Los primeros años de la infancia de Jesús
DEBIDO a las incertidumbres y ansiedades de su estancia
en Belén, María no destetó al niño hasta que llegaron sanos y salvos a
Alejandría, donde la familia pudo llevar una vida normal. Vivieron con unos
parientes, y José pudo mantener fácilmente a su familia porque consiguió
trabajo poco después de su llegada. Estuvo empleado como carpintero durante
varios meses y luego lo promovieron al puesto de capataz de un gran grupo de
obreros que estaban ocupados en la construcción de un edificio público,
entonces en obras. Esta nueva experiencia le dio la idea de hacerse contratista
y constructor después de que regresaran a Nazaret.
Durante todos estos primeros años de infancia en que
Jesús estaba indefenso, María mantuvo una larga y constante vigilancia para que
no le ocurriera nada a su hijo que pudiera amenazar su bienestar, o que pudiera
obstaculizar, de alguna manera, su futura misión en la Tierra; ninguna madre
estuvo nunca más consagrada a su hijo. En el hogar donde se encontraba Jesús,
había otros dos niños aproximadamente de su misma edad, y entre los vecinos
cercanos, seis más cuyas edades se acercaban lo suficiente a la suya como para
ser unos compañeros de juego aceptables. Al principio, María estuvo tentada de
mantener a Jesús muy cerca de ella. Temía que le ocurriera algo si se le
permitía jugar en el jardín con los otros niños, pero José, con la ayuda de sus
parientes, consiguió convencerla de que esta actitud privaría a Jesús de la
útil experiencia de aprender a adaptarse a los niños de su edad. Comprendiendo
que un programa así de protección exagerada e inhabitual podría hacer que el
niño se volviera cohibido y un tanto egocéntrico, María dio finalmente su
consentimiento al plan que permitía al niño… crecer exactamente como todos los
demás niños. Aunque cumplió con esta decisión, efectuó su papel de estar
siempre vigilante mientras que los pequeños jugaban alrededor de la casa o en
el jardín. Sólo una madre amorosa puede comprender la carga que María tuvo que
soportar en su corazón por la seguridad de su hijo durante estos años de su
niñez y de su primera infancia.
Durante los dos años de su estancia en Alejandría, Jesús
gozó de buena salud y siguió creciendo normalmente. Aparte de unos pocos amigos
y parientes, no se dijo a nadie que Jesús era un «niño de la promesa». Uno de
los parientes de José lo reveló a unos amigos de Menfis, descendientes del
lejano Akenatón. Éstos se reunieron, con un pequeño grupo de creyentes de
Alejandría, en la suntuosa casa del pariente y benefactor de José, poco antes
de regresar a Palestina, para presentar sus mejores deseos a la familia de
Nazaret y sus respetos al niño. En esta ocasión, los amigos reunidos regalaron
a Jesús un ejemplar completo de la traducción al griego de las escrituras
hebreas.
Pero este ejemplar de los textos sagrados judíos no se lo entregaron a José hasta que él y María declinaron definitivamente la invitación de sus amigos de Menfis y Alejandría de permanecer en Egipto. Estos creyentes afirmaban que el hijo del destino podría ejercer una influencia mundial mucho mayor si residía en Alejandría que en cualquier lugar determinado de Palestina. Estos argumentos retrasaron algún tiempo su regreso a Palestina, después de recibir la noticia de la muerte de Herodes.
Pero este ejemplar de los textos sagrados judíos no se lo entregaron a José hasta que él y María declinaron definitivamente la invitación de sus amigos de Menfis y Alejandría de permanecer en Egipto. Estos creyentes afirmaban que el hijo del destino podría ejercer una influencia mundial mucho mayor si residía en Alejandría que en cualquier lugar determinado de Palestina. Estos argumentos retrasaron algún tiempo su regreso a Palestina, después de recibir la noticia de la muerte de Herodes.
Finalmente, José y María se despidieron de Alejandría en
un barco propiedad de su amigo Esraeon, con destino a Jope, puerto al que
llegaron a finales de agosto del año 4 a. de J.C. Se dirigieron directamente a
Belén, donde pasaron todo el mes de septiembre en deliberaciones con sus amigos
y parientes para decidir si debían quedarse allí o regresar a Nazaret.
María nunca había abandonado por completo la idea de que
Jesús debería crecer en Belén, la Ciudad de David. José no creía en realidad
que su hijo estuviera destinado a ser un rey liberador de Israel. Además, sabía
que él mismo no era un verdadero descendiente de David; el hecho de contar
entre el linaje de David se debía a que uno de sus antepasados había sido
adoptado por la línea de descendientes davídicos. María consideraba
naturalmente que la Ciudad de David era el lugar más apropiado para criar al
nuevo candidato al trono de David, pero José prefería tentar la suerte con
Herodes Antipas antes que con su hermano Arquelao. Albergaba muchos temores por
la seguridad del niño en Belén o en cualquier otra ciudad de Judea; suponía que
era más probable que Arquelao continuara con la política amenazadora de su
padre Herodes, a que lo hiciera Antipas en Galilea. Aparte de todas estas
razones, José expresó abiertamente su preferencia por Galilea, porque lo
consideraba un lugar más adecuado para criar y educar al niño, pero necesitó
tres semanas para vencer las objeciones de María.
El primero de octubre, José había convencido a María y a
todos sus amigos de que era mejor para ellos regresar a Nazaret. En
consecuencia, a principios de octubre del año 4 a. de J.C., partieron de Belén
rumbo a Nazaret por el camino de Lida y Escitópolis. Salieron un domingo por la
mañana temprano; María y el niño iban montados en la bestia de carga que
acababan de adquirir, mientras que José y cinco parientes los acompañaban a
pie; los parientes de José no consintieron que viajaran solos hasta Nazaret.
Temían ir a Galilea pasando por Jerusalén y el valle del Jordán, y las rutas
occidentales no eran del todo seguras para dos viajeros solitarios con un niño
de poca edad.
1. De regreso a Nazaret
Al cuarto día de viaje, el grupo llegó sano y salvo a su
destino. Llegaron sin anunciarse a su casa de Nazaret, ocupada desde hacía más
de tres años por uno de los hermanos casados de José, que en verdad se quedó
sorprendido al verlos; lo habían hecho todo tan calladamente, que ni la familia
de José ni la de María sabían siquiera que habían dejado Alejandría. Al día
siguiente, el hermano de José se mudó con su familia, y María, por primera vez
desde el nacimiento de Jesús, se instaló con su pequeña familia para disfrutar
de la vida en su propio hogar. En menos de una semana, José consiguió trabajo
como carpintero, y fueron extremadamente felices.
Jesús tenía unos tres años y dos meses cuando volvieron a
Nazaret. Había soportado muy bien todos estos viajes y gozaba de excelente
salud; estaba lleno de alegría y entusiasmo infantil al tener una casa propia
donde poder correr y disfrutar. Pero echaba mucho de menos la relación con sus
compañeros de juego de Alejandría.
Camino de Nazaret, José había persuadido a María de que
sería imprudente divulgar, entre sus amigos y parientes galileos, la noticia de
que Jesús era un niño de la promesa. Acordaron no mencionar a nadie este
asunto, y ambos cumplieron fielmente esta promesa.
Todo el cuarto año de Jesús fue un período de desarrollo
físico normal y de actividad mental poco común. Mientras tanto, se había hecho
muy amigo de un niño vecino, aproximadamente de su edad, llamado Jacobo. Jesús
y Jacobo siempre eran felices jugando juntos, y crecieron siendo grandes amigos
y leales compañeros.
El siguiente acontecimiento importante en la vida de esta
familia de Nazaret fue el nacimiento del segundo hijo, Santiago, al amanecer
del 2 de abril del año 3 a. de J.C. Jesús estaba muy emocionado con la idea de
tener un hermanito, y permanecía cerca de él durante horas simplemente para
observar los primeros gestos del bebé.
