Supón que estás sentado sobre un banco en un camino de un paraje
de los Alpes Altos. (…) Delante tuyo las cimas coronadas de nieve (…) Todo esto
que ven tus ojos -de acuerdo con nuestra concepción usual- ha estado aquí, con
pequeños cambios, desde hace milenios. Dentro de un ratito -no mucho tiempo- tú
ya no estarás mientras que el bosque, las rocas y el cielo seguirán así
invariables después de ti. ¿Qué es eso que te ha reclamado repentinamente de la
nada para que goces un rato de este espectáculo que ni siquiera repara en ti?
Todas las condiciones de tu ser son casi tan viejas como la
roca. Desde hace milenios los hombres han ambicionado, sufrido, criado; las
mujeres han parido con dolor.
A lo mejor hace cien años otro estaba sentado en
este lugar y contempló al igual que tú, con idéntico recogimiento y melancolía
en el corazón, esas lomas candentes. Había sido engendrado por un hombre y
nacido de una mujer, igual que tú. Sentía alegría y dolor como tú. ¿Era otro
acaso? ¿No eras tú mismo? ¿Qué significa este tú mismo? ¿Qué condiciones hacen
falta para que este engendrado se convierta en ti, justamente
tú y no otro? ¿Qué sentido científico, claramente comprensible ha de tener ese
otro? Si la que es hoy tu madre hubiera cohabitado con otro y le hubiera dado
un hijo, y de igual manera tu padre, ¿hubieses llegado a ser tú?
¿O quizás tú en ellos, en el padre de tu padre … ya desde hace milenios? (…)
… es imposible que la unidad, este reconocimiento, el sentir y
querer que tú llamas tuyo haya salido de la nada en un
cierto momento (no hace mucho tiempo); más bien, este reconocer, sentir y
querer es esencialmente eterno e invariable y numéricamente es sólo uno en
todos los hombres, o mejor dicho en todos los seres sensibles. (…) … por muy
incomprensible que parezca al intelecto común, tú -e igualmente cada ser
consciente tomado por separado- eres todo en todo. Por ello, tu vida, la que tu
vives, no es un fragmento del acontecer mundial, sino en cierto sentido, la
totalidad.
Así, puedes echarte al suelo, apretarte contra la madre tierra,
con el seguro convencimiento de que tú eres uno con ella y ella una contigo.
(…) Tan seguro como que ella te tragará mañana, tan seguro como que te parirá
de nuevo para renovadas ambiciones y sufrimientos. Y no sólo algún día: ahora, hoy,
a diario te da a luz, no una vez sino miles y miles de veces,
como también te devora miles y miles de veces a diario. Porque eternamente y
siempre es sólo ahora, este único y mismísimo ahora, el presente es lo único
que nunca se acaba. En la contemplación de esta verdad (raramente consciente
para el individuo que actúa) se encuentra la base de cada acción ética y
valiosa. Evita que el hombre noble se juegue el cuerpo y la vida, únicamente
por una meta reconocida o tenida por buena, sino que -en raros casos- se
entregue con corazón tranquilo, también allí donde no hay esperanza alguna de
salvar su persona. (37-39)
… me parece que mi angustia e inquietud, ambición y preocupación
no son sino lo mismo que las de miles que vivieron antes que yo, y puedo
creer que transcurridos miles de años todavía podrá cumplirse aquello que yo
había implorado hace miles de años por vez primera. Ninguna idea germina en mí,
que no sea la continuación de la de un ancestro y por lo tanto no es un germen
joven, sino el desarrollo de un brote del vetusto y sagrado árbol de la vida.
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