la Pascua y deseaban ver a su hijo, que
actuaba de manera extraña, felizmente de regreso en Nazaret.
Día tras día, Jesús volvía a pensar en todos sus
problemas. Al final de la semana ya había efectuado muchos ajustes; pero cuando
llegó la hora de regresar a Nazaret, su joven mente aún hervía de perplejidad y
estaba acosada por un montón de preguntas sin respuestas y de problemas sin
resolver.
Antes de que José y María partieran de Jerusalén, tomaron
las medidas oportunas, en compañía del maestro de Jesús en Nazaret, para que
Jesús regresara a Jerusalén cuando cumpliera los quince años, a fin de empezar
un largo ciclo de estudios en una de las academias rabínicas más famosas. Jesús
acompañó a sus padres y a su profesor en sus visitas a la escuela, pero los
tres se entristecieron al observar la indiferencia que aparentaba ante todo lo
que hacían y decían. María estaba profundamente apenada por sus reacciones a la
visita a Jerusalén, y José enormemente perplejo por los extraños comentarios y
la conducta insólita del muchacho.
Después de todo, la semana de la Pascua había sido un
gran acontecimiento en la vida de Jesús. Había disfrutado de la oportunidad de
conocer a decenas de muchachos de su misma edad, candidatos como él a la
consagración, y utilizó estos contactos como medio para enterarse de cómo vivía
la gente en Mesopotamia, Turquestán y Partia, así como en las provincias más
occidentales de Roma. Ya conocía bastante bien cómo se desarrollaba la vida de
los jóvenes de Egipto y de otras regiones cercanas a Palestina. En aquel momento
había miles de jóvenes en Jerusalén, y el muchacho de Nazaret conoció
personalmente y entrevistó de manera más o menos extensa a más de ciento
cincuenta. Estaba particularmente interesado por los que venían de Extremo
Oriente y de los países lejanos de Occidente. Como resultado de estos
intercambios, el joven empezó a sentir el deseo de viajar por el mundo con
objeto de aprender cómo trabajaban los diversos grupos de sus contemporáneos
para ganarse la vida.
3. La partida de José y María
El grupo de Nazaret había acordado reunirse cerca del
templo, a media mañana del primer día de la semana después de terminar la
fiesta pascual. Así lo hicieron y emprendieron su viaje de regreso a Nazaret.
Jesús había entrado en el templo para escuchar los debates, mientras sus padres
aguardaban la llegada de sus compañeros de viaje. La compañía se dispuso a
partir enseguida, con los hombres formando un grupo y las mujeres otro, como
tenían la costumbre de hacer en sus viajes de ida y vuelta a las fiestas de
Jerusalén. Jesús había venido a Jerusalén en compañía de su madre y de las
mujeres. Pero ahora, como era un joven consagrado, se suponía que haría el
viaje de vuelta a Nazaret con su padre y los hombres. Mientras el grupo de
Nazaret partía hacia Betania, Jesús se había quedado en el templo completamente
absorto en una discusión sobre los ángeles, totalmente inconsciente de que
había pasado la hora de la partida de sus padres. No se dio cuenta de que se
había quedado atrás hasta el mediodía, hora en que se suspendían las conferencias
del templo.
Los viajeros de Nazaret no se dieron cuenta de la
ausencia de Jesús porque María suponía que viajaba con los hombres, mientras
que José pensaba que iba con las mujeres, puesto que había ido a Jerusalén con
las mujeres, conduciendo el asno de María. No descubrieron su ausencia hasta
que llegaron a Jericó y se prepararon para pasar la noche. Después de preguntar
a los rezagados del grupo que iban llegando a Jericó, y de haberse enterado que
ninguno de ellos había visto a su hijo, pasaron la noche en blanco, haciendo
conjeturas sobre qué podría haberle ocurrido, mencionando muchas de sus
reacciones insólitas ante los acontecimientos de la semana pascual, y
regañándose suavemente el uno al otro por no haberse asegurado de que estaba en
el grupo antes de salir de Jerusalén.
4. El primer y segundo día en el templo
Mientras tanto, Jesús había permanecido en el templo
durante toda la tarde, escuchando las discusiones y disfrutando de un ambiente
más tranquilo y decoroso, puesto que las grandes multitudes de la semana
pascual casi habían desaparecido. Al concluir las discusiones de la tarde, en
las cuales no participó, Jesús se dirigió a Betania, donde llegó en el preciso
momento en que la familia de Simón se disponía a cenar. A los tres jóvenes les
encantó acoger a Jesús, que pasó la noche en casa de Simón. Los vio muy poco
durante la velada, pasando la mayor parte del tiempo meditando a solas en el
jardín.
Al día siguiente, Jesús se levantó temprano y se encaminó
hacia el templo. Se detuvo en la cima del Olivete y lloró por el espectáculo
que contemplaban sus ojos — el de un pueblo espiritualmente empobrecido,
encadenado por las tradiciones y viviendo vigilado por las legiones romanas.
Por la mañana temprano ya se encontraba en el templo, decidido a participar en
los debates. Mientras tanto, José y María también se habían levantado al
amanecer con la intención de desandar el camino hasta Jerusalén. Primero se
dirigieron apresuradamente a la casa de sus parientes donde se habían alojado
en familia durante la semana pascual, pero sus indagaciones revelaron que nadie
había visto a Jesús. Después de buscarlo todo el día sin encontrar su rastro,
regresaron a casa de sus parientes para pasar la noche.
En la segunda conferencia, Jesús se había atrevido a
hacer preguntas y participó en las discusiones del templo de una manera
sorprendente, aunque siempre compatible con su juventud. A veces, sus preguntas
incisivas ponían un poco en aprietos a los maestros eruditos de la ley judía,
pero mostraba tal espíritu de cándida honradez, unido a una sed evidente de
aprender, que la mayoría de los maestros del templo estaban dispuestos a
tratarle con consideración. Pero cuando se atrevió a poner en duda que fuera
justo condenar a muerte a un gentil embriagado que se había extraviado fuera
del patio de los gentiles, penetrando inadvertidamente en los recintos
prohibidos supuestamente sagrados del templo, uno de los maestros más
intolerantes se impacientó por las críticas implícitas del muchacho, lo miró
con el ceño fruncido y le preguntó cuántos años tenía. Jesús replicó: «Me
faltan poco más de cuatro meses para cumplir los trece años.» «Entonces»,
añadió el maestro ahora encolerizado, «¿por qué estás aquí, si no tienes edad
para ser un hijo de la ley?» Cuando Jesús explicó que había sido consagrado
durante la Pascua y que era un estudiante graduado de las escuelas de Nazaret,
los maestros replicaron al unísono, con aire burlón: «Deberíamos haberlo
sabido; es de Nazaret.» Pero el presidente afirmó que Jesús no tenía la culpa
de que los dirigentes de la sinagoga de Nazaret lo hubieran graduado
formalmente a los doce años, en lugar de a los trece; aunque algunos de sus
detractores se levantaron y se fueron, se decidió que el muchacho podía
continuar tranquilamente como alumno en las discusiones del templo.
Cuando terminó esta segunda jornada en el templo, Jesús
fue otra vez a Betania para pasar la noche. Y salió de nuevo al jardín para
meditar y orar. Era evidente que su mente estaba ocupada en la meditación de
problemas importantes.
5. El tercer día en el templo
Durante el tercer día de Jesús en el templo con los
escribas y maestros, se congregaron numerosos espectadores que habían oído
hablar de este joven de Galilea, para disfrutar de la experiencia de ver a un
muchacho confundir a los sabios de la ley. Simón también vino desde Betania
para observar lo que hacía el muchacho. Durante toda la jornada, José y María
continuaron buscando ansiosamente a Jesús e incluso entraron varias veces en el
templo, pero nunca se les ocurrió escudriñar los diversos grupos de discusión,
aunque en una ocasión se encontraron casi al alcance de su voz fascinante.
