¿En que momento de la historia la filosofía dejó de ser una vía de acceso a la felicidad?
¿Por que se ha convertido en un bucle cerrado, dedicada a pensar tan sólo sobre la mente y sus propiedades?
¿Cuando se separaron espiritualidad y filosofía, llegando ésta última, en su mayor parte, a abandonar a la humanidad en su camino hacia el crecimiento espiritual, moral y ético?
Éstas y muchas otras preguntas semejantes, deberían ser respondidas por los filosofos actuales, en vez de dedicarse a asesorar a los empresarios de las multinacionales sobre como estimular la producción de sus trabajadores, o la integración de sus altos ejecutivos en los objetivos de rentabilidad. Pero ya se sabe, la ciencia se ha convertido en el perro guardian del sistema y la filosofía -como no podía ser de otra manera- con algunas honrosas excepciones, en su justificación.
Como vimos en las entradas dedicadas al Maestro Eterno -Pitagoras-, ésta actitud moderna, se encuentra en las antípodas, de lo que el primero en autodenominarse filósofo, pretendía, que no era sino conseguir conducir a los hombres hacia un mundo mejor, entiéndase: Más Feliz, más sano, más justo, más igualitario, etc.
De ahí la importancia de ésta entrada que dedicamos a Ammonio Saccas, filósofo alejandrino del S II-III de nuestra era, maestro de Plotino y cofundador de la denominada Escuela Neoplatónica de Alejandría.
En el año 2010 escribimos la entrada:
http://terraxaman.blogspot.com.es/2010/11/lescola-neoplatonica-dalexandria-els.html
en ella decíamos lo siguiente:
"Alejandría logró llegar a la cima de su
gran prestigio gracias a la Escuela Neoplatónica que fundó en 193 de nuestra
era Amonio Saccas, llamado así porque de joven trabajo en el puerto descargando
"sacos de mercancías", fue el más grande y eminente filósofo que
vivió en aquella ciudad.
Llamado por algunos
"Teodidaktos", el "enseñado por Dios", era de familia
humilde, veneró todo lo que había de bueno en el cristianismo pero rompió con
él y las iglesias a una temprana edad por no encontrar la superior sabiduría de
las antiguas religiones.
Su instrucción la recibió en alguno de
los últimos colegios iniciáticos que quedaban en Egipto y aunque no dejó ningún
escrito, siguiendo fiel a la tradición oral, podemos conocer sus enseñanzas a
través de sus discípulos.
La escuela ecléctica de Alejandría que
creó Amonio impulsa una corriente de pensamiento denominada Hermetismo, que
inspirada en la figura del Dios Hermes-Thot, constituye un método de
pensamiento global, integrador de todos los conocimientos.
Si bien el origen de la Tradición
Hermética se pierde en la época predinástica egipcia, donde Thot-Hermes
transmitiría y sistematizar la Ciencia Sagrada, es en la época alejandrina,
entre los siglos III aC Hasta el III d. C., que surgen a la luz con un espíritu
renovado y con una literatura místico-filosófica adecuada a la nueva
mentalidad. Ejemplos de ello son el Corpus Hermeticum, el Asclepio, la Tabla
Esmeralda, el de Hermes y otros escritos sobre astrología, magia, ciencias
ocultas y alquimia.
Puede verlos en esta entrada:
http://terradesomnis.blogspot.com/2007/01/textos.html
Amonio Saccas enseñó que la Sabiduría,
estaba enteramente contenida en los libros de Thot, de los que Pitágoras como
Platón, derivaron gran parte de sus conocimientos y filosofías, y que las
enseñanzas de estos libros son idénticas a las de los sabios del remoto oriente
y de muchos otros lugares. Amonio demostró que esta Sabiduría era la raíz común
a todas las religiones del mundo, por lo que su conocimiento impediría el
creciente fanatismo e intolerancia que por aquella época en Alejandría
comenzaba a ser alarmante y más tarde sería el que llevó a la caída del mundo
clásico ya la desaparición de las Escuelas de Misterios. Sus mejores discípulos
fueron Plotino, eran y Orígenes, que junto con sus seguidores fueron llamados
"Filaleteos" -amantes de la verdad-".
En aquella ocasión nos centramos fundamentalmente en aquella Escuela y en las personalidades de Plotino y de Hipatia -protagonista de la película Ágora- que por aquellos años, tenía una gran repercusión pública, poniendo "de moda" a la gran científica que llegó a ser directora de la Escuela Neoplatónica y que pintara el gran Rafael en su obra la Escuela de Atenas:
En ésta ocasión, queremos profundizar en la figura del gran Ammonio Saccas, o Sacos.
Amonio Sacos nació en la
majestuosa ciudad de Alejandría en el año 175 en una familia
cristiana y murió en el año 242. Su sobrenombre procede del trabajo de cargador que realizaba en su juventud
en el muelle, "cargador de sacos" (en griego sakkas o sakkuforos).
A diferencia de otros
intelectuales cristianos, Amonio siguió
el camino opuesto y abandonó el estudio del cristianismo para dedicarse a la
filosofía y la investigación sobre los otros cultos y creencias. A pesar de
esto, ningún otro intelectual de la época fue capaz de superar en la práctica
la virtud y la verdadera moral cristiana de su propia vida.
Su influencia se debió al ejemplo de su vida y a sus enseñanzas, las cuales
son difíciles de conocer directamente pues no dejó nada escrito. Se limitaba a
transmitir sus doctrinas verbalmente, enseñando la filosofía con cierto misterio, encargando a sus discípulos el
secreto. A este filósofo se le llegó a llamar «instruido por Dios»
-«teodidacto»-, y fueron sus principales discípulos Plotino, Longino,
Orígenes y Erenio.
También Teodosio, Hierocles y Longino Casio. Algunos autores piensan que también estudió con
Amonio, Orígenes el cristiano,
pero no hay datos claros sobre este punto.
De este autor no se sabe mucho, solo se sacan conclusiones del hecho de que
fuera citado por otros autores. Al parecer vivió entre el final del siglo II y
principios del siglo III. También hay una hipótesis que afirma que Amonio fue un monje budista, llegado a Alejandria, desde la India.
El historiador de la
iglesia Mosheim hizo el siguiente comentario sobre este filósofo:
Al ver Amonio que no sólo
los filósofos griegos, sino también las diferentes naciones bárbaras,
coincidían entre sí en los puntos esenciales, se encargó de la empresa de
explicar y armonizar los principios de todas las sectas, de modo que
evidenciase, su origen común y que todas tienden a un mismo fin.
Es suficiente con analizar
superficialmente la sociedad actual, para ver como de adelantado a su tiempo
era el pensamiento del sabio de Alejandría. Casi dos mil años después de
la muerte de Amonio, todavía vivimos en un mundo donde las personas continúan
demostrando prejuicios –es una forma muy suave de decirlo- acerca de la fe de
los demás.
Escuela y Discípulos
La reputación de Amonio
Sacos fue impresionante. Estudiantes sedientos de conocimientos viajaron
desde lugares remotos con el fin de escuchar sus enseñanzas.
La mayoría de los
estudiosos lo consideran como el fundador de la escuela filosófica conocida
como el Neoplatonismo.
La escuela de Amonio Sacos
escuela se caracteriza por una interpretación espiritual y mística de los
textos filosóficos y teológicos.
Cualquiera que ansiaba
obtener conocimiento podría participar en los debates al aire libre dirigidas
por Amonio. Sin embargo, sólo aquellos estudiantes pacientes con una
verdadera aptitud para el estudio y la meditación podrían
entablar debates más avanzados.
Es muy probable
que Orígenes haya profundizado su conocimiento de la
reencarnación y el karma con Amonio.
Llegamos a esta conclusión
sobre la base de Plotino. Dijo que después de pasar 11 años
estudiando con Amonio tuvo que viajar al Oriente en busca de una
comprensión más profunda de las doctrinas persas e indias.
Desafortunadamente,
ninguna enseñanza de Amonio Sacos ha sobrevivido hasta nuestros días, porque el
sabio no permitió que sus discípulos registrasen sus palabras por escrito.
Legado
Amonio no deseaba
almacenar su enseñanza para la posteridad por miedo de ser mal interpretado por
los hombres del futuro y tener el disgusto de ser testigo de una nueva religión
creada en torno a su figura misteriosa.
Su escuela promovió
hermosos debates intelectuales entre los más grandes pensadores paganos y los
grandes maestros cristianos.
Sobre Ammonio Saccas se conservan testimonios de Porfirio, Eusebio de
Cesárea, Nemesio de Emesa y Teodoreto. El examen comparativo de estos
testimonios permite sacar las siguientes conclusiones:
1. El principal objetivo de Amonio Sacos era reconciliar todos los cultos, credos y religiones, para que juntos formaran un conjunto armonioso.
2. Dios es uno. Lo único que cambia es la forma en que los diferentes cultos y religiones le interpretan.
3. La enseñanza de Ammonio en Alejandría duró al menos unos cincuenta años, es decir desde la época de Cómodo (muerto en el 192) hasta su muerte (alrededor del 242), año en que comenzó la expedición a Persia de Gordiano III, a la que se unió Plotino.
4. Orígenes, el cristiano, acudió a la escuela de Ammonio cuando éste aún era cristiano.
5. Ammonio fue en su origen cristiano, pero renegó de su fe para abrazar la filosofía griega (Porfirio dice: que antes fue pagano).
6. La existencia del Tratado sobre la relación de Moisés y de Jesús del que habla Eusebio puede explicarse suponiendo que fue compuesto por Ammonio en sus años de juventud, antes de su “apostasía”, o por un homónimo autor cristiano.
7. No se puede excluir que Ammonio sintiera un gran interés por las religiones orientales y sobre todo por la persa, que habría trasmitido por lo menos algunos de sus discípulos; el hecho de que tanto Plotino como Antonio, ambos discípulos de Ammonio, se interesasen por la religión persa no parece ser una mera coincidencia.
8. En sus lecciones, Ammonio intentó conciliar el pensamiento de Platón con el de Aristóteles, siguiendo así la orientación “ecléctica” característica de Antíoco de Ascalón y del “platonismo medio” reanudado por Plotino y Porfirio.
Nos explica la escritora y teósofa Josefina Maynadé en su obra Amonio Saccas que podéis descargar aquí:
https://arjunabarcelona.files.wordpress.com/2015/07/maynade-amonio-saccas.pdf
Apenas hay nada escrito con referencia al
famoso filósofo neoplatónico de Alejandría. Porfirio, el biógrafo de su
discípulo Plotino, dedica sólo a Amonio unas breves palabras, apenas
ilustrativas, aunque sí orientadoras, que son las siguientes:
“Tenía Plotino a la sazón, 28 años cuando
experimentó una verdadera fiebre (en su afición) por la filosofía. Frecuentó
entonces los más renombrados maestros de Alejandría, mas de sus escuelas salía profundamente
desazonado y triste. Y al comunicar en cierta ocasión su gran desengaño a uno
de sus amigos que conocía a fondo la calidad de su espíritu, éste lo condujo a
presencia de Amonio Saccas, al que todavía personalmente no conocía. Dijo
Plotino en tal ocasión a su amigo: ‘Es éste el hombre que yo buscaba …’. Y a
partir de entonces, frecuentó su proximidad durante once años consecutivos”.
En otro lugar de su biografía, hallamos la
presente breve cita de Porfirio: “Heremio, Orígenes y Plotino mantuvieron
estrictamente secretas las enseñanzas de su maestro Amonio”.
Al final, hallamos otra breve cita al
respecto, que transcribimos: “Nadie sobrepasa a Amonio …”
Todo ello, en verdad, nada concreta de la
índole de su destacada enseñanza y de su sabiduría, aunque sugiere su
importancia. Porque lo curioso del caso es que en todas las citas mencionadas
se realza el destacado influjo que ejerció ese aparentemente obscuro personaje
en la vida y en la obra de Plotino, reconocido como completo y sabio filósofo.
Al fundar y dirigir la Escuela Neoplatónico de Alejandría por insinuación del
propio Amonio, es cierto que éste, le ayudó en su destacada obra. Es más;
según
tal biógrafo y otros comentaristas de crédito de aquella época, en las “Eneadas”
libro caudal de Plotino, muchas de las enseñanzas del propio Amonio se hallan
sustentadas en el sabio guión filosófico plotiniano, y de ahí su gran valor.
