La cultura matriarcal —como veremos con más detalles posteriormente—
está llena de divinidades femeninas, especialmente maternas. La cultura hebrea
es básicamente masculina, pero el Espíritu es femenino. El mismo Jesús, en un
ágrafo del evangelio apócrifo a los hebreos, se refiere al Espíritu Santo en
sentido femenino: «Ahora me tomó mi madre, el Santo Espíritu, por uno de mis
cabellos y me llevó al gran monte Tabor» (38). En los evangelios, las
referencias de Jesús al Espíritu tienen acentos maternales: él no permitirá que
quedemos huérfanos (Jn 14,18); él consuela —como suele hacerlo
característicamente la madre—, exhorta y alienta (Jn 14,26). Es él el que, como
la madre en el hogar, nos enseña el nombre de Dios-Padre (Rom 8,15) y nos dice
cómo hemos de pedir (Rom 8,26). La historia nos enseña y la psicología
religiosa nos demuestra que la divinidad ha sido siempre representada
culturalmente bajo el simbolismo paterno y materno. Este simbolismo está al
servicio de dos tipos religiosos fundamentales: uno ctónico (telúrico),
orientado a la tierra, a la vida, a la generación, a los misterios de la
muerte: es la religión maternal. El otro tipo es más bien uránico (celestial), orientado
al cielo, a la infinitud, a la trascendencia: es la religión paternal. Un tipo
se dirige más bien al origen, al paraíso terrenal y a la reconciliación
primordial; el otro se orienta más hacia el final de la historia, busca la
salvación y el reino de Dios que vendrá en el futuro. Uno acentúa la generación
y otro el nacimiento; uno la concepción y otro el parto. Leonardo Boff.
¡Poco me imaginaba yo que el tema iba a dar
para tanto!…
Cuando en junio del 2011 hice la primera de
las entradas sobre éste tema, pensé que si bien el tema podía ser curioso,
interesante, incluso revelador de algunos aspectos significativos del cristianismo,
lo cierto es que hoy cinco años después, sigo descubriendo aspectos y
novedades.
A continuación os pongo los enlaces a las
entradas anteriores por si queréis recordar lo hablado hasta ahora:
Entrada 2011
Entrada 3/2016
Hace unos pocos días tuve la oportunidad de
desplazarme hasta la Selva Negra y Baviera, en viaje de vacaciones. Lógicamente,
la pequeña iglesia de St. Jackobus en Urschalling, de la que ya os hablé en la entrada anterior estaba incluida entre las
visitas obligadas del periplo (imatges).
Como lecturas para el viaje me acompañaron
“La filla del Capità Groc” de Víctor Amela y “La llama de la Sabiduría” de Juan
Francisco Ferrandiz, excelente
libro que os podéis descargar aquí:
No suelo incluir reseñas de libros editadas
por las editoriales o por particulares, aunque haré una excepción en éste caso
para facilitar al lector una mayor comprensión de la sorpresa que me aguardaba
casi al final de la novela.
"Valencia, finales
del siglo XV. En una época en que la mujer era considerada un ser sin alma, una
joven decide sacar adelante el hospital fundado por sus padres, ahora asediado
por las deudas y por una misteriosa conspiración. ¿Tienen alma las mujeres? Así
es como todo empezó, con esa pregunta. En la opulenta Valencia del siglo XV,
una joven mujer emprende su propia lucha para preservar el legado de sus
padres: En Sorell, un hospital célebre por atender a los más desposeídos.
Acosada por leyes injustas y por los poderes fácticos de la ciudad, ella pronto
comprenderá que se enfrenta a algo más peligroso que la incomprensión o la
intolerancia. Porque una sombra letal se pasea impune por la ciudad dispuesta a
propagar la muerte entre quienes se atrevan a desafiarla, entre todos aquellos
que conocen los verdaderos secretos del hospital y de la extraordinaria mujer
que lo fundó.Una novela ambiciosa y apasionante, llena de acción e intriga, que
nos habla del valor de unas mujeres cuyo único pecado fue defender su dignidad
en un mundo que las consideraba seres moralmente defectuosos... Seres sin
alma"
"¿Tienen alma las
mujeres?"