Fue a mediados del verano de este mismo año cuando José
construyó un pequeño taller cerca de la fuente del pueblo y del solar donde se
detenían las caravanas. A partir de entonces hizo muy pocos trabajos de
carpintería al día. Tenía como socios a dos de sus hermanos y a varios obreros
más, a quienes enviaba a trabajar fuera mientras él permanecía en el taller
fabricando arados, yugos y otros objetos de madera. También hizo algunos
trabajos con el cuero, la soga y la lona. A medida que Jesús crecía, y cuando
no estaba en la escuela, repartía su tiempo casi por igual entre ayudar a su
madre en los quehaceres del hogar y observar a su padre en el trabajo del
taller, escuchando al mismo tiempo las conversaciones y las noticias de los
conductores y viajeros de las caravanas procedentes de todos los rincones de la
Tierra.
En julio de este año, un mes antes de cumplir Jesús los
cuatro años, una epidemia maligna de trastornos intestinales, contagiada por
los viajeros de las caravanas, se extendió por todo Nazaret. María se alarmó
tanto por el peligro al que Jesús estaba expuesto con esta enfermedad
epidémica, que preparó a sus dos hijos y huyó a la casa de campo de su hermano,
a varios kilómetros al sur de Nazaret, en la carretera de Meguido, cerca de
Sarid. Estuvieron fuera de Nazaret durante más de dos meses; Jesús disfrutó
mucho con su primera experiencia en una granja.
2. El quinto año (año 2 a. de J.C.)
Jesús cumplió cinco años en agosto de este año, y por
ello nos referiremos a él como el quinto año (civil) de su vida. En este año 2
a. de J.C., poco más de un mes antes de su quinto cumpleaños, Jesús se sintió
muy feliz con la llegada al mundo de su hermana Miriam, que nació en la noche
del 11 de julio. Durante el atardecer del día siguiente, Jesús tuvo una larga
conversación con su padre sobre la manera en que los diversos grupos de seres
vivos nacen en el mundo como individuos diferentes. La parte más valiosa de la
primera educación de Jesús la proporcionaron sus padres, respondiendo a sus
preguntas reflexivas y penetrantes. José no dejó nunca de cumplir plenamente
con su deber, tomándose el trabajo y encontrando el tiempo para contestar a las
numerosas preguntas del niño. Desde los cinco hasta los diez años, Jesús fue
una interrogación permanente. Aunque José y María no siempre podían contestar a
sus preguntas, nunca dejaron de discutirlas a fondo, y lo ayudaban de todas las
maneras posibles en sus esfuerzos por encontrar una solución satisfactoria al
problema que su mente despierta le había sugerido.
Desde su regreso a Nazaret, habían tenido una intensa
vida familiar, y José había estado extraordinariamente ocupado con la
construcción de su nuevo taller y la reanudación de sus negocios. Tenía tanto
trabajo que no había encontrado tiempo para hacer una cuna para Santiago, pero
esto pudo remediarlo mucho antes de que naciera Miriam, de manera que ella
contó con una cuna muy cómoda en la cual se acurrucaba mientras que la familia
la admiraba. El niño Jesús participaba de todo corazón en todas estas
experiencias naturales y normales del hogar. Disfrutaba mucho con su hermanito
y su hermanita, y ayudaba mucho a María cuidando de ellos.
En el mundo de los gentiles de aquellos tiempos, había
pocos hogares que pudieran proporcionar a un niño una educación intelectual,
moral y religiosa mejor que la de los hogares judíos de Galilea. Estos judíos
tenían un programa sistemático para criar y educar a sus hijos. Dividían la
vida de los niños en siete etapas:
El niño recién nacido hasta el octavo día.
El niño de pecho.
El destete del niño.
El período de dependencia de la madre, hasta el final del
quinto año.
El comienzo de la independencia del niño, y en el caso de
los hijos varones, el padre asumía la responsabilidad de su educación.
Los chicos y las chicas adolescentes.
Los hombres y las mujeres jóvenes.
Los judíos de Galilea tenían la costumbre de que la madre
se responsabilizara de la educación del niño hasta que éste cumplía los cinco
años, y si el niño era varón, entonces el padre se encargaba en adelante de su
educación. Así pues, aquel año Jesús entró en la quinta etapa de la carrera de
un niño judío de Galilea; en consecuencia, el 21 de agosto del año 2 a. de
J.C., María transfirió formalmente a José la educación futura de su hijo.
Aunque José tenía que asumir ahora directamente la
responsabilidad de la educación intelectual y religiosa de Jesús, su madre
seguía ocupándose de su educación hogareña. Le enseñó a conocer y a cuidar las
parras y las flores que crecían en las tapias del jardín que rodeaban por
completo la parcela de su hogar. María también se ocupó de poner en el tejado
de la casa (el dormitorio de verano) unos cajones de arena poco profundos, en
los que Jesús dibujaba mapas y efectuó la mayoría de sus primeras prácticas de
escritura en arameo, en griego y más tarde en hebreo, porque aprendió en su
momento a leer, escribir y hablar con fluidez estos tres idiomas.
Jesús tenía la apariencia física de un niño casi perfecto
y continuaba progresando de manera normal en el aspecto mental y emocional.
Tuvo un ligero problema digestivo, su primera enfermedad leve, a finales de
este año, su quinto año (civil).
Aunque José y María hablaban con frecuencia del futuro de
su hijo mayor, si hubierais estado allí, únicamente habríais observado el
crecimiento de un niño normal de aquel tiempo y lugar, sano, sin
preocupaciones, pero extremadamente ávido de saber.
3. Los acontecimientos del sexto año (año 1 a. de J.C.)
Con la ayuda de su madre, Jesús ya había dominado el
dialecto galileo de la lengua aramea; ahora, su padre empezó a enseñarle el
griego. María lo hablaba poco, pero José hablaba bien el griego y el arameo. El
libro de texto para estudiar la lengua griega era el ejemplar de las escrituras
hebreas — una versión completa de la ley y de los profetas, incluidos los
salmos — que les habían regalado a su partida de Egipto. En todo Nazaret sólo
había dos ejemplares completos de las escrituras en griego, y la posesión de
uno de ellos por parte de la familia del carpintero hacía de la casa de José un
lugar muy solicitado, lo que permitió a Jesús conocer, a medida que crecía, una
procesión casi interminable de personas estudiosas serias y de sinceros
buscadores de la verdad. Antes de terminar este año, Jesús había asumido la
custodia de este manuscrito inestimable, habiéndose enterado el día de su sexto
cumpleaños que el libro sagrado se lo habían regalado los amigos y parientes de
Alejandría. Muy poco tiempo después podía leerlo con toda facilidad.
La primera gran conmoción en la joven vida de Jesús tuvo
lugar cuando aún no tenía seis años. Al chico le parecía que su padre — o al
menos su padre y su madre juntos — lo sabían todo. Imaginad pues la sorpresa
que se llevó este niño indagador cuando preguntó a su padre la causa de un leve
terremoto que acababa de producirse, y oyó que José le respondía: «Hijo mío, en
verdad no lo sé». Así empezó una larga y desconcertante cadena de desilusiones,
durante la cual Jesús descubrió que sus padres terrestres no eran infinitamente
sabios ni omniscientes.
El primer pensamiento de José fue decirle a Jesús que el
terremoto había sido causado por Dios, pero un instante de reflexión le
advirtió que una respuesta semejante provocaría inmediatamente preguntas
posteriores aún más embarazosas. Incluso a una edad muy temprana, era muy
difícil contestar a las preguntas de Jesús sobre los fenómenos físicos o sociales
diciéndole a la ligera que el responsable era Dios o el diablo. De acuerdo con
la creencia predominante del pueblo judío, hacía tiempo que Jesús estaba
dispuesto a aceptar la doctrina de los buenos y de los malos espíritus como una
posible explicación de los fenómenos mentales y espirituales; pero empezó a
dudar muy pronto de que estas influencias invisibles fueran responsables de los
acontecimientos físicos del mundo natural.
Antes de que Jesús cumpliera los seis años de edad, a
principios del verano del año 1 a. de J.C., Zacarías, Isabel y su hijo Juan
vinieron a visitar a la familia de Nazaret. Jesús y Juan disfrutaron mucho
durante esta visita, la primera que podían recordar. Aunque los visitantes sólo
pudieron quedarse unos días, los padres hablaron de muchas cosas, incluyendo
los planes para el futuro de sus hijos. Mientras que estaban ocupados en esto,
los chicos jugaban en la azotea de la casa con trozos de madera en la arena, y
se divertían juntos de otras muchas maneras, como hacen los niños.