Antes de terminar el día, toda la atención del principal
grupo de debate del templo se había concentrado en las preguntas de Jesús.
Entre sus muchas preguntas se encontraban las siguientes:
¿Qué hay realmente en el santo de los santos, detrás del
velo?
¿Por qué las madres de Israel deben estar separadas de
los creyentes varones en el templo?
Si Dios es un padre que ama a sus hijos, ¿por qué toda
esta carnicería de animales para obtener el favor divino? ¿Se ha interpretado
erróneamente la enseñanza de Moisés?
Puesto que el templo está consagrado al culto del Padre
celestial, ¿no es incongruente tolerar la presencia de aquellos que se dedican
al trueque y al comercio mundano?
¿Será el Mesías esperado un príncipe temporal que ocupará
el trono de David, o actuará como la luz de la vida en el establecimiento de un
reino espiritual?
A lo largo de todo el día, los espectadores se
maravillaron con estas preguntas, pero ninguno estaba más asombrado que Simón.
Durante más de cuatro horas, este joven de Nazaret acosó a aquellos maestros
judíos con preguntas que daban que pensar y sondeaban el corazón. Hizo pocos
comentarios a las observaciones de sus mayores. Trasmitía sus enseñanzas con
las preguntas que hacía. Por medio del planteamiento hábil y sutil de sus
preguntas, conseguía simultáneamente desafiar sus enseñanzas y sugerir las
suyas propias. En su manera de preguntar combinaba con tal encanto la sagacidad
y el humor, que se hacía amar incluso por aquellos que se indignaban más o
menos por su juventud. Siempre era totalmente honrado y considerado cuando
efectuaba estas preguntas penetrantes. Durante esta tarde memorable en el
templo, mostró su reticencia característica, confirmada en todo su ministerio
público posterior, a sacar ventaja desleal de un adversario. Como adolescente,
y más tarde como hombre, parecía estar completamente libre de todo deseo
egoísta de ganar una discusión simplemente por el placer de triunfar sobre sus
compañeros por medio de la lógica. Una sola cosa le interesaba de manera
suprema: proclamar la verdad eterna y efectuar así una revelación más completa
del Dios eterno.
Cuando terminó el día, Simón y Jesús regresaron a Betania.
Durante la mayor parte del camino, el hombre y el niño guardaron silencio.
Jesús se detuvo de nuevo en la cima del Olivete, pero al contemplar la ciudad y
su templo no lloró; solamente inclinó la cabeza en un gesto de devoción
silenciosa.
Después de la cena en Betania, rehusó una vez más unirse
a la alegre reunión; en lugar de eso, salió al jardín, donde permaneció hasta
altas horas de la noche. Se esforzó inútilmente en elaborar un plan definido
para abordar el problema de su misión en la vida, y para escoger la mejor
manera de trabajar para revelar, a sus compatriotas espiritualmente ciegos, un
concepto más hermoso del Padre celestial, y liberarlos así de su terrible
esclavitud a la ley, a los ritos, a las ceremonias y a las tradiciones
arcaicas. Pero la luz esclarecedora no se le presentó a este joven que buscaba
la verdad.
6. El cuarto día en el templo
Jesús se había olvidado, extrañamente, de sus padres
terrenales. Incluso en el desayuno, cuando la madre de Lázaro comentó que sus
padres debían estar llegando ahora al hogar, Jesús no pareció darse cuenta de
que estarían un poco preocupados porque él se había quedado atrás.
De nuevo se dirigió hacia el templo, pero no se detuvo en
la cima del Olivete para meditar. Durante las discusiones de la mañana,
dedicaron mucho tiempo a la ley y a los profetas, y los maestros se asombraron
de que Jesús conociera tan bien las escrituras, tanto en hebreo como en griego.
Pero estaban más perplejos por su juventud que por su conocimiento de la
verdad.
En la conferencia de la tarde, apenas habían empezado a
responder a su pregunta sobre la finalidad de la oración cuando el presidente
invitó al muchacho a que se acercara, y una vez sentado a su lado, le pidió que
expusiera su propio punto de vista respecto a la oración y la adoración.
La noche anterior, los padres de Jesús habían oído hablar
de un extraño joven que se batía muy hábilmente con los intérpretes de la ley,
pero no se les había ocurrido que este muchacho pudiera ser su hijo. Casi
habían decidido dirigirse a la casa de Zacarías, pues imaginaban que Jesús
podría haber ido allí para ver a Isabel y a Juan. Pensando que Zacarías quizás
estuviera en el templo, se detuvieron allí camino de la Ciudad de Judá.
Mientras deambulaban por los patios del templo, imaginad su sorpresa y asombro
cuando reconocieron la voz del muchacho extraviado, y lo vieron sentado entre
los maestros del templo.
José se quedó mudo, pero María dio rienda suelta a su
temor y ansiedad largo tiempo reprimidos; se abalanzó hacia el joven, que ahora
se había levantado para saludar a sus sorprendidos padres, y le dijo: «Hijo
mío, ¿por qué nos has tratado así? Hace ya más de tres días que tu padre y yo
te buscamos angustiados. ¿Qué te ha llevado a abandonarnos?» Fue un momento de
tensión. Todas las miradas se volvieron hacia Jesús para ver qué iba a
contestar. Su padre lo miraba con desaprobación, pero no dijo nada.
Hay que recordar que se suponía que Jesús era un hombre
joven. Había terminado la escolaridad normal de un niño, había sido reconocido como
hijo de la ley y había recibido la consagración como ciudadano de Israel. Sin
embargo, su madre le regañaba duramente delante de todo el público reunido,
precisamente en mitad del esfuerzo más serio y sublime de su joven vida,
poniendo fin de manera poco gloriosa a una de las mayores oportunidades que
jamás se le habían presentado de enseñar la verdad, predicar la rectitud y
revelar el carácter amoroso de su Padre celestial.
Pero el joven se mostró a la altura de las
circunstancias. Si tenéis en cuenta con imparcialidad todos los factores que se
combinaron para dar lugar a esta situación, estaréis mejor preparados para
examinar la sabiduría de la respuesta del chico a la reprimenda inintencionada
de su madre. Después de reflexionar un momento, Jesús le dijo: «¿Por qué me
habéis buscado durante tanto tiempo? ¿Acaso no esperabais encontrarme en la
casa de mi Padre, puesto que ha llegado la hora de que me ocupe de los asuntos
de mi Padre?»
Todo el mundo se asombró de la manera de hablar del
muchacho. Todos se alejaron en silencio y lo dejaron a solas con sus padres. El
joven suavizó enseguida la embarazosa situación de los tres, diciendo
tranquilamente: «Vamos, padres míos, cada cual ha hecho lo que consideraba
mejor. Nuestro Padre que está en los cielos ha ordenado estas cosas; regresemos
a casa.»
Partieron en silencio y por la noche llegaron a Jericó.
Sólo se detuvieron una vez, en la cima del Olivete, donde el joven levantó su
cayado hacia el cielo y, temblando de los pies a la cabeza con la agitación de
una intensa emoción, dijo: «Oh Jerusalén, Jerusalén y sus habitantes, ¡cuán
esclavizados estáis — sometidos al yugo romano y víctimas de vuestras propias
tradiciones — pero volveré para purificar el templo y liberar a mi pueblo de
esta esclavitud!»