El hecho es fundamental y ha tenido un gran impacto en la historia de la alta cultura del mundo. A tenor de la decadencia
espiritual y material de Egipto y con motivo del terrible incendio de la
primera gran Biblioteca de Alejandría, en el triste trance de la conquista de
Egipto por los romanos y fundada por los dos primeros Tolomeos la vida de tal
Institución cultural, que trató de rehacer Cleopatra a fines del desdichado
reinado tolemaico, llevaba una vida lánguida hasta que experimentó un curioso
renacimiento con la vinculación espiritual que le imprimieron Amonio Saccas y
su discípulo Plotino.
Y si este último conocía como nadie la
esencia de todas las filosofías conocidas, así como las verdades herméticas; si
le era familiar, en suma, el contenido de los textos sabios de la Biblioteca,
¿A qué fenómeno se debía, en el crítico período del último traspaso
intercíclico, el impulso vitalizante, el renacimiento del gran centro cultural
de Alejandría?.
Para nosotros, se debía a algo más que a la
filosofía platónica o neoplatónica que dio nombre a la segunda Escuela. Se
debía a que Amonio, como filósofo humilde y sazonado de auténtica virtud y
sabiduría, obtuvo del Oráculo de Amón del Desierto Líbico, el poder y la
investidura para dinamizar espiritualmente, de acuerdo con el requerimiento de
los Padres Espirituales del momento histórico, los movimientos precursores de
la amaneciente Era cíclica. En una palabra: Amonio obtuvo por propio mérito el
don de conferir el bautizo cósmico a los mejores y más preparados discípulos y
que implicaba el descendimiento del Espíritu, la directa Luz, la comunión con
las Fuerzas Universales.
Ese bautizo cíclico, de envergadura
cósmica, lo recibió Plotino con otros discípulos escogidos y juntos, crearon
esa labor premonitora, ese centro de acción espiritual que pudo dinamizar, en
el crítico período de aquel traspaso intercíclico, el mundo del presente y aún
del futuro.
De Amonio se sabe sólo por referencias, por
alusiones, como dejamos anotado, que era de origen humilde y cristiano. Pero
que por reacción propia, al colegir el trasfondo de la doctrina platónica, se
afilió a ella. Sin embargo, no quiso abandonar su humilde profesión de faquín o
transportador de bultos – de ahí su apodo “el Saccas” - del muelle de Alejandría.
Andando el tiempo y debido sin duda a la confirmación de su grandeza, de su
poder y por la misión sugerida por el Oráculo de Amón, el dios de Egipto, se le
llamó el “Teodidacto” o “Enseñado por Dios”.
Por ello, al iniciarse en Alejandría y en
virtud de las facultades de Amonio, la segunda etapa de la famosa Escuela,
adquirió una modalidad más ecléctica, más veraz y más mística, denominada
también teosófica. Así que los afiliados a la Escuela se llamaban teósofos y
filaleteos, “amantes de la Verdad”.
Más sobre la actitud y el saber profundos,
aportaron Amonio y sus discípulos a la Escuela, el vigilante Espíritu y como
vehículo, la práctica de la yoga real o raja-yoga a la que denominaron
occidentalmente, éxtasis en el que se sumían, según sus biógrafos, Amonio y
Plotino. El éxtasis por ellos practicado, era fórmula de enlace y comunión
beatífica del mundo manifestado con el reino de las eternas causas y de la
felicidad suprema o Nirvana oriental.
Biografia
A aquel individuo singular, descargador y
recadero del muelle de Alejandría durante el siglo tercero de Nuestra Era, se
le conocía sólo por “El Saccas”, apodo derivado de su profesión, ya que se
ganaba la vida transportando constantemente bultos por la ciudad de Alejandro y
doquiera se le veía cargado.
Nadie sabía su verdadero nombre, aunque sí
se decía que había roto los vínculos con su familia, que eran cristianos. Así
que se suponía que tenía nombre de pila cristiano, aunque él jamás lo confesó a
nadie y parecía totalmente ajeno a su propio pasado porque nunca hablaba de sus
padres, de sus posibles hermanos, de su familia, ni siquiera de cuándo nació ni
dónde, aunque se sabía de cierto que era alejandrino.
Físicamente era un hombre insignificante,
de edad indefinible. Aunque no era joven, se mantenía fuerte y vigoroso y pocos
eran capaces de sobrellevar los fardos que transportaba por la ciudad desde el
muelle de mercancías. Por ello era tan solicitado y estimado por los jefes de
los distintos gremios, dueños de los almacenes y de los armadores todos del
puerto.
Entre los filósofos y estudiantes del
Serapion y su Biblioteca, gozaba el “Saccas” de una merecida reputación de
filósofo natural, ajeno a toda escuela clasificada y reconocida. Al
desprenderse de su formación primera y de su ambiente familiar, frecuentó el
aula sabia y departió con los principales dirigentes de grupos y tendencias,
consagrados a determinadas filosofías y a las especulaciones trascendentes, o
sea, a la sabiduría antigua oriental y egipcia, a la filosofía griega
continental, itálica, isleña y asiática. Y sin dejar su honrada y modesta
profesión de faquín o transportista de fardos, dio fe muchas veces de
conocimiento y capacidad de orientación de las almas cuando para ello era
solicitado y se encontraba en plazas y sendas con alguien que le requería
espontáneamente, para la solución de algún problema personal o filosófico.
Unos decían que por su espíritu de renuncia
era estoico. Otros que por su estilo, su capacidad para dialogar y sus
conocimientos de la dialéctica eran socráticos. Otros, por su habitual
silencio, que era pitagórico, o bien platónico por su idealismo, su formación y
vastos conocimientos. Otros lo tenían por aristotélico, por su saber científico
y especulativo y por su hábito de filosofar de pie o andando, como
acostumbraban los aristotélicos. Mas en general se
definía como serapiano y acaso de origen
hermético por ser egipcio de nacimiento y por el natural esoterismo de sus
convicciones.
Probablemente, siendo joven, el “Saccas”
había frecuentado la relación con los esenios afectos a los cristianos, porque
hacía gala de conocer ciertas reglas higiénicas y tenía conocimientos de
medicina natural, y en tal sentido era, con éxito y muy a menudo, consultado.
Pero el caso es que el “Saccas” tenía a
gala no llamar nunca la atención.
Huesudo, un poco encorvado debido al mucho
peso que habitualmente transportaba, era desaliñado en el vestir, aunque
limpio. Su barba era rala e hirsuta, su pelo más bien corto y de reflejos
rojizos. Pero sus rasgos puros de antiguo egipcio y el tono cobrizo de su piel
y sus anchos hombros, le asemejaban a la casta de los coptos, quienes se tenían
por puros descendientes de los primitivos egipcios y se hallaban por ello un
poco al margen de la baraúnda de extranjeros de todas las razas y procedencias
que pululaban por la ciudad. Y a quienes más desdeñaban los coptos, cosa muy
natural, ya que los tenían por tranquilos invasores, eran a los griegos.
Los brazos del “Saccas” eran largos y
nervudos, su tez y su despejada frente se hallaban surcados por profundas
arrugas. Sus manos eran grandes y callosas, pero ágiles para todo movimiento.
Vestía por lo común túnica corta y obscura, raída casi siempre y ceñía su
cintura un amplio ceñidor de cuero del que pendían, a manera de posibles
sujetadores de bultos y espuertas, cordales y tiras de cuero que llevaba
terciadas a los hombros para liar y sostener los bultos que cargaba cuando los encargos eran
numerosos y pesados…
A la sazón se hallaba el “Saccas”
acurrucado, como era su costumbre, a la sombra del muro occidental del primer
depósito almacén de mercancías del muelle, cuando acertó a pasar por ahí, sin
duda intencionadamente, como acostumbraba, un recio armador y propietario de
buques mercantes, de nacionalidad siria.
Al ver al humilde faquín del muelle, se le
aproximó y dándole una palmada al hombro, díjole sin detenerse: - “Saccas”; hay
trabajo para ti y es urgente. Acabamos de descargar la galera “Misiana” de gran
cabida. Se trata de valiosas vasijas de cerámica de Fenicia, de estatuillas de
metal, de tejidos de Chipre y de cantidad de talentos de plata que distribuye
el rey a sus favorecidos… Nadie más que tú puede transportarlo con garantía. Te
espero en el tercer almacén. Ven pronto…
Cuando se disponía “Saccas”, ya en pie, al
lugar convenido, palpó antes sus estros de trabajo, ordenó las ataduras y se
presentó al jefe sirio.
Cargó nuestro hombre cuanto pudo y
dirigióse hacia los barrios altos de la ciudad, donde parte de la mercancía
debía ser depositada.
Fatigado y un poco nostálgico, se detuvo a
descansar un rato no lejos del Serapión, la nueva Biblioteca que fundara
Cleopatra, la última Reina del Sol, al ser destruida la anterior del Bruquión,
barrio inmediato al puerto, al devorar las llamas la armada del general romano
Julio César.
El “Saccas” recordó y frunció el entrecejo…
Mas pronto se serenó, descargó lentamente los pesados bultos que acarreaba, los
arrimó junto a la tapia de un bello jardín, a la sombra de unos árboles y se
sentó a descansar, en tanto extraía de un zurrón oculto por un pliegue de su
túnica una hermosa manzana en la que hincó su mellada dentadura.
Y en tanto comía lentamente la deliciosa
fruta, contempló desde aquella relativa altura, con los ojos semientornados por
la calina del ardiente mediodía, la vista de la ciudad.
Evocando al propio tiempo la accidentada
historia de su amada Alejandría, oteó un buen rato el maravilloso paisaje desde
aquella discreta y plácida eminencia.
Lejos ya, a su izquierda, aparecía el rico
puerto de mercancías de donde saliera con sus bultos hacía poco, cargado hasta
los topes. Y gozó viendo a distancia las numerosas galeras y barcazas con vela
tendida o a medio mástil que, desde allí, parecían de juguete amarradas e
inmóviles sobre las aguas transparentes del puerto, que ahora parecían limpias
y azules. Y allende el ancho mar, contempló, más diminutas todavía, el prolijo
enjambre de las barcas de pesca con sus redes tendidas, riqueza permanente de
la población alejandrina. Y cerrando el puerto pesquero, siempre por el oeste,
abarcó su mirada el puente que unía Alejandría con la Isla de Faros sobre cuyo
enorme monumento de sillares escalonados, aparecía en lo alto el inmenso
luminar que, mediante unas placas de metal bruñido, era, en la noche obscura, orientador
y guía de navegantes llegados de lejos, anhelantes del abrigo del puerto… ¡Qué
maravilla, aquella enhiesta arquitectura, símbolo de una gran urbe de altos
destinos y de dos razas unidas que, bajo el amparo de los reyes lagidas, daban
su mejor herencia a la humanidad de todos los tiempos!
Y ello, a pesar de los
desaciertos de aquella última dinastía tolemaica en la que naufragaron las
heces de aquellas dos razas eminentes, la egipcia y la griega, en cierto modo
antagónicas, víctimas de la tergiversación de sus mutuas tradiciones, de su
sangre podrida, de sus vicios, de una civilización antiquísima y decadente,
camino de su extinción y de otra destinada a alumbrar, intelectualmente, la
civilización que renacía…
No lejos de allí, admiró el Templo de
Neptuno, el dios del Mar. Y sobre todo – maravilla única - dibujando la linde
los ornados jardines llenos de flores y las villas de placer, la dulce curva de
la bahía alejandrina y su playa de oro… En medio, adivinando el bullicio del
que trataba siempre de huir el humilde filósofo, aparecía el Foro siempre
repleto de gente y la maravillosa Puerta del Sol que presidía, sobre las regias
escalinatas, el Cesareum, el gran Templo fundado por Cleopatra en cuya entrada
se erguían, como centinelas perennes, dos inmensos obeliscos de granito rosa, a
semejanza de aquellos que mandara izar antaño, frente al Templo tebano de
Amón-Ra, la gran faraona Hashepsut, la más grande mujer de la historia,
llamada, por su gran misión cíclica, el “Horus Femenino” …
Desde allí, dirigió
“Saccas” la vista a la dilatada rúa Canópica, que circundaba la bahía y se
dirigía, repleta de carros y de vehículos de transporte, hacia oriente. Al fin
alcanzó a ver, en una eminencia del terreno, el emplazamiento del túmulo de
Alejandro Magno, fundador de la ciudad.
No lejos de allí, aparecía el nuevo
Gimnasio, con sus pórticos repletos y más lejos, extendiéndose hacia el fin,
limitado por un brazo del Delta, el Campo de Marte con sus señaladas vías de
deportes bélicos, sus pistas hípicas, sus carros armados y ya rozando el puerto
oriental, los flamantes astilleros.