Así empieza La Llama de la
Sabiduría. Con una pregunta que en el S. XIX ni siquiera deberíamos plantearnos
pero que en siglos anteriores ha dado mucho que hablar. Como ya sabéis, en
épocas pasadas (y lamentablemente aún ahora en algunos países) la mujer siempre
ha sido considerada un ser inferior, pecaminoso y que hay que mantener bajo el
yugo del hombre. Y, sobre todo, hay que mantenerla en la ignorancia ya que,
como bien dice el refrán "El saber es poder". En esta novela nos
encontramos ante una novela histórica ambientada en la Valencia del Siglo XV,
donde las mujeres, y en concreto Irene Bellvent, luchan para hacerse oír, para
ser tratadas como realmente se merecen y que demuestran su gran valía en cada
uno de sus actos. No solo como hijas, esposas y madres sino como personas.
En esta novela se nos
presenta a las mujeres como seres fuertes y unidos entre sí por la Sabiduría.
Una sabiduría que no se esconde en los libros sino en la fuerza interior de
cada una. En su maestría para poder sacar adelante a sus familias, superar las
adversidades y no dejarle amilanar por el hombre, aunque esto les lleve a estar
perseguidas por la ley y ser consideradas brujas por la Inquisición.
A parte de este gran hilo
conductor, la novela nos sitúa en una importante etapa histórica de España: la
lucha de los Reyes Católicos por reconquistar el país y, en concreto, el Reino
de Granada. Nos enseña las penurias que el reino español pasó, cómo superó la peste
Negra, cómo se encontró solo ante las injusticias propias de la época porque
los reyes estaban demasiado ocupados con la reconquista. El pueblo se moría de
hambre y peste y nadie podía socorrerlos justo para socorrer a los más
necesitados, en aquella Valencia del XV, se encuentra nuestra protagonista,
Irene, que intenta por todos los medios mantener el hospital que le dejaron sus
padres: En Sorell.
Muchos serán los
personajes que desearán que ella deje de luchar por algo que, en teoría, como
mujer joven y soltera no le corresponde pero también serán muchos los que le
ayudarán en su empeño. Para ello, tanto Irene como el resto de personajes que
la rodean (Tristán, Caterina, Eimerich...) tendrán que superar toda una serie
de adversidades y sus vidas cambiarán radicalmente. Todos estos personajes
evolucionarán, madurarán y se transformarán en seres extraordinarios.
Por supuesto, también los
"malos" tendrán su evolución y sus actos serán cada vez más grandes y
malvados para conseguir lo que tanto ansían y evitar que otros consigan sus
propósitos. La mayoría de estos personajes son masculinos y todos están
marcados por el deseo de mantener a la mujer "en su lugar" pero
también nos encontramos con un personaje femenino, Gostança de Monreale. Quizá yo
esté hilando demasiado fino pero justo todos estos personajes masculinos que
quieren pisotear a la protagonista (que como mujer no tiene derecho a reclamar
lo que, por herencia, le pertenece) están todos dirigidos/dominados por una
mujer (¿ironía?).
Como veis me ha gustado
mucho esta novela pues podría estar hablando de ella horas y horas y creo que
la pregunta que plateé al principio queda más que respondida: ¿Puede el autor
haber superado, al menos mantenido, la misma calidad que con su primera novela?
Totalmente. En esta novela el autor ha vuelto a atraparme con su prosa y su
narración. Es ésta una novela completa donde el buen escribir y la nueva
historia se dan la mano para que el lector se sumerja en la vida de los
personajes. Es una novela en la que los personajes sufren, que les pasa de
todo, pierden a sus seres queridos, los recuperan para volver a perderlos,
luchan por sus ideales... Y tú, como lector, sufres, sientes y padeces con
ellos. (Tomado de :http://conversandoentrelibros.blogspot.com.es/2015/06/resena-la-llama-de-la-sabiduria-juan.html)
Lo que no nos dice el
autor/a de la reseña es que lo más importante del contenido de la novela se
encuentra en el pequeño breviario que la madre de la protagonista –Elena de
Mistra- oculta para que ésta lo descubra. En forma de breves “lectio”, Elena va
recorriendo un camino místico-intelectual que llevará a su hija –Irene
Bellvent- a su propio autodescubrimiento.
Pero lo sorprendente para
mi fue leer lo siguiente, en la “Quarta lectio” Elena de Mistra le dice a su
hija Irene:
“Deseo, querida hija, que hayas podido
contemplar con tus propios ojos el fresco de la Trinidad que conservan las
Magdalenas –convento que ya no existe- antes de que el tiempo y el abandono
borren para siempre su secreto.
Debes saber que lo mandó pintar a
principios del siglo pasado una gran dama, Diana Visconti, esposa del noble don
Ramón de Vilaragut. Esta noble venía de Milán, donde poco tiempo antes había
concluido el proceso contra Guillerma de Bohemia, una mujer sabia que vivió
cerca de la abadía de Chiaravalle y que ardió en la pira inquisitorial ante la
basílica de Sant’Eustorgio, acusada de creerse la encarnación del Espíritu
Santo.
En el cementerio de ese cenobio se conserva una capilla en su honor, y aunque fue una hereje es venerada en secreto por las gentes del lugar y por los propios monjes, pues la virtud y la sabiduría mostradas por ella no tuvieron parangón en su época.
En el cementerio de ese cenobio se conserva una capilla en su honor, y aunque fue una hereje es venerada en secreto por las gentes del lugar y por los propios monjes, pues la virtud y la sabiduría mostradas por ella no tuvieron parangón en su época.
¿De dónde procedían sus tesis heréticas? Lo
que has visto en las Magdalenas es una reliquia que esconde una antigua
creencia aceptada. La pintura es una copia de un fresco de la iglesia de San
Jacobo de Urschalling (¡!!, justo me encontraba a dos días de la visita a esa
iglesia), en la lejana región de Baviera.
Existen cientos de ellas por todo el orbe,
pero lentamente desaparecen para dar paso a la paloma como imagen del Espíritu
Santo. La presencia femenina en el centro de la espiritualidad, la posición que
ocupa en la Trinidad pintada, evoca a Sophia y la Sekiná.
Nuestro Dios tiene también un aspecto
femenino; su aire exclusivamente patriarcal se impuso con el paso del tiempo.
Al repasar viejas tradiciones hallamos
menciones expresas sobre este singular aspecto del Espíritu en el poema XXXVI
de las Odas de Salomón: «Descansé en el Espíritu del Señor y Ella me elevó a lo
alto»; o en la Didascalia Apostolorum, donde se exhorta a las diaconisas
nombradas por los apóstoles como imagen del Espíritu Santo; o en la Expositio
del maestre cristiano Afraates, donde escribió: «Ama y honra a Dios, su Padre,
y al Espíritu Santo, su Madre».
Podría seguir con las exégesis de Metodio y
las Homilías de Macario, pero todas estas obras reposan en los anaqueles de los
conventos.
No te dejes llevar por el pánico, pues sólo
por una cuestión de ignorancia se puede considerar herético este aspecto.
Durante los primeros siglos tras la Resurrección de Cristo el concepto de
Espíritu era el de los judíos, la Ruah YHVH, es decir, el aleteo de Dios sobre
las aguas, de género femenino. A partir del siglo V se comenzó a emplear el
género masculino en latín Spiritus o el neutro griego pneuma.
Pero apenas has recorrido una arista del
intrincado laberinto. Más allá de la religión surgen nuevas cuestiones: ¿la
asimilación entre principio femenino, sabiduría y Espíritu estaba presente en
tiempos pretéritos? ¿Ya influyó en la filosofía de los griegos, padres del
pensamiento?
Has llegado a la frontera de tus creencias
y tu fe. En adelante, avanzarás por un terreno sombrío y pantanoso de saberes
anteriores, de mitos y antiguos relatos, pues este misterio, hija, no es una
cuestión teológica, sino profundamente humana y nos ha acompañado desde los
albores de los tiempos”.
Hasta aquí la "quarta lectio" dirigida a su hija Irene de Bellvent.
Pero el libro aún me tenía guardada una sorpresa mayor, al final del epílogo añade:
Hasta aquí la "quarta lectio" dirigida a su hija Irene de Bellvent.
Pero el libro aún me tenía guardada una sorpresa mayor, al final del epílogo añade:
"Aún perviven en España dos representaciones
del Espíritu Santo en forma de mujer (en la Cartuja de Miraflores y en la
ermita de San Nicolás de Espinosa de los Monteros), si bien la mayoría
desapareció en el siglo XVI."
Cómo podéis imaginar rápidamente me lancé en su búsqueda.Empecemos por el Retablo Mayor de la Cartuja de Miraflores:
Cómo podéis imaginar rápidamente me lancé en su búsqueda.Empecemos por el Retablo Mayor de la Cartuja de Miraflores:
El retablo mayor de
la Cartuja fue tallado en madera por el artista Gil de Siloé y
policromado y dorado por Diego de la Cruz (cuyo
oro provenía de los primeros envíos del continente americano tras
su descubrimiento). Realizado entre 1496 y 1499, se trata
sin duda de una de las obras más importantes de la escultura gótica hispana,
por su originalidad compositiva e iconográfica y la excelente calidad de la
talla, valorada por la policromía.
Uno
de los elementos más destacados del retablo es la
rueda angélica en la que se enmarca la imagen de Cristo crucificado por su belleza y expresividad
acentuadas significativamente por el trabajo de policromía de Diego de la Cruz. En la parte más externa de la rueda, se
sitúan las figuras de Dios Padre a la
izquierda y del Espíritu Santo a
la derecha portando los travesaños de la cruz.
En
la parte inferior del madero,
las figuras de la Virgen María y San Juan Evangelista completan la escena. El pelícano situado
en la parte superior de la cruz confiere al conjunto central un valor simbólico
extraordinario como alegoría del sacrificio eucarístico, pues el ave alimenta a sus hijos de su
propia sangre.
Pero hay que estar batante atento para descubrir entra tan abigarrada composición aquello que nos interesa, veamos a Dios Padre:
Al hijo, en la cruz a la manera tradicional del gótico, con tres clavos
Y finalmente a la Espíritu Santo
Vayamos ahora al retablo de San Nicolas en Espinosa de los Monteros
Se le sitúa a finales del S.XV, formó parte del gran retablo de San Salvador de Oña, constaba de 76 tablas, sólo quedan éstas y otras 6, actualmente en la Cartuja de Miraflores. En cargado por el Abad, Fray Andrés del Cerezo y realizado por el maestro Fray Alonso de Zamora, muy cercano a la corriente italianizante de artistas como Gallego o AlonsoSedano, se aprecia en el grafismo de los detalles en las formas simplificadas de las figuras del banco. La influencia definitiva es flamenca, como lo demuestran los rostros de todas las figuras.
El Dios Padre
El Hijo crucificado, románico (4 clavos) pero claramente derivando hacia el gótico que se encontraba separado del resto de la tabla..
Y finalmente la Espíritu Santo:
Pero no terminarían aquí todas las sorpresa. Llevado por la investigación fuí a dar de nuevo con la pequeña iglesia de Prunet - Bellpuig, en la Catalunya francesa de la que hablamos en la entrada anterior y de la que señalamos la siguiente imágen de un retablo de la Iglesia de Saint Pierre (Sant Pere), en el que es claramente visible el aspecto femenino del Espíritu Santo
Pues bien en éste mismo pueblecito, en la Chapelle de la Trinité, se encuentra otra sorpresa:
Observemos a Dios Padre:
A Dios Hijo
Y de nuevo a la Espíritu Santo:
Tampoco caben aquí dudas sobre la representación femenina de la tercera persona de la Santísima Trinidad.
Bueno, no quisiera decir que el tema no de para mucho más, como habéis podido observar, la lista de las representaciones heréticas de la Santísima Trinidad, a pesar de la prohibición eclesiástica de hacer representaciones humanas del Espiritu Santo, tomada por el Papa en el Siglo XVII, aunque se ha cumplido escrupulosamente, y la paloma parece reinar con absoluta claridad, aún existen como habéis podido ver algunos testimonios de un pasado en que el aspecto femenino de la divinidad perduraba.
Seguiré informando de cuantas novedades se produzcan.
Bueno, no quisiera decir que el tema no de para mucho más, como habéis podido observar, la lista de las representaciones heréticas de la Santísima Trinidad, a pesar de la prohibición eclesiástica de hacer representaciones humanas del Espiritu Santo, tomada por el Papa en el Siglo XVII, aunque se ha cumplido escrupulosamente, y la paloma parece reinar con absoluta claridad, aún existen como habéis podido ver algunos testimonios de un pasado en que el aspecto femenino de la divinidad perduraba.
Seguiré informando de cuantas novedades se produzcan.
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