Durante los tres días de viaje hasta Nazaret, Jesús no
dijo casi nada; sus padres tampoco hablaron mucho en su presencia. Estaban
realmente desorientados por la conducta de su hijo primogénito, pero atesoraron
sus palabras en su corazón, aunque no pudieran comprender plenamente su
significado.
Al llegar al hogar, Jesús hizo una breve declaración a
sus padres, reiterándoles su afecto y dándoles a entender que no tenían que
temer pues no volvería a ocasionarles nuevas ansiedades con su conducta.
Concluyó esta importante declaración diciendo: «Aunque debo hacer la voluntad
de mi Padre celestial, también obedeceré a mi padre terrenal. Esperaré a que
llegue mi hora.»
Aunque mentalmente Jesús rehusaba muchas veces aprobar
los esfuerzos bien intencionados, pero descaminados, de sus padres por dictarle
el rumbo de sus reflexiones o establecer el plan de su obra en la Tierra, sin
embargo, de todas las maneras compatibles con su consagración a hacer la
voluntad de su Padre Paradisiaco, se conformaba con mucho agrado a los deseos
de su padre terrenal y a las costumbres de su familia carnal. Incluso cuando no
podía aprobarlos, hacía todo lo posible por conformarse a ellos. Era un artista
en el asunto de conciliar su consagración al deber con sus obligaciones de
lealtad familiar y de servicio social.
José estaba perplejo, pero María, después de reflexionar
sobre estas experiencias, se sintió fortificada, acabando por considerar las
palabras de Jesús en el Olivete como proféticas de la misión mesiánica de su
hijo como liberador de Israel. Se dedicó con renovada energía a moldear los
pensamientos de Jesús dentro de canales nacionalistas y patrióticos, y recurrió
a la ayuda de su hermano, el tío favorito de Jesús. De todas las maneras
posibles, la madre de Jesús se dedicó a la tarea de preparar a su hijo
primogénito para que asumiera el mando de los que querían restaurar el trono de
David y rechazar para siempre el yugo de la esclavitud política de los
gentiles.
Los dos años cruciales
DE TODAS las experiencias de la vida terrestre de Jesús,
su decimocuarto y decimoquinto años fueron los más cruciales. Los dos años
comprendidos entre el momento en que empezó a tomar conciencia de su divinidad
y de su destino. Este período de dos años es el que debería llamarse la gran
prueba, la verdadera tentación. Ningún joven humano que haya experimentado las
primeras confusiones y los problemas de adaptación de la adolescencia, ha
tenido que someterse nunca a una prueba más crucial que la que Jesús atravesó
durante su paso de la infancia a la juventud.
Este importante período en el desarrollo juvenil de Jesús
empezó con el final de la visita a Jerusalén y su regreso a Nazaret. Al
principio, María estaba feliz con la idea de haber recobrado a su hijo, de que
Jesús había vuelto al hogar para ser un hijo obediente — aunque nunca hubiera
sido otra cosa — y que en adelante sería más receptivo a los planes que ella
forjaba para su vida futura. Pero no se iba a calentar durante mucho tiempo al
sol de las ilusiones maternas y del orgullo familiar no reconocido; muy pronto
se iba a desilusionar mucho más. El muchacho vivía cada vez más en compañía de
su padre; cada vez acudía menos a ella con sus problemas. Al mismo tiempo, sus
padres comprendían cada vez menos sus frecuentes alternancias entre los asuntos
de este mundo y las meditaciones sobre su relación con los asuntos de su Padre.
Francamente, no lo comprendían, pero lo amaban sinceramente.
A medida que Jesús crecía, su compasión y su amor por el
pueblo judío se hicieron más profundos, pero con el paso de los años, se fue
acentuando en su mente un justo resentimiento contra la presencia, en el templo
del Padre, de los sacerdotes nombrados por razones políticas. Jesús tenía un
gran respeto por los fariseos sinceros y los escribas honestos, pero sentía un
gran menosprecio por los fariseos hipócritas y los teólogos deshonestos; miraba
con desdén a todos los jefes religiosos que no eran sinceros.
Cuando examinaba a fondo la conducta de los dirigentes de Israel, a veces se sentía tentado a ver con buenos ojos la posibilidad de convertirse en el Mesías que esperaban los judíos, pero nunca cedió a esta tentación.
Cuando examinaba a fondo la conducta de los dirigentes de Israel, a veces se sentía tentado a ver con buenos ojos la posibilidad de convertirse en el Mesías que esperaban los judíos, pero nunca cedió a esta tentación.
El relato de sus hazañas entre los sabios del templo en
Jerusalén era gratificante para todo Nazaret, en especial para sus antiguos
maestros de la escuela de la sinagoga. Durante algún tiempo, los elogios hacia
Jesús estuvieron en boca de todos. Todo el pueblo contaba su sabiduría infantil
y su conducta ejemplar, y predecía que estaba destinado a convertirse en un
gran jefe de Israel; por fin saldría de Nazaret de Galilea un maestro realmente
superior. Todos esperaban el momento en que cumpliera los quince años para que
se le permitiera leer regularmente las escrituras en la sinagoga el día del
sábado.
1. Su decimocuarto año (año 8 d. de J.C.)
Éste es el año civil de su decimocuarto cumpleaños. Se
había vuelto un buen fabricante de yugos y trabajaba bien tanto la lona como el
cuero. También se estaba convirtiendo rápidamente en un experto carpintero y
ebanista. Este verano subía con frecuencia a la cima de la colina, situada al
noroeste de Nazaret, para orar y meditar. Hacía poco más de cien años que esta
colina había sido el «alto lugar de Baal», y ahora se encontraba allí la tumba
de Simeón, un santo varón famoso en Israel. Desde la cumbre de la colina de Simeón,
Jesús dominaba con la vista todo Nazaret y la región circundante. Divisaba
Meguido y recordaba la historia del ejército egipcio que ganó allí su primera
gran victoria en Asia; y cómo posteriormente un ejército semejante derrotó a
Josías, el rey de Judea. No lejos de allí podía divisar Taanac, donde Débora y
Barac derrotaron a Sísara. En la distancia podía ver las colinas de Dotán
donde, según le habían enseñado, los hermanos de José lo vendieron como esclavo
a los egipcios. Luego, al volver la vista hacia Ebal y Gerizim, rememoraba las
tradiciones de Abraham, Jacob y Abimelec. Así es como recordaba y repasaba en
su mente los acontecimientos históricos y tradicionales del pueblo de su padre
José.
Continuó adelante con sus cursos superiores de lectura
bajo la dirección de los profesores de la sinagoga, y también continuó con la
educación familiar de sus hermanos y hermanas a medida que éstos alcanzaban la
edad apropiada.
A primeros de este año, José empezó a ahorrar los
ingresos procedentes de sus propiedades de Nazaret y Cafarnaúm, para pagar el
largo ciclo de estudios de Jesús en Jerusalén; se había planeado que Jesús iría
a Jerusalén en agosto del año siguiente, cuando cumpliera los quince años.
Desde los comienzos de este año, José y María tuvieron
dudas frecuentes sobre el destino de su hijo primogénito. Era ciertamente un
muchacho brillante y amable, pero muy difícil de comprender y muy arduo de
sondear; además, nunca había sucedido nada de extraordinario o de milagroso. Su
madre, orgullosa, había permanecido decenas de veces en una expectativa sin
aliento, esperando ver a su hijo realizar alguna acción milagrosa o
sobrehumana; pero sus esperanzas siempre terminaban en una cruel decepción.