Después de conocer a Juan, que venía de los alrededores
de Jerusalén, Jesús empezó a manifestar un interés extraordinario por la
historia de Israel y comenzó a preguntar con mucho detalle por el significado
de los ritos del sábado, los sermones de la sinagoga y las fiestas
conmemorativas periódicas. Su padre le explicó el significado de todas estas
celebraciones. La primera era la fiesta de la iluminación, a mediados del
invierno, que duraba ocho días; la primera noche encendían una vela, y cada
noche siguiente añadían una nueva. Con esto se conmemoraba la consagración del
templo, después de que Judas Macabeo restaurara los oficios mosaicos. A
continuación venía la celebración de Purim, a principios de la primavera, la
fiesta de Esther y de la liberación de Israel gracias a ella. Luego seguía la
solemne Pascua, que los adultos celebraban en Jerusalén siempre que era
posible, mientras que en el hogar los niños debían recordar que no se podía
comer pan con levadura en toda la semana. Más tarde venía la fiesta de los
primeros frutos, la recogida de la cosecha; y por último la más solemne de
todas, la fiesta del año nuevo, el día de la expiación. Algunas de estas
celebraciones y ceremonias eran difíciles de comprender para la joven mente de
Jesús, pero las examinó con seriedad, y luego participó con gran alegría en la
fiesta de los tabernáculos, el período de las vacaciones anuales de todo el
pueblo judío, la época en que acampaban en cabañas hechas con ramajes y se
entregaban al júbilo y a los placeres.
Durante este año, José y María tuvieron dificultades con
Jesús a propósito de sus oraciones. Insistía en dirigirse a su Padre celestial
como si estuviera hablando con José, su padre terrenal. Este abandono de las
formas más solemnes y reverentes de comunicación con la Deidad era un poco
desconcertante para sus padres, especialmente para su madre, pero no podían
persuadirlo para que cambiara; recitaba sus oraciones tal como le habían
enseñado, después de lo cual insistía en tener «una pequeña charla con mi Padre
que está en los cielos».
En junio de este año, José cedió el taller de Nazaret a
sus hermanos y empezó formalmente a trabajar como constructor. Antes de
terminar el año, los ingresos de la familia se habían más que triplicado. La
familia de Nazaret nunca más conoció el apuro de la pobreza hasta después de la
muerte de José. La familia creció cada vez más y gastaron mucho dinero en
estudios complementarios y en viajes, pero los ingresos crecientes de José
siempre se mantuvieron a la altura de los gastos en aumento.
Durante los pocos años que siguieron, José hizo trabajos
considerables en Caná, Belén (de Galilea), Magdala, Naín, Séforis, Cafarnaúm y
Endor, así como muchas construcciones en Nazaret y sus alrededores. Como
Santiago había crecido lo suficiente como para ayudar a su madre en los
quehaceres domésticos y en el cuidado de los niños más pequeños, Jesús se
desplazó frecuentemente con su padre a estas ciudades y pueblos vecinos. Jesús
era un observador penetrante y adquirió muchos conocimientos prácticos en estos
viajes lejos de su hogar; guardaba asiduamente los conocimientos relacionados
con el hombre y su manera de vivir en la Tierra.
Este año Jesús hizo grandes progresos para adaptar sus
sentimientos enérgicos y sus impulsos vigorosos a las exigencias de la
cooperación familiar y de la disciplina del hogar. María era una madre amorosa
pero bastante estricta en la disciplina.
Sin embargo, en muchos aspectos, José era el que ejercía el mayor control sobre Jesús, porque solía sentarse con el muchacho y le explicaba íntegramente las razones reales y subyacentes por las cuales era necesario disciplinar los deseos personales para contribuir al bienestar y la tranquilidad de toda la familia. Cuando se le explicaba la situación, Jesús siempre cooperaba inteligente y voluntariamente con los deseos paternos y las reglas familiares.
Sin embargo, en muchos aspectos, José era el que ejercía el mayor control sobre Jesús, porque solía sentarse con el muchacho y le explicaba íntegramente las razones reales y subyacentes por las cuales era necesario disciplinar los deseos personales para contribuir al bienestar y la tranquilidad de toda la familia. Cuando se le explicaba la situación, Jesús siempre cooperaba inteligente y voluntariamente con los deseos paternos y las reglas familiares.
Cuando su madre no necesitaba su ayuda en la casa, Jesús
dedicaba una gran parte de su tiempo libre a estudiar las flores y las plantas
durante el día, y las estrellas por la noche. Mostraba una tendencia molesta a
permanecer acostado de espaldas contemplando con admiración el cielo
estrellado, mucho después de la hora habitual de acostarse en esta casa bien
organizada de Nazaret.
4. El séptimo año (año 1 d. de J.C.)
Éste fue en verdad un año lleno de acontecimientos en la
vida de Jesús. A principios de enero, una gran tormenta de nieve cayó sobre
Galilea. La nieve se acumuló hasta sesenta centímetros de espesor; fue la
nevada más grande que Jesús conoció en toda su vida y una de las más importantes
en Nazaret en los últimos cien años.
Las distracciones de los niños judíos en los tiempos de
Jesús eran más bien limitadas; con demasiada frecuencia, los niños imitaban en
sus juegos las actividades más serias que observaban en los adultos. Jugaban
mucho a las bodas y a los funerales, ceremonias que veían con tanta frecuencia
y que resultaban tan espectaculares. Bailaban y cantaban, pero tenían pocos
juegos organizados como los que gustan tanto a los niños de hoy.
En compañía de un niño vecino, y más tarde de su hermano
Santiago, a Jesús le encantaba jugar en el rincón más alejado del taller de
carpintería de la familia, donde se divertían con el serrín y los trozos de
madera. A Jesús siempre le resultaba difícil comprender el daño de ciertos tipos
de juegos que estaban prohibidos el sábado, pero nunca dejó de conformarse a
los deseos de sus padres. Tenía una capacidad para el humor y los juegos que
pocas veces se podía expresar en el entorno de su época y de su generación;
pero hasta la edad de catorce años, la mayor parte del tiempo estaba alegre y
de buen humor.
María tenía un palomar en el tejado del establo contiguo
a la casa, y los beneficios de la venta de las palomas los utilizaban como
fondo especial de caridad que Jesús administraba, después de deducir el diezmo
y haberlo entregado al empleado de la sinagoga.
El único accidente verdadero que Jesús sufrió hasta ese
momento fue una caída por las escaleras de piedra del patio trasero que
conducían al dormitorio con techo de lona. Sucedió en julio, durante una
tormenta de arena inesperada procedente del este. Los vientos cálidos con
ráfagas de arena fina soplaban por lo general durante la estación de las
lluvias, particularmente en marzo y abril. Una tormenta de este tipo era
totalmente inesperada en el mes de julio. Cuando se desencadenó la tormenta,
Jesús estaba jugando como tenía costumbre en el tejado de la casa, porque
durante una gran parte de la temporada seca, éste era su lugar de juego
habitual. La arena lo cegó mientras bajaba las escaleras, y cayó. Después de
este accidente, José construyó una balaustrada a ambos lados de la escalera.
No había manera de prevenir este accidente. No se trató
de una negligencia… Sencillamente no se pudo evitar. Pero este ligero
accidente, ocurrido mientras que José estaba en Endor, ocasionó una ansiedad
tan grande en la mente de María, que trató de manera poco razonable de mantener
a Jesús pegado a ella durante varios meses.
Éste no fue más que uno de los numerosos accidentes
menores que le ocurrieron posteriormente a este joven intrépido e investigador.
Si pensáis en la niñez y en la juventud normales de un muchacho dinámico,
tendréis una idea bastante buena de la carrera juvenil de Jesús, y casi podréis
imaginar la cantidad de ansiedad que causó a sus padres, en particular a su
madre.
José, el cuarto hijo de la familia de Nazaret, nació la
mañana del miércoles 16 de marzo del año 1 d. de J.C.