Luego, el humilde filósofo cerró los ojos y
meditó. Meditó sobre los destinos originarios de aquella urbe en apariencia
consagrada al placer y al vicio, torcidamente gobernada, destinada al enlace de
superiores culturas, lugar de amistad y empalme de fraternales sabidurías,
abrevadas en un mismo y único manantial oculto, destinada por el Fundador a
convertirse en “Broche de Oro” que uniera a dos mundos incomprendidos: el
oriental y el occidental.
Y con la doble vista de su penetrante ojo
intuitivo, vislumbró entonces nuestro filósofo, allí mismo, un índice
insospechado de posibilidades futuras, irradiando doquiera el producto de esa
suma gloriosa de conocimientos y de buenas voluntades. Y a pesar de la
desaparición de la gran Biblioteca con sus setecientos mil volúmenes, algunos
originales únicos, desaparecidos irremediablemente cuando la conquista romana
de la ciudad en tiempos de Cleopatra,
fue reconstruida, aunque fraudulentamente
por esa veleidosa faraona que lamentó amargamente toda su vida aquella
incomparable pérdida primera y que remontó a sus expensas la segunda Biblioteca
en el Serapión, el barrio alto, muy cerca de allí donde descansaba el “Saccas”.
Casi en voz alta, ratificando sus propios
presentimientos, murmuró el humilde filósofo: “Nada esencial se pierde. Todo se
halla vigilado y protegido. Sólo desaparecen las formas, no el espíritu que las
anima. Lo mejor de aquella primitiva Biblioteca, orgullo del mundo sabio, fue
copiado o antologizado por los cultos amantes del saber eterno. Y si algo se
perdió de ella, fue debido a que la humanidad todavía no habría podido asimilar
convenientemente sus enseñanzas. Acaso eran prematuras, como las otorgadas por
Hermanos Mayores a aquella otra gran civilización atlante, cuyo continente se
hundió en la sima del gran mar, con sus venerables testimonios de altísima
sabiduría, sus talismanes, sus incunables, sus monumentos, sus instrumentos
sagrados. La humanidad no estaba todavía preparada para su conveniente
asimilación y por ello perecieron. Es ley de los ciclos civilizadores … Pero esta
vez, en el albor de un más breve ciclo civilizador, no ocurrirá así. Hay que
tener fe en los destinos de la humanidad…”.
Entonces, instintivamente, se volvió, sin
salir de su profunda meditación. Y con los ojos cerrados, añadió: “¡Qué gran
caudal de sabiduría arrastraron tus aguas sagradas, Padre Nilo, a través de los
milenios, tú, que recogiste el mejor fruto, la mejor herencia del remoto
pasado!”. ¡Al derramarte en el Mediterráneo, animarás y fomentarás otras
civilizaciones!”.
En aquél momento, alguien colocó la mano
sobre su vuelta espalda, al tiempo que a su oído, una voz decía: “Saccas”,
tienes razón en todo. Pero ahora descansa, que bien mereces esa breve estadía
aquí, y más merecido aún tienes lo que vengo a proponerte…”.
El humilde filósofo del puerto, se levantó
entonces y vio ante sí erguirse también a un anciano sacerdote egipcio con su
luenga veste talar, su tummin talismánico pendiente de su pecho, su cruz ansata
de oro en la mano, el estilo de su pañuelo cubriendo su cabeza …
En aquel momento, levantó su cruz el recio,
alto y anciano sacerdote y díjole al “Saccas”: - Vengo a proponerte el bautizo
de la Era que nace y la investidura de abridor de almas que te será conferida.
Vengo…
- ¿En nombre de quién? – Le atajó el
“Saccas”, mirando al recién llegado de hito en hito.
- Del oráculo de Amonio, el Templo del gran
Dios, del Oasis del Desierto Líbico.
Saccas lo miró entonces detenidamente.
¡Cuán insignificante aparecía nuestro filósofo externamente, ante la majestad
del aparecido sacerdote de Amón, doblado aún por el peso que sobre él
gravitaba!. El mismo se daba cuenta de ello. Así que, con la espalda
semidoblada, se aproximó más al anciano sacerdote, besó su sagrado tummim -
Collar sacerdotal, de poder talismánico- y así humillado, dijo al recién llegado:
- ¡Habla, ministro del gran Dios egipcio!.
Pero antes, asegúrame: te manda…
- Sí, el Espíritu del Sol. Vengo de lejos,
de donde el físico Sol tramonta… Y vengo a buscarte, por El mandado…
Aquí endulzó la voz el sagrado mensajero y
aproximándose más al modesto transportador de bultos del puerto, añadió:
- Dime, buen “Saccas”: ¿Cuál es tu
verdadero nombre?.
El aludido hizo una extraña mueca y
respondió después de una pausa:
- Me he esforzado por olvidarlo. No era el
mío verdadero y por eso…
Me llaman lisa y llanamente el “Saccas” y
dentro de mi línea filosófica, considero el apodo mi mejor nombre. Quisiera
seguir siendo el filósofo humilde que gana su sustento con el sudor de su
frente. Por otro lado, departo con aquellos que buscan la luz, y procuro
encender su lámpara…
El buen sacerdote suspiró y dijo:
- Yo no he venido a ti más que como
mandatario del Dios que todo lo sabe. Ven conmigo…
El “Saccas” se volvió y fijó su mirada en
los bultos arrimados en la tapia cercana…
- No dudes – repitió el anciano sacerdote.
En medio de la tremenda noche de las almas, Amón divisó tu lámpara encendida y
me envió a buscarte.
El “Saccas” replicó, aún.
- Hay quien confía ciegamente en mí. Soy
depositario de bienes y de confianza… He de llevar estos bultos a su destino…
- Otros te suplirán, cuando desaparezcas.
Pero ahora, te acompañaré. Luego emprenderás el viaje conmigo.
El “Saccas” se agachó, sin decir palabra,
lió de nuevo el resto de sus fardos y los cargó sobre sus espaldas.
En silencio, faquín y sacerdote, emprendieron
la marcha…
El carro que conducía, a través del
desierto Líbico, al “Saccas” y al sacerdote de Amón, el que había instigado al
descargador del muelle de Alejandría a acompañarle al gran Templo Oracular del
gran dios de la tradición egipcia, era propiedad del Templo y le parecía al
“Saccas” relativamente cómodo y ligero. Mas el
dilatado viaje por las monótonas perspectivas desérticas y el cegador polvillo
del kamsin, el viento que solía levantarse después de la puesta del sol y que
todo lo invadía, colándose por todos los intersticios y secando alarmantemente
los ojos y la garganta, hacían el viaje fatigante y poco ameno. Mas a su lado,
revestido con los atributos de su jerarquía religiosa, el venerable sacerdote
de Amón representaba para el “Saccas” un ejemplo de obediencia y estoicismo al
que de buena gana se sentía impulsado a imitar. El “Saccas” sabía que así en lo
interno como en lo externo, el sacerdote obedecía la voluntad del dios y que se
hallaba enteramente a su servicio. Por ello se limitaba al riguroso silencio
del religioso y sólo contestaba cuando era expresamente interrogado por su
mentor o por el sacro auriga.
- Pronto divisaremos, entre las dunas
lampiñas del desierto, la obscura mancha del Oasis de Amón. ¡Ánimo, pues,
viajero! - díjole al fin este último, arreando con renovado impulso el último
tronco de las fatigadas caballerías.
El “Saccas” respiró hondamente, pero no
dijo nada.
- Sí, prepárate para el divino privilegio
–añadió el sacerdote. Yo creo ya divisar el brillante piramidión que corona los
dos obeliscos de la entrada del Templo. Dentro de un día…
En efecto. Un día más y antes de caer la
noche y soplar de nuevo el viento cegador
del desierto africano, experimentaron todos el aroma lejano de las húmedas
arboledas de sicomoros, adelfas, acacias, palmas datileras y morados tamarindos
que rodeaban los jardines del Templo y sus mansiones, así como la aldea donde
moraban sus humildes servidores.
Antes de cerrar totalmente la noche, se
hallaban a las puertas del Oasis de Amón.
Era grato, después de la incomodidad de
tantas jornadas de viaje por el desierto, respirar aquellas dulces oleadas de
perfumes diversos y encontrarse bajo la sombra benefactora de las arboledas,
por cuyas sendas se deslizaba, pródiga, el agua milagrosa.
Bien acogido en la mansión destinada a los
visitantes, el “Saccas” se bañó en aguas abundosas y represcantes, comió
opíparamente y descansó a sus anchas…
A la mañana siguiente le despertó un
servidor del Templo, quien le entregó ropas talares de puro lino que olían a
extraños perfumes cultivados.
Por fin, otro sacerdote provisto de
antorcha le condujo, a través de una puertecilla, por un angosto pasillo que
desembocaba al fin, después de descender por una rampa, en la cripta
subterránea del gran Templo.
El “Saccas” paseó la vista en torno. Debido
a la obscuridad reinante divisó una enorme cruz ansata que se hallaba erecta,
como plantada, en una gran hornacina de la pared de fondo, toda rodeada de una
difusa luz malva.
Su guía, precedido por la antorcha, le
condujo por diversas dependencias de techo bajísimo, sostenido por amplias y
rústicas columnas naturales. Por fin, le hizo seña de que permaneciera ante una
especie de aljibe, repleto de agua transparente.
Entonces, una voz de procedencia ignota,
pero de dulce y seguro timbre le habló así:
- “Saccas”, has sido llamado por el Oráculo
porque sobre ti gravita una misión cíclica. Te hallas, pues, bajo la protección
del gran dios del eterno Egipto. Nada temas. Has sido iluminado por la luz
filosófica y has atravesado ya, debidamente dosificadas, las pruebas de los
Misterios. Fuiste probado y venciste, aunque tu memoria física no guarde
recuerdo de ello. Tuyo es también el fundamento del saber de las Escuelas
anexas a los Santuarios.
Más… No tienes nombre ni investidura ante
nosotros. “Saccas” es tu apodo y sabemos cuán dignamente lo ostentas. Más no
sólo es necesario ser humilde.
Hay que obtener, con el bautizo sideral de
la Era que comienza, el nombre que te sintonizará con las estrellas, con tu
propia misión y con tu época. No será un bautizo sólo formal, sino que con él
recibirás la Presencia y el Vínculo sagrado. Será también tu comunión, tu
enlace con los divinos Padres, con las Fuerzas Cósmicas que actúan en estos
momentos con inefable poder sobre la humanidad desorientada y descarriada. Con
el descendimiento del Espíritu sobre ti, a través del bautizo de la Era que
comienza, tendrás el poder de abrir interiormente a los individuos
predispuestos. Necesitarás de ese poder en el futuro. Y serás más que un
filósofo como has sido hasta ahora. Serás capaz de actuar no sólo como filósofo
o como taumaturgo, sino como Mediador y agente de los Poderes Cósmicos…
La voz que no pudo localizar, díjole al
final:
- Después de esta simple ceremonia
efectuada por sumergimiento en el agua debidamente preparada al efecto, se te
conferirá la Palabra y sus inherentes poderes. Entonces te habrás convertido en
el asistente directo del Espíritu de la Nueva Edad. Poseerás la aptitud de
bautizar a tu vez y siempre emplearás el elemento líquido, cuya vibración es
afín al signo que amanece en el oriente en primavera. El fenómeno oculto del
bautizo equivale a romper en las almas el velo de la tupidez del signo
muriente, como una vieja veste inservible, como una escoria cíclica, para que
reciban directamente el celeste influjo del más allá y puedan ejercer su
conciencia infinita. Desde ese instante, poseerás otra razón de las cosas y de
los seres. Sabrás descubrir y alumbrar.
Abonarás prodigiosamente la flor oculta en
las almas. Y ellas se abrirán ante tu mirada y serán a manera de flores del
jardín de los elegidos. Por tu labor de excepción, sólo cosecharás un nombre
ante los hombres: el de tu dios, el de nuestro dios tradicional, el de tu
tierra de origen. En el instante del bautizo, se te impondrá el nombre de
Amonio, “Electo de Amón”…
Cuando, transcurrida la ceremonia de la
inmersión y bautizo, se le preguntó a Amonio dónde deseaba actuar, contestó que
en el muelle de Alejandría, transportando fardos. Y también como uno de tantos
en el aula magna de la Escuela de Alejandría.
- Sé que algunos vendrán a mí y les daré lo
que he recibido…
- ¡Que la bendición del dios te acompañe,
como la de todos sus servidores!. ¡Vete, pues, en paz!.
Y el sacerdote bautista lo abrazó y dijole
al fin:
- Te has convertido en uno de aquellos que
velan por la suprema sabiduría y el bien de las almas. Mucho se te permitirá
dar… ¡Vete, pues, en paz!…
Amonio abandonó el Oasis de Amón y sus
bellezas, donde tan inmenso bien recibiera, con los ojos fijos en el otro bien
abierto en posibilidad para él.
Era otro hombre. Pero su devenir iba
íntimamente unido a su anterior trayectoria. Era su puesto de trabajo… El lo
sabía. Y los que le guiaban, también.
En el prólogo del libro de Josefina Maynadé, se nos explica la historia de un papiro que narra la historia de una iniciación en los rios egipcios... Sino fué así la de Amonio, bien pudiera haberlo sido, la incluyo:
“Había un hombre de relevantes virtudes, inteligencia clara y disposición amorosa hacia sus semejantes, que quería escalar alturas mayores en el conocimiento y la sabiduría humana. A tal efecto decidió, después de haber terminado una serie de estudios preliminares, seguir la carrera sacerdotal, por lo que solicitó y obtuvo permiso de admisión en una Escuela Iniciática de estudios secretos.
Ahora lo encontramos parado en una hermosa terraza de piedra, perteneciente a un Templo situado en la colina de una montaña.
Este hombre, en su aspecto físico, era alto y robusto, de pelo y barba rojiza; la barba no terminaba en punta, sino que era cuadrada. Su piel era bronceada, la nariz recta, los ojos grandes y almendrados, de mirada profunda y de gran viveza. Llevaba solamente una bata larga color café y unas sandalias como de romano, que se amarraban con cintas que se entrecruzaban llegando hasta la rodilla.
Nuestro amigo, con paso firme, se dirigió hacia el interior de la habitación contigua al Templo que tenía una cúpula como de observatorio astronómico.
Llegó a un salón donde lo esperaban dos sacerdotes vestidos con túnica blanca, con la cabeza rapada (el cráneo les brillaba), lo que no impedía que tuvieran también la barba cuadrada, como en el caso anterior. Como ellos se sentó en el suelo formando un triángulo los tres; uno de los sacerdotes tomó la palabra y en voz calmada y baja le dio instrucción y enseñanza, empleó mucho tiempo en ello, y al terminar siguió el sacerdote que en la misma forma continuó dándole instrucción y enseñanza durante largo tiempo.
Al terminar se levantaron del y uno tras otro caminaron. A la cabeza iba el primer sacerdote que habló, después el segundo sacerdote, y nuestro amigo era el último. Así abandonaron la estancia con paso sigiloso y de puntillas, volteando de un lado a otro la cabeza como oteando, recorrieron un pasadizo obscuro y luego empezaron a descender por una escalera bastante prolongada, atravesaron después un túnel también muy largo al final del cual encontraron yerbas que fueron apartando a un lado para pasar, y así llegaron a una terraza amplia e iluminada por la luz del día, donde había plantas y flores.
Entonces los sacerdotes mostraron al neófito varias plantas poseedoras de algunas virtudes, probablemente medicinales.
Llegaron a un saloncito iluminado con una tenue luz, como de luna, que no se sabía de dónde provenía, allí le acostaron en el suelo sobre una manta. Al quitarse la túnica se halló sin ropa alguna; le colocaron los brazos paralelos al cuerpo con las palmas de las manos hacia el suelo; un sacerdote se hincó a su
derecha y el otro a su izquierda, a la altura de su cintura, quedando uno frente al otro sentados sobre sus pies. En esta postura le siguieron comunicando más conocimientos, más instrucciones y más cuerpo de doctrina en una forma excepcional.
Esta forma excepcional consistía en que todo lo que el sacerdote iba diciendo era cantado en forma de salmodia. Y a su vez, el segundo sacerdote hizo lo mismo cuando terminó el primero. Terminada la instrucción, se levantó nuestro amigo, se puso la túnica y salieron como habían entrado: los sacerdotes delante y nuestro amigo atrás, caminando de puntillas y oteando, sigilosamente. Regresaron a la terraza donde le volvieron a mostrar mayor número de plantas y así continuaron su camino hacia un nuevo lugar, que era como un Templo de gran amplitud, donde había sacerdotes colocados en tres círculos concéntricos, revestidos con túnicas y capuchones blancos, casi todos rapados de la cabeza menos el del centro que tenía una larga cabellera de pelo blanco; todos usaban barba cuadrada. Rodeaba a este sacerdote un círculo de sacerdotes que llevaban túnicas blancas con cinturón color rosa fuerte.
En este recinto había muchos hombres de diferentes tipos, más que monjes, estudiantes en proceso de serlo, unos de raza negra y otros de piel apiñonada. Había tipos que llevaban otra túnica de color rojo con una cinta de color dorado a la altura de la cintura, otros monjes se hallaban situados cada uno en la esquina del amplio local. Este Templo tenía muchas columnas, no estaba cerrado, y en los cuatro extremos había unos braseros en forma de jarrón, de donde salía humo producido por esencias preciosas.
Estos monjes, los de las esquinas, vestían túnicas verdes, y eran los encargados de cuidar los sahumerios. El monje del centro cantaba pero alternaba el canto con el habla. Y este monje, que llevaba cabello, al tiempo que hablaba, los monjes cantaban quedito, casi no se oía nada, sólo un murmullo como una melodía, que los del otro círculo repetían en un solo sonido.
Al terminar, se levantaron y salieron primero el círculo de los últimos, después el siguiente. El señor del largo cabello es conducido por cuatro monjes como si fuera en procesión. Y lo llevaron a una sala especial, llena de numerosas alfombras. Es la única sala donde las hay muy pulcras, como todo lo que hay en esa sala donde llegaron.
Había allí un sillón muy grande y muy alto, todo forrado con piel de algún animal, porque parecía afelpado y la apariencia no era tela sino piel.
Este ritual se repitió todos los días durante muchos años. La barba rojiza de nuestro amigo, terminó por ponerse blanca.
Así acabó su estancia y aprendizaje en aquel lugar. Regresó al mundo y apareció con la misma indumentaria con que le vimos al principio de esta historia en la terraza”.
Así termina la descripción del proceso de una iniciación que se atribuye a Amonio Saccas, o tal vez, cuando menos, a un individuo contemporáneo.
En el prólogo del libro de Josefina Maynadé, se nos explica la historia de un papiro que narra la historia de una iniciación en los rios egipcios... Sino fué así la de Amonio, bien pudiera haberlo sido, la incluyo:
“Había un hombre de relevantes virtudes, inteligencia clara y disposición amorosa hacia sus semejantes, que quería escalar alturas mayores en el conocimiento y la sabiduría humana. A tal efecto decidió, después de haber terminado una serie de estudios preliminares, seguir la carrera sacerdotal, por lo que solicitó y obtuvo permiso de admisión en una Escuela Iniciática de estudios secretos.
Ahora lo encontramos parado en una hermosa terraza de piedra, perteneciente a un Templo situado en la colina de una montaña.
Este hombre, en su aspecto físico, era alto y robusto, de pelo y barba rojiza; la barba no terminaba en punta, sino que era cuadrada. Su piel era bronceada, la nariz recta, los ojos grandes y almendrados, de mirada profunda y de gran viveza. Llevaba solamente una bata larga color café y unas sandalias como de romano, que se amarraban con cintas que se entrecruzaban llegando hasta la rodilla.
Nuestro amigo, con paso firme, se dirigió hacia el interior de la habitación contigua al Templo que tenía una cúpula como de observatorio astronómico.
Llegó a un salón donde lo esperaban dos sacerdotes vestidos con túnica blanca, con la cabeza rapada (el cráneo les brillaba), lo que no impedía que tuvieran también la barba cuadrada, como en el caso anterior. Como ellos se sentó en el suelo formando un triángulo los tres; uno de los sacerdotes tomó la palabra y en voz calmada y baja le dio instrucción y enseñanza, empleó mucho tiempo en ello, y al terminar siguió el sacerdote que en la misma forma continuó dándole instrucción y enseñanza durante largo tiempo.
Al terminar se levantaron del y uno tras otro caminaron. A la cabeza iba el primer sacerdote que habló, después el segundo sacerdote, y nuestro amigo era el último. Así abandonaron la estancia con paso sigiloso y de puntillas, volteando de un lado a otro la cabeza como oteando, recorrieron un pasadizo obscuro y luego empezaron a descender por una escalera bastante prolongada, atravesaron después un túnel también muy largo al final del cual encontraron yerbas que fueron apartando a un lado para pasar, y así llegaron a una terraza amplia e iluminada por la luz del día, donde había plantas y flores.
Entonces los sacerdotes mostraron al neófito varias plantas poseedoras de algunas virtudes, probablemente medicinales.
Llegaron a un saloncito iluminado con una tenue luz, como de luna, que no se sabía de dónde provenía, allí le acostaron en el suelo sobre una manta. Al quitarse la túnica se halló sin ropa alguna; le colocaron los brazos paralelos al cuerpo con las palmas de las manos hacia el suelo; un sacerdote se hincó a su
derecha y el otro a su izquierda, a la altura de su cintura, quedando uno frente al otro sentados sobre sus pies. En esta postura le siguieron comunicando más conocimientos, más instrucciones y más cuerpo de doctrina en una forma excepcional.
Esta forma excepcional consistía en que todo lo que el sacerdote iba diciendo era cantado en forma de salmodia. Y a su vez, el segundo sacerdote hizo lo mismo cuando terminó el primero. Terminada la instrucción, se levantó nuestro amigo, se puso la túnica y salieron como habían entrado: los sacerdotes delante y nuestro amigo atrás, caminando de puntillas y oteando, sigilosamente. Regresaron a la terraza donde le volvieron a mostrar mayor número de plantas y así continuaron su camino hacia un nuevo lugar, que era como un Templo de gran amplitud, donde había sacerdotes colocados en tres círculos concéntricos, revestidos con túnicas y capuchones blancos, casi todos rapados de la cabeza menos el del centro que tenía una larga cabellera de pelo blanco; todos usaban barba cuadrada. Rodeaba a este sacerdote un círculo de sacerdotes que llevaban túnicas blancas con cinturón color rosa fuerte.
En este recinto había muchos hombres de diferentes tipos, más que monjes, estudiantes en proceso de serlo, unos de raza negra y otros de piel apiñonada. Había tipos que llevaban otra túnica de color rojo con una cinta de color dorado a la altura de la cintura, otros monjes se hallaban situados cada uno en la esquina del amplio local. Este Templo tenía muchas columnas, no estaba cerrado, y en los cuatro extremos había unos braseros en forma de jarrón, de donde salía humo producido por esencias preciosas.
Estos monjes, los de las esquinas, vestían túnicas verdes, y eran los encargados de cuidar los sahumerios. El monje del centro cantaba pero alternaba el canto con el habla. Y este monje, que llevaba cabello, al tiempo que hablaba, los monjes cantaban quedito, casi no se oía nada, sólo un murmullo como una melodía, que los del otro círculo repetían en un solo sonido.
Al terminar, se levantaron y salieron primero el círculo de los últimos, después el siguiente. El señor del largo cabello es conducido por cuatro monjes como si fuera en procesión. Y lo llevaron a una sala especial, llena de numerosas alfombras. Es la única sala donde las hay muy pulcras, como todo lo que hay en esa sala donde llegaron.
Había allí un sillón muy grande y muy alto, todo forrado con piel de algún animal, porque parecía afelpado y la apariencia no era tela sino piel.
Este ritual se repitió todos los días durante muchos años. La barba rojiza de nuestro amigo, terminó por ponerse blanca.
Así acabó su estancia y aprendizaje en aquel lugar. Regresó al mundo y apareció con la misma indumentaria con que le vimos al principio de esta historia en la terraza”.
Así termina la descripción del proceso de una iniciación que se atribuye a Amonio Saccas, o tal vez, cuando menos, a un individuo contemporáneo.
Otro carro de más modesta trayectoria,
repleto de bultos y de encargos, le devolvió en unas jornadas, a Alejandría.
Rememoraba…
Aún conservo el original de esa copia y me parece que tiene algo que ver con este libro que trata de “Amonio Saccas”, no porque sea precisamente parte de la historia de él – aún cuando bien pudiera serlo - sino porque sencillamente revela las costumbres de aquellos años, que probablemente es de unos dos siglos después de Cristo, y que precedieron a la aparición del neoplatonismo; nos enseñan también la forma en que guardaban sus tradiciones y sus conocimientos secretos, que para entonces no era posible que fueran revelados al vulgo en general, así como ahora todavía se conservan en secreto muchos conocimientos que no pueden ser dados a plena luz del día, porque pudieran caer en manos de gentes que no les den aplicación correcta para el bien de la humanidad presente. Por ejemplo, es indudable que al hombre le hacen falta muchos conocimientos acerca de lo que son las leyes de la Naturaleza. Porque de los pocos que hemos logrado conocer; ¿Qué provecho le estamos sacando?. ¿A qué utilidad las estamos destinando? Todos van a dar a nuestros Ministerios de la Guerra.
Aún conservo el original de esa copia y me parece que tiene algo que ver con este libro que trata de “Amonio Saccas”, no porque sea precisamente parte de la historia de él – aún cuando bien pudiera serlo - sino porque sencillamente revela las costumbres de aquellos años, que probablemente es de unos dos siglos después de Cristo, y que precedieron a la aparición del neoplatonismo; nos enseñan también la forma en que guardaban sus tradiciones y sus conocimientos secretos, que para entonces no era posible que fueran revelados al vulgo en general, así como ahora todavía se conservan en secreto muchos conocimientos que no pueden ser dados a plena luz del día, porque pudieran caer en manos de gentes que no les den aplicación correcta para el bien de la humanidad presente. Por ejemplo, es indudable que al hombre le hacen falta muchos conocimientos acerca de lo que son las leyes de la Naturaleza. Porque de los pocos que hemos logrado conocer; ¿Qué provecho le estamos sacando?. ¿A qué utilidad las estamos destinando? Todos van a dar a nuestros Ministerios de la Guerra.
Allí vistió de nuevo su túnica raída,
invistiéndose con las correas, los ligámenes y las espuertas del oficio, y se
dirigió al muelle… Esperó y trabajó.
Ganó el pan con el sudor de su frente. Más
algo sentía en él que no hubiera jamás sabido explicar. Se sentía, en suma,
otro hombre: el que había siempre y algo más…
Al terminar su trabajo, al cerrar el día,
solía dirigirse, acompañado por un breve grupo de discípulos, a la Biblioteca
del Serapión.
Según la Wikipedia: "La Biblioteca Real de Alejandría o Antigua Biblioteca de Alejandría, fue en su época la más grande del mundo. Situada en la ciudad egipcia de Alejandría, se estima que fue fundada a comienzos del siglo III a. C. por Ptolomeo I Sóter, y ampliada por su hijo Ptolomeo II Filadelfo, llegando a albergar hasta 900 000 manuscritos. La nueva Biblioteca Alejandrina, rememorando la original y promovida por la Unesco, fue inaugurada el 16 de octubre de 2002 en la misma ciudad.
Se carece de testimonios precisos sobre sus aspectos más esenciales, y no se han encontrado las ruinas del Museo, siendo las del Serapeo muy escasas. Para algunos escritores latinos, la Gran Biblioteca fundada por los Ptolomeos apenas resultó afectada en el incendio provocado por las tropas de Julio César en 48 a. C. Probablemente, ya había desaparecido en el momento de la dominación árabe, aunque algunos escritores comentan que el califa Umar ibn al-Jattab ordenó la destrucción de millares de manuscritos. Independientemente de las culpas de cristianos y musulmanes, el fin de la biblioteca debe situarse en un momento indeterminado del siglo III o del siglo IV, quizá en 273, cuando el emperador Aureliano tomó y saqueó la ciudad, o cuando Diocleciano hizo lo propio en 297. La biblioteca-hija del Serapeo, sucesora de la Gran Biblioteca, fue expoliada, o al menos vaciada, en 391, cuando el emperador Teodosio el Grande ordenó la destrucción de los templos paganos de la ciudad de los Ptolomeos.
Desde el siglo XIX, los eruditos han intentado comprender la organización y estructura de la Biblioteca, y se ha debatido mucho sobre su final. Los conocimientos sobre la Biblioteca, cómo fue, cómo trabajaron sus sabios, el número exacto de volúmenes e incluso su misma situación, son todos muy escasos, ya que muy pocos testimonios hay al respecto, y aún éstos son esporádicos y desperdigados. Los investigadores y los historiadores de los siglos XX y XXI han insistido en que se ha formado una utopía retrospectiva en torno a la Biblioteca de Alejandría. No hay duda de que la Biblioteca existió, pero apenas hay certezas en lo escrito sobre ella. Se han hecho centenares de afirmaciones contradictorias, dudosas o simplemente falsas, realizando suposiciones a partir de muy pocos datos que, la mayoría de las veces, son sólo aproximaciones.
La Gran Biblioteca de Alejandría, llamada así para distinguirla de la pequeña o biblioteca-hija del Serapeo, fue fundada por los primeros Ptolomeos con el propósito de ayudar al mantenimiento de la civilización griega en el seno de la muy conservadora civilización egipcia que rodeaba a Alejandría. Si bien es cierto que el traslado de Demetrio de Falero a Alejandría (en el año 296-295 a. C.) está relacionado con la organización de la Biblioteca, también es seguro que al menos el plan de esta institución fue elaborado bajo Ptolomeo Sóter (muerto alrededor de 284 a. C.), y que la finalización de la obra y su conexión con el Museo fue la obra máxima de su sucesor, Ptolomeo II Filadelfo. Como Estrabón no hace mención de la Biblioteca en su descripción de los edificios del puerto, parece evidente que no estaba en esta parte de la ciudad; además, su conexión con el Museo permitiría ubicarla en el Brucheion, el distrito real situado en el noreste de la ciudad.
Este santuario acogía un pequeño zoológico, jardines, una gran sala para reuniones e incluso un laboratorio. Las salas que se dedicaron a la biblioteca acabaron siendo las más importantes de toda la institución, que fue conocida en el mundo intelectual de la Antigüedad al ser única. Durante siglos, los Ptolomeos apoyaron y conservaron la Biblioteca que, desde sus comienzos, mantuvo un ambiente de estudio y de trabajo. Dedicaron grandes sumas a la adquisición de libros, con obras de Grecia, Persia, India, Palestina, África y otras culturas, aunque predominaba la literatura griega y helenística.
La biblioteca del Museo constaba de diez estancias dedicadas a la investigación, cada una de ellas dedicada a una disciplina diferente. Un gran número de poetas y filósofos, que llegaron a ser más de cien en sus mejores años, se ocupaban de su mantenimiento, con una dedicación total. En realidad se consideraba el edificio del Museo como un verdadero templo dedicado al saber.
Se sabe que desde el principio la biblioteca fue un apartado al servicio del Museo. Pero más tarde, cuando esta entidad adquirió gran importancia y volumen, hubo necesidad de crear un anexo cercano. Se cree que esta segunda biblioteca (la biblioteca hija) fue creada por Ptolomeo III Evergetes (246-221 a. C.), y se estableció en la colina del barrio de Racotis (hoy llamada Karmuz), en un lugar de Alejandría más alejado del mar; concretamente, en el antiguo templo erigido por los primeros Ptolomeos al dios Serapis, llamado el Serapeo, considerado como uno de los edificios más bellos de la Antigüedad. En la época del Imperio romano, los emperadores la protegieron y modernizaron en gran medida, incorporando incluso calefacción central mediante tuberías con el fin de mantener los libros secos en los depósitos subterráneos.
Los redactores de la Biblioteca de Alejandría eran especialmente conocidos en Grecia por su trabajo sobre los textos homéricos. Los redactores más famosos generalmente llevaron el título de bibliotecario principal.
La diversidad geográfica de los eruditos muestra que la Biblioteca era de hecho un gran centro de investigación y aprendizaje.
En 2004, un equipo egipcio encontró lo que parece ser una parte de la biblioteca mientras excavaba en el Brucheion. Los arqueólogos descubrieron trece salas de conferencias, cada una con un podium central. Zahi Hawass, el presidente del Consejo Supremo de Antigüedades de Egipto, calcula que en las salas excavadas hasta ahora se habría podido acoger a unos 5.000 estudiantes, lo que indica que era una institución muy grande para su época. En el siglo II a. C., Eumenes II fundó un centro a imitación de la Biblioteca en Pérgamo".
Prosigamos con la biografía de nuestro personaje.
Según la Wikipedia: "La Biblioteca Real de Alejandría o Antigua Biblioteca de Alejandría, fue en su época la más grande del mundo. Situada en la ciudad egipcia de Alejandría, se estima que fue fundada a comienzos del siglo III a. C. por Ptolomeo I Sóter, y ampliada por su hijo Ptolomeo II Filadelfo, llegando a albergar hasta 900 000 manuscritos. La nueva Biblioteca Alejandrina, rememorando la original y promovida por la Unesco, fue inaugurada el 16 de octubre de 2002 en la misma ciudad.
Se carece de testimonios precisos sobre sus aspectos más esenciales, y no se han encontrado las ruinas del Museo, siendo las del Serapeo muy escasas. Para algunos escritores latinos, la Gran Biblioteca fundada por los Ptolomeos apenas resultó afectada en el incendio provocado por las tropas de Julio César en 48 a. C. Probablemente, ya había desaparecido en el momento de la dominación árabe, aunque algunos escritores comentan que el califa Umar ibn al-Jattab ordenó la destrucción de millares de manuscritos. Independientemente de las culpas de cristianos y musulmanes, el fin de la biblioteca debe situarse en un momento indeterminado del siglo III o del siglo IV, quizá en 273, cuando el emperador Aureliano tomó y saqueó la ciudad, o cuando Diocleciano hizo lo propio en 297. La biblioteca-hija del Serapeo, sucesora de la Gran Biblioteca, fue expoliada, o al menos vaciada, en 391, cuando el emperador Teodosio el Grande ordenó la destrucción de los templos paganos de la ciudad de los Ptolomeos.
Desde el siglo XIX, los eruditos han intentado comprender la organización y estructura de la Biblioteca, y se ha debatido mucho sobre su final. Los conocimientos sobre la Biblioteca, cómo fue, cómo trabajaron sus sabios, el número exacto de volúmenes e incluso su misma situación, son todos muy escasos, ya que muy pocos testimonios hay al respecto, y aún éstos son esporádicos y desperdigados. Los investigadores y los historiadores de los siglos XX y XXI han insistido en que se ha formado una utopía retrospectiva en torno a la Biblioteca de Alejandría. No hay duda de que la Biblioteca existió, pero apenas hay certezas en lo escrito sobre ella. Se han hecho centenares de afirmaciones contradictorias, dudosas o simplemente falsas, realizando suposiciones a partir de muy pocos datos que, la mayoría de las veces, son sólo aproximaciones.
La Gran Biblioteca de Alejandría, llamada así para distinguirla de la pequeña o biblioteca-hija del Serapeo, fue fundada por los primeros Ptolomeos con el propósito de ayudar al mantenimiento de la civilización griega en el seno de la muy conservadora civilización egipcia que rodeaba a Alejandría. Si bien es cierto que el traslado de Demetrio de Falero a Alejandría (en el año 296-295 a. C.) está relacionado con la organización de la Biblioteca, también es seguro que al menos el plan de esta institución fue elaborado bajo Ptolomeo Sóter (muerto alrededor de 284 a. C.), y que la finalización de la obra y su conexión con el Museo fue la obra máxima de su sucesor, Ptolomeo II Filadelfo. Como Estrabón no hace mención de la Biblioteca en su descripción de los edificios del puerto, parece evidente que no estaba en esta parte de la ciudad; además, su conexión con el Museo permitiría ubicarla en el Brucheion, el distrito real situado en el noreste de la ciudad.
Este santuario acogía un pequeño zoológico, jardines, una gran sala para reuniones e incluso un laboratorio. Las salas que se dedicaron a la biblioteca acabaron siendo las más importantes de toda la institución, que fue conocida en el mundo intelectual de la Antigüedad al ser única. Durante siglos, los Ptolomeos apoyaron y conservaron la Biblioteca que, desde sus comienzos, mantuvo un ambiente de estudio y de trabajo. Dedicaron grandes sumas a la adquisición de libros, con obras de Grecia, Persia, India, Palestina, África y otras culturas, aunque predominaba la literatura griega y helenística.
La biblioteca del Museo constaba de diez estancias dedicadas a la investigación, cada una de ellas dedicada a una disciplina diferente. Un gran número de poetas y filósofos, que llegaron a ser más de cien en sus mejores años, se ocupaban de su mantenimiento, con una dedicación total. En realidad se consideraba el edificio del Museo como un verdadero templo dedicado al saber.
Se sabe que desde el principio la biblioteca fue un apartado al servicio del Museo. Pero más tarde, cuando esta entidad adquirió gran importancia y volumen, hubo necesidad de crear un anexo cercano. Se cree que esta segunda biblioteca (la biblioteca hija) fue creada por Ptolomeo III Evergetes (246-221 a. C.), y se estableció en la colina del barrio de Racotis (hoy llamada Karmuz), en un lugar de Alejandría más alejado del mar; concretamente, en el antiguo templo erigido por los primeros Ptolomeos al dios Serapis, llamado el Serapeo, considerado como uno de los edificios más bellos de la Antigüedad. En la época del Imperio romano, los emperadores la protegieron y modernizaron en gran medida, incorporando incluso calefacción central mediante tuberías con el fin de mantener los libros secos en los depósitos subterráneos.
Los redactores de la Biblioteca de Alejandría eran especialmente conocidos en Grecia por su trabajo sobre los textos homéricos. Los redactores más famosos generalmente llevaron el título de bibliotecario principal.
La diversidad geográfica de los eruditos muestra que la Biblioteca era de hecho un gran centro de investigación y aprendizaje.
En 2004, un equipo egipcio encontró lo que parece ser una parte de la biblioteca mientras excavaba en el Brucheion. Los arqueólogos descubrieron trece salas de conferencias, cada una con un podium central. Zahi Hawass, el presidente del Consejo Supremo de Antigüedades de Egipto, calcula que en las salas excavadas hasta ahora se habría podido acoger a unos 5.000 estudiantes, lo que indica que era una institución muy grande para su época. En el siglo II a. C., Eumenes II fundó un centro a imitación de la Biblioteca en Pérgamo".
Prosigamos con la biografía de nuestro personaje.
Una tarde comparecieron los habituales
Herenio y Orígenes, dos fervientes platónicos y pitagóricos, acompañados de
Plotino, al que casi forzaban ambos para que se aproximara a Amonio.
Por fin Plotino se serenó. Situóse frente a
Amonio y los dos hombres se miraron un buen rato, frente a frente.
La faz de Plotino se transformó. Por fin
cayó de rodillas ante Amonio al tiempo que murmuraba: “Por fin hallé a mi
maestro… Haz de mí lo que creas más conveniente…”.
Amonio ayudó a levantarlo. Y en tanto liaba
sin decir palabras sus estros de trabajo, como distraídamente, díjoles a los
tres por fin:
- Dentro de tres días, antes de amanecer,
os convoco a los tres en el jardín solitario y trasero de la Biblioteca. Id con
actitud propicia. Los astros colaborarán con nosotros… Purificaos y ayunad en
tanto.
Mediante la más simple ceremonia del
sumergimiento en el agua, distintivo del bautizo de la Era que comenzaba y con
la acción conjunta de las palabras de poder que se le confirieron en el Templo
de Amón; Amonio bautizó a sus tres discípulos. Y como confirmación oculta,
confirmación divina y coronación del acto, al sumergirse al final en una
profunda meditación, experimentaron el éxtasis de unión con el Espíritu
Infinito.
Al verlos juntos, muchos de los llamados
filósofos de la Escuela, que pululaban por las nobles dependencias de la
Biblioteca, cuchicheaban entre sí:
¿Cómo es posible que un filósofo tan
sabedor y completo como Plotino, atienda tan religiosamente al “Saccas” y
considere su maestro a un simple descargador del muelle, que no es más que un
aficionado a la filosofía?. El “Saccas”, al que ahora llaman Amonio, se halla
tan lejos de poseer el conocimiento completo de todas las escuelas de
filosofía, que apenas se le puede llamar filósofo.
En cambio, Plotino ha sido educado desde su primera infancia por los mejores pedagogos, ha completado sus estudios en las Escuelas de Sabiduría anexas a los Santuarios egipcios de tan elevada tradición y ha viajado lo suficiente para extraer las esencias de toda enseñanza en las localidades donde se originaron las diversas escuelas de filosofía griega.
En cambio, Plotino ha sido educado desde su primera infancia por los mejores pedagogos, ha completado sus estudios en las Escuelas de Sabiduría anexas a los Santuarios egipcios de tan elevada tradición y ha viajado lo suficiente para extraer las esencias de toda enseñanza en las localidades donde se originaron las diversas escuelas de filosofía griega.
Algo impartirá el viejo cazurro… -
comentaban los mal intencionados y los despechados.
- Nosotros, los asistentes a esta cátedra y
a esta Biblioteca, somos los únicos bien dotados los poseedores del saber real
- decían los infatuados.
- No siempre la filosofía ha tenido por
finalidad la formación del hombre superior - osó insinuar un alejandrino afecto
al conocimiento de los astros.
- Verdaderamente, una cosa es la ética
filosófica y otra el conocimiento mental de sus teorías - añadió un
orientalista.
- La actitud religiosa es otra cosa, si es
que a ello te refieres.
- Hay una superreligión que es como la flor
suprema de la filosofía - insistió el orientalista. La yoga real es una prueba…
- Lo importante para nosotros todos es que
se logre revitalizar la Biblioteca y el aula magna. Que actúe el más
capacitado. Lo demás, no nos importa - dijo entonces un conciliador que
frecuentaba con afán los anaqueles sabios de la Biblioteca.
- Efectivamente - comentó otro que pasaba.
El que crea en los dioses, aquí tiene a Serapis, Egipto y Grecia conjuntamente
lo han creado…
- Verdad. Estamos, más que en la época de
los filósofos, en la de los creyentes - refrendó el conocedor de los astros.
- ¿Se trata de la fe ciega o de la fe
razonada?. - Repuso un escéptico.
- De la fe filosófica. Platón sustentaba
esa superreligión y ha sido el más alto filósofo habido - añadió Orígenes, con
el deseo de conciliar opiniones y de llevar la corriente de pensamiento hacia
lo que tenían proyectado.
- Tratemos todos de no poner cortapisas a
la colaboración de los demás. La obra cultural de Alejandría nos requiere a
todos…
Plotino circulaba a la razón, como tenía
por costumbre, por el aula amplísima de la Biblioteca, y habíase mezclado con
el grupo de discutidores, afectos o disidentes a sí mismo, a su doctrina, a su
maestro Amonio.
Y movido por su especial resorte interior,
creyó llegado el momento de intervenir en las discusiones y lo hizo de este
modo:
- Amigos todos: Mi actitud, entre tantas
opiniones y tendencias aquí expresadas, tendrá que ser por mi propia
naturaleza, no sólo conciliadora, sino coronadora de los principios expresados,
ya que a todos por igual estimo y toda actitud por igual comparto. Por ello
trataré no sólo de comprender, sino de elevar a su cima toda idea con buen
corazón expresada. Antes, sin embargo, he de dejar sentada mi propia actitud y
mi experiencia con respecto a mi maestro Amonio Saccas. Que conste que no deseo
justificar su filosofía o la escuela a la que pudiera pertenecer si es que
pertenece a alguna. No. Ante todo desearía deciros algo con respecto a él sin
ánimo de justificarlo ni de justificarme. Pienso sólo deciros la verdad. Sabed,
sí, que el tipo integral humano no se basa solamente en la capacidad dialéctica
ni en la erudición filosófica, como algunos han pretendido. Os confieso que yo
no era, con todo mi bagaje de cultura, un ser completo hasta que conocí a
Amonio. Porque él, con toda su ejemplar modestia, posee, por su investidura superior,
la facultad de esa completación, a través de eso que los orientalistas llaman
yoga real o unión con la suprema Divinidad y lo que pudiéramos definir hoy como
unión con el Espíritu Santo, el Espíritu extra-cósmico… Los orientales llaman a
esa dichosísima unión suprema, estado de Nirvana y nosotros, los occidentales
lo definimos como éxtasis. Creedme, amigos: sólo mediante tal vinculación con el
supremo Espíritu, se logra la completación. No importan entonces, demasiado,
los valores mentales. Se puede ser un pequeño o un grande filósofo, se puede
hablar elocuentemente o permanecer callado. Pero sin ese supremo contacto, sin
ese bautizo o descendimiento del Espíritu Santo, la divinidad en el hombre,
éste siempre será incompleto. Amonio podrá ser un filósofo de argumentos
discutibles, pero su vida ha sido tan ejemplar, un ser tan bueno, verídico e
internamente bello o armónico, que, con tal motivo, la Deidad viviente lo
eligió para recibir el cósmico impacto. Y desde el momento en que recibiera la
sin par investidura, ha sido apto a su vez para transmitir el alto poder a
otros. ¿Comprendéis?. Ello no significa un reto para nadie. Que cada cual siga
su camino, tratando de merecer más. Esa senda es infinita… De ese modo,
llegaremos todos a constituir una hermandad ejemplar, una agrupación señera.
Con la aportación de todos los valores humanos, podremos emprender la obra
tradicional aquí, en este lugar predestinado, que nos requieren el tiempo y la
historia. El mundo tiene puesta la mirada en nosotros.
Aquí Plotino fue victoreado, aplaudido y
ensalzado por todos los presentes. Y reconocido por el máximo filósofo y la
personalidad más destacada del aula sabia, le fue conferido por aclamación, el
nombramiento de Jefe de la Escuela Neoplatónica de Alejandría. Y merced a la
justificación y al elogio que hizo de su maestro Amonio, en adelante, todos
tuvieron a éste por jefe espiritual de la Escuela renacida.
Plotino siempre apareció, al
obtener su cargo y después de las palabras pronunciadas, en compañía de su maestro.
Y siempre ocupó su lugar. Y como consecuencia, encauzó vidas y pensamientos,
enseñó la ciencia de vivir armónicamente, aclaró dificultades, intensificó
ideales y reveló siempre y en todo momento, el valor oculto y exegético de los
principios sustentados por Platón y por su maestro Sócrates. Y como
comentarista iluminado, envolvió sus principios y sus básicas verdades con el
velo de una mística trascendente, de acuerdo con la tónica del ciclo inaugurado
de Piscis y del que se hizo portavoz.
Desde entonces, por su saber, pureza y gran
idealismo, todos se agruparon en torno al gran Plotino. Era en
verdad el máximo filósofo del aula, al que nadie osaba de lleno, discutir. Si
alguien hubiera puesto reparos a su limpia actuación, se hubieran desvanecido
por sí solos, ya que Plotino, nunca se justificaba. Lo hacía la vida por él.
Por su gracia y sabiduría, por su iluminada
intuición, lograda a través del bautizo cíclico que le administró su
maestro Amonio, había crecido su poder y su prestigio. De ese modo, encauzó
y adoctrinó a cuantos le requerían, aclaró multitud de dificultades, afirmó
ideales, enderezó a los caídos y reveló siempre y en toda ocasión, la trama
espiritual que nos envuelve y que suma en el aspecto superior la filosofía con la
religión, la virtud con el acendrado estudio de los sabios archivos, así como el
estudio directo de la vida de las almas a ese conjunto de cualidades que
deben ornar al anheloso de perfección y por tanto, al que tratara de integrar la
renaciente Escuela alejandrina, lo denominaban Plotino y Amonio, Teosofía, o
sea, la sabiduría divina que entraña la disposición, la manifestación y
la conducta. Teosofía representa la suma de la esencialidad espiritual de todas
las religiones y la fuente primigenia de todas las filosofías. Es la
impulsora del individuo integra,
incluyendo la conciencia de su divinidad,
el espíritu que integra lo universal. Debido a esa teosófica vinculación directa,
a su sabiduría infusa, se le llamaba a Amonio, el maestro de Plotino, el
“Teodidacto”, o sea, “el enseñado por Dios o por los dioses”. Y como sea que la
finalidad práctica que persigue la Teosofía es la confraternidad humana,
incluyendo todas las tendencias, todas las religiones, todas las filosofías, todas
las razas, Amonio y Plotino dieron a conocer entre los mejores afiliados a la
Escuela y dispuestos a ser sus colaboradores, el lema ideal de la
Teosofía.
En verdad, Plotino, al parecer de la
mayoría reunía como individuo ese vasto ideal teosófico y por ello lo
consideraban el más indicado para representar al nuevo giro de la Escuela, su
renacimiento. Porque, conocedor como ninguno, no sólo de todas las escuelas
filosóficas griegas, con sus alcances más elevados, sino de las
enseñanzas orientales y del Asia Menor, que señalaba, vinculada a la filosofía, la
forma de la investigación científica, con la aportación caldea de los números y
su matemática celeste, dio siempre fe de esa moral superior, de esa ética
superhumana que aprendiera de los sacerdotes idanos, auténticos terapeutas
que con sus acendrados conocimientos de catarsis o purificación
integral, eran capaces de curar los cuerpos y las almas, ya que la Naturaleza
procura todos los medios de alcanzar la armonía siempre que se obedezcan sus
leyes.
A todos los conocimientos y prácticas a que se había sometido Plotino, se sumaban sus experiencias de probación en el seno de los misterios egipcios, su patria, así como las puras enseñanzas herméticas que aún constituían la joya caudal de los archivos sabios de la Biblioteca de su segundo avatar.
A todos los conocimientos y prácticas a que se había sometido Plotino, se sumaban sus experiencias de probación en el seno de los misterios egipcios, su patria, así como las puras enseñanzas herméticas que aún constituían la joya caudal de los archivos sabios de la Biblioteca de su segundo avatar.
Por todo lo antedicho y por insinuación
directa del propio Amonio, acordaron que, en el más fausto momento del
calendario sidéreo, coincidente con la más importante oleada de vida del
año - la cruz cardinal del zodíaco - caracterizada por el advenimiento de la
primavera, inaugurarían la segunda prometedora etapa de la Escuela.
En el momento indicado y con los mejores
augurios, ascendió Plotino, teniendo a su derecha al gran Amonio Saccas
y a su izquierda a Orígenes y a Herenio al estrado del aula magna y en presencia
de la más destacada concurrencia de discípulos, filósofos y
estudiantes habituales de la Biblioteca, anhelosos de la realización de antemano
planteada, pronunció Plotino las siguientes palabras que sellaron en los
espacios el más trascendental bautizo de la Escuela, con la divina se Escuela
Neoplatónica de Alejandría.
Dijo:
- Amigos todos: el que de entre vosotros
consulta a los astros, sabe que inauguramos una Era bajo el signo zodiacal
de Piscis. Son, pues, estos momentos de trascendental responsabilidad
para nosotros, los llamados a revitalizar en el llamado, con razón,
“Broche de Oro entre Oriente y Occidente”, esta Alejandría que baña el
sagrado Nilo y el gran Mar de las civilizaciones, la finalidad por la que
aquí fue fundada esta aula a base de la más importante Biblioteca de todos los
tiempos. Platón, es, a nuestro ver, el más completo filósofo, también, de la
historia, el que resume todas las verdades de las escuelas del pasado y nos
ofrece, en sus “Diálogos” de tan profunda enseñanza, el puente trascendental
del traspaso cíclico. Pensad en este momento, que múltiples miradas,
visibles e invisibles, se hallan fijas en nosotros. Hemos de hacernos dignos de estas
miradas y de lo que significan para el presente y el devenir del mundo.
Debemos, por tanto, traspasar ese puente enarbolando la enseña de la
sabiduría y viviéndola…
Aquí se enardecieron los ánimos de todos
los fervientes auditores y aplaudieron intensa y largamente al orador,
alentándolo con señas y con palabras.
Plotino prosiguió:
- Ya que sois todos los aquí presentes
confirmadores de la voluntad suprema sobre los humanos destinos, os diré
en este instante cíclico, interpretando la voluntad suprema y la de
todos los aquí congregados, que adoptaremos por lema de esta renacida
Escuela, el nombre de Platón y el de su sabiduría, especialmente en su aspecto
místico, que es el que cuadra y corresponde a la tónica del ciclo naciente.
Damos palabra, sin embargo, de que nunca consideraremos la divisa como
imposición, ya que aquí, en fraternal y concorde abrazo, se reunirán los
representantes y sustentadores de toda posible filosofía, de toda religión, de
toda raza y creencia, de toda tradición, de toda clase social, porque nada hermana
tanto como la superior cultura que sustentamos. Así unidos, dispongámonos a
servirnos mutuamente de soporte y de enlace para alzar bien alta la divisa y
la cátedra del gran Platón, para que pueda servir al actual requerimiento del
eterno Espíritu. Y ahora, abramos de par en par las puertas de esta Biblioteca
de tan noble tradición, para que otras invisibles puertas se abran a los
auténticos idealistas, y logremos así que, en contacto con la divinidad que nos asiste,
podamos cumplir nuestra misión en el mundo naciente.
FUNDACIÓN DE LA ESCUELA NEOPLATÓNICA
Cuando, por vez primera, Amonio - retornado
investido de una alta misión, del Templo Oracular de Amón, situado a lo lejos,
en el Desierto Líbico - empleó la capacidad y los poderes allí obtenidos junto
con la Palabra transmitida, reunió a los tres más entusiastas discípulos, y les
impartió el espiritual bautizo.
Todos compartían sus preferencias por el
gran Platón y por su maestro Pitágoras y aguardaban, pacientemente, el momento
prometido de la consagración de la Escuela a sus espirituales directrices.
Eran los tres discípulos, Plotino, el más
destacado, que representaba, dentro del Triángulo simbólico, la Verdad o la
Filosofía integral.
¿Qué podía enseñarle al gran Plotino, en
suma, el modestísimo Amonio Saccas?.
Y es que en su viaje como elegido del dios
Amón, a su Templo Oracular del Desierto Líbico, había recibido, como excepción,
el bautizo oculto de la Nueva Era de Piscis. Y los sacerdotes bautistas,
videntes de la calidad de las almas habían depositado en el gran Saccas la
semilla inviolable del Espíritu y le habían investido con la hegemonía
espiritual de la nueva Edad al transferirle el poder del Espíritu Santo…
Ese poder, consecuencia del bautizo,
representaba en lo real vincularlo a las fuerzas cósmicas, a los altos
dirigentes de la Era recién iniciada.
Representaba, en fin, despertar sus cuerpos
superiores y hacerlos receptivos al mensaje espiritual, más allá de toda
doctrina mental conocida.
Desde aquel momento trascendente en la vida
de un ser de la categoría del Saccas en que al hallarse investido experimentara
la rajadura de su velo de limitación y trascendiera la tupidez de la mente,
supo todo sin haber aprendido. Recibía la verdad de los seres y de las cosas
por contacto directo.
Sabía su propia pequeña verdad y la porción
que necesitaba de la otra Verdad Cósmica. Nadie tan capacitado, pues, como
Amonio para transmitir aquella divina semilla en el alma de los predispuestos
para hacerla germinar, capaces de vincularse con los grandes Ángeles o Dáimones
transmisores de Luz en los espacios infinitos.
Amonio, en suma, había sido elegido para
transmitir el divino mensaje.
Herenio, que respondió al aspecto de la
Bondad, consagrado a hacer resaltar la obra de los Ángeles o Eudáimones de la
Era que comenzaba. Esos esforzados colaboradores ignorados de los hombres, tan
dispuestos siempre a ayudarlos identificándose con el signo opuesto y
espiritualmente complementario del que amanece por la precesión de los
equinoccios, en tal caso, Virgo, y que, en virtud de las características de tal
signo eran tales Ángeles, según los veía y trataba Herenio, casi femeninos de
tan dulces y casi materializados en su esfuerzo de colaboración y ayuda a los
devotos. Y por fin, Orígenes de formación
definidamente pitagórica, artista y especializado en arpas eólicas, o sea que
encarnaba por inclinación propia, el aspecto de la Belleza en el triángulo
pitagórico-platónico.
Con ellos, y a través del tácito juramento
mediante el bautizo estelar de la misión transmitida en el momento cumbre por
los astros escogido, comenzó su segunda época en la vida y en la trayectoria
meritísima de la Escuela de Alejandría bajo el transmitido impacto de su lema
platónico. De ese modo lograron revivir plenamente la Escuela Neoplatónica en
Alejandría. Amonio Saccas, con sus tres compañeros y discípulos allegados,
formarían la delantera de dicha nobilísima Escuela siempre en contacto con los
astros y la gravitación cíclica del destacado momento histórico. De ese modo
lograron impulsar y revitalizar, por su contacto directo con la astral
voluntad, aquel núcleo cultural lánguido, cuando apenas sostenía sus antiguas
básicas prerrogativas ante el mundo.
Amonio, Plotino, Herenio y Orígenes, tenían
una fe inconmovible en el Oráculo y sabían que el pasado sabio no puede morir
nunca; que ellos eran los visibles instrumentos de su voluntad y que en ella
subyace la semilla de todo avance, porque la evolución humana es ley y nada
puede obstaculizar su desenvolvimiento. Sabían que la Sabiduría es eterna y que
no es privativa de una determinada época, sino que, a través de su distintivo
color, las vitaliza a todas. Y sabían bien, en su sintonizada e incrementada
sensibilidad intuitiva cómo era necesario presentar la nueva filosofía en la Escuela
renaciente; que era preciso justificar, en cierto modo, aquel lema zodiacal
pisceano para que apareciera, en toda su majestad y con toda veracidad en
aquellos difíciles momentos, lo que había de resplandor y de fe en la línea de
la sabiduría pitagórica y platónica.
La divisa satisfizo a ciertos ansiosos de
sabiduría acogidos en la Biblioteca del Serapión y que se hallaban dispuestos a
colaborar con los cuatro enviados de los astros. Todos anhelaban, en suma,
hacerse transmisores de la nueva misión histórica de los tiempos inaugurados.
Y en el momento y día más propicios se
abrió aquella maravillosa cátedra de nuevo, bajo el lema de Escuela
Neoplatónica, donde se acogían todas las opiniones, como cátedra libre que era.
Los iniciales mentores cuidaban de sólo
sumarlas y encauzarlas, tratando de pulsar el latido ardiente de todo corazón
dispuesto a afiliarse a aquel centro tradicional de la sabiduría eterna.
Plotino, considerado el más acendrado
filósofo entre los cuatro y que se hallaba en posesión del pleno conocimiento
del mundo culto y conocía todas las tendencias filosóficas del pasado y del
presente, justificaba la característica y la experiencia de cada núcleo allí
acogido y las estimulaba. De ese modo iba logrando la natural expansión e
incremento de dichos núcleos y su resonancia más allá de la Escuela, en el
amplio mundo.
Sabían todos que lo que hacía falta era
eso: participar de la divina gracia, sin prescindir del sagrado nous, alimento
de toda auténtica filosofía. Y sabían que se trataba de la reunión de grandes
egos, seres armónicos y completos en posesión de una mente superior y sensibles
al proceso del mensaje directo al servicio del Espíritu.
Los medios para alcanzar ese estado
completo, podían silenciarse, pero no el resultado de la misión derivada, una
vez ese estado alcanzado, por el que ellos, los cuatro, velarían siempre.
Plotino, que ocupaba con frecuencia la gran
cátedra, explicaba a los más predispuestos que los estados de paz, de beatitud,
de divina armonía, debían lograrse a través de la contemplación interna. Decía
al respecto: “Toda la inmensa actividad del Universo se desarrolla en virtud de
una armónica contemplación… Y es por ella (por la contemplación) que el alma
retorna a su originario principio. Cuando volvemos la mirada hacia las cosas de
aquí abajo (las cosas materiales) dejamos de contemplar. Pero cuando la
dirigimos hacia lo superior, alcanzamos el más elevado estado de contemplación.
Alcanzar esa meta es dado solamente a los que renuncian a todo por obtenerla.
Entonces alcanza el hombre la suprema felicidad, la más incomparable dicha con
que se pueda soñar… A través de tal contemplación se alcanza la unión mística
con el originario Principio, se realiza el éxtasis. Los que ignoran tal estado,
imaginan que la comparación se halla en los placeres amorosos de tipo inferior,
pero ignoran la realidad de esos otros amores… El alma vive otra vida cuando se
acerca a ellos. Entonces es cuando el alma se une con Dios”.
“El éxtasis es como un salto hacia fuera y
cuanto más se adentra el alma hacia sí misma, más próxima se halla de salir
fuera de sí. De ese modo, es el éxtasis un salto hacia Dios”. (Eneadas “Sobre
la Contemplación”).
En este estado hablaba Plotino a sus
devotos auditores seguidores de distintas escuelas de filosofía, en su propio
lenguaje, pero en forma trascendente. Y hacía historia de la filosofía y de su
significado. Y hacía hincapié en el valor fundamental de la escuela de Elea
consistente en la afirmación de Parménides, su precursor, de la existencia del
On o principio inmortal o divino en todo individuo. Ese superior reconocimiento
del individuo y su contraparte superior divina, tenía el enlace del Nous o
mente abstracta superior. Y ambos aspectos, el Nous y el Eros (en sus orígenes
el amor divino) justificaban al On, Individualidad suprema o divina en
nosotros.
Puédese afirmar, según Plotino, que con
Parménides y su escuela, se inicia la verdadera filosofía con cuanto tiene de
ética suprema y de principio absoluto.
Mas el refrendador que sentó las bases de
tales principios y los introdujo como sistema integral de vida, fue Pitágoras y
su Escuela. El ideal de Pitágoras fue esquematizar la filosofía como sistema de
enseñanza. Para él el máximo tratado superfilosófico consistía en el triángulo
con los diez puntos inscritos de la famosa Década, que resumía todo sistema
filosófico, por elevado que fuera, desde el Número trascendente hasta el
fundamento cualitativo de todo sistema pedagógico fundamentado en la evolución
y preparación de los más aptos. En cuanto a Sócrates fue afirmador del pasado
porque encarnó su síntesis en su ideal directo de hacer emerger, como filósofo
de la calle, las facultades preconizadas innatas en el hombre y enseñadas por
sus antecesores.
Y fue precursor en el sentido pitagórico y
platónico de la palabra, educiendo de todo individuo con el que se ponía en
contacto, la divinidad latente.
Para ello, ayudado por su buen Daimon,
trataba siempre de que se manifestara en todo ser y en cualquier lugar, su
mente ancestral, su divino Ego y su saber innato, su teorética propia, su
sistema de educción de la filosofía.
De él aprendió esencialmente Platón, no
sólo el amor, que confesaba Sócrates que era “de lo único que sabía un poco”,
sino que, desde su libre cátedra de los jardines de Academos, no sólo fue glosador
de todas las verdades que no escribiría nunca su maestro Sócrates, sino que, al
ser iniciado en Egipto y alumno de las anexas Escuelas de Sabiduría de los
Santuarios, se hallaba en posesión no sólo de la actitud filosófica, sino de la
ética profunda al par que de todos los conocimientos mentales y supermentales.
Pero tuvo sobre todo ello una virtud fundamental: nunca dejó de ser poeta,
glosador de la belleza infinita y así lo patentizó en sus “Diálogos”. Y a la
par, dejó bien sentado en ellos los principios inviolables de la superhistoria
al relatar la verdad de la sumergida Atlántida y ofreció por fin al mundo
futuro en forma de utopía una avanzada del Estado ideal, la República modélica
del futuro. Por todo ello; creyeron conveniente sobre todo Plotino y Amonio,
dar el nombre y la divisa de ese gran filósofo al segundo avatar de la Escuela
de Alejandría de la que ellos eran los responsables y mandados a vivificar. Y
la llamaron Escuela Neoplatónica de Alejandría, imprimiendo en su pedagogía la
gran enseñanza legada por Platón. Al
abrir ese filósofo los ojos a la luz del mundo - contaba desde su cátedra del
aula magna Plotino - sus padres lo consagraron a Pan, a las Musas y a Apolo, el
dios de la Luz y de la vida, puesto que Apolo era el dios solar por excelencia
en la mitología griega. Y se contaba que, en el decurso de la consagración, las
abejas iban depositando en la boca del infante dormido, miel, para que hablara
dulcemente.
Contaba Plotino, que el niño Platón, fue
engendrado en momentos señalados por los astros a cuyo mandato se sometieron
sus conscientes padres.
Así fue hijo de la más alta moral, de la
espiritual belleza, ejecutor de la armonía cósmica de la que Apolo era divino
símbolo. Al llegar a la adolescencia, se consagró de lleno al estudio. Aprendió
matemáticas, geometría, oratoria, danza, astronomía, idiomas, canto, música,
además de todo el contenido de esas altas universidades del saber que se
abrieron para él más tarde en el país del Nilo sagrado. Allí supo el valor
trascendente de los símbolos, de los cuerpos geométricos primarios, de los
preceptos metafísicos, de los números como matemática celeste, que más tarde
afianzó entre los magos persas y los sacerdotes caldeos, la ciencia cíclica de
los astros así como la judiciaria.
Toda la sabiduría posible acumulada en el
mundo a través de las edades, la conocía Platón, ese hombre que fue suma de
filósofos y sobre todo, prosecutor de Pitágoras ya que a través de las notas
que adquirió de Filolao, conoció la esencia de sus enseñanzas, el Hieros Logos
o guión de su Escuela crotonia, además de cuanto conociera a través de
Arquitas, de Timeo y de Eudoxio, grandes pitagóricos. Y como ejemplo de su
desinterés y consagración a los demás, contaba por fin Plotino que Platón daba
sus enseñanzas gratuitamente. Y al finalizar su parlamento, no dejó Plotino de mencionar
el valiosísimo asesoramiento que todos poseían de Amonio. Y citó por fin esas
simples palabras que justificaban la divisa de la nueva Escuela: En la Academia
de Platón, se repitieron siempre estas palabras de su túmulo conmemorativo
existente en los mismos jardines donde diera él su enseñanza: “Los dos grandes
seres Asclepio y Platón, deben su existencia a Apolo. Uno, para curar los
cuerpos; otro, para curar las almas…”
Y las anchas puertas de la Biblioteca, y de
la Escuela Neoplatónica, se abrieron acto seguido a todos los anhelosos de
sabiduría del mundo…
Fragmentos conservados por Nemesio
(El neoplatónico Nemesio, obispo de Emeso a
fines del siglo IV, reproduce en su tratado De la Naturaleza del hombre, dos demostraciones,
una sobre la inmaterialidad del alma, que atribuye a la vez a Numenio y a
Ammonio, y otra sobre la unión del alma con el cuerpo, cuya paternidad asigna
exclusivamente a Ammonio.
Reproducimos a continuación ambos pasajes.)
Inmaterialidad del alma.
Bastará aquí con oponer las razones de Ammonio, maestro de Plotino, y las del pitagórico Numenio, a todos aquellos que pretenden que el alma es material. He aquí esas razones: Los cuerpos, como no tienen en sí nada inmutable, están naturalmente sujetos al cambio, a la disolución y a infinitas divisiones; precisan necesariamente un principio que los contenga, que ligue y afirme sus partes. Ese principio de unidad es lo que llamamos alma. Pero si también el alma es material, por sutil que sea la materia de que se componga, ¿qué será lo que pueda a su vez contenerla, pues que acabamos de ver que toda materia necesita de un principio que la contenga?
Y lo mismo ocurrirá hasta lo infinito,
hasta que por fin lleguemos a una substancia inmaterial.
(Nemesio. De la Naturaleza del hombre. Cap.
II.)
Unión del alma y el cuerpo
Ammonio, maestro de Plotino, explicaba así la dificultad que nos ocupa (refiérese Nemesio a la unión del alma y el cuerpo): “Lo inteligible es de tal naturaleza, que se une a aquello que puede recibirlo, tan íntimamente como se unen las cosas que se alteran mutuamente al unirse, y que, al mismo tiempo, en esa unión, permanece puro e incorruptible, como ocurre a aquellas cosas que sólo están yuxtapuestas. En lo que a los cuerpos se refiere, la unión altera, en efecto, aquellas partes que se aproximan, pues que forman otros cuerpos: así se truecan los elementos en cuerpos compuestos, el alimento en sangre, la sangre en carne y en otras partes del cuerpo. Mas en lo que atañe a lo inteligible, la unión se efectúa sin que haya alteración, porque es cosa que repugna a la naturaleza de lo inteligible sufrir alteración alguna en su esencia. Desaparece o deja de ser, pero no es susceptible de cambio. Ahora bien, lo inteligible no puede ser aniquilado; de otra manera, no sería inmortal; y, como el alma es la vida, si cambiase en su unión con el cuerpo pasaría a ser otra cosa, y ya, no sería la vida. ¿Qué procuraría, entonces, al cuerpo, si no le diese la vida? El alma no sufre, pues, alteración en su unión.
Puesto que está demostrado que lo
inteligible es inmutable en su esencia, síguese necesariamente de ello que no
se altera al mismo tiempo que las cosas a que está unido. El alma está, pues,
unida al cuerpo, pero no forma un mixto con él. La simpatía que entre ellos
existe demuestra que están unidos, porque el ser animado es íntegramente un
todo simpático a sí mismo y por ende verdaderamente uno.
Lo que prueba que el alma no forma un mixto
con el cuerpo es que tiene el poder de separarse de él durante el sueño, que lo
deja como inanimado, conservándole solamente un soplo de vida, porque no muera
por completo, y que sólo se sirve de su actividad propia en sueños, para prever
lo porvenir y para vivir en el mundo inteligible.
Evidénciase esto mismo cuando el alma se
recoge para entregarse a sus pensamientos, porque entonces se separa del cuerpo
tanto cuanto puede, y se retira en sí misma para poder aplicarse mejor a la
consideración de las cosas inteligibles. Con ser incorpórea, en efecto, se une
al cuerpo tan estrechamente como están unidas las cosas que al combinarse
conjuntamente perecen una por obra de la otra y dan así nacimiento a un mixto;
al mismo tiempo, permanece sin alteración, como permanecen dos cosas que sólo
están yuxtapuestas, y conservan su unidad; por último, modifica según su propia
vida aquello a que está unida, y no es modificada, en cambio, por ello. De
igual suerte que el sol, con su presencia, torna todo el aire luminoso sin que
él cambie en nada, y así se mezcla al aire sin mezclarse a él, por así decirlo,
así el alma, aun estando unida al cuerpo, sigue siendo por completo distinta de
él. Pero hay una diferencia, y es que el sol, como es un cuerpo y está, por
consiguiente, circunscrito en un determinado espacio, no está dondequiera que
esté su luz, del mismo modo que el fuego permanece en el leño o en la mecha de
la lámpara como encerrado en un lugar, al paso que el alma, como quiera que es
incorpórea y no sufre circunscripción local, está por entero dondequiera que
está su luz, y no hay parte del cuerpo por ella iluminado en que no esté toda
ella. No es el cuerpo el que ejerce mando sobre el alma, sino, por el
contrario, el alma la que manda en el cuerpo. No está el alma en el cuerpo como
en un vaso o en un odre; antes es el cuerpo quien está en ella.
Lo inteligible no es, pues, aprisionado por
el cuerpo; espárcese por todas sus partes, las penetra, las recorre, y mal
podría estar encerrado en un lugar, porque, en virtud de su naturaleza, reside
en el mundo inteligible, y no tiene otro lugar que él mismo o que un
inteligible situado todavía más alto. Así, el alma está en sí misma cuando
razona, y en la inteligencia cuando se entrega a la contemplación. Por
consiguiente, cuando se afirma que el alma está en el cuerpo no quiere decirse
que esté en él como en un lugar, sino simplemente que está en relación habitual
con él, y que se encuentra presente en él, como decimos que Dios está en
nosotros. Porque pensamos que el alma está unida al cuerpo, no de manera
corporal y local, sino por su relación habitual, por su inclinación y su
disposición, como un amante está ligado a aquella a quien ama. Por otra parte,
como la afección del alma no tiene extensión, ni peso, ni partes, mal puede
estar circunscrita por límites locales. ¿En qué lugar puede ser encerrado lo
que no tiene partes?
Porque el lugar y la extensión corporal son
inseparables: el lugar es el espacio limitado en que el continente encierra al
contenido. Pero si se dijera: Mi alma está en Alejandría, en Roma, o en cualquier
otra parte, seguiría hablándose de lugar sin caer en ello, ya que estar en
Alejandría, o, en general, estar en cualquier parte, es estar en un lugar,
siendo así que el alma no está absolutamente en ningún lugar; sólo puede estar
en relación con algún lugar, ya que queda demostrado que mal podría estar
encerrada en un lugar. Por consiguiente, cuando un inteligible está en relación
con un lugar, o con una cosa que se encuentra en un lugar, decimos, por modo
figurado, que ese inteligible está en ese lugar, porque tiende a él con su
actividad, y tomamos el lugar por la inclinación o por la actividad que hacia
él lleva al inteligible. Cuando tendríamos que decir: “Ahí actúa el alma”, lo
que decimos es: “Ahí está el alma”. (Nemesio. Op. Cit. Cap. III)
Hasta aquí la entrada. Como siempre espero que os haya sido útil e interesante.
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