Todo esto era desalentador e incluso descorazonador. La gente piadosa de
aquellos tiempos creía sinceramente que los profetas y los hombres de la
promesa demostraban siempre su vocación, y establecían su autoridad divina,
realizando milagros y haciendo prodigios. Pero Jesús no hacía nada de esto; por
ello, la confusión de sus padres aumentaba sin cesar a medida que consideraban
su futuro.
El mejoramiento de la situación económica de la familia
de Nazaret se reflejaba de muchas maneras en el hogar, especialmente en el
aumento del número de tablillas blancas y lisas que se utilizaban como pizarras
para escribir; la escritura la efectuaban con un carboncillo. A Jesús también
se le permitió reanudar sus clases de música, pues le encantaba tocar el arpa.
Se puede decir en verdad que, a lo largo de este año,
Jesús «creció en el favor de los hombres y de Dios». Las perspectivas de la
familia parecían buenas y el futuro se presentaba resplandeciente.
2. La muerte de José
Todo fue bien hasta aquel martes fatal 25 de septiembre,
cuando un mensajero de Séforis trajo a esta casa de Nazaret la trágica noticia
de que José había sido herido de gravedad por la caída de una grúa mientras
trabajaba en la residencia del gobernador. El mensajero de Séforis se había
detenido en el taller antes de llegar al domicilio de José. Informó a Jesús del
accidente de su padre, y los dos juntos fueron a la casa para comunicar la
triste noticia a María. Jesús deseaba ir inmediatamente al lado de su padre,
pero María no quería oír nada que no fuera salir corriendo para estar junto a
su marido. Decidió que iría a Séforis en compañía de Santiago, que por entonces
tenía diez años, mientras que Jesús permanecería en la casa con los niños más
pequeños hasta su regreso, pues no conocía la gravedad de las heridas de José.
Pero José había muerto a consecuencia de sus lesiones antes de que llegara
María. Lo trajeron a Nazaret y al día siguiente fue enterrado con sus padres.
Justo en el momento en que las perspectivas eran buenas y
el futuro parecía sonreírles, una mano aparentemente cruel golpeaba al cabeza
de familia de Nazaret. Los asuntos de este hogar saltaron en pedazos y todos
los planes con respecto a Jesús y su futura educación quedaron destruidos. Este
joven carpintero, que acababa de cumplir catorce años, tomó conciencia de que
no sólo tenía que cumplir la misión recibida de su Padre celestial de revelar
la naturaleza divina en la Tierra y en la carne, sino que su joven naturaleza
humana tenía que asumir también la responsabilidad de cuidar de su madre viuda
y de sus siete hermanos y hermanas — sin contar la que aún no había nacido.
Este joven de Nazaret se convertía ahora en el único sostén y consuelo de esta
familia tan súbitamente afligida. Así se permitió que sucedieran unos acontecimientos de tipo natural que forzaron a este joven del destino a
asumir bien pronto unas responsabilidades considerables, pero altamente
pedagógicas y disciplinarias. Se convirtió en el jefe de una familia humana, en
el padre de sus propios hermanos y hermanas; tenía que sostener y proteger a su
madre y actuar como guardián del hogar de su padre, el único hogar que llegaría
a conocer mientras estuvo en este mundo.
Jesús aceptó de buena gana las responsabilidades que
cayeron tan repentinamente sobre él y las asumió fielmente hasta el final. Al
menos un gran problema y una dificultad prevista en su vida se habían resuelto
trágicamente — ya no se esperaba que fuera a Jerusalén para estudiar con los
rabinos. Siempre fue verdad que Jesús «no era el discípulo de nadie». Siempre
estaba dispuesto a aprender incluso del niño más humilde, pero su autoridad
para enseñar la verdad nunca la obtuvo de fuentes humanas.
Aún no sabía nada de la visita de Gabriel a su madre
antes de su nacimiento; sólo lo supo por Juan el día de su bautismo, al
comienzo de su ministerio público.
A medida que pasaban los años, este joven carpintero de
Nazaret medía cada vez más cada institución de la sociedad y cada costumbre de
la religión con un criterio invariable: ¿Qué hace por el alma humana? ¿Trae a
Dios más cerca del hombre? ¿Lleva al hombre hacia Dios? Aunque este joven no
descuidaba por completo los aspectos recreativos y sociales de la vida, cada
vez consagraba más su tiempo y sus energías a dos únicas metas: cuidar a su
familia y prepararse para hacer en la Tierra la voluntad celestial de su Padre.
Este año, los vecinos cogieron la costumbre de dejarse
caer por la casa durante las noches de invierno, para escuchar a Jesús tocar el
arpa, oír sus historias (pues el muchacho era un excelente narrador) y escuchar
cómo leía las escrituras en griego.
Los asuntos económicos de la familia continuaron rodando
bastante bien, porque disponían de una suma considerable de dinero en el
momento de la muerte de José. Jesús no tardó en demostrar que poseía un juicio
penetrante para los negocios y sagacidad financiera. Era desprendido, pero
moderado, y ahorrativo, pero generoso. Demostró ser un administrador prudente y
eficaz de los bienes de su padre.
Pero a pesar de todo lo que hacían Jesús y los vecinos de
Nazaret para traer alegría a la casa, María, e incluso los niños, estaban
llenos de tristeza. José ya no estaba. Había sido un marido y un padre
excepcional, y todos lo echaban de menos. Su muerte les parecía aun más trágica
cuando pensaban que no habían podido hablar con él o recibir su última
bendición.
3. El decimoquinto año (año 9 d. de J.C.)
A mediados de este decimoquinto año — contamos el tiempo
de acuerdo con el calendario del siglo veinte, y no según el año judío — Jesús
había tomado firmemente el control de la dirección de su familia. Antes de
finalizar este año, sus ahorros casi habían desaparecido, y se encontraron en
la necesidad de vender una de las casas de Nazaret que José poseía en común con
su vecino Jacobo.
Rut, la más pequeña de la familia, nació la noche del
miércoles 17 de abril del año 9. En la medida de sus posibilidades, Jesús se
esforzó por ocupar el lugar de su padre, consolando y cuidando a su madre
durante esta prueba penosa y particularmente triste. Durante cerca de veinte
años (hasta que empezó su ministerio público) ningún padre podría haber amado y
educado a su hija con más afecto y fidelidad que Jesús cuidó a la pequeña Rut.
Fue igualmente un buen padre para todos los demás miembros de su familia.
Durante este año, Jesús formuló por primera vez la
oración que enseñó posteriormente a sus apóstoles, y que muchos conocen con el
nombre de «Padre Nuestro». En cierto modo, fue una evolución del culto
familiar; tenían muchas fórmulas de alabanza y diversas oraciones formales.
Después de la muerte de su padre, Jesús trató de enseñar a los niños mayores a
que se expresaran de manera individual en sus oraciones — como a él tanto le
gustaba hacer — pero no podían comprender su pensamiento y retrocedían
invariablemente a sus formas de rezar aprendidas de memoria. En este esfuerzo
por estimular a sus hermanos y hermanas mayores para que dijeran oraciones
individuales, Jesús trató de mostrarles el camino con frases sugerentes; y
pronto se descubrió que, sin intención alguna por su parte, todos utilizaban
una forma de rezar ampliamente basada en las ideas directrices que Jesús les
había enseñado.
Al final, Jesús renunció a la idea de que cada miembro de
la familia formulara oraciones espontáneas. Una noche de octubre, se sentó
cerca de la pequeña lámpara rechoncha, junto a la mesa baja de piedra; cogió
una tablilla de cedro pulido de unos cincuenta centímetros de lado, y con un
trozo de carboncillo escribió la oración que sería en adelante la súplica
modelo de toda la familia.