5. Los años de escuela en Nazaret.
Jesús tenía ahora siete años, la edad en que se suponía
que los niños judíos empezaban su educación formal en las escuelas de la
sinagoga. Por consiguiente, en agosto de este año comenzó su memorable vida
escolar en Nazaret. El muchacho ya leía, escribía y hablaba con soltura dos
idiomas, el arameo y el griego. Ahora tenía que imponerse la tarea de aprender
a leer, escribir y hablar la lengua hebrea. Estaba realmente impaciente por
empezar la nueva vida escolar que se abría ante él.
Durante tres años — hasta que tuvo diez años — asistió a
la escuela primaria de la sinagoga de Nazaret. Durante estos tres años estudió
los rudimentos del Libro de la Ley, tal como estaba redactado en lengua hebrea.
Durante los tres años siguientes estudió en la escuela superior y memorizó, por
el método de repetición en voz alta, las enseñanzas más profundas de la ley
sagrada. Se graduó en esta escuela de la sinagoga cuando tenía trece años, y
los dirigentes de la sinagoga lo entregaron a sus padres como un «hijo del
mandamiento» ya educado — en adelante, un ciudadano responsable de la comunidad
de Israel, con derecho a asistir a la Pascua en Jerusalén; en consecuencia, ese
año participó en su primera Pascua, en compañía de su padre y su madre.
En Nazaret, los alumnos se sentaban en semicírculo en el suelo mientras que su profesor, el chazan, un empleado de la sinagoga, se sentaba enfrente de ellos. Empezaban por el Libro del Levítico, y luego pasaban al estudio de los demás libros de la ley, seguido del estudio de los Profetas y de los Salmos. La sinagoga de Nazaret poseía un ejemplar completo de las escrituras en hebreo. Hasta los doce años, lo único que estudiaban eran las escrituras. En los meses de verano, las horas escolares se reducían considerablemente.
En Nazaret, los alumnos se sentaban en semicírculo en el suelo mientras que su profesor, el chazan, un empleado de la sinagoga, se sentaba enfrente de ellos. Empezaban por el Libro del Levítico, y luego pasaban al estudio de los demás libros de la ley, seguido del estudio de los Profetas y de los Salmos. La sinagoga de Nazaret poseía un ejemplar completo de las escrituras en hebreo. Hasta los doce años, lo único que estudiaban eran las escrituras. En los meses de verano, las horas escolares se reducían considerablemente.
Jesús se convirtió muy pronto en un experto en hebreo.
Siendo un hombre joven, cuando ningún visitante eminente se encontraba
ocasionalmente en Nazaret, se le pedía a menudo que leyera las escrituras
hebreas a los fieles reunidos en la sinagoga para los oficios regulares del
sábado.
Por supuesto, las escuelas de la sinagoga no tenían
libros de texto. Para enseñar, el chazan efectuaba una exposición que los
alumnos repetían al unísono después de él. Cuando tenían acceso a los libros
escritos de la ley, los estudiantes aprendían su lección leyendo en voz alta y
repitiendo constantemente.
Además de su educación oficial, Jesús empezó a tomar
contacto con la naturaleza humana de todos los rincones del mundo, ya que por
el taller de reparaciones de su padre pasaban hombres de muy diversos países.
Cuando tuvo más edad, se mezclaba libremente con las caravanas que se detenían
cerca de la fuente para descansar y comer. Como hablaba muy bien el griego,
tenía pocos problemas para conversar con la mayoría de los viajeros y
conductores de las caravanas.
Nazaret era una etapa en el camino de las caravanas y una
travesía para los viajes; una gran parte de la población era gentil. Al mismo
tiempo, Nazaret era bien conocida como centro de interpretación liberal de la
ley tradicional judía. En Galilea, los judíos se mezclaban más libremente con
los gentiles que en Judea. De todas las ciudades de Galilea, los judíos de
Nazaret eran los más liberales en interpretar las restricciones sociales
basadas en el miedo a contaminarse por estar en contacto con los gentiles. Esta
situación dio origen a un dicho corriente en Jerusalén: «¿Puede salir algo
bueno de Nazaret?»
Jesús recibió su enseñanza moral y su cultura espiritual
principalmente en su propio hogar. La mayor parte de su educación intelectual y
teológica la adquirió del chazan. Pero su verdadera educación — el equipamiento
de mente y corazón para la prueba real de afrontar los difíciles problemas de
la vida — la obtuvo mezclándose con sus semejantes. Esta asociación estrecha
con sus semejantes, jóvenes y viejos, judíos y gentiles, le proporcionó la
oportunidad de conocer a la raza humana. Jesús era muy instruido, en el sentido
de que comprendía a fondo a los hombres y los amaba con devoción.
Durante todos sus años en la sinagoga fue un estudiante
brillante, con una gran ventaja puesto que conocía bien tres idiomas. Con
motivo de la finalización de los cursos de Jesús en la escuela, el chazan de
Nazaret comentó a José que temía «haber aprendido más de las preguntas
penetrantes de Jesús» que lo que había «sido capaz de enseñar al muchacho».
En el transcurso de sus estudios, Jesús aprendió mucho y
obtuvo una gran inspiración de los sermones regulares del sábado en la
sinagoga. Era costumbre solicitar a los visitantes distinguidos que se detenían
el sábado en Nazaret que hablaran en la sinagoga. A medida que crecía, Jesús
escuchó los puntos de vista de muchos grandes pensadores de todo el mundo
judío, y también a muchos judíos poco ortodoxos, puesto que la sinagoga de
Nazaret era un centro avanzado y liberal del pensamiento y de la cultura
hebreos.
Al ingresar en la escuela a los siete años (por aquella
época los judíos acababan de sacar una ley sobre la educación obligatoria), era
costumbre que los alumnos escogieran su «texto de cumpleaños», una especie de
regla de oro que los guiaría a lo largo de sus estudios, y sobre la cual muchas
veces tenían que disertar en el momento de graduarse a la edad de trece años.
El texto que Jesús escogió estaba sacado del profeta Isaías: «El espíritu del
Señor Dios está sobre mí, porque el Señor me ha ungido; me ha enviado para
traer la buena nueva a los mansos, para consolar a los afligidos, para
proclamar la libertad a los cautivos y para liberar a los presos espirituales.»
Nazaret era uno de los veinticuatro centros sacerdotales
de la nación hebrea. Pero el clero de Galilea era más liberal que los escribas
y rabinos de Judea en su interpretación de las leyes tradicionales. En Nazaret
también eran más liberales en cuanto a la observancia del sábado. Por este
motivo, José tenía la costumbre de llevarse de paseo a Jesús los sábados por la
tarde; una de sus caminatas favoritas consistía en subir a la alta colina
cercana a su casa, de donde podían contemplar una vista panorámica de toda
Galilea.
Al noroeste, en los días despejados, podían ver la larga cima del Monte Carmelo deslizándose hacia el mar; Jesús escuchó muchas veces a su padre contar la historia de Elías, uno de los primeros de la larga lista de profetas hebreos, que criticó a Acab y desenmascaró a los sacerdotes de Baal. Al norte, el Monte Hermón levantaba su pico nevado con un esplendor majestuoso y dominaba el horizonte, con casi 1.000 metros de laderas superiores que resplandecían con la blancura de las nieves perpetuas. A lo lejos, por el este, podían discernir el valle del Jordán, y mucho más allá, las colinas rocosas de Moab. También hacia el sur y el este, cuando el Sol iluminaba los muros de mármol, podían ver las ciudades greco-romanas de la Decápolis, con sus anfiteatros y sus templos presuntuosos. Y cuando se demoraban hasta la puesta del Sol, podían distinguir al oeste los barcos de vela en el lejano Mediterráneo.
Al noroeste, en los días despejados, podían ver la larga cima del Monte Carmelo deslizándose hacia el mar; Jesús escuchó muchas veces a su padre contar la historia de Elías, uno de los primeros de la larga lista de profetas hebreos, que criticó a Acab y desenmascaró a los sacerdotes de Baal. Al norte, el Monte Hermón levantaba su pico nevado con un esplendor majestuoso y dominaba el horizonte, con casi 1.000 metros de laderas superiores que resplandecían con la blancura de las nieves perpetuas. A lo lejos, por el este, podían discernir el valle del Jordán, y mucho más allá, las colinas rocosas de Moab. También hacia el sur y el este, cuando el Sol iluminaba los muros de mármol, podían ver las ciudades greco-romanas de la Decápolis, con sus anfiteatros y sus templos presuntuosos. Y cuando se demoraban hasta la puesta del Sol, podían distinguir al oeste los barcos de vela en el lejano Mediterráneo.
