Weigall:
«Akenatón nos expuso, hace tres mil años, el ejemplo de lo que debía ser un
esposo, un padre, un hombre honesto, de lo que debía sentir un poeta, enseñar
un predicador, perseguir un artista, creer un sabio y pensar un filósofo. Al
igual que otros grandes señores, lo sacrificó todo a sus ideales y su vida
mostró hasta qué punto sus principios eran impracticables».
¿Quien de nosotros no ha oído hablar nunca de Akhenaton? ¿ O de la bella Nefertiti? ¿Quien no se ha asombrado ante unas imágenes que nos muestran a un Faraón extraño, deforme? Algunos, llevados por la curiosidad, hemos encontrado a un Hereje, a un Rebelde, cuando no a un niño enfermizo, con ataques epilécticos de los que despertava con extrañas e incomprensibles revelaciones. Poeta, Soñador, o senzillamente Loco, son algunos de los epítetos que egiptólogos, novelistas, estudiosos o simples aficionados, le han dedicado, casi sin pestañear, a lo largo de los últimos siglos.
Probablemente de Akhenaton y Nefertiti se ha escrito mucho más que de cualquier otro faraón, incluso que de algunos tan importantes para la historia del antiguo Egipto como Tutmosis III, Ramses II y tantos otros. ¿Porqué?
No creo que el interés se deba a la notícia que apareció en la prensa hace unos años: "En el caso actual, el del faraón egipcio, se hace seguimiento del haplogrupo (un haplogrupo es una serie de alelos en una zona concreta de un cromosoma) R1b1a2, situado también en el cromosoma Y. En ambos casos las conclusiones se refieren, por tanto, a la población masculina.
Hay que tener en cuenta que Tutankamón (el hijo de Akhenaton y archifamoso por que su tumba fué hallada intacta a principios del S.XX por el arqueologo inglés Howard Carter) no tuvo hijos varones. Los investigadores de la empresa de análisis genéticos iGENEA señalan que además de sus genes, estudiaron los de su padre y su abuelo. Prescindiremos de este “nimio” detalle y usaremos las mismas matemáticas de primaria para comprobar que la noticia peca de sensacionalista. (¿Publicidad de iGENEA?)
Asumamos, de una forma muy conservadora, que un siglo abarca tres generaciones humanas, y que, como promedio, cada varón tiene dos hijos varones que alcanzan la edad reproductora; cada uno de éstos tiene otros dos a su vez, y así sucesivamente. Tutankamón nació hacia el año 1345 a.C., por lo que desde entonces han transcurrido 100 generaciones. Si en cada generación se duplica el número de varones descendientes del famoso faraón, debemos esperar que 299 hombres vivos sean descendientes suyos. Resulta que 299 = 6,3 • 1029, más de seiscientos mil cuatrillones, la población total actual multiplicada por un uno seguido de veinte ceros. Concluyendo, que la mitad de los europeos (incluso que más del 70% de los españoles) seamos “parientes” de Tutankamón no tiene nada de extraordinario".
Dejando las bromas aparte, lo cierto es que Akhenaton y su esposa Nefertiti, son - por lo menos en mi caso- una pareja de lo más atrayente. Con el paso de los años habré leído una buena decena de libros y varias docenas de artículos especializados, alguna que otra novela... He investigado, he recorrido museos, incluso pateado algunos yacimientos en el fantástico viaje que pude hacer a aquel país con el Museo Egipcio de Barcelona, del que ya os he hablado en alguna otra ocasión. Pero el misterio permanece inalterable.
En la presente entrada, que he dividido en tres partes para que no os sea tan pesada, nos dedicaremos a penetrar en ese misterio, acompañados de la mano de ese gran conocedor del Antiguo Egipto que es Christian Jaq, concretamente de su obra
que podéis descargaros aquí:
http://www.fiuxy.net/ebooks-gratis/4127326-descarga-gratis-nefertiti-y-akenaton-por-christian-jacq-epub.html
En ésta ocasión me he limitado a ofreceros un amplio resumen del texto, acompañándolo, cuando me ha parecido necesario, de imágenes y comentarios o textos, que puedan clarificar determinados aspectos, anecdotas o hipótesis del autor, las cuales comparto en su inmensa mayoría.
Pocos autores como Christian Jaq, consiguen transmitirnos una sensación tan grande de proximidad, empatía, me atreviria a decir, con los citados protagonistas. Así que sin más preludios empezemos.
"El 17 de noviembre de 1714, un jesuita, el
padre Claude Sicard, se encuentra explorando el emplazamiento de Tunah al- Gebel,
en el Medio Egipto, a más de doscientos kilómetros al sur de El Cairo.
El lugar es impresionante, mágico. El cielo
azul, el desierto, los cálidos colores de un otoño muy benigno crean un clima
sin igual. Tunah al-Gebel es una ciudad de los muertos, un mundo de silencio y
de paz profunda, Ante Claude Sicard se extiende una inmensidad desértica, bordeada
por una colina. De pronto, algo atrae su atención, una cosa sorprendente, una
especie de piedra grabada que brilla bajo el sol. El jesuita se acerca. No se
había equivocado. Se trata, en efecto, de una obra del antiguo Egipto, pero una
obra verdaderamente extraña. Su estética difiere mucho de todo cuanto el
viajero ha visto hasta ahora. Los personajes -un rey, una reina y una princesa-
tienen el cuerpo y el rostro deformados. La escena representa una ofrenda a un
curioso sol, del que brotan rayos que terminan en manos.
Sin saberlo, Claude Sicard ha encontrado un
testimonio esencial del reinado del faraón Akenatón y su esposa Nefertiti. Lo que
tiene ante sus ojos es una de las «estelas fronterizas» que señalaban los
límites de la ciudad del sol, Aketatón, la nueva capital fundada por la pareja
real.
Al-Amarna no es una excepción a la regla.
«Este inmenso circo de montañas redondas que se encuentran en torno al Nilo - escribe
Bernand Pierre describiendo el lugar-, ese fuerte que se extiende dentro del
anfiteatro, ese palmeral verde que se extiende varios kilómetros a lo largo del
río, y detrás del cual se ocultan poblados construidos en adobe, todo esto
compone uno de los paisajes más puros y más bellos de Egipto».
Al-Amama se presenta como un mundo cerrado,
rodeado por alturas difíciles de franquear, atravesadas por algunos uadis. El lugar
se repliega sobre sí mismo, con una sola abertura: el Nilo.
Abertura vital, puesto que el río es la
principal vía de circulación, por la que bogan un gran número de embarcaciones,
transportando hombres, animales, géneros alimenticios y materiales diversos. No
lejos de allí, se encuentran las canteras de alabastro. Enfrente, la ciudad
sagrada del dios Thot, Hermópolis.
El visitante que se dirige hoy a Al-Amama
se expone a sufrir una cruel decepción. Espera, sin duda, tener la ocasión de
admirar los templos, palacios y quintas que formaron la ilustre capital de una
pareja real cuya fama traspasó los siglos y cuyo destino nos sigue pareciendo
tan fascinante como misterioso.
Pero la ciudad santa de Nefertiti y Akenatón
ya no existe. Apenas unas cuantas piedras diseminadas aquí y allá, unas pocas tumbas excavadas en los acantilados, nos susurran lo que fué una gloriosa ciudad.
Ha desaparecido casi por completo. Sus
escasos vestigios sólo atraen hoy la atención de los especialistas. Reinan en
ellas el desierto, el silencio y la ausencia. Entre el Nilo y los acantilados, una
inmensa llanura, vacía, árida, casi dolorosa.
El descubrimiento de Sicard permaneció mucho
tiempo aislado. Jean-François Champollion no identificó a Akenatón durante su
célebre viaje de 1828-1829. Hubo que esperar a mediados del siglo xix para que
se formulase una hipótesis exacta, la de que el extraño monarca formó parte de
la XVIII Dinastía y reinó entre Amenofis III y Horemheb.
Las excavaciones realizadas a finales del
siglo xix, tanto en Al-Amarna como en Karnak, fueron decisivas para situar a Akenatón
en el lugar que le correspondía en la sucesión de los reinados y permitieron
exhumar un material a partir del cual se reconstruyó su aventura.
La historia de Akenatón y Nefertiti no es
fácil de escribir.
No abundan los datos que pueden tenerse
como seguros. Las fechas del reinado continúan siendo objeto de controversia:
de 1377 a 1360 según Redford, de 1364 a 1347 según Trigger y sus colaboradores,
autores de una reciente historia social del antiguo Egipto, y de alrededor de
1353 a alrededor de 1336 para Yoyotte y Vernus en su trabajo de síntesis sobre
los faraones...
¿Quiénes fueron realmente Nefertiti y
Akenatón? ¿Se rebelaron contra los sacerdotes de Amón? ¿Fueron unos revolucionarios?
¿Quisieron crear una religión nueva y una nueva sociedad? ¿Inventaron el
monoteísmo?
Recientemente se extrajeron de ciertos pilonos
del templo de Karnak, en particular del pilono noveno, levantado por Horemheb,
miles de pequeños bloques, muchos de ellos decorados y con unas dimensiones
medias de cincuenta y dos por veintiséis centímetros. Los grabados que aparecen
en un buen número de dichos bloques, cuya denominación científica es talatates,
se refieren a los primeros años del reinado, no menos enigmáticos que los
últimos. Su estudio, que está lejos de haber terminado, aportó ya algunas luces
sobre la manera en que Nefertiti y Akenatón organizaron su reino. Por ejemplo,
se encontraron en Karnak más de cuarenta y cinco mil pequeños bloques, que son
otras tantas piezas de un rompecabezas gigantesco, del que sólo se ha logrado
recomponer una parte muy pequeña, debido a que los primeros descubridores de
talatates cometieron errores lamentables.
¿Aparecerán algún día las momias de
Nefertiti y Akenatón, cuyo examen permitiría penetrar muchos misterios? ¿Se exhumarán
textos o monumentos con inscripciones que daten de las últimas fases de sus
reinados? ¿O tendremos que contentarnos con lo que el tiempo y los hombres han
respetado?
Aquí podéis ver un interesantísimo vídeo sobre la supuesta momia de Nefertiti
Se ha insistido mucho igualmente sobre la
ternura, la bondad y la dulzura del rey. H. de Campigny piensa que esa actitud
se explica por un acontecimiento ocurrido durante la infancia de Akenatón: «A
los ocho años, Akenatón vio a los soldados de su padre, el faraón Amenofis
III, amontonar ante éste, siguiendo la sangrienta costumbre de la época, las
manos cortadas -en algún otro lugar hemos leído que se cortaba el falo- a los enemigos vencidos y caídos en la batalla.
El espectáculo
conmovió al pequeño, y el olor característico le removió hasta tal punto que le
hizo sentirse mal. Más tarde, cuando relataba este recuerdo de su infancia,
confesaba que el simple pensamiento de la guerra evocaba en su memoria el olor
a cadáver».
Este testimonio tendría una importancia
capital si no fuera por el hecho de que se trata de una pura invención, del
principio al fin. Que yo sepa, no existe ningún documento egipcio que dé constancia
de la anécdota.
Para el americano Breasted, «Akenatón era
un hombre ebrio de divinidad, cuyo espíritu respondía con una sensibilidad y
una inteligencia excepcionales a las manifestaciones de Dios en él.... un espíritu
que tuvo la fuerza precisa para diseminar ideas que sobrepasaban los límites de
la comprensión de su época y de los tiempos futuros».
Weigall, autor de un libro sobre Akenatón,
dice que fue «el primer hombre a quien Dios se reveló como la fuente de un amor
universal, exenta de pasiones, y de una bondad que no conoce restricciones».
Se podría componer así una verdadera
letanía favorable al rey y a la experiencia amarniana. Pero hay que reconocer
que, con mucha frecuencia, estos panegíricos rozan con el papanatismo y prescinden
por completo de la documentación.
Ahora bien, la corriente en contra de
Akenatón es todavía más potente y más segura de sí misma, hasta el punto de
inducir en ciertos eruditos una especie de histeria vengadora. Según Lefébure,
Akenatón era una mujer disfrazada de hombre. El egiptólogo francés pensaba en
Acencheres, hija de un rey Horus del que no se ha encontrado ningún rastro.
Para Marlette, uno de los pioneros de la egiptología francesa, el faraón
herético no fue otro que un prisionero castrado que las tropas egipcias se
habían traído del Sudán. Llegado al poder por vías tortuosas, el desdichado se
había vuelto loco.
B.D. Redford, autor de la obra «científica»
más reciente sobre Akenatón y Nefertiti, se muestra enemigo encarnizado del rey.
En su opinión, este último no era, en el mejor de los casos, más que un poeta.
Dotado de una inteligencia escasa, enamorado de sí mismo, nulo en lo que se
refiere a la política internacional, perezoso y reinando sobre una corte
corrompida, Akenatón se comportó como un soberano totalitario, que negaba la
libertad individual y fue el campeón de un poder universal, exigiendo una sumisión
absoluta. Arrastrado por su pasión, el acérrimo adversario de Akenatón le acusa
de locura por la simple razón de que hacía celebrar las ceremonias rituales
bajo el sol, insoportable en Egipto de marzo a noviembre.
Claude Traunecker, autor de trabajos muy
notables sobre la época amarniana, califica la experiencia de Akenatón de «lamentable
fracaso». Ciertos egiptólogos acusan incluso al faraón maldito de haber
provocado la decadencia y la caída del Egipto ramessida, es decir, de unos
hechos ocurridos cerca de trescientos años después de su muerte...
Dado que esta corriente apasionada en
contra de Akenatón no se apoya en ninguna base seria, los adversarios del rey
han tratado de encontrar argumentos indiscutibles. ¿No habrá sido Akenatón un
gran perturbado? No faltaron eruditos para afirmar que la mezcla de sangre
egipcia y asiática resultó perjudicial para el faraón, que fue un hombre tan
refinado como degenerado. ¿Acaso no se observa, al mirar los retratos del rey,
su extraño cráneo, sus labios gruesos, su pelvis excesivamente ancha, su
vientre hinchado?
El egiptólogo francés Alexandre Maret nos
ofrece esta descripción abrumadora: «Amenofis IV era un adolescente de talla
mediana, de osamenta endeble y formas redondas afeminadas. Los escultores de la época nos han legado
fielmente ese cuerpo de andrógino de senos protuberantes, caderas demasiado
anchas, muslos demasiado torneados, que le dan un aspecto equívoco y enfermizo.