Este año Jesús estuvo muy inquieto debido a reflexiones
desconcertantes. Sus responsabilidades familiares habían alejado, de manera
bastante eficaz, toda idea de desarrollar enseguida un plan que se adecuara al
mandato recibido en la visita de Jerusalén para que «se ocupara de los asuntos
de su Padre». Jesús razonaba, con acierto, que velar por la familia de su padre
terrenal debía tener prioridad sobre cualquier otro deber, que mantener a su
familia debía ser su primera obligación.
En el transcurso de este año, Jesús encontró en el
llamado Libro de Enoc un pasaje que le incitó más tarde a adoptar la expresión
«Hijo del Hombre» para designarse durante su misión… Había estudiado
cuidadosamente la idea del Mesías judío y estaba firmemente convencido de que
él no estaba destinado a ser ese Mesías. Deseaba intensamente ayudar al pueblo
de su padre, pero nunca pensó en ponerse al frente de los ejércitos judíos para
liberar Palestina de la dominación extranjera. Sabía que nunca se sentaría en
el trono de David en Jerusalén. Tampoco creía que su misión como liberador
espiritual o educador moral se limitaría exclusivamente al pueblo judío. Así
pues, la misión de su vida no podía ser de ninguna manera el cumplimiento de
los deseos intensos y de las supuestas profecías mesiánicas de las escrituras
hebreas, al menos no de la manera en que los judíos comprendían estas
predicciones de los profetas. Asimismo, estaba seguro de que nunca aparecería
como el Hijo del Hombre descrito por el profeta Daniel.
Pero cuando le llegara la hora de presentarse
públicamente como educador del mundo, ¿cómo se llamaría a sí mismo? ¿De qué
manera definiría su misión? ¿Con qué nombre lo llamarían las gentes que se
convertirían en creyentes de sus enseñanzas?
Mientras le daba vueltas a estos problemas en su cabeza,
encontró en la biblioteca de la sinagoga de Nazaret, entre los libros
apocalípticos que había estado estudiando, el manuscrito llamado «El Libro de
Enoc». Aunque estaba seguro de que no había sido escrito por el Enoc de los
tiempos pasados, le resultó muy interesante, y lo leyó y releyó muchas veces.
Había un pasaje que le impresionó particularmente, aquel en el que aparecía la
expresión «Hijo del Hombre». El autor del pretendido Libro de Enoc continuaba
hablando de este Hijo del Hombre, describiendo la obra que debería hacer en la
Tierra y explicando que este Hijo del Hombre, antes de descender a esta Tierra
para aportar la salvación a la humanidad, había cruzado los atrios de la gloria
celestial con su Padre, el Padre de todos; y había renunciado a toda esta
grandeza y a toda esta gloria para descender a la Tierra y proclamar la
salvación a los mortales necesitados. A medida que Jesús leía estos pasajes
(sabiendo muy bien que gran parte del misticismo oriental incorporado en estas
enseñanzas era falso), sentía en su corazón y reconocía en su mente que, de
todas las predicciones mesiánicas de las escrituras hebreas y de todas las
teorías sobre el libertador judío, ninguna estaba tan cerca de la verdad como
esta historia incluida en el Libro de Enoc, el cual sólo estaba parcialmente
acreditado; allí mismo y en ese momento decidió adoptar como título inaugural
«el Hijo del Hombre». Y esto fue lo que hizo cuando empezó posteriormente su
obra pública. Jesús tenía una habilidad infalible para reconocer la verdad, y
nunca dudaba en abrazarla, sin importarle la fuente de la que parecía emanar.
Por esta época ya tenía decididas muchas cosas
relacionadas con su futuro trabajo en el mundo, pero no dijo nada de estas
cuestiones a su madre, que seguía aferrada a la idea de que él era el Mesías
judío.
Jesús pasó ahora por la gran confusión de su época
juvenil. Después de haber resuelto un poco la naturaleza de su misión en la
Tierra, «ocuparse de los asuntos de su Padre» — mostrar la naturaleza amorosa
de su Padre hacia toda la humanidad — empezó a examinar de nuevo las numerosas declaraciones
de las escrituras referentes a la venida de un libertador nacional, de un rey o
educador judío. ¿A qué acontecimiento se referían estas profecías? Él mismo,
¿era o no era judío? ¿Pertenecía o no a la casa de David? Su madre afirmaba que
sí; su padre había indicado que no. Él decidió que no. Pero, ¿habían confundido
los profetas la naturaleza y la misión del Mesías?
Después de todo, ¿sería posible que su madre tuviera
razón? En la mayoría de los casos, cuando en el pasado habían surgido diferencias
de opinión, era ella quien había tenido razón. Si él era un nuevo educador y no
el Mesías, ¿cómo podría reconocer al Mesías judío si éste aparecía en Jerusalén
durante el tiempo de su misión terrestre, y cuál sería entonces su relación con
este Mesías judío? Después de que hubiera emprendido la misión de su vida,
¿cuáles serían sus relaciones con su familia, con la religión y la comunidad
judías, con el Imperio Romano, con los gentiles y sus religiones? El joven
galileo le daba vueltas en su mente a cada uno de estos importantes problemas y
los examinaba seriamente mientras continuaba trabajando en el banco de
carpintero, ganándose laboriosamente su propia vida, la de su madre y la de
otras ocho bocas hambrientas.
Antes de finalizar este año, María vio que los fondos de
la familia disminuían. Transfirió la venta de las palomas a Santiago. Poco
después compraron una segunda vaca y, con la ayuda de Miriam, empezaron a
vender leche a sus vecinos de Nazaret.
Los profundos períodos de meditación de Jesús, sus
frecuentes desplazamientos a lo alto de la colina para orar y todas las ideas
extrañas que insinuaba de vez en cuando, alarmaron considerablemente a su
madre. A veces pensaba que el joven estaba fuera de sí, pero luego dominaba sus
temores al recordar que, después de todo, era un hijo de la promesa y, de
alguna manera, diferente a los demás jóvenes.
Pero Jesús estaba aprendiendo a no expresar todos sus
pensamientos, a no exponer todas sus ideas al mundo, ni siquiera a su propia
madre. A partir de este año, sus informaciones sobre lo que pasaba por su mente
fueron reduciéndose cada vez más; es decir, hablaba menos sobre cosas que las
personas corrientes no podían comprender, y que podían conducirle a ser
considerado como un tipo raro o diferente de la gente común. Según las
apariencias, se volvió vulgar y convencional, aunque anhelaba encontrar a
alguien que pudiera comprender sus problemas. Deseaba vivamente tener un amigo
fiel y de confianza, pero sus problemas eran demasiado complejos para que
pudieran ser comprendidos por sus compañeros humanos. La singularidad de esta
situación excepcional le obligó a soportar solo el peso de su carga.
4. El primer sermón en la sinagoga
A partir de los quince años, Jesús podía ocupar
oficialmente el púlpito de la sinagoga el día del sábado. En muchas ocasiones
anteriores, cuando faltaban oradores, habían pedido a Jesús que leyera las
escrituras, pero ahora había llegado el día en que la ley le permitía oficiar
el servicio. Por consiguiente, el primer sábado después de su decimoquinto
cumpleaños, el chazan arregló las cosas para que Jesús dirigiera los oficios
matutinos de la sinagoga. Cuando todos los fieles de Nazaret estuvieron
congregados, el joven, que ya había seleccionado un texto de las escrituras, se
levantó y comenzó a leer:
«El espíritu del Señor Dios está sobre mí, porque el
Señor me ha ungido; me ha enviado para traer buenas nuevas a los mansos, para
vendar a los doloridos, para proclamar la libertad a los cautivos y liberar a
los presos espirituales; para proclamar el año de la gracia de Dios y el día
del ajuste de cuentas de nuestro Dios; para consolar a todos los afligidos y
darles belleza en lugar de ceniza, el óleo de la alegría en lugar de luto, un
canto de alabanza en vez de un espíritu angustiado, para que puedan ser
llamados árboles de rectitud, la plantación del Señor, destinada a
glorificarlo.