Jesús podía observar las filas de caravanas que entraban
y salían de Nazaret en cuatro direcciones, y hacia el sur podía ver la amplia y
fértil llanura de Esdraelón, que se extendía hacia el Monte Gilboa y Samaria.
Cuando no subían a las alturas para contemplar el paisaje
lejano, se paseaban por el campo y estudiaban la naturaleza en sus distintas
manifestaciones, según las estaciones. La educación más precoz de Jesús,
exceptuando la del hogar familiar, había consistido en tomar un contacto
respetuoso y comprensivo con la naturaleza.
Antes de cumplir los ocho años de edad, era conocido por
todas las madres y mujeres jóvenes de Nazaret que se habían encontrado y
hablado con él en la fuente cercana a su casa, que era uno de los centros
sociales de encuentro y de habladurías de toda la ciudad. Este año, Jesús
aprendió a ordeñar la vaca de la familia y a cuidar de los demás animales.
Durante este año y el siguiente, también aprendió a hacer queso y a tejer.
Cuando llegó a los diez años era un experto tejedor. Aproximadamente por esta
época, Jesús y Jacobo, el muchacho vecino, se hicieron grandes amigos del
alfarero que trabajaba cerca del manantial; mientras observaban los hábiles
dedos de Natán moldeando la arcilla en el torno, los dos decidieron muchas
veces hacerse alfareros cuando fueran mayores. Natán quería mucho a los
muchachos y a menudo les daba arcilla para que jugaran, tratando de estimular
su imaginación creativa sugiriéndoles que compitieran en la modelación de
objetos y animales diversos.
6. Su octavo año (año 2 d. de J.C.)
Éste fue un año interesante en la escuela. Aunque Jesús
no era un estudiante excepcional, sí era un alumno aplicado y formaba parte del
tercio más avanzado de la clase; hacía sus tareas tan bien que durante una
semana al mes estaba exento de asistir a la escuela. Dicha semana la pasaba
generalmente con su tío el pescador en las orillas del mar de Galilea, cerca de
Magdala, o en la granja de otro tío suyo (hermano de su madre) a ocho
kilómetros al sur de Nazaret.
Aunque su madre se preocupaba exageradamente por su salud
y su seguridad, poco a poco se iba habituando a estas ausencias fuera del
hogar. Los tíos y las tías de Jesús lo querían mucho; entre ellos se produjo
una viva rivalidad, durante todo este año y algunos de los siguientes, para
asegurarse su compañía durante estas visitas mensuales. Su primera estancia de
una semana (desde la infancia) en la granja de su tío fue en enero de este año;
la primera semana de experiencia como pescador en el mar de Galilea tuvo lugar
en el mes de mayo.
Por esta época, Jesús conoció a un profesor de
matemáticas de Damasco, y después de aprender algunas nuevas técnicas
aritméticas, dedicó mucho tiempo a las matemáticas durante varios años.
Desarrolló un agudo sentido de los números, de las distancias y de las
proporciones.
Jesús empezó a disfrutar mucho con su hermano Santiago, y
al final de este año había empezado a enseñarle el alfabeto.
Jesús hizo planes este año para intercambiar productos
lácteos por clases de arpa. Tenía una inclinación especial por todo lo musical.
Más adelante contribuyó mucho a promover el interés por la música vocal entre
sus jóvenes compañeros. A la edad de once años ya era un arpista hábil, y
disfrutaba mucho entreteniendo a la familia y a los amigos con sus
extraordinarias interpretaciones y con sus hábiles improvisaciones.
Aunque Jesús continuaba haciendo progresos considerables
en la escuela, no todo se desarrollaba fácilmente para sus padres o sus
maestros. Persistía en hacer muchas preguntas embarazosas acerca de la ciencia
y de la religión, particularmente en geografía y astronomía. Insistía
especialmente en averiguar por qué había una temporada seca y una temporada de
lluvias en Palestina. Una y otra vez buscó la explicación de la gran diferencia
entre las temperaturas de Nazaret y las del valle del Jordán. Simplemente no
paraba nunca de hacer preguntas de este tipo, inteligentes pero inquietantes.
Su tercer hermano, Simón, nació la tarde del viernes 14
de abril de este año, el 2 d. de J.C.
Nacor, un profesor de una academia rabínica de Jerusalén,
vino en febrero a Nazaret para observar a Jesús, después de haber realizado una
misión similar en casa de Zacarías, cerca de Jerusalén. Vino a Nazaret por
insistencia del padre de Juan. Aunque al principio le disgustó un poco la
franqueza de Jesús y su manera nada convencional de relacionarse con las cosas
religiosas, lo atribuyó a que Galilea estaba lejos de los centros de
instrucción y de cultura hebreos, y aconsejó a José y María que le permitieran
llevarse a Jesús a Jerusalén, donde tendría las ventajas de la educación y de
la enseñanza en el centro de la cultura judía. María estaba casi decidida a dar
su consentimiento; estaba convencida de que su hijo mayor iba a ser el Mesías,
el libertador de los judíos. José dudaba; él también estaba persuadido de que
cuando Jesús creciera sería un hombre del destino, pero estaba profundamente
inseguro en cuanto a cuál sería ese destino. Pero nunca dudó realmente de que
su hijo tuviera que realizar alguna gran misión en la Tierra. Cuanto más
pensaba en el consejo de Nacor, más dudaba de la sabiduría de este proyecto de
estancia en Jerusalén.
Debido a esta diferencia de opinión entre José y María,
Nacor solicitó permiso para someter todo el asunto a Jesús. Jesús escuchó con
atención y habló con José, con María y con un vecino, Jacobo el albañil, cuyo
hijo era su compañero de juego favorito. Dos días más tarde, les manifestó que
había diferencias de opinión entre sus padres y sus consejeros, y que no se
consideraba cualificado para asumir la responsabilidad de tal decisión, porque
no se sentía fuertemente inclinado ni en un sentido ni en otro. En estas
circunstancias, había decidido finalmente «hablar con mi Padre que está en los
cielos»; y aunque no estaba totalmente seguro de la respuesta, sentía que debía
más bien quedarse en casa «con mi padre y mi madre», añadiendo: «Ellos que me
quieren tanto, serán capaces de hacer más por mí y de guiarme con más seguridad
que unos extraños que sólo pueden ver mi cuerpo y observar mi mente, pero que
difícilmente pueden conocerme de verdad.» Todos se quedaron maravillados, y
Nacor emprendió su camino de regreso a Jerusalén. Pasaron muchos años antes de
que se volviera a considerar la posibilidad de que Jesús se fuera de su hogar.
Los últimos años de la infancia de Jesús
AUNQUE Jesús podría haberse beneficiado en Alejandría de
mejores oportunidades para instruirse que en Galilea, no hubiera tenido un
entorno tan espléndido para resolver los problemas de su propia vida con un mínimo
de guía educativa, disfrutando al mismo tiempo de la gran ventaja de un
contacto permanente con una cantidad tan grande de hombres y mujeres de todas
clases, procedentes de todos los lugares del mundo civilizado. Si hubiera
permanecido en Alejandría, su educación hubiera sido dirigida por judíos y
según principios exclusivamente judíos. En Nazaret consiguió una educación y
recibió una instrucción que lo prepararon mucho mejor para comprender a los
gentiles, y le proporcionaron una idea mejor y más equilibrada de los méritos
respectivos de los puntos de vista de la teología hebrea oriental, o
babilónica, y de la occidental, o helénica.
1. El noveno año de Jesús (año 3 d. de J.C.)
Aunque no se puede decir que Jesús estuviera nunca
gravemente enfermo, este año sufrió algunas enfermedades menores de la infancia
junto con sus hermanos y su hermanita.
En la escuela continuaban las clases, y seguía siendo un
estudiante favorecido, con una semana libre cada mes; continuaba dividiendo su
tiempo en partes más o menos iguales entre los viajes con su padre a las
ciudades vecinas, las estancias en la granja de su tío al sur de Nazaret y las
excursiones de pesca fuera de Magdala.
El incidente más grave ocurrido hasta entonces en la
escuela se produjo a finales del invierno, cuando Jesús se atrevió a desafiar
la enseñanza del chazan de que todas las imágenes, pinturas y dibujos eran de
naturaleza idólatra. A Jesús le encantaba dibujar paisajes y modelar una gran
variedad de objetos con arcilla de alfarero. Todo este tipo de cosas estaba
estrictamente prohibido por la ley judía, pero hasta ese momento se las había
arreglado para calmar las objeciones de sus padres, hasta tal punto que le
habían permitido continuar con estas actividades.
Pero un nuevo alboroto se produjo en la escuela cuando
uno de los alumnos más retrasados descubrió a Jesús haciendo, al carbón, un
retrato del profesor en el suelo de la clase. El retrato estaba allí, tan claro
como la luz del día, y muchos de los ancianos lo pudieron contemplar antes de
que el comité se presentara ante José para exigirle que hiciera algo para
reprimir la desobediencia a la ley de su hijo mayor. Aunque no era la primera
vez que José y María recibían quejas sobre las actividades de su polifacético y
dinámico hijo, ésta era la acusación más seria de todas las que hasta el
momento habían presentado contra él. Sentado en una gran piedra junto a la
puerta trasera, Jesús escuchó durante un rato cómo condenaban sus esfuerzos
artísticos. Le irritó que culparan a su padre de sus pretendidas fechorías;
entonces entró en la casa, enfrentándose sin temor a sus acusadores. Los
ancianos se quedaron desconcertados. Algunos tendieron a considerar el
incidente con humor, mientras que uno o dos parecían pensar que el chico era
sacrílego, si no blasfemo. José estaba perplejo y María indignada, pero Jesús
insistió en ser escuchado. Lo dejaron hablar, defendió valientemente su punto
de vista y anunció con un completo dominio de sí mismo que acataría la decisión
de su padre, tanto en este asunto como en cualquier otra controversia. Y el
comité de ancianos partió en silencio.
María intentó convencer a José para que permitiera a
Jesús modelar la arcilla en casa, siempre que prometiera no realizar en la
escuela ninguna de estas actividades problemáticas, pero José se vio obligado a
ordenar que la interpretación rabínica del segundo mandamiento tuviera que
prevalecer. Así pues, desde ese día, Jesús no volvió a dibujar ni a modelar una
forma cualquiera mientras vivió en la casa de su padre. Sin embargo, no estaba
convencido de que lo que había hecho estuviera mal, y abandonar su pasatiempo
favorito constituyó una de las grandes pruebas de su joven vida.
A finales de junio, Jesús subió por primera vez a la cima
del Monte Tabor en compañía de su padre. Era un día claro y la vista era
magnífica. Este chico de nueve años tuvo la impresión de que había contemplado
realmente el mundo entero, a excepción de la India, África y Roma.
Marta, la segunda hermana de Jesús, nació el jueves 13 de
septiembre por la noche. Tres semanas después del nacimiento de Marta, José,
que se encontraba en casa por algún tiempo, empezó la construcción de una
ampliación de su casa, una habitación que serviría como taller y dormitorio. Se
construyó un pequeño banco de trabajo para Jesús, y por primera vez pudo
disponer de sus propias herramientas. Durante muchos años trabajó en este banco
en sus ratos libres y se volvió muy experto en la fabricación de yugos.
Este invierno y el siguiente fueron los más fríos en
Nazaret desde hacía varias décadas. Jesús había visto la nieve en las montañas
y varias veces había nevado en Nazaret, aunque sin permanecer mucho tiempo en
el suelo; pero hasta este invierno no había visto el hielo. El hecho de que el
agua pudiera ser sólida, líquida y gaseosa — había meditado largamente sobre el
vapor que se escapaba del agua hirviendo — dio al joven mucho que pensar sobre
el mundo físico y su constitución; y sin embargo, la personalidad encarnada en
este niño en pleno crecimiento era al mismo tiempo la verdadera creadora y
organizadora de todas estas cosas en todo un extenso universo.
El clima de Nazaret no era riguroso. Enero era el mes más
frío, con una temperatura media alrededor de los 10° C. En julio y agosto, los
meses más calurosos, la temperatura variaba entre 24° y 32° C. Desde las
montañas hasta el Jordán y el valle del Mar Muerto, el clima de Palestina
variaba entre el frío y el tórrido. Así pues, en cierto sentido, los judíos
estaban preparados para vivir prácticamente en cualquiera de los climas variables
del mundo.
Incluso durante los meses más calurosos del verano, una
brisa fresca del mar soplaba generalmente del oeste desde las 10 de la mañana
hasta las 10 de la noche. Pero de vez en cuando, los temibles vientos cálidos
procedentes del desierto oriental soplaban en toda Palestina. Estas ráfagas
calientes aparecían por lo general en febrero y marzo, hacia el final de la
temporada de las lluvias. En esos momentos, la lluvia caía en chaparrones
refrescantes desde noviembre hasta abril, pero no llovía de manera continuada.
En Palestina sólo había dos estaciones: el verano y el invierno, la temporada
seca y la temporada lluviosa. Las flores empezaban a abrir en enero, y a
finales de abril todo el país era un vergel florido.
En mayo de este año, Jesús ayudó por primera vez a
cosechar los cereales en la granja de su tío. Antes de cumplir los trece años,
se las había arreglado para saber algo de casi todos los trabajos que
realizaban los hombres y las mujeres alrededor de Nazaret, a excepción del
trabajo de los metales; cuando fue mayor, después de la muerte de su padre,
pasó varios meses en el taller de un herrero.
Cuando disminuía el trabajo y el tránsito de las
caravanas, Jesús hacía con su padre muchos viajes de placer o de negocios a las
ciudades cercanas de Caná, Endor y Naín. Incluso siendo joven había visitado
con frecuencia Séforis, situada sólo a cinco kilómetros al noroeste de Nazaret;
desde el año 4 a. de J.C. hasta cerca del año 25 d. de J.C., esta ciudad fue la
capital de Galilea y una de las residencias de Herodes Antipas.
Jesús continuaba su crecimiento físico, intelectual,
social y espiritual. Sus viajes fuera del hogar contribuyeron mucho a
proporcionarle una comprensión mejor y más generosa de su propia familia; en
esta época, sus mismos padres empezaron a aprender de él al mismo tiempo que le
enseñaban. Incluso en su juventud, Jesús era un pensador original y un hábil
educador. Se encontraba en un conflicto permanente con la llamada «ley oral»,
pero siempre trataba de adaptarse a las prácticas de su familia. Se llevaba muy
bien con los niños de su edad, pero a menudo se desalentaba por su lentitud
mental. Antes de cumplir los diez años, se había convertido en el jefe de un
grupo de siete muchachos que formaron una sociedad para adquirir los conocimientos
de la edad adulta — físicos, intelectuales y religiosos. Jesús logró introducir
entre estos chicos muchos juegos nuevos y diversos métodos mejorados de
entretenimiento físico.
2. El décimo año (año 4 d. de J.C.)
El cinco de julio, el primer sábado del mes, mientras
Jesús se paseaba por el campo con su padre, expresó por primera vez unos
sentimientos y unas ideas que indicaban que estaba empezando a tomar conciencia
de la naturaleza excepcional de su misión en la vida. José escuchó atentamente las
importantes palabras de su hijo, pero hizo pocos comentarios y no dio ninguna
información. Al día siguiente, Jesús tuvo una conversación similar con su
madre, pero más larga. María escuchó igualmente las declaraciones del muchacho,
pero ella tampoco proporcionó ninguna información. Pasaron casi dos años antes
de que Jesús hablara nuevamente a sus padres de esta revelación creciente,
dentro de su propia conciencia, sobre la naturaleza de su personalidad y el
carácter de su misión en la Tierra.
En agosto ingresó en la escuela superior de la sinagoga.
En la escuela, causaba continuas perturbaciones con las preguntas que persistía
en hacer. Cada vez tenía más a todo Nazaret en un alboroto más o menos
continuo. A sus padres les disgustaba prohibirle que hiciera esas preguntas
inquietantes, y su profesor principal estaba muy intrigado por la curiosidad
del muchacho, su perspicacia y su sed de conocimientos.
Los compañeros de juego de Jesús no veían nada
sobrenatural en su conducta; en la mayoría de los aspectos era totalmente como
ellos. Su interés por el estudio era un poco superior a la media, pero no tan
excepcional. Es verdad que en la escuela hacía más preguntas que los demás
niños de su clase.
Quizás su característica más excepcional y sobresaliente
era su repugnancia a luchar por sus derechos. Aunque era un muchacho bien
desarrollado para su edad, a sus compañeros de juego les resultaba extraño que
tuviera aversión por defenderse incluso de las injusticias o cuando era
sometido a abusos personales. A pesar de todo, no sufrió mucho por culpa de
esta tendencia gracias a la amistad de Jacobo, el muchacho vecino, que era un
año mayor. Se trataba del hijo del albañil asociado con José en los negocios.
Jacobo admiraba mucho a Jesús y se encargaba de estar pendiente para que nadie
se le impusiera, aprovechándose de su aversión por las peleas físicas. Varias
veces atacaron a Jesús unos jóvenes mayores y violentos, contando con su
notoria docilidad, pero siempre recibieron un castigo rápido y seguro de manos
de Jacobo, el hijo del albañil, su campeón voluntario y defensor siempre
dispuesto.
Jesús era el jefe comúnmente aceptado por los muchachos
de Nazaret que tenían los ideales más elevados de su tiempo y de su generación.
Sus jóvenes amigos lo amaban realmente, no sólo porque era justo, sino también
porque poseía una simpatía rara y comprensiva que revelaba el amor y se
acercaba a la compasión discreta.
Este año empezó a mostrar una marcada preferencia por la
compañía de las personas mayores. Le encantaba hablar de temas culturales,
educativos, sociales, económicos, políticos y religiosos con pensadores de más
edad; la profundidad de sus razonamientos y la fineza de sus observaciones
gustaban tanto a sus amigos adultos que siempre estaban más que dispuestos para
conversar con él. Hasta que tuvo que hacerse cargo de mantener a la familia,
sus padres trataron constantemente de inducirlo a que se asociara con los
chicos de su misma edad, o más cercanos a ella, en lugar de personas mayores
mejor informadas, por quienes mostraba tanta preferencia.
A finales de este año tuvo con su tío una experiencia de
dos meses de pesca en el Mar de Galilea, y se le dio muy bien. Antes de llegar
a la edad adulta, se había convertido en un experto pescador.
Su desarrollo físico continuaba; en la escuela era un
alumno avanzado y privilegiado; en el hogar se llevaba francamente bien con sus
hermanos y hermanas más jóvenes, contando con la ventaja de tener más de tres
años y medio que el mayor de los otros niños. En Nazaret tenían una buena opinión
de él, a excepción de los padres de algunos de los niños más torpes, que a
menudo decían que Jesús era demasiado engreído, que carecía de la humildad y de
la reserva propias de la juventud. Manifestaba una tendencia creciente a
orientar las actividades recreativas de sus jóvenes amigos hacia terrenos más
serios y reflexivos. Era un instructor nato y sencillamente no podía dejar de
actuar como tal, incluso cuando se suponía que estaba jugando.
José empezó muy pronto a enseñar a Jesús las diversas
maneras de ganarse la vida, explicándole las ventajas de la agricultura sobre
la industria y el comercio. Galilea era una comarca más hermosa y próspera que
Judea, y vivir allí apenas costaba la cuarta parte de lo que costaba en
Jerusalén y Judea. Era una provincia de pueblos agrícolas y de ciudades
industriales florecientes, con más de doscientas ciudades por encima de los
cinco mil habitantes y treinta con más de quince mil.
Durante su primer viaje con su padre para observar la
industria pesquera en el lago de Galilea, Jesús casi había decidido hacerse
pescador; pero la estrecha relación con el oficio de su padre le impulsó más
adelante a hacerse carpintero, mientras que más tarde aún, una combinación de
influencias le llevó a escoger definitivamente la carrera de educador religioso
de un orden nuevo.
3. El undécimo año (año 5 d. de J.C.)
Durante todo este año, el muchacho continuó haciendo
viajes con su padre fuera del hogar, pero también visitaba con frecuencia la
granja de su tío, y en ocasiones iba a Magdala para pescar con el tío que se
había instalado cerca de aquella ciudad.
José y María a veces estuvieron tentados de mostrar algún
tipo de favoritismo especial por Jesús, o de revelar de alguna otra manera su
conocimiento de que era un niño de la promesa, un hijo del destino. Pero sus
padres eran, los dos, extraordinariamente sabios y sagaces en todos estos
asuntos. Las pocas veces que mostraron de alguna manera una preferencia
cualquiera por él, incluso en el más ínfimo grado, el muchacho rechazó de
inmediato toda consideración especial.
Jesús pasaba bastante tiempo en la tienda de
abastecimiento de las caravanas; como conversaba con los viajeros de todas las
partes del mundo, adquirió una cantidad de información sobre los asuntos
internacionales sorprendente para su edad. Éste fue el último año que pudo
disfrutar mucho de los juegos y de la alegría juvenil; a partir de este
momento, las dificultades y las responsabilidades se multiplicaron rápidamente
en la vida de este joven.
Judá nació al anochecer del miércoles 24 de junio del año
5 d. de J.C. El alumbramiento de este séptimo hijo estuvo acompañado de
complicaciones. María estuvo tan enferma durante varias semanas que José se
quedó en la casa. Jesús estuvo muy ocupado haciendo recados para su padre y
realizando múltiples tareas ocasionadas por la grave enfermedad de su madre. A
este joven no le fue posible nunca más volver al comportamiento infantil de sus
primeros años. A partir de la enfermedad de su madre — poco antes de cumplir
los once años — se vio obligado a asumir las responsabilidades de hijo mayor, y
a hacer todo esto uno o dos años antes de la fecha en que esta carga hubiera
recaído normalmente sobre sus hombros.
El chazan pasaba una tarde por semana con Jesús
ayudándole a estudiar en profundidad las escrituras hebreas. Le interesaba
mucho el progreso de su prometedor alumno, y por eso estaba dispuesto a
ayudarlo de muchas maneras. Este pedagogo judío ejerció una gran influencia
sobre esta mente en crecimiento, pero nunca pudo comprender por qué Jesús era
tan indiferente a todas sus sugerencias sobre la perspectiva de ir a Jerusalén
para continuar su educación con los rabinos eruditos.
Hacia mediados de mayo, el joven acompañó a su padre en
un viaje de negocios a Escitópolis, la principal ciudad griega de la Decápolis,
la antigua ciudad hebrea de Bet-seán. Por el camino, José le contó muchas cosas
de la antigua historia del rey Saúl, los filisteos y los acontecimientos
posteriores de la turbulenta historia de Israel. Jesús se quedó enormemente
impresionado por la limpieza y el orden que reinaban en esta ciudad llamada
pagana. Se maravilló del teatro al aire libre y admiró el hermoso templo de
mármol consagrado a la adoración de los dioses «paganos». A José le inquietó
mucho el entusiasmo del joven y trató de contrarrestar estas impresiones
favorables alabando la belleza y la grandeza del templo judío de Jerusalén.
Desde la colina de Nazaret, Jesús había contemplado a menudo con curiosidad
esta magnífica ciudad griega, y había preguntado muchas veces por sus amplias
obras públicas y sus edificios adornados, pero su padre siempre había tratado
de eludir estas preguntas. Ahora se encontraban cara a cara con las bellezas de
esta ciudad gentil, y José ya no podía fingir que ignoraba las preguntas de
Jesús.
Se dio la circunstancia de que precisamente en aquel
momento se estaban celebrando, en el anfiteatro de Escitópolis, los juegos
competitivos anuales y las demostraciones públicas de proezas físicas entre las
ciudades griegas de la Decápolis. Jesús insistió para que su padre lo llevara a
ver los juegos, e insistió tanto que José no se atrevió a negárselo. El joven
estaba entusiasmado con los juegos y entró de todo corazón en el espíritu de
aquellas demostraciones de desarrollo físico y de habilidad atlética. José se
escandalizó indeciblemente al observar el entusiasmo de su hijo mientras
contemplaba aquellas exhibiciones de vanagloria «pagana». Después de terminar
los juegos, José recibió la mayor sorpresa de su vida cuando oyó a Jesús
expresar su aprobación y sugerir que sería bueno que los jóvenes de Nazaret
pudieran beneficiarse así de unas sanas actividades físicas al aire libre. José
tuvo una larga y seria conversación con Jesús respecto a la naturaleza perversa
de tales prácticas, pero supo muy bien que el joven no estaba convencido.
La única vez que Jesús vio a su padre enfadado con él fue
aquella noche en su habitación de la posada cuando, en el transcurso de su
discusión, el chico olvidó los principios del pensamiento judío hasta el punto
de sugerir que volvieran a casa y trabajaran a favor de la construcción de un
anfiteatro en Nazaret. Cuando José escuchó a su primogénito expresar unos
sentimientos tan poco judíos, perdió su calma habitual y, cogiéndolo por los
hombros, exclamó encolerizado: «Hijo mío, que no te oiga nunca más expresar un
pensamiento tan perverso en toda tu vida». Jesús se quedó sobrecogido ante la
manifestación emocional de su padre; nunca había sentido anteriormente el
impacto personal de la indignación de su padre, y se quedó pasmado y
conmocionado de manera indecible. Se limitó a contestar: «Muy bien, padre, así
lo haré». Y mientras vivió su padre, el muchacho no hizo nunca más la más
pequeña alusión a los juegos ni a las otras actividades atléticas de los
griegos.
Más tarde, Jesús vio el anfiteatro griego en Jerusalén y
comprendió cuán odiosas eran estas cosas desde el punto de vista judío. Sin
embargo, durante toda su vida se esforzó por introducir la idea de un
esparcimiento sano en sus planes personales y, en la medida en que lo permitían
las costumbres judías, también en el programa posterior de las actividades
regulares de sus doce apóstoles.
Al final de este undécimo año, Jesús era un joven
vigoroso, bien desarrollado, con un moderado sentido del humor, y bastante
alegre, pero a partir de este año empezó a pasar cada vez con más frecuencia
por períodos peculiares de profunda meditación y de seria contemplación. Se
dedicaba mucho a meditar sobre la manera en que iba a cumplir con sus
obligaciones familiares y obedecer al mismo tiempo la llamada de su misión para
con el mundo; ya había comprendido que su ministerio no debía limitarse a
mejorar al pueblo judío.
4. El duodécimo año (año 6 d. de J.C.)
Este fue un año memorable en la vida de Jesús. Continuó
haciendo progresos en la escuela y nunca se cansaba de estudiar la naturaleza;
al mismo tiempo, se dedicaba cada vez más a estudiar los métodos que la gente
utilizaba para ganarse la vida. Empezó a trabajar regularmente en el taller
familiar de carpintería y se le autorizó para que gestionara su propio salario,
un arreglo bastante excepcional en una familia judía. Este año aprendió también
la conveniencia de guardar en familia el secreto de estas cosas. Se iba
haciendo consciente de la manera en que había causado perturbación en el pueblo,
y en adelante se volvió cada vez más discreto, ocultando todo lo que
contribuyera a ser considerado como diferente de sus compañeros.
Durante todo este año experimentó numerosos períodos de
incertidumbre, si no de verdadera duda, en cuanto a la naturaleza de su misión.
Su mente humana, que se desarrollaba de manera natural, aún no captaba por
completo la realidad de su doble naturaleza. El hecho de tener una sola
personalidad hacía difícil que su conciencia reconociera el origen doble de los
factores que componían la naturaleza asociada con esta misma personalidad.
A partir de este momento logró entenderse mejor con sus
hermanos y hermanas. Tenía cada vez más tacto, se mostraba siempre compasivo y
considerado por su bienestar y felicidad, y mantuvo buenas relaciones con ellos
hasta el principio de su ministerio público. Para ser más explícito, se llevó
muy bien con Santiago, Miriam y los dos niños más pequeños, Amós y Rut (que aún
no habían nacido). Siempre se llevó bastante bien con Marta. Los disgustos que
tuvo en el hogar surgieron principalmente de las fricciones con José y Judá, en
particular con éste último.
Para José y María fue una experiencia difícil encargarse
de criar a un ser que reunía esta combinación sin precedentes de divinidad y de
humanidad; merecen que se les reconozca un gran mérito por haber cumplido con
tanta fidelidad y con tanto éxito sus responsabilidades parentales. Los padres
de Jesús comprendieron cada vez más que había algo sobrehumano en su hijo
mayor, pero jamás pudieron soñar ni siquiera un instante que este hijo de la
promesa fuera en verdad el creador efectivo de este universo local de cosas y
de seres. José y María vivieron y murieron sin enterarse nunca de que su hijo
Jesús era realmente el Creador del Universo encarnado en la carne mortal.
Este año, Jesús se interesó más que nunca por la música,
y continuó enseñando a sus hermanos y hermanas en el hogar. Aproximadamente por
esta época, el muchacho se volvió profundamente consciente de la diferencia de
puntos de vista entre José y María respecto a la naturaleza de su misión.
Meditó mucho sobre la diferencia de opinión de sus padres, y a menudo escuchó
sus discusiones cuando ellos creían que estaba profundamente dormido. Se
inclinaba cada vez más por el punto de vista de su padre, de manera que su
madre estaba destinada a sentirse herida al darse cuenta de que su hijo
rechazaba poco a poco sus directrices en las cuestiones relacionadas con la
carrera de su vida. A medida que pasaban los años, esta brecha de incomprensión
fue incrementándose. María comprendía cada vez menos el significado de la
misión de Jesús, y esta madre buena se sintió cada vez más herida porque su
hijo favorito no llevaba a cabo sus esperanzas más acariciadas.
José creía cada vez más en la naturaleza espiritual de la
misión de Jesús; y si no fuera por otras razones más importantes, de hecho es
una pena que no viviera lo suficiente como para ver realizarse su concepto de
la donación de Jesús en la Tierra.
Durante su último año en la escuela, cuando tenía doce
años, Jesús manifestó a su padre su protesta por la costumbre hebrea de tocar
el trozo de pergamino clavado en el marco de la puerta, cada vez que entraban o
salían de la casa, y besar después el dedo que lo había tocado. Como parte de
este rito, era costumbre decir: «El Señor protegerá nuestra entrada y nuestra
salida, de ahora en adelante y para siempre.» José y María habían enseñado
repetidas veces a Jesús las razones por las cuales estaba prohibido hacer
retratos o dibujar cuadros, explicando que estas creaciones se podían utilizar
con fines idólatras. Aunque Jesús no llegaba a comprender por completo la
prohibición de hacer retratos y dibujos, poseía un elevado concepto de la
coherencia, y por eso señaló a su padre la naturaleza esencialmente idólatra de
esta reverencia habitual al pergamino de la puerta. Después de estas objeciones
de Jesús, José retiró el pergamino.
Con el paso del tiempo, Jesús contribuyó mucho a
modificar las prácticas religiosas de los suyos, tales como las oraciones
familiares y otras costumbres. Muchas de estas cosas se podían hacer en Nazaret
porque su sinagoga estaba bajo la influencia de una escuela liberal de rabinos,
representada por José, el famoso maestro de Nazaret.
Durante este año y los dos siguientes, Jesús sufrió una
gran aflicción mental como resultado de sus constantes esfuerzos por conciliar
sus opiniones personales sobre las prácticas religiosas y las diversiones
sociales, con las creencias enraizadas de sus padres. Estaba angustiado por el
conflicto entre la necesidad de ser fiel a sus propias convicciones, y la
exhortación de su conciencia a someterse obedientemente a sus padres; su
conflicto supremo se encontraba entre dos grandes mandamientos que predominaban
en su mente juvenil. El primero era: «Sé fiel a los dictámenes de tus
convicciones más elevadas sobre la verdad y la rectitud.» El otro era: «Honra a
tu padre y a tu madre, porque ellos te han dado la vida y la educación». Sin
embargo, nunca eludió la responsabilidad de hacer cada día los ajustes necesarios
entre la lealtad a sus convicciones personales y el deber hacia su familia.
Consiguió la satisfacción de fundir cada vez más armoniosamente sus
convicciones personales con las obligaciones familiares, en un concepto
magistral de solidaridad colectiva basada en la lealtad, la justicia, la
tolerancia y el amor.
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