La cabeza no es menos singular, suavemente ovalada, con los ojos un poco
oblicuos, una nariz larga y fina, la protuberancia de un labio inferior
prominente, el cráneo redondo y hundido, inclinándose hacia delante como si el
cuello fuese demasiado débil para soportarlo».
Por su parte, el egiptólogo alemán Erman
nos proporciona un testimonio que él juzga decisivo. «El joven rey, que estaba físicamente
enfermo, como se ve en sus retratos, era sin la menor duda un espíritu
inquieto. Llevó a cabo sus reformas desde el principio con un celo excesivo,
que forzosamente tenía que perjudicarle.»
Los científicos modernos han llevado su
minuciosidad hasta el punto de interrogar a los médicos para identificar con el
máximo de certidumbre la supuesta enfermedad de Akenatón. Según se dice, se trataba
del «síndrome de Fröhlich», que el egiptólogo inglés Aldred expone en estos
términos: «Los hombres que padecen esta enfermedad muestran frecuentemente una corpulencia
análoga a la de Akenatón. Las partes genitales permanecen sin envoltura y
pueden estar tan rodeadas de grasa que no sean visibles. La adiposidad se
reparte de distinta manera según los casos, pero se da, sin embargo, una
distribución de la grasa típicamente femenina, sobre todo en las zonas del
pecho, el abdomen, el pubis, los muslos y las nalgas». La voz del enfermo no muda,
sus órganos genitales se mantienen en el estadio infantil y es incapaz de
procrear, experimentando incluso aversión por los niños.
Pese a toda su genialidad, Akenatón no fue,
en opinión de estos autores, más que un hombre enfermo, cuyo psiquismo exacerbado
se expresaba en visiones místicas. En otras palabras, un personaje romántico y
apasionado, que se sobreponía de vez en cuando a su oscuro mal y se refugiaba
en una religiosidad que le hundía poco a poco en el fanatismo.
Nacimiento del hijo de un rey
El futuro Akenatón nació probablemente en
el palacio de Malgatta, en la orilla oeste de Tebas. el palacio había sido
construido por orden de Amenofis III para servir de residencia a la familia
real. La elección del lugar es interesante: la orilla oeste, y no la orilla
este, donde se alza la ciudad-templo de Karnak, en la que reina el dios Amón.
El faraón parece alejarse deliberadamente del dominio de los sacerdotes de Amón,
para habitar un palacio suntuoso, en la orilla en que la diosa del «Bello
Occidente» acoge a las almas en su camino hacia el otro mundo.
El lugar no tenía nada de triste ni de
severo. Al contrario, jardines floridos rodeaban el palacio de Malgatta, que,
de acuerdo con los escasos vestigios que se conservan, deleitaban la mirada.
Todo en él era lujo y encanto. La
decoración, de un refinamiento extremo, cantaba las maravillas de la
naturaleza. Pinturas murales, y suelos ornamentados mostraban aves, peces,
vegetales. Dicho de otro modo, cantaban la belleza de la obra del Creador.
Cuando nace Akenatón, no está destinado a
reinar. Teóricamente, el trono está reservado a su hermano mayor.
El segundo hijo de Amenofis III pasará una
infancia feliz en ese palacio de ensueño, donde podrá primero contemplar, y
luego comprender la manifestación terrestre del Creador, a través de la magnificencia
de la naturaleza. Una infancia tranquila, ya que Amenofis III reina sobre un
Egipto fabulosamente rico, que goza de un verdadero apogeo. El rey ha recogido
la herencia de los poderosos monarcas que crearon el «Imperio Nuevo», en cuyo transcurso
el país de los faraones se convirtió en la primera potencia del mundo
mediterráneo y en el faro de la civilización. El prestigio de las «Dos
Tierras», formadas por el Alto y el Bajo Egipto, es considerable. En el
interior, el país disfrutaba de un equilibrio sereno, gracias al cual la
creación artística recibe un extraordinario impulso. Una economía bien
administrada ha hecho de Egipto un país próspero y feliz. El pensamiento
religioso alcanza una profundidad extrema, inspirando la mano de los arquitectos,
los pintores y los escultores, hasta hacerla parecer con frecuencia la mano de
un dios. Las ceremonias sagradas revisten un fasto sin precedentes. Las
recepciones de la corte están marcadas por el sello de una elegancia refinada.
La corte de Amenofis III da pruebas de una
dignidad que concuerda con el país más grande del mundo y concede un lugar considerable
a la teología y al simbolismo.
Hay en ella hombres de rara calidad, como
el maestro de obras Amenhotep, hijo de Hapu, o los arquitectos Suti y Hor, o Beki,
el director de los graneros, que son pensadores excepcionales. Las estelas y
las estatuas han conservado el testimonio de su experiencia espiritual, de una
intensidad notable. A la floración de los textos sagrados, se añade un
deslumbrador programa arquitectónico, que hace del reinado de Amenofis III uno
de los instantes más luminosos de la aventura humana.
La política exterior de Amenofis III
La civilización del Nuevo Imperio descansa
en gran parte sobre la actitud de los faraones con respecto al mundo exterior y
a los principales países vecinos, algunos de los cuales suponen amenazas en
potencia.
El Egipto de Amenofis III es un estado
soberano, dotado de unas fuerzas armadas tan importantes que ningún país, ni
siquiera los gobernados por «grandes reyes», como el de Babilonia o el de Mitanni, se atreverían a atacarlo. La
doctrina del «ministerio» egipcio de asuntos exteriores no ha variado desde
comienzos del Nuevo Imperio: el asiático es el agresor; Egipto no hará más que defenderse.
Su territorio forma un santuario confinado en sus fronteras, las franjas del
Delta al norte, la primera catarata al sur. Para proteger mejor el país, se han
creado zonas tampones, situadas bajo protectorado egipcio. Al sur, se extiende
Nubia, verdadera provincia, controlada por el faraón con mano de hierro.
Al noreste, hay un mosaico de pequeños
reinos, mucho más difíciles de mantener bajo tutela. También de allí puede
venir el peligro.
Hacia 1380 a. de C., Egipto posee un
Imperio que se extiende desde las costas sirias hasta el Oronte y desde Nubia
hasta la tercera catarata.
Amenofis III maniobra con destreza para no
ofender la susceptibilidad de sus interlocutores. No considera la violencia y
la represión como un buen medio para mantener la paz en sus Estados. Prefiere
ejercer una vigilancia discreta, dejando a los pueblos en libertad para
practicar su religión y sus costumbres.
Retengamos un hecho capital: la manera en
que Amenofis III lleva su política exterior conduce a numerosos contactos
religiosos y sociales entre Egipto y las comarcas vecinas. Se da un verdadero «intercambio
de dioses», un encuentro, a veces fraternal, entre ideologías más o menos
complementarias. Las razas y las creencias aprenden a vivir sin enfrentarse.
Egipto se abre al mundo, y el mundo se abre
a Egipto. Este clima tan particular no será ajeno al nacimiento de la religión atoniana.
A pesar de los brillantes éxitos que
jalonan su reinado, Amenofis III chocó con un problema delicado: el progresivo aumento
de la potencia militar de los hititas.
El rey Subbiluliuma se hace cargo en 1370
de los destinos del pueblo hitita. Desde el principio se apresura a reforzar
sus ejércitos, y la rigidez de su carácter no le inclina precisamente a una
entente cordial.
Seguro de sus fuerzas, provoca abiertamente
al faraón invadiendo el país de Mitanni, aliado tradicional de Egipto.
Lo lógico hubiera sido esperar una reacción
violenta e inmediata por parte de éste. Sin embargo, Amenofis no interviene de
modo directo. Rechaza el comienzo de una era de conflictos sangrientos y
prefiere firmar un pacto de no-agresión con los hititas. Ese contrato moral
precisa que, a partir de ahora, ambos pueblos respetarán las fronteras
establecidas y que no se procederá a otras operaciones militares.
Amenofis III no erradica esta situación. Sin
duda está convencido de que los hititas no se atreverán a sobrepasar ciertos
límites y que sus ardores guerreros, pronto apagados por el prestigio de
Egipto, se limitarán a unas cuantas acciones sin trascendencia.
Todos estos acontecimientos afectan de
cerca al joven Akenatón. Vive su génesis y asiste a las lentas modificaciones
de la situación diplomática de su país. Simple observador, no sabe todavía que
esas circunstancias exteriores a Egipto ejercerán una gran influencia sobre su
destino.
Amenofis III no se enfrenta únicamente con
problemas diplomáticos. Existe también en el interior de Egipto una fuente de
conflictos.
En efecto, en el centro de la civilización
de Amenofis III, se alza la inmensa y opulenta ciudad de Tebas. Prodigiosamente
rica, administra con provecho los tributos de guerra traídos del extranjero por
los reyes conquistadores que precedieron al faraón actual.
Tebas, gran centro religioso, ornamentada
con templos magníficos, no se contenta con orientar la vida espiritual de
Egipto.
Rige también su vida económica. Ciudad
cosmopolita, acoge a mercaderes y comerciantes extranjeros, favorece los
intercambios comerciales y, día tras día, contribuye a la expansión material de
la «Dos Tierras». Menfis y Heliópolis, las antiguas capitales que conservan
todavía un cierto renombre desde el punto de vista religioso, se desdibujan
detrás de Tebas la Magnífica, que, uno tras otro, los faraones de la XVIII
Dinastía no han dejado de embellecer.
Con la fortuna, nace el deseo de poder. Un
problema latente cobra poco a poco proporciones inquietantes. Tebas es la
ciudad santa del dios Amón, «El Oculto». Divinidad secundaria durante el Antiguo
Imperio y el Imperio Medio, Amón se ha convertido durante el Imperio Nuevo en
el dios nacional. Su gran sacerdote, encargado de cumplir su voluntad, reina
sobre una casta eclesiástica muy jerarquizada, en la que se incluye un clero dirigente,
formado por los «Padres Divinos» y los «Profetas de Amón».
Estos signatarios disponen de bienes
propios y de riquezas considerables, constituidas por tierras, materias primas
de todo tipo, rebaños, etc. Su fortuna la administra un personal importante,
entre el que figuran escribas, obreros y campesinos.
Al comienzo de su reinado, Amenofis III
conserva su autoridad sobre el conjunto de los cultos y los cleros. El de Tebas
no es una excepción a la regla, pese a seguir siendo el más importante de
Egipto.
En el periodo que nos ocupa, la dirección
de los asuntos del país permanece exclusivamente en manos del rey. Sería
excesivo afirmar que el clero de Amón constituye un Estado dentro del Estado.
Pero no se puede negar que algunos sacerdotes se sienten atraídos por el poder
temporal y que la preeminencia de su señor Amón, reconocido como dios del
Imperio, les concede un estatuto privilegiado.
No obstante, el matrimonio de Amenofis III
y Tiyi constituye un acontecimiento insólito, por lo menos a nuestros ojos. El
gran rey, en lugar de elegir por esposa a una mujer de sangre real, eleva a la
dignidad de reina a una joven que, sin ser de rango despreciable, no pertenece
a su entorno próximo.
Se pensó que el matrimonio era una especie
de desafío lanzado al gran sacerdote de Amón, un escándalo con respecto a las
reglas habituales. Tal opinión deriva de una visión romántica de Egipto, una
visión que carece de todo valor. El faraón no tiene la menor obligación de
rendir cuentas a ningún clero. Simplemente, da la impresión de que, al casarse
con una mujer de origen modesto, Amenofis III deroga la costumbre que preconiza
al rey la unión con una mujer de sangre real.
Proclamada «Gran heredera, Hija real,
Hermana real, Esposa real», Tiyi es reconocida como reina, con todos los poderes
y todos los deberes que confiere este cargo a la cabeza del Estado y al lado
del faraón.
Personalidad sobresaliente de la historia
egipcia, Tiyi no es una reina sin relieve, que se mantenga discretamente a la
sombra de su omnipotente marido. Desde el principio de su «reinado», se afirma
como una mujer de gobierno, que participa en las grandes decisiones políticas
y, en ciertos casos, incluso las provoca.
Tiyi toma parte en todas las ceremonias
oficiales, en todas las fiestas, y acompaña a su marido en sus viajes a través
del país.
Detalle sorprendente, aparece siempre al
lado del rey en las manifestaciones
públicas en que la corte de Egipto exhibe su esplendor.
Cierto que Egipto no fue nunca misógino ni
relegó exclusivamente a la mujer a las actividades domésticas. Las mujeres
egipcias accedían a las más altas funciones, y su condición social era con
frecuencia muy notable. Hubo un linaje de damas muy grandes, que representaron
un papel decisivo en el gobierno del país.
Tiyi pertenece a este linaje. Es la
compañera de Amenofis III y trata los asuntos de Estado con una eficacia que
nadie pone en duda. El poder de la reina se manifiesta de la manera más patente
cuando se hace construir un templo en el Sudán. Desempeñando el papel de una
«maestra de obras», ensalza el ejercicio de realeza mediante la construcción
tradicional del templo.
Poseemos una prueba excepcional de la
influencia de la reina y de su competencia. El rey Dusratta de Mitanni envía
una carta a Amenofis IV, el nuevo soberano, donde se lee esta asombrosa declaración:
Todas las palabras que he intercambiado con tu padre, las conoce tu madre,
Tiyi. Nadie más que ella las conoce, y las podrás conocer por ella... Desde el
comienzo de mi realeza y durante todo el tiempo en que Amenofis III, tu padre,
continuó escribiendo, escribió sin cesar a propósito de la paz. No había ninguna
otra cosa sobre la cual me escribiese sin cesar. Tiyi...conoce todas las
palabras de tu padre, que me escribía constantemente. Es a Tiyi, tu madre, a
quien debes interrogar sobre todo lo que se refiere al tema (Cartas Amarna EA
28 y 29).
Imposible indicar más claramente que la
reina Tiyi estaba informada de los «expedientes» más importantes y que, en
ciertos casos, era la única en soportar tan pesada carga.
Tiyi compartió con su hijo los secretos de
que era depositaria. Fue ella, por lo tanto, quien expuso al faraón la situación
interna de Egipto y el estado de las relaciones internacionales, de acuerdo con
sus puntos de vista. Cierto que Akenatón no ignoraba todo eso y que se había
forjado ya sus opiniones propias, pero su madre le aportó «complementos de información»
de un valor inestimable.
La reina Tiyi contribuye de manera decisiva
a la formación del pensamiento político de Akenatón. Tiyi tiene ideas precisas
sobre el porvenir de su país. Ante todo, no desea que Egipto se encierre en sí
mismo. Las «Dos Tierras» son ricas, su civilización más exuberante que nunca.
Los dioses colman de beneficios al pueblo que les venera. Pero la reina no se
contenta con esa felicidad, cuyas bases le parecen a veces frágiles. Impulsada
por su afición a los vastos horizontes, actúa en el sentido de una expansión a
la vez económica y religiosa. Abre Egipto a las influencias exteriores y procura
crear un Estado cosmopolita, donde los pueblos aprendan a conocerse sin
confundirse. Gracias especialmente a los intercambios comerciales, es posible
ofrecer a los distintos países puntos de comparación y modos de comprensión,
mientras que Egipto continuará siendo el centro y el foco luminoso del mundo.
¿Se contentó el hermano de la reina Anen Sumo Sacerdote de Heliópolis, con
disfrutar de las prerrogativas de un gran dignatario o se convirtió en uno de
los defensores de la antigua religión solar, a la que se ve reaparecer poco a
poco durante el reinado de Amenofis III? Tiyi compartía esta concepción de lo
sagrado, en que la divinidad se expresaba de la manera más directa bajo la
forma del sol. Favoreció al clero de la antigua ciudad santa de Heliópolis,
Este reequilibrio sutil y modesto se desarrolló sin ningún conflicto. Durante
una ceremonia, en el momento de montar en una barca llamada Esplendor de Atón,
la reina Tiyi proclamó ante los miembros de la corte su inclinación a la
mística solar. El dios Atón recibió así oficialmente la confirmación de la
adhesión de la pareja real.
Con Tiyi, no existe todavía una «religión
atoniana». Sólo una tendencia a promover una corriente muy antigua de ideas,
que, por lo demás, comparte con su marido, Amenofis III.
El futuro Akenatón no pudo ser indiferente
al clima religioso de la corte real. La fuerte personalidad de sus padres
representó un papel determinante en la evolución de la suya propia, sobre todo a
partir del momento en que se produjo el acontecimiento que decidiría su
destino: la muerte de su hermano mayor.
Amenofis III y Tiyi juzgaron a su segundo
hijo capaz de acceder al trono de Egipto. Tomaría el nombre de Amenofis IV,
LAS PREMISAS DEL CULTO DE ATÓN Y LA
EDUCACIÓN DE UN REY
El mundo de lo sagrado es la base de la
civilización egipcia.
Las formas de expresión adoptadas para dar
cuenta del mismo son, pues, esenciales. Cada faraón, en el curso de su reinado,
elige un «programa» sagrado, que insiste sobre uno u otro aspecto de lo divino.
El dios Atón constituirá el centro del
pensamiento de Akenatón, que descubrió su existencia durante su educación en el
palacio. ¿Fue Atón una «invención» de la época de Amenofis III o se hallaba ya
presente en el panteón tradicional?
El dios/diosa Atum, una divinidad andrógina de los comienzos de la historia egipcia.Atum, padre de todos los dioses, es el mismo túmulo primordial, el gran “El-Ella” del doble sexo (andrógino). La raíz de su nombre (tm) significa tanto la nada como el todo. Atum es la totalidad de la existencia y de la no existencia. El dios/diosa de la vida y de la muerte.
La piedra Benben que vemos en la fotografía anterior, es en la mitología egipcia , más concretamente en la Cosmogonía de Heliópolis, era la montaña primordial que surgió del Nun u océano primordial , en la que el dios creador Atum se generó a sí mismo y a la divina pareja. En los Textos de las Pirámides, línea 1587, Atum se define a sí mismo como “colina”, y se dice que se transformó en una pequeña pirámide, ubicada en el Annu, el lugar donde residía. El término Benben, cuyo significado puede ser “el radiante”, era una piedra sagrada venerada en el templo solar de Heliópolis, sobre la “colina de arena”, el templo donde el dios primordial se manifestaba, en el lugar donde surgen los primeros rayos del sol naciente.
El mismo culto también se celebraba en Napata y en el oasis de Siwa, donde la piedra cónica, en época tardía , fue comparada a un “ombligo” u ónfalos, la piedra sagrada u “ombligo del mundo” del santuario griego de Delfos. Vinculada siempre al dios creador y la mitología desarrollada por el clero heliopolitano, la piedra Ben Ben “fue sin duda un rayo de sol” en opinión de Gardiner. En realidad, se supone que es la sacralización del lugar por donde sale el sol o pudo ser un trozo de meteorito con propiedades radiactivas o hierro meteórico, a semejanza de la piedra negra de Pesinunte, origen del culto a la diosa Cibeles o la Piedra Negra de la Ka´aba.
Existía ya, antes del reinado de Akenatón,
una tendencia que consistía en equilibrar los diversos cultos egipcios y en no
conceder la supremacía absoluta a los ricos sacerdotes de Tebas. Amenofis III
precipitó esta revolución, sobre todo en el campo de las ideas religiosas,
insistiendo en la importancia del dios Atum, el primer creador, y en la riqueza
simbólica del culto solar.
Un clima intelectual semejante era propicio
a las mutaciones más variadas. Pero ¿por qué eligió Akenatón al dios Atón para
ser, en cierto modo, el portavoz de un Egipto nuevo?
Atón no es una divinidad inédita en la
religión egipcia. Desde la época de Tutmés I, se le considera como una potencia
creadora, que no se reduce a la forma exterior del sol. Cuando el faraón muere,
su alma inmortal se eleva hacia el cielo y se une al disco solar, el Atón, para
resplandecer eternamente.
Poco a poco, se empieza a concebir a Atón
como el cuerpo de Ra. Rejmire, «El que conoce como el sol», compara incluso a
su rey, Amenofis III, con el dios Atón «en el momento en que se revela a sí mismo».
Al hacerse inseparable de la persona del faraón, Atón disfruta forzosamente de
una gloria cada vez más dilatada.
Ya durante el reinado de Tutmés IV se rinde
culto a Atón. En la época de Amenofis III, se conoce a un hombre que es «Intendente
de la morada de Atón» y se sabe que se honra al dios incluso en el interior del
recinto de Tebas. En Heliópolis y Menfis existen cleros de Atón, que
reactualizan progresivamente los elementos de la antigua religión cósmica.
Está claro que Akenatón tomó del antiguo
fondo egipcio la arquitectura y los símbolos de su reforma religiosa. Tutmés IV
y Amenofis III, respectivamente abuelo y padre de Akenatón, tuvieron con el sol
divino una relación más estrecha que los faraones precedentes.
Una multitud de indicios convergen en el
mismo sentido: el dios Atón afirma su presencia en el pensamiento religioso ya
en la época de Amenofis III.
Años de formación
Ra, Horus de la Región de Luz (Horajti),
Chu, Atón... Otros tantos dioses solares que formaban parte del paisaje intelectual
del joven príncipe, otras tantas formas metafísicas que atrajeron su atención
más allá del culto oficial de Amón, dios del Imperio y amo de Karnak.
Un palacio como el de Malgatta significó
por sí solo una enseñanza para el adolescente. Allí descubrió lo sagrado en la naturaleza
y en las representaciones creadas por los artistas. El camino hacia Dios estaba
allí, ante sus ojos, en las paredes donde pintores geniales habían sabido dar
vida, en aquello que tienen de eterno, a la fauna y la flora.
El muchacho estudió los textos sagrados de
la tradición egipcia, tan rica en experiencias espirituales. Como todo futuro rey,
estaba obligado a adquirir un buen conocimiento de los jeroglíficos, tras haber
sido iniciado en las ciencias sagradas.
Según la ley de Maat, un faraón debía ser a
la vez un científico y un sabio.
Un personaje fuera de lo común parece haber
ejercido una gran influencia sobre la educación de Akenatón.
Se trata de Amenhotep, hijo de Hapu. Científico prodigioso, que fue divinizado después de una larga y extraordinaria carrera al servicio de Egipto, era un arquitecto genial y un administrador de gran envergadura y gozaba de toda la confianza de Amenofis III. El rey honró a su amigo de manera poco corriente, concediéndole la autorización para construir su propio templo.
Se trata de Amenhotep, hijo de Hapu. Científico prodigioso, que fue divinizado después de una larga y extraordinaria carrera al servicio de Egipto, era un arquitecto genial y un administrador de gran envergadura y gozaba de toda la confianza de Amenofis III. El rey honró a su amigo de manera poco corriente, concediéndole la autorización para construir su propio templo.
Jefe a la vez del ejército y de los
escribas, Amenhotep, hijo de Hapu, se presentaba sobre todo como «Director de
todos los trabajos del rey». A la cabeza de los maestros de obras, estaba considerado
como un verdadero heraldo de la divinidad, como ser capaz de percibir y aplicar
los designios del Creador. Por eso, de acuerdo con sus inmensas virtudes,
alcanzó la edad sagrada de ciento diez años, que la tradición egipcia atribuía
a los sabios.
Amenhotep, hijo de Hapu, era el símbolo
viviente del ser realizado, en el que se unían la espiritualidad más viva y la
potencia de la acción creadora. ¿Qué dicha para el joven príncipe conversar con
este sabio entre los sabios, que conocía tan bien el corazón de la piedra como
el del hombre? Durante largas veladas, en el silencio perfumado de los jardines
de palacio, el futuro rey y el maestro arquitecto hablaron de lo sagrado,
evocando a Hator, la vaca celeste, Anubis, el chacal que purifica el mundo,
Horus, la luz de los orígenes..., todos ellos dioses que hacen referencia al
único, la fuerza creadora que, a cada instante, recrea el universo y toma los
mil rostros de los dioses. Amenhotep, hijo de Hapu, enseñó al hijo del rey que
debía construir su vida como se edifica un templo.
El futuro Akenatón se benefició también de
la enseñanza de otros preceptores, puesto que la corte de Amenofis III abundaba
en seres de gran valía. Nos basta como prueba uno de los más bellos textos del
periodo preamarniano, el himno compuesto por los hermanos arquitectos Suti y
Hor, que, por un curioso azar, llevan los nombres de los dos dioses hermanos
más célebres de la mitología egipcia. Suti y Hor estaban encargados de dirigir
las construcciones de Amón, desempeñando así uno de los más altos cargos del
Estado. Ahora bien, su estela funeraria ofrece un texto que, en contra de lo
que se podría esperar, no exalta al dios Amón tal como lo concebían los
tebanos, sino a un curioso Amón solar, muy próximo al dios de Akenatón. Veamos
algunos pasajes, a los que el futuro rey fue sin la menor duda muy sensible:
Himno al Sol
Saludo a Amón cuando se levanta como Heru
del horizonte oriental por el maestro de las obras de Amón Suti y por el
maestro de las obras de Amón Hor. Ellos dicen:
“Homenaje a ti que eres el perfecto
Ra de cada día, que se levanta cada mañana sin tregua, y que es el
Khepri cargado de trabajo. Tenemos tus rayos en los ojos y no son
capaces de percibirlas. El oro más puro no es comparable a tu esplendor.
Escultor que se ha tallado a si mismo, tu
has puesto su cuerpo, oh escultor que nunca ha sido esculpido.
Tu, único en tu especie, tu que viajas a
través de las alturas de la eternidad, y bajo cuya imagen están las formas de
millones de seres, cada uno es su esplendor, como es el esplendor del
firmamento, tus colores son más brillantes que sus colores.
Cuando navegas atravesando los
cielos, todos los hombres te contemplan, tu sigues (debajo de la tierra, así)
oculto a sus ojos.
Tu te presentas a ti mismo cada mañana como
una tarea diaria.
La navegación de tu barca es impecable bajo
el mando de Tu Majestad.
En un corto día tu devoras un espacio de
millones de cientos de miles de kilómetros.
Cada día es para ti, como un momento
y después de viajar así te retiras.
De la misma manera logras atravesar
las horas de la noche.
Llevas a cabo este curso sin tregua en tus
esfuerzos.
Todos los ojos ven por tu gracia y dejan de
ver cuando se retira Su Majestad.
Tu pones los seres en movimiento para
salir.
Tus rayos crean la mañana, abren los ojos
que despiertan.
Tu te acuestas en las regiones de
Manu y en el mismo instante duermen como si estuvieran muertos.
Homenaje a su disco Atón del día, que ha
creado los seres humanos y que les ha dado la vida.
Gran halcón de plumaje moteado que ha
llegado el fin de levantarse por sus propios medios, apareciendo por su propia
voluntad y no se reflejan en el mundo, Heru el anciano que está en el centro de
Nut celeste, para quien los gestos de alegría se hacen a la salida como en la
configuración.
Fundador de lo que produce la tierra, Jnum,
Amón de los seres humanos, que lleva con él a lo largo de los habitantes de las
Dos Tierras de los más grandes a los más pequeños.
La madre Beneficente del Neter
y de los hombres, paciente e incansable, cuando los hace en número
incalculable.
El que corre, el que se ejecuta, el que
realiza sus revoluciones, Khepri del nacimiento ilustre, aumentando su
perfección en el vientre de Nut celestial, dando vida a las Dos Tierras de su
disco de Atón, el primordial de las Dos Tierras, que ha creado a sí mismo y que
vio a sí mismo mientras estaba creando a sí mismo.
Maestro único que llega a los extremos de
las tierras cada día, considerado por los círculos que en ellos, surgiendo como
una figura que contempla desde lo alto lo que pasa durante el día.
Se compone de las estaciones con los meses,
establece las llamas atmósfera a su gusto, y hace que la frescura del aire a su
gusto.
El hace que el cuerpo humano
extenderse o retraerse.
La tierra entera gesticula como los monos,
que despiertan a su aumento cada día para saludarlo. “
El maestro de obras Suti y el maestro de
obras de Hor dice:
“Yo
soy maestro en su APIT y director de las obras en el santuario oficial en el
que su hijo ha hecho a quien amas.
El maestro de las Dos Tierras, Nebmaat-Ra,
dotado de vida. Mi maestro me ha confiado la dirección de sus monumentos
conociendo mi vigilancia.
He sido un maestro enérgico en lo que
concierne a sus monumentos, después de haber hecho las cosas de conformidad con
tus deseos, porque sé que tu se te complaces en las observancias de Maat.
Tu haces grande al que practica en la
tierra y como he practicado me ha hecho grande.
Tu me han brindado a favor de la tierra en
Karnak, porque tomo parte en tu séquito, cuando te muestras en público.
Yo soy un hombre justo, que tiene horror de
las injusticias.
No un hombre que se enorgullece de las
palabras de un mentiroso.
En particular, mi hermano, mi doble con
quien compartir opiniones, porque salió del vientre (en el momento mismo que
yo) en este día bendito.
El director de las obras de Amón en Luxor,
Suti-Hor, dice:
“Mientras
que yo soy el amo, al oeste, el es el capitán del este y viceversa.
Estamos dirigiendo grandes monumentos de
APIT, el sur de Tebas, la ciudad de Amón.
Permíeme que envejeca en tu ciudad, para
actuar actuando de acuerdo a tu perfección, para estar en el lugar al oeste de
la paz los corazones.
Que yo pueda estar unido con los favoritos
y seguir mi camino en paz.
Dame un viento suave en el momento del
embarque y puedo recibir las bandas de la cabeza en el día de la fiesta
wag “.
El disco solar se define como «aquel que
crea a todos», con lo que quiere un estatuto de demiurgo. Recordemos, sin
embargo, que Suti y Hor son servidores de Amón. Por lo tanto, oponer de manera
radical la religión tradicional de Amón y la religión innovadora de Atón
supondría un error total de perspectiva.
Amenofis III y Atón
Todos los indicios tienden a demostrar la
existencia de un entendimiento perfecto entre Amenofis III y su hijo. Armonía psicológica
y afectiva, sin duda, pero también coincidencia de puntos de vista en cuanto a
la dirección de los asuntos del Estado.
En cierto modo, Amenofis III pone las bases
de la política que seguirá su hijo, permitiendo sobre todo que Atón y el
antiguo culto solar se afirmen oficialmente con mayor vigor.
Mediante pinceladas sucesivas, Amenofis III
aporta modificaciones cada vez más importantes a la mentalidad religiosa de su
tiempo. La luz del dios Atón empieza a manifestarse.
Entre las instituciones políticas del
antiguo Egipto, figura lo que se llama la «corregencia», es decir, el poder
compartido, durante un tiempo más o menos largo, entre un faraón que va envejeciendo
y el sucesor que ha elegido. Se conocen varios ejemplos, hasta el punto de que
algunos se han preguntado, no sin motivo, si no se trataría de una regla, cuya
mayor ventaja consistiría en asegurar la formación «sobre el terreno» del
futuro soberano. El rey en ejercicio le transmitiría así su experiencia. Cuando
Amenofis IV, el futuro Akenatón, es coronado ritualmente, ¿Amenofis III, su
padre, acaba de morir o sigue vivo todavía? Dicho de otro modo, ¿hubo una
corregencia entre Amenofis III y su hijo?
La cuestión ha suscitado debates
interminables entre los egiptólogos. ¿No hubo corregencia? ¿Hubo dos años,
seis, ocho o doce de corregencia? ¿Amenofis III permanecía en Tebas, mientras
que Akenatón reinaba en su nueva capital? ¿Residían los dos reyes juntos en
Aketatón? Estas preguntas permanecen sin una respuesta definitiva.
DEL AÑO 1 AL AÑO 3: ATÓN SE INSTALA EN
KARNAK
El año 1 del reinado de Akenatón comienza,
lógicamente, con su coronación ritual. Esta última, hecho fuera de lo común, no
tiene lugar en el templo de Karnak, sino en Hermonthis, en la región tebana,
una elección que, claro está, no se debe a la casualidad. Hermonthis es «la
Heliópolis del sur», la ciudad correspondiente, en el sur, a la gran ciudad
solar del norte. Se trata, pues, del primer homenaje rendido al antiguo culto
solar y a su clero.
Es probable que quien dirigió la ceremonia
de coronación no fuese otro que Aanen, el hermano de Tiyi, que desempeñaba
cargos religiosos tanto en Karnak como en Hermonthis. Así se afirmaba el lazo
entre los diversos cultos.
Los faraones que prepararon la vía para el
«atonismo» tendieron cada vez más a apoyarse en el clero de Heliópolis, a fin
de frenar las ambiciones tebanas.
Las relaciones políticas y religiosas entre
Akenatón y Heliópolis fueron privilegiadas. Dado que desconfiaba de los tebanos,
el rey tenía necesidad de una corporación religiosa ejemplar. Por su parte, los
heliopolitanos estaban probablemente muy interesados por el ideal solar del
rey, cercano al culto al que se consagraban.
¿Estos datos precisos permiten afirmar que
la religión de Atón se concibió en Heliópolis, el On de la Biblia, donde
«Moisés fue instruido en toda la sabiduría de los egipcios»? El estado actual
de la documentación no permite dar una respuesta definitiva, pero es seguro que
el pensamiento de Heliópolis influyó en Akenatón de manera determinante. Al
menos en parte, el culto de Atón se presenta como una «reactualización» de las
antiguas prácticas religiosas de Heliópolis.
El disco solar, encarnación del dios Atón,
es figuración de la vida en su función de luz. Sus rayos terminan en manos que
sostienen el signo ankh, «vida», una simbología que insiste sobre el acto
esencial del don y de la ofrenda. Así se prolongaba la filosofía tradicional de
Heliópolis, que definía a Atum, el creador, como «Aquel que es y Aquel que no
es» y que trae a la existencia lo que debe ser creado.
No se da ninguna ruptura entre Heliópolis y
Al-Amarna. Los principios básicos de la civilización egipcia no han variado.
Akenatón no se contenta con elegir la
Heliópolis del sur como teatro de su coronación. Adopta un título absolutamente
inhabitual, definiéndose como «Primer profeta de Ra-Horajti, que se regocija en
la región de luz en su nombre de Chu que es Atón».
Ra-Horajti contribuye a la creación permanente
de la vida: Chu es la luz solar vivificante; Atón aparece por primera vez como
un concepto sintético que engloba todas estas nociones.
Atón, divinidad luminosa, vibra y se
regocija en la «región de luz», es decir, el universo entero, en el que se inscribe
Egipto. El nombre de esta potencia creadora aparece grabado en un doble cartucho,
con objeto de manifestar su realeza celeste y terrestre, su reinado efectivo
sobre levante y poniente, sobre la aparición de la vida y su desaparición
momentánea en las tinieblas.
Amenofis IV no combate al dios Amón. No
entabla ninguna lucha religiosa contra los sacerdotes de Amón. Se limita a convertir
Karnak en el templo de Atón.
El acto es «revolucionario» en la medida en
que parece cambiar al «propietario» divino de un templo. En realidad, no se expulsa
a Amón de su morada. Continúa siendo su dueño, aunque una nueva forma divina
ocupe, al comienzo del reinado de Amenofis IV, el primer plano de la escena
religiosa.
Como se ve, no se trataba de implantar una
modesta capilla en honor del dios Atón, sino de organizar un nuevo culto en el
interior de la inmensa Karnak.
En esos nuevos templos, aparece
representado por primera vez el disco solar cuyos rayos terminan en manos.
Además, el nombre del dios Atón está situado en un cartucho, es decir, el óvalo
que, en las inscripciones jeroglíficos, rodea al nombre de los faraones.
Se considera, por consiguiente, a Atón como
un rey-dios, identificándole con el propio faraón. Señor del cielo y de la
tierra, Atón tiene como símbolo un disco solar, en torno al cual se enrosca una
serpiente. Del cuello del reptil cuelga la famosa «llave de vida». En Egipto,
la serpiente no evoca el mal, sino que está vinculada a la idea de las
incesantes metamorfosis de la vida.
Los talatates, los pequeños bloques que
formaban esos monumentos, nos han permitido conocer las escenas escogidas por Akenatón
para ilustrar su reinado.
Pero hay algo más sorprendente todavía, las
estatuas colosales del faraón, de cinco metros de alto, que muestran una asombrosa
deformación del rostro y de ciertas partes del cuerpo.
Las facciones han sido alargadas y
agrandadas. Tienen los ojos rasgados, las orejas enormes y con los lóbulos
agujereados, la nariz muy larga, la barbilla y los labios gruesos. Esos colosos
estaban adosados a los pilares de uno de los templos de Atón, en Karnak.
Amenofis IV, que lleva en las muñecas y los
bíceps brazaletes adornados con cartuchos conteniendo los nombres de la
divinidad, sostiene en la mano derecha el flagellum y, en la izquierda, el cetro
heka. Y aunque esos atributos, lo mismo que la doble corona, son absolutamente
tradicionales, el cuerpo del rey presenta particularidades insólitas: senos,
caderas y pelvis femeninos.
Algunas de esas estatuas muestran al
soberano desnudo y sin sexo.
Como Osiris, Amenofis IV, que está en la
postura del rey muerto y divinizado, ha perdido su sexo, que debe ser
recuperado por Isis, encarnada en la reina. Nefertiti actúa teológicamente a semejanza
de Isis a fin de recrear el poder genésico del rey. A eso se debe el que la
divinidad sólo pueda encarnarse, en su totalidad, en una pareja. ¿Acaso el rey
asexuado no es el símbolo perfecto de esta unicidad divina? A la vez hombre y
mujer, representa el principio único antes de la separación de los sexos.
Según Yoyotte, los extraños colosos son la
expresión de un simbolismo extremo, que muestra al rey a semejanza de Atón, es decir,
como «padre y madre» de la creación. No es al individuo Amenofis IV al que
exponen a la mirada, sino a un rey-dios.
Creer que los colosos son retratos fieles
del monarca sería, en mi opinión, un error. El rey ha pedido a los escultores
que creen una estética particular, correspondiente a la nueva formulación de Atón,
que ha convertido en el corazón de su reinado.
Existen probablemente dos retratos de
Amenofis IV, uno conservado en el Louvre y procedente del taller del escultor Tutmosis,
en Al-Amarna;
el otro conservado en el Museo de El Cairo. El primero, de sesenta y cuatro centímetros de altura, forma parte de un grupo construido en esteatita, mostrando el rostro magnífico de un rey plenamente sereno.
El segundo, esculpido en roca calcárea, representa al monarca tocado con la corona azul. La representación, admirable, es de un clasicismo perfecto. La expresión de recogimiento se refleja con una intensidad poco común.
A esas dos obras se les puede añadir sin duda una máscara de yeso, procedente igualmente del taller de Tutmosis.
el otro conservado en el Museo de El Cairo. El primero, de sesenta y cuatro centímetros de altura, forma parte de un grupo construido en esteatita, mostrando el rostro magnífico de un rey plenamente sereno.
El segundo, esculpido en roca calcárea, representa al monarca tocado con la corona azul. La representación, admirable, es de un clasicismo perfecto. La expresión de recogimiento se refleja con una intensidad poco común.
A esas dos obras se les puede añadir sin duda una máscara de yeso, procedente igualmente del taller de Tutmosis.
A excepción de los labios, muy gruesos,
ambos retratos no tienen nada en común con los rostros deformados de los colosos
de Karnak, o de cualquiera de las otras muchas representaciones
Estos últimos tenían por objeto dar cuenta de una nueva formulación teológica. Puesto que Atón recibía por primera vez el homenaje de un culto real, debía también disfrutar de formas artísticas inéditas.
Estos últimos tenían por objeto dar cuenta de una nueva formulación teológica. Puesto que Atón recibía por primera vez el homenaje de un culto real, debía también disfrutar de formas artísticas inéditas.
La postura del rey es coherente: un nuevo
dios instalado en Karnak, templos nuevos para acogerle, nuevas representaciones
esculpidas para dar cuenta de una nueva teología. El conjunto hallaba su modelo
en las muy antiguas tradiciones de Heliópolis, al tiempo que las reformulaba.
Así se dieron los primeros pasos de la
«aventura atoniana»
EL AÑO 4 Y EL AÑO 5: LA FIESTA DE
REGENERACIÓN DEL REY Y EL REINADO DE NEFERTITI
El culto de Atón está ya muy desarrollado
en este cuarto año de reinado: templos nuevos, miles de personas a su servicio,
altares copiosamente cubiertos de ofrendas de alimentos. Las ciudades de Egipto
reconocen la supremacía de Atón y le envían metales preciosos, ropas, telas,
aceites, vino, carnes, etc. Los templos pagan una especie de impuesto sagrado
para que el culto del dios puesto en el pináculo por el faraón quede
correctamente asegurado en el interior del recinto sagrado de Karnak. Estas
aportaciones en materiales diversos y en alimentos están lejos de ser despreciables.
Por consiguiente, todas las divinidades rinden oficialmente homenaje a Atón.
El proceso se ajusta totalmente a la
tradición y no se observa en parte alguna la menor huella de rebeldía. El clero
de Amón, como todos los demás, cumple sus deberes habituales. El poder real se
ejerce plenamente. Sin embargo, hay una innovación importante: Atón, que tiene
su liturgia propia en Karnak, no se encarna en una estatua que tenga forma
particular, a diferencia de otras divinidades, como Anubis, Hator o Ptah.
En el año 4, Amenofis IV toma una decisión
sorprendente: celebrar su primera fiesta del Sed, dicho de otro modo, el ritual
mágico de regeneración de la potencia real.
Amenofis IV es un hombre joven y no ha
reinado más que cuatro años. ¿Padece ya una fatiga física o psíquica que le
fuerza a celebrar este ritual excepcional? Resulta difícil creerlo. Me inclino
más bien a pensar que el faraón, que ha concebido ya las próximas etapas de su
reforma religiosa, necesita un «suplemento» de poder mágico, un incremento de
su dinamismo creador. La obra que se ha prometido cumplir exige esta «Carga»
metafísica, que la totalidad de los dioses y las diosas ofrecen al alma del
rey.
El panteón, en su conjunto, es invitado a
dirigirse a Tebas.
Se puede admitir que la regeneración del
rey y el aumento de su poder fecundador se realizaron en este lugar, situado
bajo la soberanía de Atón, definido como el dios viviente, el gran dios, aquel
a quien pertenece la fiesta del sed, el señor del cielo y de la tierra.
A la cabeza del Estado se encuentra el faraón, como responsable
de toda la pirámide social y política del país. Su autoridad descansa en la
consideración oficial de su divinidad. Según los egipcios, el país estuvo
gobernado primero por los dioses, siendo la primera dinastía de nueve dioses y
la segunda de otros nueve. La tercera es la de los semidioses, tras la cual
vienen las dinastías humanas.
La divinidad oficial del faraón era adquirida en la ceremonia de
coronación, y se renovaba en la fiesta del jubileo o heb sed, que recibe su nombre por el dios
chacal llamado Sed. El propósito de la misma era renovar la energía del
faraón.
La tradición dictaba que se celebrase al trigésimo año de
reinado, y después de eso nuevamente cada tres años; pero como las
expectativas de vida no hacían probable que se pudiera alcanzar esa fecha,
muchos la adelantaban para poder vivir el momento. Además, se cree que también
podía celebrarse el jubileo ante una grave enfermedad del faraón o alguna
catástrofe que amenazara al reino. Los faraones que cumplían con el plazo de
treinta años, pero no vivían para alcanzarlo, se conformaban con la promesa de “millones
de jubileos” en la otra vida.
El festival duraba unos cinco días. Estaba ideado para
sustituir a un ritual más antiguo en el que el rey era sacrificado cuando sus
súbditos veían que estaba en decadencia, a consecuencia de lo cual era
incapaz de mantener el equilibrio de las fuerzas creadoras. En esa época remota
era sustituido por otro rey joven en pleno disfrute de sus fuerzas vitales. Con
el tiempo y la evolución de las costumbres, el sacrificio se sustituyó por una
ceremonia mágica de igual valor en la que se enterraba una estatua
personificando al rey.
La fiesta de heb sed incluía complicados rituales. Había
ofrendas a Sechat-Hor, que había alimentado a Horus (o al faraón) con su leche
sagrada, y procesiones de sacerdotes en las que el faraón tomaba parte en
presencia de la esposa real y de los hijos. Cubierto con el manto de Osiris,
recorría con su séquito las capillas para obtener el consentimiento de los
dioses y poder así renovar su soberanía. El rey levantaba un pilar djed ayudándose
de cuerdas, un símbolo fálico que representaba la fuerza, la potencia y la
duración del gobierno del faraón.
Uno de sus cometidos durante la ceremonia era realizar una
carrera, vestido con una falda corta y una cola de animal a la espalda. Así
recorría la distancia entre dos marcas, un modo simbólico de delimitar su
territorio al tiempo que demostraba que aún estaba en forma para gobernar el
reino. Después de eso recibía de los sacerdotes la corona blanca del Alto
Egipto y la roja del Bajo Egipto, y se sentaba en ambos tronos. Más tarde el
faraón disparaba cuatro flechas hacia los cuatro puntos cardinales, para dar
muerte a las fuerzas del mal y extender a todo el país la fuerza vital o ka que
le habían comunicado los dioses. Al concluir la larga serie de rituales, se
celebraba un banquete.
Con frecuencia se fundaba un nuevo templo con ocasión de esta
fiesta, o bien se destinaba a tal efecto un patio en el recinto de un santuario
ya existente, con el trono a un lado y espacio para que la gente contemplara la
ceremonia. Eran muchos los invitados a presenciar el festival: miembros de la
administración, gobernadores de las distintas provincias y príncipes y
embajadores extranjeros. También se construía un edificio donde el rey se
cambiaba de ropa para los diversos rituales.
Dicha fiesta es una confirmación teológica
de la coronación.
Afirma la omnipotencia del faraón. El poder
de todas las divinidades se concentra en su persona simbólica. Además, el
ritual subraya la realidad sagrada y la importancia de la pareja real. Los
talatates encontrados en el noveno pilono demuestran que Nefertiti y Akenatón
representaron los papeles centrales en esta fiesta, cuyos orígenes se remontan
a la primera Dinastía. Akenatón encarnó a Ra, Nefertiti a Hator. En el momento
de la unión de Ra y Hator, el sol divino vive una comunión celeste con la diosa
del universo, encargada de revelar y embellecer la creación.
En las paredes de este templo de Atón,
había varias representaciones del rey y la reina intercambiando muestras de afecto.
Así se ponía de relieve la idea del matrimonio, del amor inalterable que unía
al rey y la reina. En efecto, la vida divina se transmite a la humanidad entera
a través de la pareja real.
Aunque la simbología no es nueva, su
figuración traduce la inclinación de los soberanos hacia expresiones más
realistas que en el pasado. Por ejemplo, en uno de los bloques se ve el lecho conyugal
recibiendo los rayos del sol divino. A un lado, Amenofis IV y Nefertiti
abrazados. El acto carnal, evocado con la nobleza habitual en el arte egipcio,
reviste aquí un carácter sagrado, puesto que va a ser realizado por la pareja
real, elevada a la altura de una entidad divina. Por lo demás, es el lecho
vacío lo que aparece iluminado, no el aspecto humano.
Gracias a la fiesta del sed, la pareja
reinante adquiere una nueva potencia. «Equipada» con la magia divina, en el
máximo de su eficacia, está preparada para desarrollar su acción.
¿Nefertiti, reina faraón?
Nefertiti fue mucho más que una esposa y
que una madre.
Numerosos indicios dejan suponer que la
reina fue, después de su marido, la principal «cabeza pensadora» de la reforma
religiosa y que participó de la manera más activa en el establecimiento del culto
de Atón.
Como Hatshepsut y Tiyi, Nefertiti pertenece
a la estirpe de reinas excepcionales que imprimieron una huella profunda en su época.
Influyendo sobre el curso de los acontecimientos, participando de manera
constante en el ejercicio del poder, desempeñaron su «oficio» de reinas con una
energía sorprendente.
El compromiso religioso de Nefertiti no
deja lugar a dudas.
No permanece indiferente a la reforma
decidida por su esposo.
Incluso es posible que fuese su
instigadora. Hasta su muerte, se la verá presente, al lado del rey, en todas
las ceremonias oficiales en honor de Atón.
Gran sacerdotisa del culto, cumplió cotidianamente con sus deberes religiosos.
Gran sacerdotisa del culto, cumplió cotidianamente con sus deberes religiosos.
Los textos y numerosas escenas figuradas
subrayan la comunión espiritual que unía al rey y la reina. ¿Simple fraseología
cortesana o testimonio de un amor profundo? La ritualización no excluye lo
cotidiano. El matrimonio de Nefertiti y el príncipe Amenofis se decidió sin
duda en el nivel más alto del Estado. Por lo demás, parece tan poco
convencional como el de Amenofis III y Tiyi, puesto que el futuro rey hubiera
debido unirse a Sit-Amón, la princesa heredera. ¿Hay que pensar en un
matrimonio de amor desde el principio? No lo sabemos. Lo que sí es cierto es
que nació entre los dos seres un sentimiento profundo. Los artesanos de Al-
Amarna expresan magníficamente la felicidad de la pareja real, que basaba su
alegría de vivir en un ideal sagrado. Su amor resulta indisociable del culto
del sol divino y del conocimiento de su irradiación.
Pero ¿quién era esta Nefertiti, destinada a
convertirse en la soberana del reino de Egipto? Su nombre, que significa «La
bella ha venido», ha hecho creer durante mucho tiempo en su origen extranjero.
Nefertiti. Se trata de un nombre egipcio
bastante clásico, y la prueba de la identificación Taduhepa-Nefertiti demuestra
más bien lo contrario. Según los análisis más completos, «La bella ha venido» fue,
pues, una egipcia de pura cepa. El nombre de Nefertiti tiene una significación
teológica precisa. «La bella» no es otra que la diosa Hator, «que ha venido» de
las comarcas lejanas a las que había huido. Para que el amor y la armonía
reinen de nuevo en Egipto, el faraón debe realizar los ritos que harán regresar
a la diosa lejana. Como subraya justamente Claude Traunecker, «La bella ha
venido» es «un nombre teológico atribuido a la esposa real en el momento de la
fiesta tebana del sed» a la que hicimos alusión, es decir, durante el acto
esencial de la regeneración mágica del principio real.
El descubrimiento del busto de Nefertiti
En una tarde soleada el 6 de
diciembre de 1912, un trabajador egipcio en una excavación a lo largo de las
orillas del Nilo se encontró con lo que puede ser el hallazgo más sorprendente
en la historia de la egiptología.
Ludwig Borchardt, el arqueólogo alemán a cargo de la excavación, garabateados con entusiasmo en su diario hace un siglo: "Las herramientas fueron puestas a un lado, y las manos ahora se utilizaron ... Me tomó un tiempo considerable hasta que toda la pieza fue completamente libre de toda la suciedad y los escombros. "Lo que surgió fue un busto de piedra caliza de 3.300 años de edad, de una antigua reina, coloreado con una laca yeso. Una corona de cima plana alza por encima de una ceja finamente definida. Sus pómulos eran altos, la nariz distinguida. Una delgada, elegante cuello - algunos ahora lo describen "cisne" - se levantó de la base del busto. "Celebramos la pieza más animada de arte egipcio en nuestras manos", escribió Borchardt.
Ludwig Borchardt, el arqueólogo alemán a cargo de la excavación, garabateados con entusiasmo en su diario hace un siglo: "Las herramientas fueron puestas a un lado, y las manos ahora se utilizaron ... Me tomó un tiempo considerable hasta que toda la pieza fue completamente libre de toda la suciedad y los escombros. "Lo que surgió fue un busto de piedra caliza de 3.300 años de edad, de una antigua reina, coloreado con una laca yeso. Una corona de cima plana alza por encima de una ceja finamente definida. Sus pómulos eran altos, la nariz distinguida. Una delgada, elegante cuello - algunos ahora lo describen "cisne" - se levantó de la base del busto. "Celebramos la pieza más animada de arte egipcio en nuestras manos", escribió Borchardt.
El egiptólogo francés Pierre Montet,
hablando del descubrimiento de uno de los famosos bustos de la reina, evoca
dicho azar en estos términos:
«Cuando se cerraron provisionalmente las
excavaciones de Tell al- Amarna a principios del verano de 1914, los restos
descubiertos y el inventario fueron mostrados a un representante del Servicio
de Antigüedades, que se esforzó por distribuirlos en dos partes equivalentes.
En el lote alemán, figuraba un bloque enyesado de muy escaso interés, que, al
llegar a Berlín, se transformó por milagro en una cabeza de reina tocada con un
alto birrete. En un estado perfecto de conservación, era la obra más atractiva –no
digo la más bella- que salió jamás del suelo egipcio. Se trataba de Nefertiti
la esposa de Akenatón... »
Borchardt se dio cuenta en seguida de que con ojo o sin él la
escultura, que identificó inmediatamente con Nefertiti, pese a que la pieza no
presenta ninguna inscripción, era la caraba. Lo que siguió fue una operación de
escamoteo en toda regla. Lo acostumbrado era que las misiones de excavación
enseñaran sus hallazgos a las autoridades arqueológicas de Egipto, en esos
momentos francesas, que decidían que piezas se quedaban y cuáles podían retener
los foráneos. Cómo se lo hizo Borchardt para que el funcionario de turno le
dejara el busto no está claro pero desde luego fue algo turbio: los egipcios
tienen todo el derecho al denunciar que les privaron torticeramente de una obra
esencial de su patrimonio.
Nefertiti fue a parar a Alemania. Da buena prueba de la mala
conciencia de Borchardt el que el busto no se exhibiera hasta muchos años
después (1924). La escultura provocó sensación en Alemania y en Egipto ni te
digo. Desde el primer momento fue reclamada como la hija perdida del Nilo. Los
alemanes no estaban dispuestos a soltar su presa.
Todo el mundo conoce ese rostro admirable,
cuya finura se alía con la serenidad. Gracias a él, la vida de una gran reina
de Egipto ha conquistado realmente la eternidad. Lo que nos parece una obra
maestra no es, de hecho, más que un modelo de escultor, un trabajo inacabado.
No se incrustó más que un ojo. Este tipo de trabajo servía al maestro escultor
para perfilar el esbozo, antes de ejecutar la obra definitiva.
La cabeza conservada en el Museo de El
Cairo, no menos bella, fue descubierta por el inglés Pendlebury durante la
campaña de excavaciones de 1932-1933 en Al-Amarna.
Ninguna inscripción permite identificar formalmente a la reina. No obstante, la comparación con otras obras autoriza una atribución probable. La cabeza, de perfil admirable y ojos no incrustados, debía de estar situada sobre una estatua. La expresión es meditativa. Más allá incluso de una belleza que las palabras no alcanzan a describir, transmite una experiencia espiritual de una intensidad absoluta.
Ninguna inscripción permite identificar formalmente a la reina. No obstante, la comparación con otras obras autoriza una atribución probable. La cabeza, de perfil admirable y ojos no incrustados, debía de estar situada sobre una estatua. La expresión es meditativa. Más allá incluso de una belleza que las palabras no alcanzan a describir, transmite una experiencia espiritual de una intensidad absoluta.
No cabe duda de que se reproducen fielmente
los rasgos de la adoradora de Atón, que vive en el corazón de la luz celeste. Cuello
largo, nariz recta y fina, labios delicados, barbilla puntiaguda... Nefertiti,
«La bella», era, en efecto, una mujer muy hermosa. Por lo demás, esos retratos
no muestran ninguna de las famosas «deformaciones» amarnianas con que aparece a
veces en ciertas representaciones.
Aunque modernos estudios parecen
contradecir éstas ideas: ¿fue la belleza de
la soberana el producto de una motivación ideológica?
Hace unos años
Dietrich Wildung, a la sazón director del Museo Egipcio de Berlín, dirigió un
estudio del busto de la reina en el hospital universitario de La Charité, en la
capital alemana. La pieza se sometió a una tomografía axial computarizada
(TAC), una técnica de imagen con escáner que, milímetro a milímetro, desveló un
hallazgo que dejó sin habla a los investigadores: en el interior del famoso
busto había una escultura, el rostro esculpido en piedra caliza de una mujer de
edad avanzada, hombros caídos, cuello flaco y profundas arrugas en torno a la
boca.
El artista del
taller del maestro escultor Tutmosis había aplicado sobre ella una capa de yeso
tras otra hasta modelar el rostro perfecto que hoy conocemos, apoyándose en un
preciso sistema de cuadrícula que aseguraba la repetición exacta de la forma
ideal a cualquier escala.
«No cabe duda
–afirma Laboury–. El rostro de Nefertiti es la proyección volumétrica de esa
cuadrícula.» En la realidad no existe una persona con una simetría tan absoluta
de los dos hemisferios faciales. Tras analizar todas las mediciones y los datos
del TAC, el egiptólogo llega a una conclusión: «Simplemente es demasiado
perfecta. Es imposible que alguien tenga cada uno de los dos ojos situados a la
misma distancia exacta con respecto a la punta de la nariz».
Esto sugiere, en
primer lugar, que la Nefertiti de las estatuas y los bustos era el resultado de
una iconización popular que se llevó a cabo mediante piezas de fabricación en
cadena, objetos de culto producidos en serie para los templos de todo Egipto. Y
en segundo lugar, que la belleza de la reina, al margen del aspecto que pudiera
tener en realidad, pretendía ser una demostración de poder político”.
Existían, pues, distintos cánones estéticos
durante el reinado y sería inexacto retener exclusivamente el más espectacular
y el más inhabitual.
Tomando el conjunto de los talatates
conocidos, Nefertiti aparece aproximadamente el doble de veces que Amenofis IV.
Un bloque procedente de las excavaciones de Hermópolis y conservado en el
Museum of Fine Arts de Boston revela un detalle extraordinario. En dicho bloque
figura una barca estatal perteneciente a Nefertiti, esto es, una de las grandes
embarcaciones utilizadas en los ritos reales. La reina aparece coronada y se la
ve golpeando con la maza a un adversario, al que aferra por los cabellos antes
de abatirle. Escena muy clásica en el arte egipcio, de ordinario se halla
estrictamente reservada al rey, y no se ve nunca a la reina en tal actitud,
específicamente guerrera. Por consiguiente, en este episodio ritual, se
considera a Nefertiti como un faraón varón. Más profundamente, se la
identifica con el rey, a la vez masculino y
femenino, que, al abatir al «enemigo», somete las fuerzas caóticas y oscuras, a
fin de que Egipto permanezca en la luz de Dios. Por lo demás, la maza simbólica
blandida por el faraón se llama a veces «la iluminadora», e intenta menos
destruir que purificar.
La interpretación de una «faraona guerrera»
es claramente insuficiente. Se trata en realidad de hacer triunfar la luz sobre
las tinieblas, liberando energías positivas.
J.H. Harris ha propuesto interpretar las
estatuas colosales de Karnak desprovistas de sexo como una representación de Nefertiti,
apoyándose para ello en su asombroso estatuto real en Kayak.
Según Harris, el rey y la reina simbolizan
la pareja primordial, origen de toda creación, encarnando el primero al dios Chu
y la segunda a la diosa Tefnut.
Se ha puesto en duda la existencia de una
estatua colosal de Nefertiti, aunque la hipótesis no tiene nada de inverosímil
si se admite que se la consideraba como un rey-dios.
Pero ya sea Amenofis IV o Nefertiti, ese tipo de estatua gigante y asexuada es, como hemos visto, una traducción visual de la teología de Atón, que insiste sobre el carácter primordial del dios, a la vez padre y madre de todos los seres.
Pero ya sea Amenofis IV o Nefertiti, ese tipo de estatua gigante y asexuada es, como hemos visto, una traducción visual de la teología de Atón, que insiste sobre el carácter primordial del dios, a la vez padre y madre de todos los seres.
A la luz de estos indicios precisos, ¿hay
que deducir que Nefertiti no fue una reina ordinaria y que se comportaba como
un auténtico faraón, en posesión de las prerrogativas tradicionales de un rey
en ejercicio? Nefertiti conduce un carro, recibe directamente los rayos del
sol, maneja el cetro del «poder», de la autoridad suprema, consagra las
ofrendas... Pudiendo ser calificada de «divina», Nefertiti se presenta sola
ante el altar de Atón.
Tiene una relación teológica directa con el
dios, sin necesidad de la presencia de su marido. En los «pilares de
Nefertiti», la reina, que toca el sistro, es «aquella que encontró a Atón». En
otras palabras, el equivalente exacto de Akenatón.
EL AÑO 4: LA ELECCIÓN DEL EMPLAZAMIENTO DE
LA NUEVA CAPITAL
Tal era el caso de Atón. Tras haberle
construido templos en Karnak, el rey juzgó oportuno ofrecerle un lugar virgen
de toda influencia, que le estuviese consagrado enteramente.
Dicho lugar no ha sido designado al azar.
La futura ciudad santa de Atón se alzará poco más o menos a medio camino entre Tebas
y Menfis. Supondrá un polo de equilibrio entre la capital del sur, encarnación
del esplendor del Imperio Nuevo, y la del norte, símbolo de la gloria del antiguo
Imperio. La nueva capital de Egipto será un tercer término, una revelación, que
superará a las anteriores, englobándolas.
En la orilla este, frente a la ciudad de
Atón, se alzaba Hermópolis, la vieja ciudad santa del dios Thot, el señor de
los jeroglíficos, o palabras de Dios. Patrono de los escribas, guardián del
conocimiento, Thot es también un dios-luna, visir y escriba del sol. Situadas
cada una a un lado del río, las ciudades del sol y de la luna reconstruirán la
unidad del cosmos, cuya luz se expresa a través de las dos luminarias. Para los
egipcios, la luna no era otra cosa que el «sol de la noche».
Sol y luna son también los dos ojos del
Creador, cuya mirada vuelve a crear el mundo cada mañana. La elección del
faraón se basa en motivos metafísicos y simbólicos.
En el año 4, Amenofis IV hace su primera
visita oficial al lugar en que será construida la futura capital. Mediante esta
declaración, el rey vincula de manera directa su reforma a los más antiguos
cultos egipcios. A partir de ahora, la veneración de un dios solar constituirá
el primer valor religioso del reino.
Lo cual equivale a decir que, al crear una
nueva capital, Amenofis IV no lleva a cabo un acto revolucionario brutal e inesperado.
Medita su elección, la anuncia, hace probablemente varios viajes al lugar y
comienza a organizar los grandes trabajos.
No imaginemos ni por un instante a un
faraón místico, solo frente a funcionarios hostiles y un pueblo receloso. Amenofis
IV es el rey. Los grandes cuerpos del Estado le obedecen. Que un rey construya
una nueva capital no tiene nada de extraordinario. El acontecimiento se ha
producido ya varias veces en el pasado.
La creación de la ciudad de Atón, que se
convierte en la cuestión más importante del reinado, exige una modificación de
la política económica. Es posible que Amenofis IV pusiese fin a los trabajos
permanentes de restauración de los edificios de Karnak.
Arquitectos, escultores, grabadores,
dibujantes tendrán que consagrar en adelante sus esfuerzos al nacimiento de una
ciudad entera. Lo mismo sucederá con los equipos de obreros especializados.
Una buena parte de las rentas consagradas a
Tebas pasará a la nueva capital. La corte, los servicios administrativos, los
altos funcionarios, los órganos vitales del reino han de acostumbrarse a la idea
de cambiar de residencia.
Durante todo el quinto año del reinado, se
despliega una intensa animación. Aketatón, «la región de luz de Atón», empieza
a nacer. Piedra tras piedra, se alzan los templos, los palacios y las casas.
Como todo faraón, Amenofis IV tiene la
obligación de respetar Maat en su acción y de hacerla vivir. En caso contrario,
la civilización se vería en peligro. Si Amenofis IV insiste tanto en su lazo
privilegiado con Maat, se debe quizá a la amplitud de la reforma que emprende.
Quiere manifestar de la manera más clara que dicha reforma se inscribe en el
orden de las cosas, en la Regla eterna, y que no procede del desorden.
Se trata de un punto esencial a los ojos de
un egipcio. Si el faraón pretende escapar a Maat, si genera el desorden, está abocado
a un fracaso seguro. La construcción de la ciudad del sol tiene que colocarse
bajo la protección de Maat, como tiene que colocarse el rey.
Todo está, por lo tanto, preparado para el
nuevo acontecimiento. El rey se halla dispuesto a realizar el acto decisivo que
le introducirá de manera irreversible en la vía que ha decidido seguir.
El día decimonoveno del tercer mes de la
estación peret, el nombre de Amenofis IV aparecerá por última vez sobre un monumento.
EL AÑO 6: EL ADVENIMIENTO DE AKENATÓN Y LA
CREACIÓN DE LA CIUDAD DEL SOL
Hasta el sexto año de su reinado, el
sucesor de Amenofis III se llama Amenofis IV, transcripción griega del nombre
egipcio «Amónhotep», es decir «Amón está satisfecho» o, más exactamente, «El
principio oculto está en plenitud». A través de este nombre, la estirpe de los
Amenofis rendía un homenaje directo al dios del Imperio y al señor de Karnak.
En el año 6, Amenofis IV toma una decisión
que se ha calificado de revolucionaria: cambia de nombre. Abandona el de Amenofis
para convertirse en Akenatón.
No se trata de un nuevo reinado, sino de un
ser nuevo que nace de manera mágica. Akenatón y Amenofis IV son el mismo faraón,
puesto que los años del reinado continúan siendo enumerados sin volver al año
1. Akenatón no suprime a Amenofis IV. Deja que subsistan representaciones de sí
mismo en que aparece portando su antiguo nombre. Lo que quiere, en realidad, es
adoptar un nombre de reinado que concuerde con su reforma religiosa. Al nuevo
nombre del rey corresponde un nuevo eje de gobierno sagrado.
Para un antiguo egipcio, el nombre es una
parte inmortal del ser. Sigue viviendo tras la desaparición física de quien lo
lleva.
Contiene una energía espiritual que debe
ser preservada, de modo que, al recorrer los «bellos caminos del otro mundo»,
el resucitado conserve su identidad.
Al convertirse en Akenatón, el rey proclama
su adhesión al dios Atón e indica que será el señor de su reinado. Sin
embargo, el faraón no renuncia a los títulos tradicionales de los soberanos de Egipto,
que comprenden cinco nombres simbólicos.
Conocemos esta situación completa de
Akenatón por los textos de las estelas fronterizas:
Horus viviente: toro amado de Atón... Las
dos soberanas: grande de realeza en Akenatón.
Horus de oro, aquel que exalta el nombre de
Atón.
El rey del Alto y del Bajo Egipto: el que
vive de Maat, el
dueño de las Dos Tierras, Neferkeperuré, el
único de Ra.
El hijo de Ra: el que vive de Maat, el
dueño de las coronas,
Akenatón de gran duración de vida, a quien
se le da la vida
eternamente.
Se observará que están presentes dos
divinidades, además de Atón: Horus, el dios con cabeza de halcón, encarnación
simbólica de la realeza desde la primera dinastía, y Ra, del que Akenatón se proclama
«el único», dicho de otro modo, el solo ser capaz de transmitir la luz divina,
gracias a su función de faraón.
¿Qué significa el nuevo nombre, Akenatón?
El egiptólogo inglés Cyril Aldred parece haber llegado a la verdad al traducir
Akenatón por «El espíritu eficaz de Atón», es decir, el canal consciente por el
que circula la luz de Atón.
Al principio del nombre de Akenatón, hay la
palabra akh, que ocupa un lugar privilegiado en la lengua y el pensamiento
egipcios.
Implica la idea de una realización del ser
en la luz. El iniciado que ha franqueado las temibles pruebas del mundo de los
muertos se transforma en un ser de luz, cuyo resplandor será benéfico para aquellos
que sigan el mismo camino. Por lo tanto, el rey Akenatón, gracias a su nombre,
es aquel que hace resplandecer al dios Atón.
Además, akh se refiere también a una noción
de «utilidad».
La filosofía religiosa del antiguo Egipto
no separaba la noción de «luz
espiritual» y la de «eficacia» o «utilidad». Una espiritualidad desencarnada no
es más que ilusión. Una espiritualidad radiante es forzosamente «útil» y
«eficaz», ya que da la vida y nutre a los seres con lo esencial.
Continuidad y no negación. Así se presenta
la acción del rey al cambiar de nombre. A la mutación del nombre corresponde,
en realidad, otra acción: la fundación religiosa de la ciudad de la luz,
Aketatón.
Cambio de ser del faraón, cambio de capital
para Egipto. Las dos formas de realidad son equivalentes, construcciones
sagradas de la misma naturaleza. El nacimiento de la ciudad del sol requería
una evolución en el ser del rey. Y este último era indispensable para que la
ciudad de Atón viese el día.
Los textos nos dan la fecha precisa de la
fundación teológica de Aketatón, la ciudad de Atón: el día decimotercero del
cuarto mes del invierno del año 6 del reinado.
«Atón -está escrito- conoce a cada dios y a
cada diosa.»
Conoce también sus lugares sagrados
respectivos. Por eso el rey, su intérprete, tenía que descubrir el territorio
que no pertenecía a ningún dios ni a ninguna diosa, un espacio reservado
exclusivamente a Atón y en el cual se expresaría en toda su gloria. La ciudad
de Atón nace en un suelo virgen de influencias pasadas y se afirma como una
creación total.
La ceremonia de fundación debe ser
Inolvidable. Ha sido preparada cuidadosamente por los ritualistas. Conocemos
sus momentos principales por los textos de las estelas fronterizas.
El rey apareció sobre un gran carro de
electro semejante a Atón cuando brilla sobre su región de luz y llena la tierra
con su amor Por una buena ruta, ya trazada, se dirige al corazón de la nueva capital
en construcción. Allí, ofrece un sacrificio a Atón: La tierra resplandecía de
júbilo y todos los corazones se regocijaban viendo al rey hacer una gran
ofrenda a su padre, ofrenda de cerveza, de pan, de ganado con cuernos largos y
cortos, de caza, de vino, de frutas, de incienso, de libaciones, de hortalizas.
A continuación, Akenatón se dirige a la
corte, reunida para la ceremonia, y a los miembros de su gobierno. Están
presentes los «grandes de palacio», lo mismo que los oficiales superiores del
ejército y los escribas de alto rango. Todos se prosternan y besan la tierra en
presencia del rey. Akenatón afirma que ha construido un monumento para su padre
Atón allí donde ha oído la voz.
Fue Atón, quien le reveló que aquel lugar sería para siempre «la región de luz del disco solar».
Fue Atón, quien le reveló que aquel lugar sería para siempre «la región de luz del disco solar».
¿Por qué Akenatón se fuerza a sí mismo,
mediante este compromiso pronunciado con tanta firmeza, a no extender Akenatón
más allá de unos límites muy precisos? La tesis según la cual se trataba de la
expresión de un acuerdo concluido con los sacerdotes de Amón, limitando así las
ambiciones del rey, no tiene ningún valor. El clero tebano carecía de medios
para oponerse a la voluntad del rey. No formaba en modo alguno una «oposición» capaz
de obstaculizar en ningún sentido la actividad de las construcciones reales.
En realidad, Akenatón ponía coto en el
tiempo y el espacio a su propia experiencia.
En mi opinión, sólo adoptando esta
perspectiva puede descifrarse el reinado de la pareja real. Nefertiti y
Akenatón querían que Aketatón fuese la capital durante un solo reinado, un «episodio»
de la civilización egipcia. En efecto, cada reinado correspondía a la
realización de una idea simbólica, de un programa teológico. A Nefertiti y
Akenatón les correspondió la tarea específica de hacer resplandecer el poderío
divino concebido como «Atón», a partir de una sede terrestre original y de
acuerdo con formas artísticas adaptadas.
Traslado de la corte real
La ciudad de Atón fue construida muy rápidamente,
ya que se hallaba habitada cuatro años después de la inauguración de las obras.
Había que hacer surgir del desierto una ciudad agradable a Dios y al hombre,
desarrollar un plan de irrigación, plantar árboles, crear jardines. Más
preocupados por la velocidad que por la perfección, los artesanos no
«remataron» la obra como tenían por costumbre. Los artesanos de Tebas que
vinieron a instalarse a Aketatón, pero tuvieron que luchar contra un enemigo
poderoso: el tiempo. Como hemos dicho, Akenatón tenía prisa. Por lo tanto, el
conjunto de las paredes maestras sufrió a veces las consecuencias de la rapidez
de los trabajos. Tradicionalmente, el arquitecto egipcio destina la hermosa
piedra tallada a los edificios sagrados, símbolos de eternidad. La nueva
capital está dominada por el adobe. En los monumentos más importantes, se
utilizaron mucho pequeños bloques ensamblados de acuerdo con la técnica de construcción
con ladrillo, lo que permitía ir más deprisa y utilizar una mano de obra no
especializada.
También los escultores se vieron obligados
a abreviar el tiempo dedicado a sus creaciones. Por ello inventaron un procedimiento
de fabricación de las estatuas en que se servían de varios tipos de piedra. Las
partes visibles -cabeza, brazos o pies fueron trabajadas en cuarcita, mientras
que se perfeccionaba la obra con incrustaciones de vidrio y cerámica.
Los testimonios conservados tienden a
demostrar que la ciudad de Atón era bella y acogedora, con amplias avenidas, espacios
verdes y barrios muy bien concebidos. La corte encontró una capital atrayente,
en la que podía latir el corazón de Egipto.
LAS «MALAS PALABRAS»: ¿AKENATON CONTRA EL
CLERO TEBANO?
Algunos autores imaginaron que los
sacerdotes de Amón habían sido asesinados o exiliados, que el templo de Karnak
había sido pasto de las llamas, que Akenatón emprendió una «caza de los impuros»,
destinada a extirpar de Egipto el mal y el vicio, simbolizados por el clero
tebano.
Tan horribles acontecimientos pertenecen al
campo de lo imaginario.
A continuación podéis ver tres videos sobre "Akhenaton el Faraón Hereje" que si bien no corresponden a los criterios ofrecidos en éstas páginas, os permitiran aproximaros a otra perspectiva:
A continuación podéis ver tres videos sobre "Akhenaton el Faraón Hereje" que si bien no corresponden a los criterios ofrecidos en éstas páginas, os permitiran aproximaros a otra perspectiva:
1
2
3
No hubo ninguna acción violenta, ningún
conflicto sangriento entre Akenatón y los sacerdotes situados a la cabeza del
clero tebano.
¿Akenatón en lucha abierta contra el clero
de Amón? Una imagen simplista y modernista, que no corresponde a la realidad egipcia.
La civilización faraónica no conoce las guerras de religión por la simple razón
de que ignora la palabra dogma. Ninguna institución religiosa se considera en
posesión de una verdad definitiva y exclusiva, que está obligada a imponer a
los demás. El faraón no es el detentador de un libro y unos dogmas sagrados. No
hay nadie a quien convertir. Como receptáculo de lo divino y primer servidor de
su pueblo, actúa como mediador entre el cielo y la tierra.
Un conflicto entre la Iglesia y el Estado
es absolutamente imposible, ya que no hay una Iglesia y un Estado, sino una teocracia,
un poder sacralizado, cuyo primer deber consiste en magnificar lo divino en la
forma articular adoptada durante un reinado.
El faraón es un rey-sacerdote, incluso el
único sacerdote de Egipto. Él y sólo él celebra la totalidad de los cultos. Su
imagen, presente en las paredes de los templos, se anima mágicamente al amanecer.
El ser del faraón se encarna en un sacerdote, que actúa en su nombre.
Akenatón no experimentaba ninguna
hostilidad personal en contra del dios Amón. Amón-Ra, «El único de las manos
numerosas», se convirtió en el gran dios de Estado, que hacía salir a los
dioses de su boca y a los hombres de sus ojos. «Buen pastor», Amón vela por la
prosperidad del mundo, y este himno que le glorifica no se aleja mucho de los
textos que celebran a Atón:
Él hace crecer la hierba para los rebaños,
el árbol frutal para los hombres,
crea aquello de lo que viven los peces en
el río,
las aves en el cielo.
Infunde el aliento
a aquel que está en el huevo...
Los humanos no son los únicos en reconocer
la generosidad de Amón, puesto que los animales salvajes, e incluso los
desiertos, cantan sus alabanzas. No puedo por menos que citar este magnífico
párrafo del Papiro de Leyde, que evoca maravillosamente el «alcance» simbólico
del dios Amón:
Misterioso de aspecto, de apariencia
deslumbradora, Dios
maravilloso de múltiples formas, todos los
dioses acuden a Él para
que los engrandezca con su belleza, ya que
Él es Dios. Él es Ra
cuando se une a su cuerpo. Él es el Grande
que está en Heliópolis,
es Amón surgido del océano primordial. Él
guía a la humanidad. Es
el Señor universal, Príncipe de los seres.
Único es Amón, que se
oculta a los ojos de los hombres. Se
sustrae a los dioses, nadie
conoce su naturaleza, ningún dios conoce su
verdadero aspecto. No
tiene apariencia que pueda ser dibujada, es
demasiado misterioso
para que su gloria se revele, es demasiado
vasto para ser
escrutado... Todo cuanto sale de la boca de
Amón, los dioses lo
aceptan como si fueran órdenes...
Jefe espiritual de la religión atoniana,
Akenatón relegó a un segundo plano al clero de Amón, puesto al mismo nivel que
las demás corporaciones de sacerdotes y obligado, por lo tanto, a rendir como
ellas homenaje a Atón. La posición del rico clero de Amon dejó de ser
preeminente, Y si esta modificación no presentaba
ninguna dificultad en el aspecto teológico, probablemente no sucedía lo mismo
en la vida cotidiana. Ciertas susceptibilidades se vieron sometidas a dura
prueba, y ciertas carreras quedaron prematuramente interrumpidas. Las riquezas de
Karnak no pertenecían a los sacerdotes de Amón, sino al faraón, que las empleaba a su guisa.
No obstante, eran los sacerdotes quienes las administraban. Con la creación de
Aketatón, la nueva capital, el circuito económico se desvía. A partir de ahora,
las principales riquezas se dirigen hacia los templos de Atón, y no hacia los
de Amón.
El rey lesionó forzosamente intereses
individuales. Y si es cierto que prestó oído a «malas palabras», lo hizo sin
duda a conciencia, relegando a la sombra a signatarios a los que juzgaba incapaces
de cumplir sus funciones religiosas.
¿Guerra abierta entablada por Akenatón
contra los sacerdotes de Tebas? De ningún modo. ¿Desconfianza del rey con respecto
a algunos de ellos? Con toda seguridad.
Los poderes de los grandes sacerdotes, que
dejaron de ostentar sus títulos tradicionales, tenían que disminuir fatalmente
para que el poderío de Atón resplandeciese.
Akenatón reina. La nueva capital ha sido
fundada.
A partir de ahora, el culto de Atón será el
más importante de Egipto, y el rey lo situará por encima de todos los demás.
EL AÑO 9: ¿ATÓN FANÁTICO?
Akenatón da orden de destruir las estatuas
de Amón y de martillar el nombre del dios. «Por todas partes –escribe Legrain-
se proscriben o destruyen por orden real las imágenes de Amón. Pocos
monumentos, tumbas, estatuas, estatuillas, incluso objetos menudos escaparon a
las mutilaciones... Se llega a escalar hasta lo más alto de los obeliscos y a descender
al fondo de las tumbas para destruir los nombres y las Imágenes de los dioses.»
Tampoco se salvan los pequeños escarabajos.
El signo jeroglífico que sirve para designar a «los dioses» es suprimido de las
inscripciones, puesto que se halla en contradicción con la noción de un dios
único.
Sin embargo, la descripción de los hechos
es demasiado apocalíptica. Cierto que Akenatón ordenó martillar los nombres divinos,
estableciendo así un «vacío mágico» alrededor de Atón.
Pero no hay que olvidar algunos detalles
intrigantes. Por ejemplo, en la tumba de Ramosis, no se destruyó el primer
nombre de Akenatón, esto es, Amón-Hotep. En la tumba de Kerue, el nombre de
Amón fue borrado en todas partes, a excepción de los cartuchos reales de
Amenofis III y Akenatón.
En una estela de Amenemhet, se suprimió el nombre de Amón, pero el de Osiris permaneció intacto, pese a ir acompañado por el de varios dioses antiguos, Isis, Horus, Geb y Nut. No obstante, dicha estela resulta muy provocativa, puesto que se define en ella a Osiris como el primero de los dioses, creador del cielo y de la tierra... Se podrían citar otros casos en que no se llevaron a cabo las supresiones de los nombres divinos.
En una estela de Amenemhet, se suprimió el nombre de Amón, pero el de Osiris permaneció intacto, pese a ir acompañado por el de varios dioses antiguos, Isis, Horus, Geb y Nut. No obstante, dicha estela resulta muy provocativa, puesto que se define en ella a Osiris como el primero de los dioses, creador del cielo y de la tierra... Se podrían citar otros casos en que no se llevaron a cabo las supresiones de los nombres divinos.
Al martillar el nombre de los dioses,
Akenatón suprime su facultad de encarnación y aniquila su influencia. Atón
reina como único señor.
Se le trata de loco, de fanático, de
sectario, de epiléptico, de soñador convertido en verdugo, de demente empeñado
en vengarse de un clero al que odiaba.
Akenatón divulgó aspectos del pensamiento
egipcio hasta entonces mantenidos secretos y es cierto también que el martilleo
de los nombres fue una «operación» mágica, y no una destrucción sistemática.
Si Akenatón experimentó la necesidad de
prestar de nuevo juramento, si el nombre de Atón tenía que imponerse de manera mágica
por la supresión del resto de las divinidades (a excepción - una excepción
verdaderamente notable- de Ra), se debió a que la reforma religiosa tenía que
ser acelerada. Lo mismo que la ciudad del sol quedó encerrada en límites espaciales
que no sobrepasaría, la existencia de Akenatón lo fue en hitos temporales, en
cuyo interior se desarrolló la revelación atoniana.
Ninguna guerra de religión, ninguna sevicia
contra aquellos que no veneraban a Atón, ninguna persecución. La decisión de Akenatón
no se explica ni por razones políticas ni por causas sociológicas. Se trata de
un itinerario puramente mágico, impuesto por el «programa atoniano»,
perfectamente acorde con el genio del reinado.
Los escultores dejaron intactos en muchas
regiones y muchas aldeas los nombres de las antiguas divinidades. Akenatón no
era tan ingenuo para creer que les daría tiempo a recorrer todo Egipto. Sencillamente,
consideraba importante intervenir en algunos puntos neurálgicos.
No se dio en el país ninguna rebelión, ni
religiosa ni civil. Los egipcios conservan en sus nombres el de las divinidades
tradicionales y no los reemplazan por el de Atón, lo que significa que su ser
espiritual permanece fiel al panteón clásico.
En la propia ciudad del sol, existen numerosas huellas de la religión practicada durante siglos. La policía real no interviene ni toma ninguna medida contra aquellos que adoran otras divinidades que Atón.
En la propia ciudad del sol, existen numerosas huellas de la religión practicada durante siglos. La policía real no interviene ni toma ninguna medida contra aquellos que adoran otras divinidades que Atón.
La simbología religiosa tradicional no fue
ni suprimida, ni perseguida, ni abandonada.
No imaginemos a una horda de fanáticos, cincel
en mano, precipitándose sobre los templos y las tumbas. Sólo algunos
escultores, designados por el rey, trabajaron minuciosamente, borrando el
nombre de Amón.
¿EL EJERCITO SE HIZO CARGO DEL PODER?
La importancia creciente de la clase
militar en el Imperio Nuevo, los soldados del faraón habían obtenido victorias
importantes en Asia y garantizaban la seguridad del territorio. Por ello
recibieron un cierto número de favores y disfrutaban de un prestigio nuevo en
la sociedad egipcia. Su ascensión social tenía que traducirse inevitablemente
por ciertos conflictos entre esos «nuevos ricos» y las clases acomodadas
tradicionales, formadas por los escribas y los administradores.
Ciertos grandes signatarios amarnianos,
como Ay y Horemheb, son soldados. Figuran entre los allegados del rey, que desdeña
a la sociedad tebana para formar su propia casta de fieles.
Durante mucho tiempo, se ha extendido la
leyenda de un Akenatón ultrapacifista, que rechazaba incluso la idea de la
guerra, ensimismado en su sueño de paz eterna. La realidad es muy diferente.
Como todo faraón, Akenatón era el jefe de un ejército poderoso y bien
organizado. Que en Aketatón hubo soldados en un número importante es un hecho
cierto. E igualmente patente resulta el hecho de que estaban a las órdenes del
faraón y que se integraban perfectamente en la sociedad atoniana.
Ver al rey como una especie de «jefe de
banda», apoyándose sobre la soldadesca para poner de rodillas a los sacerdotes
de Tebas es propio de una novela negra y no corresponde a la historia egipcia.
La sociedad faraónica no conocía la lucha
de clases. El rey no tenía por qué tomar partido en favor de una categoría
social y en contra de otra. El ejército no tomó el poder en la ciudad del sol.
La ciudad de Atón no fue un enclave
rousseauniano en el territorio egipcio. Akenatón no creía en el «buen salvaje»,
ni se comportaba como un poeta desencarnado. Jefe del ejército y de la policía,
contaba con ellos para mantener en calma su capital y asegurar el orden
público. Militares y policías no forman, sin embargo, una clase dominante,
capaz de imponer su voluntad al rey de Egipto.
Akenatón no está más influido por los
militares de Aketatón de lo que está amenazado por los sacerdotes de Amón en
Karnak. Unos y otros son servidores del faraón y no manifiestan ninguna
veleidad de rebelión contra él.
AKETATÓN, CAPITAL DE UN REINADO
«Grande por su encanto, agradable a los
ojos por su belleza.»
En tales términos evocaba un habitante de
Aketatón la ciudad del dios Atón, verdadera «visión celeste».
A finales del noveno año de reinado, la
nueva capital de Egipto está construida en gran parte. El dios Atón ha recibido
su «sede», en la que puede revelarse a los humanos. Akenatón ha cumplido el
primer deber de un faraón: ser el maestro de obras de su reino.
Ocupando una superficie de unos cien
kilómetros cuadrados, se extiende por la orilla oeste. De norte a sur, tiene
trece kilómetros de largo. Aunque el lugar haya sido asolado, los excavadores
han logrado descifrar en el suelo el plano de los edificios, captar la
distribución de los barrios y ofrecer reconstrucciones posibles. Por eso puede
afirmarse que Aketatón comprendía un barrio norte y un barrio sur, cada uno con
su suburbio. Entre ellos, el centro de la ciudad, donde se alzaban el palacio y
el templo principal.
Aketatón, cuya población ascendía como
mínimo a los cuarenta mil habitantes, no era una aldea. «Durante su corta
existencia, fue la capital del mayor imperio del mundo -escribe Pendlebury-. En
ella se trataban todos los asuntos del reino. En sus calles se codeaban todas
las naciones del mundo conocido, cretenses, micenios, chipriotas, babilonios,
judíos y muchas otras razas. El centro de Aketatón estaba organizado en torno a
la desembocadura de la arteria principal, que nacía en el palacio septentrional
y terminaba en el gran palacio, el cual comprendía varios espacios abiertos,
con un gigantesco patio en el centro del edificio, bordeado por estatuas
colosales de Akenatón. Así se proclamaba la grandeza de la religión atoniana y
de su servidor, el rey.
Hemos de imaginar un edificio
verdaderamente imponente, de unos doscientos setenta metros de largo, con una
inmensa fachada, unido por un puente de ladrillo que cruzaba el camino a una
pequeña residencia, la casa del rey, donde la pareja real se mostraba a los signatarios
desde la «ventana de aparición».
La decoración del palacio era muy cuidada:
tambores de columnas de alabastro incrustados con motivos lotiformes, fustes de
arenisca o de cerámica simbolizando ramilletes de cañas pintados en verde,
capiteles representando hojas y flores de loto.
El pavimento se ornaba con motivos
naturalistas: pantanos, matas de juncias y de papiros, patos emprendiendo el
vuelo. Ejecutadas a la aguada sobre un fondo de yeso o de estuco, las pinturas
murales, de colores vivos, recuerdan las del palacio de Amenofis III en Malgatta.
También ellas celebraban los esplendores del paisaje y la dicha de vivir bajo
el sol de Atón. A lo largo de las rampas, los relieves mostraban a la pareja
real haciendo ofrendas a Atón, seguida por Mery-Atón tocando el sistro, o bien
un decorado de frisos de extranjeros sometidos al dios. Suntuosos jardines rodeaban
esta residencia.
Al norte del palacio, varios edificios
administrativos albergaban las oficinas de la policía, del tesoro, del servicio
de asuntos exteriores. Pero el joyel de esta parte de la ciudad era el gran
templo de Atón, cuya entrada estaba señalada por dos torres de ladrillo,
análogas a los pilones tradicionales. La vía de acceso conducía a la «Casa de
la Alegría». Se pasaba por un vestíbulo con columnas, luego por una serie de
patios descubiertos, y se alcanzaba por fin el corazón del edificio, el
Gem-Atón, «Atón ha sido encontrado».
Al lado de la vivienda de Akenatón existía
un templo de dimensiones más modestas, la «Casa de Atón», especie de capilla,
cuyo eje apuntaba hacia la entrada del uadi donde se había excavado la tumba
real.
El gran templo estaba rodeado por los
talleres necesarios para la práctica del culto. Se han identificado especialmente
las panaderías, que ocupaban dos largas filas de habitaciones estrechas y
paralelas en el exterior del recinto. Cada habitación formaba una panadería
independiente, con sus hornos circulares y sus artesas de ladrillo a lo largo
de las paredes.
En el barrio norte vivían los comerciantes
y los pequeños funcionados. Reinaba en él una animación constante. Allí se
abrían los despachos de los escribas, y tiendas donde se compraban los productos
más diversos, transportados por barco y desembarcados en los muelles anejos a
la capital. Pero había también un gran palacio, junto al río, la principal
residencia real, bien protegida y claramente separada de la ciudad. De este
lugar partía la arteria principal, que, más al sur, pasaba delante de un
Palacio destinado a Mery-Atón, la primogénita. Salas de recepción, cuartos de
baño, templo solar al descubierto, jardines, patios con las paredes pintadas,
representaciones de paisajes y animales recreaban una visión paradisíaca de la
naturaleza, «una transposición al plano arquitectónico del admirable himno al
sol compuesto personalmente por el rey».
Las excavaciones pusieron al descubierto
una especie de parque zoológico, con espacios cerrados, comederos, etc. En
resumen, todo un dispositivo dedicado al bienestar de las aves y de otras
especies.
El barrio sur, en el que residían los altos
funcionarios y donde trabajaban ciertos escultores, se caracteriza por la
presencia de un extraño edificio, el Maru-Atón. Incluye lagos poco profundos, jardines,
pabellones, capillas... Así se diseña un nuevo paisaje teológico para cantar
los favores de Atón. Un observatorio permitía a la reina, cuyo papel ritual
aparece subrayado en este lugar, participar en el renacimiento diario del
astro.
Los palacetes más bellos estaban rodeados
por un jardín y protegidos por un muro de una longitud de ochenta metros. Caballerizas,
establos, graneros, formaban el medio ambiente económico. Se ha descubierto una
granja de cerdos, donde se criaba a los animales, alimentados con grano, en
recintos especiales. La carne salada se conservaba en jarras desinfectadas con
yeso blanco.
En el interior de los palacetes había una
amplia sala de recepción sostenida por columnas de madera pintada, utilizada
para acoger a los invitados y celebrar comidas y banquetes. Había ventanas que
distribuían la luz. A su alrededor, se abrían diversas habitaciones, despachos,
salones, cuartos de almacenamiento. Al fondo de la casa, las habitaciones
privadas: dormitorios, duchas, servicios, salas de masaje.
Si se examina el plano tipo de las casas
más modestas, se comprueba que se construían sobre una base cuadrada y que comprendían
una planta baja alzada, a veces precedida por un antepatio, un recibimiento,
una habitación central que daba a un número más o menos importante de otras
habitaciones, una cocina exterior y una escalera que permitía llegar a la
terraza. A decir verdad, es casi imposible encontrar dos casos idénticos. Esos elementos
clásicos se combinan de las maneras más variadas.
El barrio de los obreros, un pueblo dentro
de la ciudad, se presentaba como un conjunto de callejuelas paralelas, que se cortaban
en ángulo recto. El artesano guardaba sus herramientas en la entrada de la
casa. Venía después un cuarto de estar, una cocina y una o varias habitaciones.
Cada familia poseía su capilla, donde se celebraban banquetes sagrados y se
veneraban a dioses como Amón, Isis, Bes o Tueris.
El estudio de Aketatón pone de relieve la
gran coherencia de la sociedad egipcia, donde no se rompieron nunca los lazos
entre la población de la ciudad y la población campesina. La ciudad, aun siendo
la capital, no es un monstruo frío aislado de la naturaleza, sino una serie de
pueblos unidos unos a otros. Imposible, por consiguiente, favorecer la
aparición de ghettos o de un proletariado urbano, puesto que ricos y pobres
viven entremezclados. El faraón y la familia real ocupan un lugar aparte.
Su función exige que permanezcan aislados,
en el centro de un conjunto de monumentos sagrados.
AKETATÓN, CIUDAD DE ATÓN
Atón está representado por un disco solar
del que salen rayos que terminan en manos, algunas de las cuales ofrecen la
«llave de vida». En el borde inferior del disco, un uraeus, cobra erguida que lleva
en el cuello una llave de vida. La asimilación de los rayos solares con los
brazos de la divinidad es una concepción simbólica muy antigua. Su
representación existe ya en una estela de Gizeh que data de la época de
Amenofis II.
El círculo del sol es análogo al del mundo,
que está regido por la ley de la serpiente, de las metamorfosis incesantes. Las
manos del sol ofrecen vida y felicidad, revelan las fuerzas divinas que, cotidianamente,
aseguran la buena marcha del cosmos.
“Respiro el dulce aliento que sale de tu
boca”, declara Akenatón.
Veo tu belleza cada día,
mi deseo es oír tu dulce voz,
semejante al viento del norte,
sentir mis miembros vigorizados por la
vida,
gracias a ti.
Dame tus manos,
que guardan tu espíritu
para que pueda recibirlo,
vivir gracias a él.
Pronuncia mi nombre en la eternidad,
y no perecerá jamás.
(Trad. de Gardiner)
El rey dirige a su dios una verdadera
declaración de amor.
Atón es a la vez emisor y receptor. Emisor,
porque es manantial del universo; receptor, porque toma la forma del sol, que
la acción del rey hace salir al amanecer.
Con demasiada frecuencia, se ha confundido
al dios Atón con el disco solar. En realidad, se trata sólo de su forma
favorita. Aunque se expresa muchas veces a través del sol, Atón no es solamente
un astro. Fuerza vital por excelencia, energía que hace crecer toda cosa, Atón
adopta exclusivamente el «canal» del sol para manifestarse con el máximo de
esplendor.
Hay que decir que el globo solar no era
para los egipcios una potencia anónima. Se trataba de un verdadero rostro de
Dios, al que se dedicaban vivas alabanzas.
Por lo tanto, hay que insistir en que la
religión amarniana no es una adoración ingenua del astro del día. De hecho,
Atón no se expresa en el disco solar, sino en el globo del ojo del sol.
Esta indicación abre amplias perspectivas.
En efecto, el ojo del sol constituye uno de los temas capitales del pensamiento
egipcio. En el ojo sagrado se encuentran la medida de todas las cosas y el
secreto de todas las construcciones vivientes. Al tomar la forma del ojo del
sol, Atón indica que tiene en su poder la clave de la armonía universal y que
el hombre, para percibir su sabiduría, debe abrir su ojo interior.
Atón es el motor del mundo y lo recrea en
cada instante. Rige el destino de los seres y de las cosas. Por la mañana, los hombres
contemplan el esplendor de un mundo renovado cuando Atón surge en el horizonte;
al atardecer, sufren la prueba de una muerte pasajera cuando Atón desaparece en
el occidente. Atón es un rey que dirige los destinos del universo.
Atón es vida que da la vida. Señor del
cielo y de la tierra, reside en su templo de la piedra levantada, en el
interior de su ciudad, capital de Egipto.
Su mensaje no se halla fijado en una
doctrina. La omnipotencia de la luz no puede ser encerrada en un dogma.
Habiendo creado el cielo lejano, Atón se
alza en él y, desde las alturas de la región de luz, contempla su creación.
Millones de vidas están presentes en él y las concede por intermedio de sus
rayos. Su luz penetra en los corazones, donde se transforma en la fuerza
creadora por excelencia, el amor.
Conocemos la enseñanza de Atón gracias a un
cierto número de textos, cuyo redactor fue muy probablemente el propio Akenatón,
Dos textos merecen ser traducidos aquí en su integridad, el «pequeño himno a
Atón» y el «gran himno». Su lectura resulta indispensable para conocer la
religión atoniana en su misma fuente.
Se ha encontrado este texto grabado en
cinco tumbas de Al- Amarna. En tres ocasiones, es Akenatón quien pronuncia las palabras.
En los otros dos casos, se ha autorizado a los dignatarios a expresarse en su
nombre.
¡Oh, Atón viviente, señor eterno, eres
espléndido cuando
sales! Eres resplandeciente, perfecto,
poderoso. Tu amor es
grande, inmenso. Tus rayos iluminan todos
los rostros, tu brillantez
da vida a los corazones cuando llenas las
Dos Tierras con tu amor
Dios venerable que se ha formado a sí
mismo, que crea cada tierra
y lo que en ella se encuentra, todos los
hombres, los rebaños y el
ganado, todos los árboles que crecen en el
suelo. Viven cuando tú
apareces para ellos. Tú eres el padre y la
madre de todo lo que has
creado.
Cuando apareces, los ojos te contemplan,
tus rayos iluminan la
tierra entera. Todo corazón te aclama al
verte, cuando te manifiestas como su señor Cuando te pones en la región de luz
en el
occidente del cielo, se postran como si
muriesen, con la cabeza
cubierta, sus narices privadas de aire,
hasta que brillas de nuevo
en la región de luz en el oriente del
cielo. Sus brazos adoran tu ka,
nutres sus corazones con tu perfección. Se
vive cuando tú
resplandeces, todas las comarcas están en
fiesta.
Cantantes y músicos gritan de alegría en el
patio de la capilla
de la piedra levantada [el benben] y en
todos los templos de
Aketatón, el lugar de rectitud en que te
regocijas. En sus centros
se ofrecen los alimentos. Tu hijo venerado
pronuncia tus plegarias,
oh Atón viviente en sus apariciones. Todos
aquellos a los que has
creado saltan de alegría ante ti. Tu
venerable hijo exulta, oh Atón
viviente cotidianamente dichoso en el
cielo. Tu descendencia es tu
hijo venerado, el único de Ra [el rey]. El
hijo de Ra no cesa de
exaltar su perfección, Neferkeperuré, el
único de Ra.
Yo soy tu hijo que te sirve, que ensalza tu
nombre. Tu poder
y tu fuerza son firmes en mi corazón. Eres
el Atón viviente cuyo
símbolo perdura, tú has creado el cielo
lejano para brillar en él,
para observar lo que has creado. Eres el
Uno en quien se
encuentra un millón de vidas. Para hacerlas
vivir, insuflas el aliento
de vida en su nariz. Por la vista de tus
rayos, todas las flores
existen. Lo que vive y surge del suelo crece
cuando tú brillas.
Abrevados con tu vista, los rebaños
triscan, las aves baten
alegremente las alas en el nido. Las
disponen para orar al viviente
Atón, su creador
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