«Buscad el bien y no el mal para que podáis vivir, y así
el Señor, el Dios de los ejércitos, estará con vosotros. Aborreced el mal y
amad el bien; estableced el juicio en la puerta. Quizá el Señor Dios será
benévolo con el remanente de José.
«Lavaos, purificaos; la maldad de vuestras obras quitadla
de delante de mis ojos; dejad de hacer el mal y aprended a hacer el bien;
buscad la justicia, socorred al oprimido. Defended al huérfano y amparad a la
viuda.
«¿Con qué me presentaré ante el Señor, para inclinarme
ante el Señor de toda la Tierra? ¿Vendré ante él con holocaustos, con becerros
de un año? ¿Le agradarán al Señor millares de carneros, decenas de millares de
ovejas, o ríos de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi transgresión, el fruto de
mi cuerpo por el pecado de mi alma? ¡No!, porque el Señor nos ha mostrado, oh
hombres, lo que es bueno. ¿Y qué os pide el Señor si no que seáis justos, que
améis la misericordia y que caminéis humildemente con vuestro Dios?
«¿Con quién, entonces, compararéis a Dios que está
sentado en el círculo de la Tierra? Levantad los ojos y mirad quién ha creado
todos estos mundos, quién produce sus huestes por multitudes y las llama a
todas por su nombre. Él hace todas estas cosas por la grandeza de su poder, y
debido a la fuerza de su poder, ninguna fallará. Él da vigor al débil, y
multiplica las fuerzas de los que están fatigados. No temáis, porque estoy con
vosotros; no desmayéis, porque soy vuestro Dios. Os fortificaré y os ayudaré;
sí, os sustentaré con la diestra de mi justicia, porque yo soy el Señor vuestro
Dios. Y sostendré vuestra mano derecha, diciéndoos: no temáis, porque yo os
ayudaré.
«Y tú eres mi testigo, dice el Señor, y mi siervo a quien
he elegido para que todos puedan conocerme, creerme y entender que yo soy el
Eterno. Yo, sólo yo, soy el Señor, y aparte de mí no hay salvador».
Cuando terminó de leer así, se sentó, y la gente se fue a
sus casas meditando las palabras que les había leído con tanto agrado. Sus
paisanos nunca lo habían visto tan magníficamente solemne; nunca lo habían oído
con una voz tan seria y tan sincera; nunca lo habían visto tan varonil y
decidido, con tanta autoridad.
Ese sábado por la tarde Jesús subió con Santiago a la
colina de Nazaret, y cuando regresaron a casa, con un carboncillo escribió los
Diez Mandamientos en griego sobre dos tablillas. Más tarde, Marta coloreó y
adornó estas tablillas y estuvieron colgadas mucho tiempo en la pared, encima
del pequeño banco de trabajo de Santiago.
5. La lucha financiera
Jesús y su familia volvieron gradualmente a la vida
simple de sus primeros años. Sus ropas e incluso sus alimentos se
simplificaron. Tenían leche, mantequilla y queso en abundancia. Según la estación,
disfrutaban de los productos de su huerto, pero cada mes que pasaba les
obligaba a practicar una mayor frugalidad. Su desayuno era muy simple; los
mejores alimentos los reservaban para la cena. Sin embargo, la falta de riqueza
entre estos judíos no implicaba inferioridad social.
Este joven ya poseía una comprensión casi completa de
cómo vivían los hombres de su tiempo. Sus enseñanzas posteriores muestran hasta
qué punto comprendía bien la vida en el hogar, en el campo y en el taller;
revelan plenamente su contacto íntimo con todas las fases de la experiencia
humana.
El chazán de Nazaret continuaba aferrado a la creencia de
que Jesús estaba destinado a convertirse en un gran educador, probablemente en
el sucesor del famoso Gamaliel de Jerusalén.
Aparentemente, todos los planes de Jesús para su carrera
se habían desbaratado. Tal como se desarrollaban las cosas, el futuro no
parecía muy brillante. Sin embargo, no vaciló ni se desanimó. Continuó viviendo
día tras día, desempeñando bien su deber cotidiano y cumpliendo fielmente con
las responsabilidades inmediatas de su posición social en la vida. La vida de
Jesús es el consuelo eterno de todos los idealistas decepcionados.
El salario diario de un carpintero corriente disminuía
poco a poco. A finales de este año, y trabajando de sol a sol, Jesús sólo podía
ganar el equivalente de un cuarto de dólar al día. Al año siguiente les resultó
difícil pagar los impuestos civiles, sin mencionar las contribuciones a la
sinagoga y el impuesto de medio siclo para el templo. Durante este año, el
recaudador de impuestos intentó arrancarle a Jesús una renta suplementaria, e
incluso le amenazó con llevarse su arpa.
Temiendo que el ejemplar de las escrituras en griego
pudiera ser descubierto y confiscado por los recaudadores de impuestos, Jesús
lo donó a la biblioteca de la sinagoga de Nazaret el día de su decimoquinto
cumpleaños, como su ofrenda de madurez al Señor.
El gran disgusto de su decimoquinto año se produjo cuando
Jesús fue a Séforis para recibir el veredicto de Herodes, relacionado con la
apelación que habían interpuesto ante él por la controversia sobre la cantidad
de dinero que le debían a José en el momento de su muerte accidental. Jesús y
María habían esperado recibir una considerable suma de dinero, pero el tesorero
de Séforis les había ofrecido una cantidad irrisoria. Los hermanos de José
apelaron ante el mismo Herodes, y ahora Jesús se encontraba en el palacio y oyó
a Herodes decretar que a su padre no se le debía nada en el momento de su
muerte. A causa de esta decisión tan injusta, Jesús nunca más confió en Herodes
Antipas. No es extraño que en una ocasión se refiriera a Herodes como «ese
zorro».
Durante este año y los siguientes, el duro trabajo en el
banco de carpintero privó a Jesús de la posibilidad de relacionarse con los
viajeros de las caravanas. Un tío suyo ya se había hecho cargo de la tienda de
provisiones de la familia y Jesús trabajaba todo el tiempo en el taller de la
casa, donde estaba cerca para ayudar a María con la familia. Por esta época
empezó a enviar a Santiago a la parada de las caravanas para obtener
información sobre los acontecimientos mundiales, intentando así mantenerse al
corriente de las noticias del día.
A medida que crecía hacia la madurez, pasó por los mismos
conflictos y confusiones que todos los jóvenes normales de todos los tiempos
anteriores y posteriores. La rigurosa experiencia de tener que mantener a su
familia era una salvaguardia segura contra el exceso de tiempo libre para
dedicarlo a la meditación ociosa o abandonarse a las tendencias místicas.
Éste fue el año en que Jesús arrendó una gran parcela de
terreno justo al norte de su casa, que dividieron en huertos familiares. Cada
uno de los hermanos mayores tenía un huerto individual, y se hicieron una viva
competencia en sus esfuerzos agrícolas. Durante la temporada de cultivo de las
legumbres, su hermano mayor pasó cada día algún tiempo con ellos en el huerto.
Mientras Jesús trabajaba en el huerto con sus hermanos y hermanas menores,
acarició muchas veces la idea de que todos podían vivir en una granja en el
campo, donde podrían disfrutar de la libertad y la independencia de una vida
sin trabas. Pero no estaban creciendo en el campo, y Jesús, que era un joven
totalmente práctico a la vez que idealista, atacó su problema de manera
vigorosa e inteligente según se presentaba. Hizo todo lo que estuvo en su mano
para adaptarse con su familia a las realidades de su situación, y acomodar su
condición para la mayor satisfacción posible de sus deseos individuales y
colectivos.
En un momento determinado, Jesús tuvo la débil esperanza
de que pudiera reunir los recursos suficientes para justificar la tentativa de
comprar una pequeña granja, con tal que pudieran recaudar la considerable suma
de dinero que le debían a su padre por sus trabajos en el palacio de Herodes.
Había pensado muy seriamente en este proyecto de establecer a su familia en el
campo. Pero cuando Herodes se negó a pagarles el dinero que le debían a José,
abandonaron el deseo de poseer una casa en el campo. Tal como estaban las
cosas, se las ingeniaron para disfrutar de muchas de las experiencias de la
vida campesina, pues ahora tenían tres vacas, cuatro ovejas, un montón de
polluelos, un asno y un perro, además de las palomas. Incluso los más pequeños
tenían sus tareas regulares que hacer dentro del plan de administración bien
organizado que caracterizaba la vida hogareña de esta familia de Nazaret.
Al finalizar su decimoquinto año, Jesús concluyó la
travesía de este período peligroso y difícil de la existencia humana, de esta
época de transición entre los años más placenteros de la infancia y la
conciencia de la edad adulta que se aproxima, con sus mayores responsabilidades
y oportunidades para adquirir una experiencia avanzada en el desarrollo de un
carácter noble. El período de crecimiento mental y físico había terminado, y
ahora empezaba la verdadera carrera de este joven de Nazaret.
Los años de adolescencia
AL EMPEZAR los años de su adolescencia, Jesús se encontró
como jefe y único sostén de una familia numerosa. Pocos años después de la
muerte de su padre, habían perdido todas sus propiedades. A medida que pasaba
el tiempo, se volvió cada vez más consciente de su preexistencia; al mismo
tiempo empezó a comprender más plenamente que estaba presente en la Tierra y en
la carne con la finalidad expresa de revelar su Padre Paradisiaco a los hijos
de los hombres.
Ningún adolescente que haya vivido o que pueda vivir
alguna vez en este mundo o en cualquier otro mundo ha tenido ni tendrá nunca
que resolver problemas más graves o desenredar dificultades más complicadas.
Ningún joven tendrá nunca que pasar por unos conflictos más probatorios o por
unas situaciones más penosas que las que Jesús mismo tuvo que soportar durante
el arduo período comprendido entre sus quince y sus veinte años de edad.
Tras haber saboreado así la experiencia efectiva de vivir
estos años de adolescencia en un mundo acosado por el mal y perturbado por el
pecado, el Hijo del Hombre llegó a poseer un conocimiento pleno de la
experiencia que vive la juventud. Así se convirtió para siempre en el refugio
comprensivo de los adolescentes angustiados y perplejos de todos los tiempos.
1. El decimosexto año (año 10 d. de J.C.)
El Hijo encarnado pasó por la infancia y experimentó una
niñez exenta de acontecimientos notables. Luego emergió de la penosa y
probatoria etapa de transición entre la infancia y la juventud — se convirtió
en el Jesús adolescente.
Este año alcanzó su máxima estatura física. Era un joven
viril y bien parecido. Se volvió cada vez más formal y serio, pero era amable y
compasivo. Tenía una mirada bondadosa pero inquisitiva; su sonrisa era siempre
simpática y alentadora. Su voz era musical pero con autoridad; su saludo,
cordial pero sin afectación. En todas las ocasiones, incluso en los contactos
más comunes, parecía ponerse de manifiesto la esencia de una doble naturaleza,
la humana y la divina. Siempre mostraba esta combinación de amigo compasivo y
de maestro con autoridad. Y estos rasgos de su personalidad comenzaron a
manifestarse muy pronto, incluso desde los años de su adolescencia.
Este joven físicamente fuerte y robusto también había
adquirido el crecimiento completo de su intelecto humano, no la experiencia
total del pensamiento humano, sino la plena capacidad para ese desarrollo
intelectual. Poseía un cuerpo sano y bien proporcionado, una mente aguda y
analítica, una disposición de ánimo generosa y compasiva, un temperamento un
poco fluctuante pero dinámico; todas estas cualidades se estaban organizando en
una personalidad fuerte, sorprendente y atractiva.
A medida que pasaba el tiempo, su madre y sus hermanos y
hermanas tenían más dificultades para comprenderlo; tropezaban con lo que decía
e interpretaban mal sus acciones. Todos eran incapaces de comprender la vida de
su hermano mayor, porque su madre les había dado a entender que estaba
destinado a ser el libertador del pueblo judío. Después de haber recibido estas
insinuaciones de María como secretos de familia, imaginad su confusión cuando
Jesús desmentía francamente todas estas ideas e intenciones.
Este año Simón empezó a ir a la escuela, y la familia se
vio obligada a vender otra casa. Santiago se encargó ahora de la enseñanza de
sus tres hermanas, dos de las cuales eran lo bastante mayores como para empezar
a estudiar en serio. En cuanto Rut creció, la pusieron en manos de Miriam y
Marta. Habitualmente, las muchachas de las familias judías recibían poca
educación, pero Jesús sostenía (y su madre estaba de acuerdo) que las chicas
tenían que ir a la escuela lo mismo que los varones, y puesto que la escuela de
la sinagoga no las admitiría, lo único que se podía hacer era habilitar una
escuela en casa especialmente para ellas.
Durante todo este año, Jesús no pudo separarse de su
banco de carpintero. Afortunadamente tenía mucho trabajo; lo realizaba de una
manera tan superior que nunca se encontraba en paro, aunque la faena escaseara
por aquella región. A veces tenía tanto que hacer que Santiago lo ayudaba.
A finales de este año tenía casi decidido que, después de
haber criado a los suyos y de verlos casados, emprendería su trabajo público
como maestro de la verdad y revelador del Padre celestial para el mundo. Sabía
que no se convertiría en el Mesías judío esperado, y llegó a la conclusión de
que era prácticamente inútil discutir estos asuntos con su madre. Decidió
permitirle que siguiera manteniendo todas las ilusiones que quisiera, puesto
que todo lo que él había dicho en el pasado había hecho poca o ninguna mella en
ella; recordaba que su padre nunca había podido decir algo que la hiciera cambiar
de opinión. A partir de este año habló cada vez menos con su madre, o con otras
personas, sobre estos problemas. Su misión era tan especial que nadie en el
mundo podía darle consejos para realizarla.
A pesar de su juventud, era un verdadero padre para su familia.
Pasaba todas las horas que podía con los pequeños, y éstos lo amaban
sinceramente. Su madre sufría al verlo trabajar tan duramente; le apenaba que
estuviera día tras día atado al banco de carpintero para ganar la vida de la
familia, en lugar de estar en Jerusalén estudiando con los rabinos, tal como
habían planeado con tanto cariño. Aunque María no podía comprender muchas cosas
de su hijo, lo amaba de verdad; lo que más apreciaba era la buena voluntad con
que asumía la responsabilidad del hogar.
2. El decimoséptimo año (año 11 d. de J.C.)
Por esta época se produjo una agitación considerable,
especialmente en Jerusalén y Judea, a favor de una rebelión contra el pago de
los impuestos a Roma. Estaba creándose un fuerte partido nacionalista, que poco
después se conocería como los celotes. Los celotes, al contrario que los
fariseos, no estaban dispuestos a esperar la llegada del Mesías. Proponían
resolver la situación mediante una revuelta política.
Un grupo de organizadores de Jerusalén llegó a Galilea y
fueron teniendo mucho éxito hasta que se presentaron en Nazaret. Cuando fueron
a ver a Jesús, éste los escuchó atentamente y les hizo muchas preguntas, pero
rehusó incorporarse al partido. No quiso explicar en detalle todas las razones
que le impedían adherirse, y su negativa tuvo por efecto que muchos de sus
jóvenes amigos de Nazaret tampoco se afiliaran.
María hizo lo que pudo para inducirlo a que se afiliara,
pero no logró hacerle cambiar de parecer. Llegó incluso a insinuarle que su
negativa a abrazar la causa nacionalista, como ella se lo ordenaba, equivalía a
una insubordinación, a una violación de la promesa que había hecho, cuando
regresaron de Jerusalén, de que obedecería a sus padres; pero en respuesta a
esta insinuación, Jesús se limitó a poner una mano cariñosa en su hombro y
mirándola a la cara le dijo: «Madre, ¿cómo puedes?» Y María se retractó.
Uno de los tíos de Jesús (Simón, el hermano de María) ya
se había unido a este grupo, y posteriormente llegó a convertirse en oficial de
la sección galilea. Durante varios años, se produjo cierto distanciamiento
entre Jesús y su tío.
Pero el alboroto se estaba fraguando en Nazaret. La
actitud de Jesús en este asunto había dado como resultado la creación de una
división entre los jóvenes judíos de la ciudad. Aproximadamente la mitad se
había unido a la organización nacionalista, y la otra mitad empezó a formar un
grupo opuesto de patriotas más moderados, esperando que Jesús asumiera la
dirección. Se quedaron asombrados cuando rehusó el honor que le ofrecían,
alegando como excusa sus pesadas responsabilidades familiares, cosa que todos
reconocían. Pero la situación se complicó aún más cuando poco después se
presentó Isaac, un judío rico prestamista de los gentiles, que propuso mantener
a la familia de Jesús si éste abandonaba sus herramientas de trabajo y asumía
la dirección de estos patriotas de Nazaret.
Jesús, que apenas tenía entonces diecisiete años, tuvo
que enfrentarse con una de las situaciones más delicadas y difíciles de su
joven vida. Siempre es difícil para los dirigentes espirituales relacionarse
con las cuestiones patrióticas, especialmente cuando éstas se complican con
unos opresores extranjeros que recaudan impuestos; en este caso era doblemente
cierto, puesto que la religión judía estaba implicada en toda esta agitación
contra Roma.
La posición de Jesús era aún más delicada porque su
madre, su tío e incluso su hermano menor Santiago, lo instaban a abrazar la
causa nacionalista. Los mejores judíos de Nazaret ya se habían afiliado, y los
jóvenes que aún no se habían incorporado al movimiento lo harían en cuanto
Jesús cambiara de opinión. Sólo tenía un consejero sabio en todo Nazaret, su
viejo maestro el chazan, que le aconsejó sobre cómo responder al comité de
ciudadanos de Nazaret cuando vinieran a pedirle su respuesta a la petición
pública que se le había hecho. En toda la juventud de Jesús, ésta fue la
primera vez que tuvo que recurrir conscientemente a una estratagema pública.
Hasta entonces, siempre había contado con una exposición sincera de la verdad
para esclarecer la situación, pero ahora no podía proclamar toda la verdad. No
podía insinuar que era más que un hombre; no podía revelar su idea de la misión
que le aguardaba cuando fuera más maduro. A pesar de estas limitaciones, su
fidelidad religiosa y su lealtad nacional estaban puestas en entredicho
directamente. Su familia se encontraba agitada, sus jóvenes amigos divididos y
todo el contingente judío de la ciudad alborotado. ¡Y pensar que él era el
culpable de todo esto! Qué lejos estaba de su intención causar cualquier
alboroto y mucho menos una perturbación de este tipo.
Había que hacer algo. Tenía que aclarar su postura, y lo
hizo de manera valiente y diplomática, para satisfacción de muchos aunque no de
todos. Se atuvo a los términos de su argumento original, sosteniendo que su
primer deber era hacia su familia, que una madre viuda y ocho hermanos y
hermanas necesitaban algo más que lo que simplemente se podía comprar con el
dinero — lo necesario para la vida material — , que tenían derecho a los
cuidados y a la dirección de un padre, y que en conciencia no podía eximirse de
la obligación que un cruel accidente había arrojado sobre él. Elogió a su madre
y al mayor de sus hermanos por estar dispuestos a exonerarlo de esta
responsabilidad, pero reiteró que la fidelidad a la memoria de su padre le
impedía dejar a la familia, independientemente de la cantidad de dinero que se
recibiera para su sostén material, expresando entonces su inolvidable
afirmación de que «el dinero no puede amar». En el transcurso de esta
declaración, Jesús hizo varias alusiones veladas a la «misión de su vida», pero
explicó que, con independencia de que fuera o no compatible con la acción
militar, había renunciado a ella así como a todo lo demás para poder cumplir fielmente
sus obligaciones hacia su familia. En Nazaret todos sabían muy bien que era un
buen padre para su familia, y como esto era algo que tocaba la sensibilidad de
todo judío bien nacido, la alegación de Jesús encontró una respuesta favorable
en el corazón de muchos de sus oyentes. Algunos otros que no tenían las mismas
disposiciones fueron desarmados por un discurso que Santiago pronunció en ese
momento, aunque no figurara en el programa. Aquel mismo día, el chazan había
hecho que Santiago ensayara su alocución, pero esto era un secreto entre ellos.
Santiago declaró que estaba seguro de que Jesús ayudaría
a liberar a su pueblo si él (Santiago) tuviera suficiente edad como para asumir
la responsabilidad de la familia; si consentían en permitir a Jesús que permaneciera
«con nosotros para ser nuestro padre y educador, la familia de José no sólo os
dará un dirigente, sino en poco tiempo cinco nacionalistas leales, porque ¿no
somos cinco varones que estamos creciendo y que saldremos de la tutela de
nuestro hermano-padre para servir a nuestra nación?» De esta manera el muchacho
llevó a un final bastante feliz una situación muy tensa y amenazadora.
La crisis se había superado por el momento, pero este
incidente nunca se olvidó en Nazaret. La agitación persistió; Jesús ya no
volvió a contar con el favor universal; las diferencias de sentimiento nunca
llegaron a superarse del todo. Este hecho, complicado con otros acontecimientos
posteriores, fue uno de los motivos principales por los que Jesús se trasladó
años más tarde a Cafarnaúm. En adelante, los sentimientos respecto al Hijo del
Hombre permanecieron divididos en Nazaret.
Santiago terminó este año sus estudios en la escuela y
empezó a trabajar a jornada completa en el taller de carpintería de la casa. Se
había convertido en un obrero diestro con las herramientas y se hizo cargo de
la fabricación de los yugos y arados, mientras que Jesús empezó a hacer más
trabajos delicados de ebanistería y de terminación de interiores.
Durante este año Jesús progresó mucho en la organización
de su mente. Gradualmente había conciliado su naturaleza divina con su
naturaleza humana, y efectuó toda esta organización intelectual con la fuerza
de sus propias decisiones y con la única ayuda de su Monitor interior, un
Monitor semejante al que llevan dentro de su mente todos los mortales normales
en todos los mundos donde se ha donado un Hijo. Hasta ahora no había sucedido
nada sobrenatural en la carrera de este joven, excepto la visita de un
mensajero enviado por su hermano mayor Emmanuel, que se le apareció una vez
durante la noche en Jerusalén.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada