“Pero, aunque
Durero demostró ser un maestro en lo fantástico y visionario, un verdadero heredero
de aquellos artistas góticos que crearon los pórticos de las grandes
catedrales, no quedo contento con esta realización. Sus estudios y apuntes
revelan que igualmente era su propósito contemplar la belleza de la naturaleza y
copiarla con tanto ahínco y fidelidad como hubiera hecho cualquier artista,
desde que Jan van Eyck mostrase a los artistas nórdicos que su tarea consistía
en reflejar la naturaleza.
Parece ser que Durero se esforzó en
conseguir esta perfecta maestría en la imitación de la realidad, no tanto como
fin en si sino como medio para ofrecer una visión verista de los temas sagrados
que tuvo que representar en sus cuadros, estampas y grabados. La misma
paciencia que le permitió realizar esos apuntes hizo de él el grabador nato,
incansable en añadir pormenor sobre pormenor, hasta construir un pequeño mundo
verdadero en el espacio de su lamina de cobre”. E.H.Gombrich
Grabador, pintor, dibujante exquisito, matemático, geómetra, impresor, hombre de negocios, hermetista, conocedor de la alquimia, de la astrologia, interesado en los misterios de la naturaleza, en la filosofía, la música, en las leyes de la perspectiva, en las proporciones del cuerpo humano y de los animales... son tantos los aspectos en los que Albretch Dürer destacó que tendríamos que remontarnos al mismísimo Leonardo Da Vinci, o a Alberti, para encontrar a otro personaje que representase tan cabalmente la imágen del genio renacentista.
De personalidad extrovertida, audaz, innovador, amigo de la diversión - en ocasiones excesiva-, se le ha clasificado de bisexual, amigo de sus amigos, Maestro en su gremio, personalidad destacada en el Consejo de su municipalidad, trató con Emperadores -Maximiliano I de Austria, Carlos V-, partidario de la Reforma de la Iglesia, conocedor de Erasmo de Roterdam que se manifiesta abiertamente en favor de Martín Lutero, todo ello nos muestra a un personaje que aún siendo de familia humilde -su padre era un artesano inmigrante- supo llegar a la cúspide en su carrera como artista y, como veremos más adelante, quzás también a lo más alto en la búsqueda de la Verdad y la Sabiduria.
Albretch Dürer (Núremberg,
1471-1528).
Pintor y grabador alemán. Uno de los 18 hijos de un orfebre procedente de
Hungría que había emigrado a la ciudad imperial de Núremberg en 1455, donde se
estableció y casó en 1467, del que aprendió la meticulosidad y exactitud de su
oficio.
Este origen familiar, así como el ambiente cultural y artístico de Núremberg,
explican lo precoz de la vocación artística de Albretch Dürer. Recordemos que
su familia vivía en las inmediaciones de la casa de los Pirckheimer, uno de los
cuales, el humanista Willibald, sería uno de los grandes amigos y valedores del
artista, y Michael Wolgemut,
el pintor con el que Alberto dio los primeros
pasos en su arte. Durante sus años de aprendizaje, el joven Albretch
Dürer copió y estudió los grabados de Martin Schongauer
que le causaron una
profunda impresión. Otro de los hechos clave en la formación del artista lo
constituyen sus viajes de juventud, el primero de ellos realizado en 1489,
cuando parte para la región del Alto Rin, visitando Basilea y Colmar. Fue en la
primera de estas dos ciudades en la que tuvo noticia de la muerte de
Schongauer, al que tenía intención de conocer en Colmar; a pesar de este
acontecimiento, no dejó de visitar la ciudad. Como es sabido, serán las estampas
del maestro alemán uno de los puntos de partida de la obra dureriana. Durante
1493, Albretch Dürer vivió en Estrasburgo y al año siguiente regresó a su
ciudad natal, donde se casó –en matrimonio concertado por los padres- con Agnes
Frey,
hija de un orfebre local, abriéndole las puertas del Consejo
Municipal, al que de momento prefirió no acudir, a pesar de ser un cargo
prestigioso y de elevada posición social. Lo que no es óbice para que a los dos
meses de su boda inicie su primer viaje a Venecia (1494-1495).
Es éste uno de los acontecimientos capitales de su vida. Durante el
trayecto de ida, al atravesar los Alpes, el artista realiza algunas de sus
famosas acuarelas paisajísticas,
verdadero descubrimiento de la naturaleza por
parte del renacimiento del norte, y en Venecia entra en contacto con Bellini.
Por estos años, Albretch Dürer ya ha
realizado varios autorretratos, tanto dibujados como en pintura. En 1498
realiza el conservado en el Museo del Prado.
Fue al regreso de Venecia cuando Albretch Dürer abrió taller propio en Núremberg (1495). En
esos años Albretch Dürer se acercó a los
círculos de los eruditos humanistas de Núremberg, e inició una larga amistad
con Willibald Pirckheimer. De esta etapa, la más productiva de su carrera, es
la serie de grabados de El Apocalipsis (1498),
La Adoración de
los Magos (1504) en la Galleria degli Uffizi y el Altar Paumgärtner (1504)
en la Alte Pinakothek de Múnich, que constituirán uno de los pilares de su fama
hasta el fin de sus días. Son también los años del inicio de su relación con
Federico el Sabio y otros amigos humanistas, que culminan con el célebre Autorretrato de
la Alte Pinakothek de Múnich (1500), que podemos ver al inicio de ésta entrada, verdadero icono de una nueva época para
todo el renacimiento alemán.
En el otoño de 1505, y hasta 1507, Albretch Dürer realizó su segundo viaje
a Italia, visitando Venecia y, posiblemente, Roma. Se trata de una estancia, la
de Venecia, muy bien documentada por la existencia de diez cartas que desde
allí envió a su amigo Pirckheimer.
En esta ocasión Albretch Dürer fue recibido
en la ciudad italiana como artista famoso: allí era considerado «como un
señor», como él mismo dice en una célebre misiva a su amigo, quien, por otra
parte, había costeado su viaje, en calidad de artista de renombre, conociendo a
importantes personalidades de la ciudad, como el pintor Giovanni Bellini, se
interesó por los problemas teóricos de la proporción...
De estos momentos son obras tan importantes como La Virgen del Rosario (Palacio
Sternberk, Praga), realizada para la iglesia de San Bartolomé, el templo de los
alemanes en Venecia, cuya iconografía es una llamada a la concordia entre el
papa Julio II y el emperador Maximiliano I, entonces en guerra, y Cristo
entre los doctores
(Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid), pintada, como el
mismo artista dice, en cinco días, probablemente en Roma.
La experiencia de este segundo viaje a Italia señala el origen del periodo
de madurez de Albretch Dürer.
A partir de este momento, nos encontramos con un personaje no ya solo
consciente de su valía, sino en posesión de una sólida formación teórica y en
pleno dominio de sus facultades. La huella del incipiente clasicismo italiano,
unido a sus crecientes preocupaciones religiosas y espirituales, marcan ya el
resto de su carrera hasta su muerte. Dos pinturas como Adán y Eva (Prado),
realizadas en 1507, solo tres años después de la estampa del mismo tema, son un
buen indicio de sus preocupaciones por el tema de la belleza del cuerpo humano
y por el de la teoría de las proporciones.
Una buena muestra de sus intereses
religiosos y los de sus comitentes -recordemos que nos encontramos en el
agitado ambiente espiritual de la Alemania de los inicios de la Reforma- es la
tabla de La Santísima Trinidad, también conocida como Altar Heller,
cuya iconografía se relaciona con La ciudad de Dios de san Agustín,
así como series de estampas, como la Vida de la Virgen (1511), o la Pasión grabada
(1510), auténticas exploraciones en el carácter divino, pero también humano, de
los personajes clave de la Redención.
La culminación de la obra grabada de Albretch Dürer la constituyen sus
llamadas «tres estampas maestras». En “El caballero, la muerte y el diablo” (1513)
nos proporciona una de las mejores imágenes del caballero cristiano, el miles
christi, un tipo humano y cultural clave para el llamado humanismo cristiano,
cuyo mejor representante fue Erasmo; en “San Jerónimo” (1514) tenemos
la mejor representación del intelectual cristiano de este momento; por fin, en “Melancolía I(1514)”,
una de las más célebres imágenes de la historia, Albretch Dürer aporta su idea del artista como personaje
melancólico absorto en profundas e intelectuales cavilaciones. Éstas obras que
constituyen el núcleo de ésta entrada serán estudiadas detenidamente más
adelante.
Desde 1515, Alberto entra en profunda colaboración con el emperador
Maximiliano I. Por medio de programas artísticos como el Carro triunfal,
el Arco de triunfo o la ilustración de libros como el Weiskunig o
el Theuerdank, Albretch Dürer crea una de las iconografías del poder más
potentes de toda la historia, que culminan en el Retrato de Maximiliano I (Kunsthistorisches
Museum, Viena).
Entre 1520 y 1521, con el deseo de que el nuevo emperador, Carlos V, le
renovase su pensión, Albretch Dürer realizó un viaje a los Países Bajos del que
nos ha dejado un detallado diario. En este periplo, del que también conservamos
numerosos dibujos, visitó a artistas como Quinten Massys, Joachim Patinir,
Bernard van Orley o Conrad Meyt y conoció a humanistas de la talla de Erasmo y
a políticos como Margarita de Austria y Carlos V. Los últimos años del artista
se centran en sus preocupaciones de tipo religioso, patentes en su interés por
las ideas de Lutero, su relación con Erasmo de Róterdam,
del que estampa un
célebre retrato ya en 1526 y, sobre todo, en unas pinturas como Los cuatro
apóstoles, de la misma fecha, verdadero testamento espiritual del artista. Pero
también son los años en los que mayores son sus especulaciones puramente
teóricas acerca del arte, cuando a través de obras como sus Cuatro libros
acerca de la proporción humana (1528), Instrucciones sobre la manera
de medir con el compás y la escuadra en las líneas, los planos y los cuerpos
sólidos (1525) o La teoría de la fortificación de las ciudades, los
castillos y los burgos (1528), completó una importante obra escrita. En
resumen, ante la vida y la obra de Albretch Dürer nos encontramos, por
supuesto, con el más importante artista europeo de su tiempo fuera de Italia, y
con el único comprable, por sus preocupaciones y actividades, con Leonardo da
Vinci. Como este último, Albretch Dürer pensaba que «la experiencia cuenta mucho»,
pero que a un acercamiento empírico a la realidad hay que unir otro
esencialmente intelectual: «ésta es la razón -decía- por la cual un artista
experto no necesita copiar cada imagen de un modelo vivo, pues le es suficiente
producir lo que a lo largo de mucho tiempo ha atesorado en sí mismo».
Se le considera la máxima figura del Renacimiento del norte de Europa. Su
obra causó un gran impacto entre sus contemporáneos y en las generaciones
siguientes. En su taller se formaron algunos de los artistas alemanes más
importantes del siglo XVI, como Hans Kulmbach, Hans Baldung Grien, Wolf Traut,
Hans Leonhard Schäufelein y Hans Springinklee.
Después de ésta breve aproximación a la biografía de Albretch Dürer,
podemos empezar el estudio de sus "Tres Estampas Maestras".
La primera de ellas “El Caballero, la muerte y el diablo” 1513.
Observamos la figura central correspondiente a un caballero perfectamente
equipado montado sobre su caballo, ambas figuras se representan de perfil para
dar una idea de movimiento que se ve potenciada por la posición de las patas
del caballo. El caballero sujeta una lanza que divide la obra en diagonal en
dos partes, una superior izquierda donde se ubica la muerte representada de
frente por una figura barbuda con cabellos de serpiente y que con aspecto de
cadáver en descomposición monta sobre un caballo decrépito mientras sostiene un
reloj de arena en su mano.
En la otra parte, la inferior derecha, aparece la
figura del diablo representado también en posición frontal, por un macho cabrío
de un sólo cuerno que sujeta una lanza. Bajo el caballo aparecen cuatro
figuras, correspondientes a un perro que corre junto al mismo,
un lagarto que
parece huir de la escena en dirección contraria, una calavera
sobre un tronco y
una placa con la fecha de ejecución del grabado, así como las iniciales del
autor. Al fondo de la escena aparece un castillo a través de un paisaje pétreo
y vegetal representado con gran lujo de detalle.
La forma de los elementos es figurativa con una muy trabajada
representación tanto de la anatomía del caballo como del caballero, muy
influenciada por la tendencia del Renacimiento italiano.
Las diferentes figuras y su disposición dentro de la composición de la obra
cargan de significado a la misma más allá de la iconografía existente.
Tan sólo nos han llegado seis grabados, tres
normales sobre la Virgen y tres grabados excepcionales, como son el Caballero,
la Muerte y el Diablo, San Jerónimo en su celda y Melancolía I.
En los tres la ejecución es meticulosa al extremo y la iconografía está
sobrecargada de significados. Estos grabados no constituyen un conjunto en el
sentido estricto, pero comparten una unidad espiritual y simbólica, que lleva a
ilustrar los tres modos de vida desde el punto de vista de la escolástica:
vivir según la virtud moral, según la virtud teologal o según la virtud
intelectual. El Caballero… ejemplifica la virtud moral. Este grabado ilustra la
vida del cristiano en el mundo práctico de la decisión y la acción. En la
imagen se estrena un nuevo monograma del artista, similar al anterior pero
precedido de una “S”, que significa “Salus”. Parece que Albretch Dürer realizó este grabado condicionado por sus
sentimientos de indignación y aflicción ante los rumores que se habían
extendido sobre el supuesto asesinato de Lutero. En un escrito contra los
papistas (partidarios del Vaticano), interpela a otro de sus admirados, Erasmo
de Rotterdam, a quien llama “caballero de Cristo acechado por la injusta
tiranía del poder temporal y del poderío de las sombras”. La alusión se refiere
a un libro del propio Erasmo, titulado “Enchiridion militis Christianis”, es
decir, Manual del Caballero Cristiano, publicado en 1504.
Esta es la
comparación que Albretch Dürer usa en su
estampa: el caballero cristiano opuesto a un mundo hostil, un soldado preparado
para la batalla, imagen que se remonta a las cartas de San Pablo a las primeras
comunidades cristianas. Erasmo interpretó los textos, mantenidos durante la
Edad Media, desde el punto de vista del humanismo que trataba de recuperar el
platonismo de la filosofía griega, en su tiempo que era el Renacimiento.
El grabado se inspira en un texto de Erasmo de Rotterdam: “Para que no te
dejes apartar del camino de la virtud porque te parezca abrupto y temible,
porque tal vez hayas de renunciar a las comodidades del mundo, y porque
constantemente has de combatir contra tres enemigos en lucha desigual, que son
la carne, el demonio y el mundo, te será propuesta esta tercera norma: todos
esos espectros y fantasmas que se abaten sobre ti (…) has de tenerlos en nada”.
Búsqueda de la salvación por medio del conocimiento.
En su imagen, el caballero es viril, lúcido, sereno y fuerte, más que los
peligros y las tentaciones que le acechan. El camino de la virtud parece arduo
y lúgubre, por lo que la dignidad del caballero exige que, para vencer las
tentaciones, ignore sus manifestaciones. Así, en el grabado de Albretch Dürer los
adversarios del caballero no parecen reales. Es necesario combatirlos, pero son
tan sólo “espectros y fantasmas” que han de ser ignorados. El caballero pasa a
su lado sin verlos, calmadamente, los ojos fijos y sin desfallecer. El rostro
del caballero es una máscara firme y enérgica.
Revestido por completo de una
armadura, monta un caballo que Albretch Dürer saca de los estudios de Leonardo para
el monumento a Francisco Sforza, aunque adaptado a un canon de su invención. En
cualquier caso, es un caballo monumental.
La pareja destaca contra un fondo de
rocas y árboles desnudos. Muy a lo lejos, sobre un paisaje escarpado, se ve un
castillo, que es la meta del caballero: la virtud inexpugnable. De entre las
sombras surgen la Muerte a caballo y un horrible Diablo. La Muerte repite la
idea de la Muerte coronada a caballo que Albretch Dürer dibujó en 1505.
Pero en este grabado, la
Muerte es aún más horrenda, es un cadáver en descomposición, sin mejillas,
nariz ni labios y el cuello rodeado de serpientes. La aparición se acerca al
caballero y trata de espantarlo mostrándole su reloj. Entre tanto, el Diablo
sonríe en una macabra mueca por detrás del caballo, blandiendo su pica. Al
caballero le acompaña un hermoso perro de caza de pelo largo. Es el símbolo que
completa la alegoría, emblema de las tres virtudes subordinadas a la fe que
representa el caballero. Estas tres virtudes, menores pero igualmente
necesarias, son el celo infatigable, la sabiduría y la justicia en el
razonamiento. Albretch Dürer ha
realizado una imagen perfecta del soldado de Cristo, con un aspecto monumental,
equilibrado, lleno de la armonía del clasicismo, en mitad de un bosque
frondoso, oscuro, fantástico, lleno de espectros en un ambiente gótico.
La influencia formal para la figura del caballero y montura, del fresco
funerario de Giovanni Acuto, realizado por Paolo Uccello, es evidente, al igual
que la escultura ecuestre de bronce de Condottiero Gattamelata realizada por
Donatello, del renacimiento italiano; pero con simbologías propias aportadas
por elementos complementarios por cada artista. El caballo, su símbolo y su
anatomía influenciará el arte futuro.
Leonardo Sciascia (1921-1989), escribió poco antes de morir su “obra
maestra”, El caballero y la muerte (Barcelona: Tusquets, 1989).
Esta novela es
una interpretación alegórica del grabado de Albretch Dürer. Sciascia
transforma el grabado de Albretch Dürer en un relato policíaco ambientado en el turbio
ambiente de la política italiana. El detective, enfermo de cáncer terminal,
investiga el extraño asesinato de un abogado relacionado con las altas esferas
del poder. Igual que el protagonista del grabado cabalga con la mirada fija y
testaruda hacia su objetivo, la verdad. Tal es la firmeza de su voluntad que ni
siquiera la muerte es capaz de seguir su paso. El caballero no se dirige al
castillo porque la política es lo opuesto a la verdad. El castillo simboliza
las instituciones políticas, el Sistema, el Poder. El Caballero también sabe
que la lucha está perdida desde el principio. Busca la salvación por el
conocimiento.
La segunda cronológicamente es “San Jerónimo en su estudio” (1513-1514)
San Jerónimo es una de las figuras claves en la obra de Albretch Dürer. El
Renacimiento sintió una profunda devoción por el santo, consideraron que las
suyas eran las virtudes que los intelectuales del momento debían abrazar con
fervor. Entre los siglos IV y V San Jerónimo tradujo la Biblia a una sola
lengua y cultivó el estudio de los diferentes manuscritos y las diversas lenguas,
todo con el fin de dar a luz el texto sagrado en su versión latina, la Vulgata.
En alguna oportunidad el Santo soñó un reproche: una voz lo culpaba por su
profunda devoción a Cicerón, una de las influencias más claras en los poetas y
pensadores del Renacimiento. Petrarca adoró la figura del santo, Leonardo y
tantos pintores más recordaban la leyenda de su profunda austeridad y su
curiosa amistad con un león. Para Albretch Dürer, San Jerónimo marcó una
continua meditación sobre su figura.
Según los expertos la xilografía más antigua que conservamos de Albretch
Dürer es precisamente un San Jerónimo.
Entremos al estudio, de la primera de ellas,
allí están los diferentes textos, latín, hebreo y griego; en los escaparates
hay un rosario colgado, una candelabro y algunos libros. Albretch Dürer quiso darle profundidad y perspectiva a esta
pieza, pero no lo consigue del todo: en este instante aún no ha viajado a
Italia, todavía no ha aprendido de Bellini los secretos de la perspectiva
matemática. Los pliegues del atuendo y de las cortinas resultan virtuosos, pero
algo exagerados.
El Santo está removiendo una astilla de un pobre león que está a punto de
desvanecerse de tan delgado. Como Leonardo, Albretch Dürer tendría una estrecha relación con este animal
y más adelante en su vida tuvo el privilegio de ver uno.
Las puertas de la
gaveta, de donde el Santo ha sacado las pinzas seguramente, y la silla, separan
nuestra xilografía en dos espacios: por un lado, la intimidad del Santo, por
otro el mundo secular donde se pierde un caballero en la distancia. El rostro
se muestra en meditación, pareciera que el curar a la fiera no fuera tanto un
evento que estuviera ocurriendo como una alegoría: según la iconografía
renacentista y medieval el león representa la fuerza de la tierra, la valentía…
ambas en esta imagen heridas, ambas buscando los remedios de la santidad. En
suma, el león debajo de la Vulgata.
En cuanto al “San Jerónimo en su estudio” de 1514 la
que nos ocupa, es considerada junto la “Melancolía I” y “El
Caballero, el diablo y la muerte”, uno de sus tres grabados maestros, no
es difícil entender por qué. La iluminación y la serenidad del estudio tendrían
que esperar a Rembrandt para crear una obra semejante.
El lugar es acogedor, iluminado, profundo; la perspectiva ha triunfado de
manera magistral. Como espectadores estamos justo a la entrada, un peldaño
abajo. La puerta está custodiada por un perro, que duerme plácidamente, y un
león que, aunque tranquilo mantiene un ojo alerta. Vemos los cojines, los
libros de consulta, que no se terminan nunca de acomodar; vemos la suave luz
que irrumpe en el estudio, que ilumina el trabajo de Jerónimo, que se
refracta sobre la pared creando una profunda calidez.
Tracemos una perpendicular entre la calavera debajo de la ventana y la
cabeza del santo, y entre la muerte, la calavera y la devoción - San
Jerónimo -, aparece un crucifijo: como el punto entre la luz y la sombra.
Encima de Jerónimo encontramos el sombrero de cardenal que se empleaba en el
Renacimiento, al lado el reloj de arena que recuerda el paso del tiempo, que
representa nuestro carácter mortal.
Notamos las pinzas, el rosario y la
calabaza de la primera xilografía.
Esta calabaza aparece colgada en la entrada, con una hoja preciosa y
lozana, pero sus flores no están, queda el pedúnculo formando una espiral,
justo a la misma altura del reloj de arena y del sombrero. Algunos consideran
que la flor de la calabaza era la representación del carácter pasajero de
cualquier belleza y lozanía. Resulta curioso, pero aún más parece
la silla
al lado de San Jerónimo: alguien estuvo allí hablando con el Santo o alguien
está invitado a ocupar ese lugar, a presenciar la devoción y el cuidado de estudiar
la palabra, de traducir en lengua humana la historia divina.
Finalmente veamos la tercera, la más conocida y cronológicamente más tardía,
que lleva el titulo de “Melancolía I”(1514).
Si en el caso de los otros dos grabados que suelen asociarse con la
Melancolía I, el Caballero, la Muerte y el Diablo y San Jerónimo
en su celda, veíamos que cada uno se correspondía con una virtud, en este caso
tenemos la representación de la virtud intelectual.
Melancolía I significa la vida del genio profano en el mundo racional e
imaginario de la ciencia y el arte. El Caballero... y San Jerónimo son dos vías
diferentes de conseguir lo mismo. Pero Melancolía y San Jerónimo representan
dos aspiraciones antitéticas. Se suele considerar que estos dos grabados son
pareja, puesto que la abundancia de elementos opuestos casi como en un espejo
es sorprendente.
Melancolía es una mujer, sentada en un banco de piedra, en lo que parece un
edificio inacabado. El lugar es frío y solitario, cerca del mar, en mitad de la
noche (por un lado tenemos la sombra que proyecta la luna sobre los objetos, y
por otro el brillo de un cometa encerrado en un arco iris lunar). A Melancolía
le acompañan un angelote tristón y un perro famélico dormido a sus pies.
También Melancolía está absorta, pero no en un trabajo sino en un estado de
inactividad completa. Es indiferente a su aspecto descuidado, al cabello
despeinado. Apoya la cabeza en el puño mientras que la otra ase mecánicamente
un compás y reposa sobre un libro cerrado. Sus enormes ojos están abiertos y
fijos, con expresión sombría.
El estado espiritual atormentado de la mujer se
traduce también en los objetos desordenados que la rodean: sobre el muro hay
una balanza, un reloj de arena, una campana y un cuadro mágico con números.
Al lado, la escalera apoyada en la pared sugiere los trabajos recién
abandonados. En el suelo hay herramientas de carpintería y arquitectura, un
tintero, una pluma y dos objetos simbólicos: una esfera de madera torneada y un
poliedro de piedra. Resulta evidente que cada objeto es un símbolo
deliberadamente amontonado junto a los otros, por lo que el autor nos plantea
una lectura bastante compleja.
Sería arduo tratar de analizar en profundidad todos los elementos y la
lectura final de la alegoría, por lo que trataremos de repasar los más
importantes y trascendentes en la historia del arte.
Melancolía no era un estado depresivo, pasajero en el ser humano, tal como
se la entiende hoy día. Desde la Antigüedad hasta la época de Albretch Dürer,
Melancolía era uno de los cuatro humores del hombre. Cada humor se asocia a uno
de los cuatro elementos, de las cuatro estaciones, las cuatro edades del
hombre, los cuatro vientos, los cuatro puntos cardinales y las cuatro fases del
mundo. Melancolía era el peor considerado de los cuatro humores y se asociaba a
la tierra, la sequedad, el frío, el viento Boreal, el otoño, la tarde y la edad
de los sesenta en el hombre. Los hombres de constitución melancólica poseían
una constitución física diferente de los otros humores, lo que afectaba a su
color de piel (terroso), cabellos, ojos, a su vulnerabilidad ante ciertas
enfermedades (mentales, la locura principalmente) y por unas características morales
e intelectuales. Así, cualquier alteración del humor melancólico provocaba la
locura. Incluso en ausencia de una patología declarada, los melancólicos
pasaban por ser gente desdichada y descontenta, malhumorados y sombríos. De los
melancólicos se decía que eran malvados, avaros, mentirosos, olvidadizos,
apáticos y con tendencia al estudio en soledad.
Antes de la Melancolía de Albretch
Dürer, esta alegoría sólo aparecía en tratados de Medicina y almanaques (por
su relación con las cuatro estaciones). Se consideraba una enfermedad y se
proponían como remedios la música, los azotes, las plantas acuáticas... Así,
Melancolía aparece coronada por hojas de ranúnculos y lotos, para combatir su
carácter. La Melancolía se asociaba a uno de los siete pecados capitales, la Pereza.
Pero Albretch Dürer cambia la Pereza por la inactividad, no por desidia
sino por otros motivos. Está sumida en una intensa actividad intelectual,
totalmente estéril. No continúa su trabajo por pereza sino porque le parece que
no tiene sentido. Es la inteligencia la que paraliza su energía. El hecho de su
superioridad intelectual se traduce en las alas que adornan su espalda, símbolo
de la imaginación y la creatividad. Los diferentes objetos que la rodean son
los atributos de la Geometría, que era la síntesis de las Artes Liberales,
propias de los aristócratas, y las Artes Mecánicas, de los artesanos y
villanos.
Durero, de este modo, intelectualiza la Melancolía y la asocia al Arte. Lo
que está tratando de conseguir es identificar al artista con un carácter melancólico,
dotado de ciertos rasgos que le hacen único y genial, puesto la Melancolía se
asocia con Saturno. Saturno es el planeta de los creadores. Su influencia es
terrible sobre el ánimo de los melancólicos, por lo que han de protegerse con
talismanes astrológicos: la mala influencia se aprecia en el cometa, un
fenómeno maléfico. La protección está en el cuadro mágico, conocido como la
"mesa de Júpiter", cuyas cifras leídas en cualquier sentido suman 34.
Veamos un sencillo vídeo sobre el cuadrado mágico de ésta obra:
Vídeo sobre el cuadrado mágico deAlbretch Dürer
Además, incluyen las cifras de la muerte de la madre de Albretch Dürer, que
afectó mucho al artista (ocurrió el mismo año de 1514).
En fin, los símbolos y los significados van mucho más allá de lo que
razonablemente podemos incluir en esta descripción y sólo puede decirse que Albretch
Dürer realizó un auténtico manifiesto lleno de modernidad en la constitución
del artista, tal y como hoy lo conocemos. Las características del artista como
genio, atormentado por la creatividad, sometido a sus impulsos, huraño,
solitario, etc., las acuñaron artistas renacentistas como Albretch
Dürer, que contribuyeron a crear un mito tan artificial como efectivo, puesto
que se ha mantenido hasta nuestros días.
Para acabar con Melancolía I, me gustaría traer el comentario de mi
admirado Rafael Argullol:
"El ángel de Dürer que es uno de los personajes más
enigmáticos de la historia del arte, tal como se plantea en su grabado. Está
presente toda la contradicción entre el poder y la soledad; el conocimiento y
el propio aislamiento que produce el saber. Me gusta mucho toda la composición
del grabado, todo el espacio repleto de elementos que nos remiten a la
revolución científica del renacimiento, pero también a una fuerte presencia
astrológica. Durero recoge muy bien un momento histórico de nuestra cultura en
el cual la astrología y la astronomía se superponían, por tanto todos los símbolos
esotéricos tenían una gran importancia. El grabado está lleno de elementos que
nos llaman la atención incluso por su carácter totalmente excepcional, como la
figura geométrica que aparece en el grabado, pero evidentemente el protagonista
principal es el ángel, un ángel que recoge de un lado la riquísima tradición
iconográfica de la melancolía, que parece ser que se remonta al arte egipcio y
a los artes mesopotámicos, que normalmente es esta disposición de la cabeza o
cara apoyada en el puño.
Lo que ocurre es que en esa encarnación magistral que hace Durero se da un
paso más allá y el ángel viene a significar la paradoja esencial en la que se
encuentra el hombre moderno: por un lado se ha librado, por así decirlo, de la
dictadura teológica del dios medieval; por otro lado ha asegurado su propio
poder de conocimiento sobre la naturaleza; pero entre ambos estadios hay una
especie de vacío existencial o abismo absolutamente insuperable, que es el que
nos lleva al concepto de melancolía, que para mí no es ni tristeza ni
nostalgia. La tristeza es emoción directamente vinculada con el dolor, y la
nostalgia es un sentimiento evocador del pasado, mientras que la melancolía es
una suerte de salto al vacío en el que nos encontramos cuando dicho
metafóricamente no podemos estar ni con Dios ni sin Dios, y ese no poder estar
con o sin Dios; es decir, no poder estar con la compañía del espíritu
trascendente pero tampoco poder prescindir de él. Este punto mágico, intenso,
creativo y fecundo es el terreno abonado de la melancolía.
Como la obra admite tantas interpretaciones, añadiré aún una más que si bien
se refiere específicamente al “alma alemana”, creo que en general tiene un
aspecto universal.
Veamos un vídeo sobre ésta obra:
Amira Armenta nos dice: “Dos de los grabados más representativos de la obra
de Albretch Dürer, la figura alegórica de la Melancolía, y el Caballero,
la Muerte y el Diablo, han sido desde el comienzo objeto de toda suerte de
interpretaciones. Según los estudiosos del arte, estas dos obras se
complementan. El caballero es una figura activa, su perro corre a su lado, y a
pesar de la incómoda compañía de la Muerte y el Diablo, es él quien controla la
situación. Melancolía en cambio se ve desplomada e inmóvil en su
pesado vestido, su perro duerme, y el paisaje de fondo es apocalíptico. Melancolía no
tiene su vida bajo control y parece cansada por su lucha con el pensamiento y
la creación.
Según Neil MacGregor, estas dos obras en sus aspectos contradictorios
se han vuelto retratos gemelos de Alemania: la acción y la fuerza del caballero
y la contemplación interna de la melancolía. Dos imágenes que encarnarían la
dualidad del alma alemana: lo militar y la razón.
A pesar de las adversidades, el Caballero de hierro sigue el
camino que se ha trazado. En la Melancolía, es el alma la que da energía a
la mente y el cuerpo. Los dos reunidos constituirían el alma alemana, una
entidad profunda y compleja, con elementos de autodestrucción, momentos de
inhabilidad para la acción, y momentos de autorreflexión que podrían conducir a
la locura.
Esta bipolaridad se observa particularmente desde el siglo XIX a partir de
la ocupación napoleónica de Alemania y del deseo de lograr una unidad nacional
de todos los alemanes. Esas habrían sido décadas de melancolía que llegaron a
su fin en el año de 1871 cuando la Alemania prusiana (el caballero) se alza y
se impone sobre Francia con la victoria sobre Napoleón III y la fundación del
segundo imperio germánico. Bismarck es el caballero triunfante
siempre acompañado de la muerte y el diablo. El caballero (ahora el emperador Guillermo
II) será derrotado al terminar la primera guerra mundial, y deberá abdicar
poniendo fin a su imperio.
El espíritu liberal y socialista de la República de Weimar (1918-1933)
representaría otra vez el ascenso del reino de la Melancolía. En vez del
militarismo autoritario y del imperialismo del periodo precedente, la nueva
república, embebida en el espíritu de la Ilustración, debatió su constitución
en Weimar, la ciudad de Goethe y Schiller, y en vez de hacerlo
en un recinto oficial, lo hizo en un teatro, el teatro en donde se habían
representado las obras de los autores más grandes de Alemania. El espíritu de
la República de Weimar era la autoridad intelectual y ética, la razón, el
juicio, lo que había de mejor en la tradición y artes alemanas. Incluso las
letras de la placa de bronce que recuerda la constitución de Weimar en el
Teatro Nacional fueron diseñadas por el artista Walter Gropius quien
poco después iniciaría la famosa escuela de arquitectura, arte y diseño, Bauhaus.
En 1933 con el ascenso de Hitler, el caballero (muerte y diablo) vuelve
otra vez a sus andanzas hasta 1945 con la destrucción total del país.
Neil MacGregor cuenta que el Caballero, la Muerte y el Diablo fue
el cuadro preferido de Wagner y de Nietzche, y que Albretch Dürer se habría revolcado en su tumba de haberse
enterado que Goebbels se había apropiado de la obra para sus campañas
de propaganda. El caso es que después de 1945 el Caballero quedó con
una mala reputación asociado a la violencia del nazismo que llevó al país a la
Muerte y al Demonio, y perdiendo otros valores intrínsecos como la nobleza y el
coraje del guerrero. Esto explicaría también por qué la Alemania que surgió de
la guerra se concentraría más en las luchas creativas de Melancolía.
Esta interpretación es sin duda esquemática, pero algo hay siempre de
verdad en el fondo de los esquemas y los estereotipos. Las dos fuerzas están
constantemente expresándose. También en los periodos más oscuros, como el
nazismo, hubo melancolía, quizás no era tan visible, pero la hubo. Y
viceversa”.
Bien, nos hemos aproximado a cada una de las tres obras por separado,
aunque podemos deducir bastantes cosas de cada una de ellas por separado y de
las tres en su conjunto, es evidente que nos falta alguna cosa para captar la
intención última del artista.
Las tres Estampas Maestras de Albretch Dürer
Los tres grabados de Albretch Dürer conocidos como Estampas
maestras son con frecuencia citados juntos pero han sido sistemáticamente
abordados por separado a la hora de su estudio e interpretación tal y como
hemos realizado hasta aquí, dándose así por hecho una y otra vez su total
independencia temática. En este ocasión, partiendo de un nuevo marco
interpretativo proveniente de la simbólica tradicional, proponemos un
acercamiento distinto que los aborde en tanto que conjunto, al modo de una
intitulada trilogía, en la convicción de que esta nueva perspectiva dará lugar
a nuevas y más profundas significaciones que hasta ahora han pasado
desapercibidas para la crítica.
Como se mostrará en las próximas páginas, las
tres estampas pueden ser leídas como un todo, en estrecha relación
unas con otras, conformando de este modo una especie de tríptico, un texto
único dividido en tres partes o capítulos, de profunda temática espiritual y
con una densa simbología iniciática que abarca diversos niveles de análisis.
Creemos que es precisamente este hecho, el sentido tradicional de sus símbolos
y el carácter esotérico de su mensaje profundo –invisible generalmente para los
estudiosos profanos, poco familiarizados con la Tradición Primordial
o Sophia Perennis- lo que ha impedido advertir las numerosas relaciones
ocultas entre ellos, relaciones que una vez establecidas desvelan a su vez
nuevos sentidos para cada una de sus partes constituyentes, completándose y
complementándose así unas a otras, como si de un diálogo polifónico a tres
voces se tratara.
En estas páginas nos alejamos de cualquier interpretación psicoanalista del símbolo pues entendemos el símbolo como
una ventana, o mejor como una puerta, una vía de comunicación hacia otra
realidad superior, la verdadera Realidad, inefable y no-manifestada, y no
meramente como una herramienta al servicio de la expresión de lo que de más
humano tiene el artista –sus emociones, pasiones, filias y fobias- ni a su
comunicación –casi habría que hablar de contagio- al espectador, con el
objeto de reproducirlas en él.
En este sentido compartimos el supuesto tradicional de que todo arte
sagrado ha de suponer un lenguaje simbólico universal que nos comunique aquello
que las palabras no pueden alcanzar a decir, que nos ponga en contacto con la
auténtica Realidad. Así la obra de arte es un puente hacia ese otro mundo,
más real que este. Si se logra tal objetivo –vislumbrar esa Realidad
que es mas allá de la forma que tome- entonces el arte cumple su
verdadera función de transmisor de la indecible y universal Verdad
El Arte –con mayúscula- resulta entonces no ser ya un mero espectáculo
ocioso destinado a su consumo rápido y superficial en el tiempo improductivo
que sobra al siempre ocupado hombre moderno, sino que se constituye en vía
simbólica y surge ante nosotros como una herramienta de comunicación y enseñanza
de valor incalculable.
Reivindicamos desde estas páginas por tanto el regreso de
lo sagrado a las ciencias sociales y humanas, aunque, conscientes de
que ello implicaría el reconocimiento de algo más-que-humano,
Nos mueve el convencimiento de que un ejercicio de interpretación como
éste, tan alejado de las lecturas convencionales, puede constituir un modesto
ejemplo de lo que la perspectiva tradicional tiene que aportar al campo de la
crítica artística para acercarnos a una mejor comprensión de ese arte que
solemos denominar demasiado vagamente ‘occidental’. Es desde este
convencimiento que trataremos de explicar las tres estampas
maestras de Albretch Dürer con la intención de demostrar que estamos ante
una verdadera trilogía oculta de contenido iniciático.
Para abordar el estudio de conjunto de “las tres estampas maestras” del
maestro Albretch Dürer las ordenaremos
en la siguiente secuencia, que se considerará en adelante el orden correcto a
los fines que se persiguen en este estudio:
1. ‘La Melancolía’.
2. ‘El caballero, la muerte y el
diablo’.
3. ‘San Jerónimo en su estudio’.
Lo primero que nos encontramos al comparar las tres estampas es la
evidencia de que, aunque hay varios personajes en cada una de ellas –unos de
apariencia humana y otros no tanto-, las tres escenas están protagonizadas
invariablemente por una ‘figura central’: la primera de aspecto femenino y
masculinas las otras dos.
Partiendo siempre, como debemos partir para el análisis, de lo más obvio,
las tres figuras protagonistas pueden ser descritas como un artista o artesano
–quizá un escultor o constructor- por las herramientas y utensilios que le
rodean, un guerrero y un santo. Además, si los tres grabados son tomados en el
orden que aquí proponemos se muestran como una progresión, un viaje –y nunca
mejor dicho- iniciático de la oscuridad de la noche del primer grabado –más
adelante mostraremos porqué esa asociación con la noche - a la luz eterna del
Reino de los Cielos del tercero de los tres.
Si alguna otra cosa cabe destacarse que sea común a las tres estampas es la
profusión de símbolos que contiene cada escena y el carácter eminentemente
alegórico de al menos dos de ellas –‘La Melancolía’ y ‘El caballero…’-. La
tercera –‘San Jerónimo en su estudio’- parece más convencional por su realismo,
pese a su marcado anacronismo, pues no contiene elementos fantásticos o
sobrenaturales –a excepción de la aureola que denota la santidad del
personaje-, sin embargo, esta última escena está también repleta de símbolos de
lo más diverso.
Analicemos con mayor detenimiento lo que hemos caracterizado
como progresión del primer al tercer grabado.
1. La
misteriosa figura de la primera escena está como detenida en medio de su labor:
rodeada de todos los instrumentos necesarios para realizar su trabajo su
actitud es sin embargo de pasividad, puede incluso que de derrota, se encuentra
vencida ante la -¿enorme?- tarea que debe afrontar. Apoya el rostro en su mano
en una actitud de espera, de cansancio, ¿de resignación? Quizá se encuentre ante
un problema cuya solución se le escapa. Quizá no sabe cómo continuar. Sea como
sea, se puede decir que no está ‘manos a la obra’ –y atención a los múltiples
sentidos que encierra la expresión-. Por su gesto y su posición sabemos que no
se trata simplemente de una pausa en su labor, de un merecido descanso, estamos
ante algo de otro tenor, algo más profundo, ¿quizá una duda sobre el sentido de
tanto esfuerzo? ¿O quizá simplemente ignora cómo debe continuar? Sea como sea
el personaje se encuentra detenido -paralizado- en medio del trabajo. Todo
avance, todo progreso, es, en este momento crítico que retrata Albretch Dürer,
imposible. Se hace imposible continuar. Más aún, se corre el riesgo de echar a
perder todo el trabajo, que todo el esfuerzo pierda en un instante su sentido,
que nada haya merecido la pena; y esta terrible amenaza se vislumbra en la
pesadumbre y en la incertidumbre de su mirada. No se ve claro el camino que
hay que seguir. La inscripción ‘Melancolía I’ sobre la espalda de esa
especie de dragón-murciélago que vuela a lo lejos da título a la escena, pero
si ha de verse melancolía en algún lugar de la estampa es en esa mirada de
desesperanza del misterioso personaje, una mirada que encierra algo más: se
espera un tiempo mejor. Escuchemos ahora estas palabras de Jacob Boehme, el
místico silesio:
“Pero como todo esto me había causado ya efectos chocantes, sin duda
procedente del Espíritu, que parecía tener una debilidad por mí, caí en un
estado de profunda melancolía y gran tristeza, especialmente cuando contemplaba
el gran Abismo de este mundo, y también el sol y las estrellas, las nubes, la
lluvia y la nieve, y entraba a considerar en mi espíritu la totalidad de la
creación del mundo.” (Confesiones, Cap. III)
Hagamos aquí un pequeño descanso para ver éste interesante vídeo:
2. Si
la primera figura no distingue el camino por el que ha de continuar, el
caballero, está ya ‘en camino’ –y nuevamente atención a los sentidos diversos a
que apuntan las palabras-; camino que va hacia alguna parte, porque sin una
meta clara y definida no hay camino que hacer. La meta del caballero es el
castillo o ciudadela que se vislumbra el fondo de la estampa, en segundo plano,
ese es el objetivo que persigue el caballero. Y es en el camino que
le salen al paso las dos figuras enemigas que vemos: la muerte y el diablo. Los
dos grandes enemigos del hombre. Pero, aunque ambos le acosen de cerca no
parece que consigan detenerle: la rectitud del jinete en su montura y el paso
firme de su caballo denotan la voluntad de continuar sin distraerse.
Aunque su meta está todavía lejos, en lo alto de la montaña y apenas visible
entre el ramaje, el caballero la tiene siempre presente. Hay determinación en
su gesto. Nada le detendrá en su camino. Además el caballero domina al
caballo, símbolo de las pasiones e inclinaciones naturales. Volviendo a Jacob
Boehme encontramos una preciosa clave para interpretar este segundo grabado:
“Escuchad atentamente, sé muy bien lo que es la melancolía. También sé bien
qué es lo que proviene de Dios. Conozco ambas cosas y a ti también en tu
ceguera; pero ese conocimiento no me lo da la melancolía, sino mi lucha
incesante hasta obtener la victoria.” (Confesiones, Cap. XIII)
3. Para
terminar San Jerónimo se nos presenta, este sí -a diferencia de la figura
melancólica-, entregado a su tarea, en pleno trabajo en su despacho. Pluma en
mano, el santo, inclinado sobre su atril, agacha la cabeza, completamente
ensimismado en su labor, que es bien conocida: poner por escrito el mensaje
divino. Aquí no se dejan los instrumentos a un lado en obediencia de un sentimiento
malsano o en espera de no se sabe qué tiempo mejor, el santo no se abandona a
introspectivas meditaciones de nefastas consecuencias para el cumplimiento de
su cometido, no hay dudas ni inseguridades debidas a la inexperiencia que
paralicen su acción. Tampoco nada ni nadie amenaza con distraerle de la misma.
El hombre santo está libre tanto de pensamientos propios que lo distraigan
–como en el caso de la figura melancólica- como de enemigos externos que le
amenacen o interrumpan su trabajo –como son las figuras maléficas que acosan y
tientan al caballero de la segunda estampa-. Está, ya lo hemos
dicho, ensimismado, es decir, volcado dentro de sí. Su trabajo lo es todo.
La primera figura es víctima de la melancolía. No sabiendo
resistirse a los malos pensamientos ha sido vencida por la acedia y
se encuentra ahora como impedida, incapaz de continuar su labor. Ante las
tentaciones y distracciones de los malos pensamientos que desvían al
hombre de su camino y le impiden alcanzar su destino, el caballero de la
segunda estampa muestra una inquebrantable voluntad de seguir adelante y una
invencible resistencia –la armadura- contra todo aquello que, viniendo del
exterior, pudiera hacerle olvidar su misión o distanciarle de su objetivo -la
ciudadela-. Por último, más allá de estas dos actitudes bien distintas frente a
la adversidad y la tentación, encontramos otro caso: el del sabio san Jerónimo
que se encuentra ya libre de toda distracción, tentación o interrupción, en un
estado de perfecta contemplación, armonía y equilibrio. Un estado de silencio
mental que le permite recibir la tenue luz que viene de más allá de su ventana
y escuchar la ‘suave brisa’ que ‘soplaba sobre las aguas’ del
pensamiento. Es aquel que ya ha recorrido el camino hasta su meta.
En un sentido simbólico puede decirse que el santo se encuentra en el
interior de la ciudadela a la que se dirige el caballero de la segunda estampa.
Mientras éste está todavía en camino, san Jerónimo ha alcanzado ya la fuente de
la eterna y divina Sabiduría –Hagia Sophia- y es uno con ella. Fuente que la
figura melancólica de la primera estampa aún busca sin saber dónde está, pero
hacia la que se dirige con fe y determinación el caballero del segundo grabado.
Del santo puede decirse que el espíritu ya habla por él, pues no es
sino estar en contacto con la verdadera Sabiduría, que es la luz del mundo, lo
que define y distingue al sabio de los demás hombres.
Resumimos este carácter progresivo de la secuencia de imágenes brevemente:
si el primer personaje es víctima, el segundo es guerrero en
lucha y el tercero es maestro victorioso, alguien que ha llegado al
final de su camino, alguien que ha vencido en su particular y personal guerra.
Se puede entender ahora en qué consiste dicha progresión que anunciamos: Albretch
Dürer resume el camino iniciático que
debe recorrer el hombre desde la ignorancia hasta la sabiduría, desde la
oscuridad hasta la luz.
Cada grado (o peldaño) en que Albretch Dürer divide y resume el camino espiritual
es mostrado por un personaje que se encuentra en un momento muy diferente de su
camino.
En efecto, en el primer grabado, ‘La melancolía’, hay tribulación, el
personaje está como atrapado aún en el mundo, prisionero entre las formas
groseras de la materia. En el segundo grabado hay valor, imprescindible
para enfrentarse a los peligros del camino. Por fin, en el tercer grabado
encontramos el único símbolo explícitamente cristiano de las tres estampas: el
crucifijo que preside la mesa de san Jerónimo, símbolo justamente de aquel
que venció al mundo.
Dürer resume así magistralmente en tres escenas las etapas más generales de
la búsqueda iniciática de la Sabiduría desde su comienzo en la ‘noche saturnal’
hasta su consecución definitiva, anunciada por la luz del espíritu y la aureola
de santidad. Se condensa en tres imágenes –que figuran también tres estados
humanos, tres modos de ser en el mundo- el camino universal que conduce de la
noche de la materia a la luz pura del espíritu. No en vano al final de este
camino está el santo, es decir aquel que vive en los cielos y no en la tierra,
pues ya “no es de este mundo”
Lo que se nos presenta en las tres Estampas maestras es una
ordenación vertical: los tres grabados presentan una jerarquía humana que
viene establecida por el grado de conocimiento,
de cercanía a lo divino o, en otras palabras, de realización.
Dürer muestra tres etapas –a modo de tres momentos consecutivos- en el
camino del hombre hacia el conocimiento, camino que a menudo ha sido comparado
con una escala. Ante la necesidad del artista de ‘dar forma’ al mensaje
que nos quiere mostrar, estas tres etapas son representadas forzosamente por su
imagen, es decir por lo que tienen de exterior, pero la verdadera diferencia
entre los personajes de las mismas está realmente en su interior. Lo exterior,
lo que rodea a los personajes, es solo consecuencia, forma e imagen de su
respectivo estado interior.
El objetivo es entonces mostrar figuradamente, mediante tres
sugestivas alegorías, la senda que conduce al (re)encuentro del hombre con el
espíritu. Una vez se ha comprendido el sentido global de esta genial trilogía
oculta que Albretch Dürer nos ofrece
surgen nuevas preguntas: ¿qué significan esos tres grados?
Si ahora volvemos la vista a la tradición mística cristiana encontraremos
un muy interesante paralelismo. Como es sabido los grandes místicos de la
iglesia tanto latina como oriental dividen generalmente el desarrollo
espiritual en varias etapas, lo más frecuentemente tres, con las que se
clasifica a las personas que siguen la vía o camino. Así según
el grado de conocimiento espiritual y cercanía divina adquirido por un alma en
particular, ésta podría ser calificada de:
- Iniciada,
principiante o carnal, también podría ser definida como de aprendizaje
(aprendiz).
- Proficiente,
aprovechada o adelantada. (Adepto o propiamente iniciado)
- Perfecta o
espiritual. (Maestro)
Cada uno de estos estados del alma corresponde a su vez con una fase o vía
característica del camino ascético-místico de la tradición cristiana:
1. Vía
purgativa (o purificativa) – el principiante intenta apartarse del mal y de los
hábitos adquiridos en la vida profana, es una fase de régimen, ascética. Le
corresponde la oración activa.
2. Vía
iluminativa – el proficiente progresa en la práctica de las virtudes y deja
atrás los vicios o pecados, es una fase ante todo de práctica y persistencia según
muchos maestros. La oración activa va siendo progresivamente sustituida por la
oración infusa o contemplativa.
3. Vía
unitiva – al alma “ya no le faltará nada de cuanto puede legítimamente en este
mundo desear y a lo que nada le falta es a lo que llamamos perfecto.”
Como se ha indicado, a cada una de estas vías corresponde un tipo de
conocimiento de lo divino, así como una práctica distinta y particular.
Queda claro que al principiante -que en nuestra interpretación es
simbolizado por el primer grabado- corresponde “la fase purificativa” -la lucha
frontal contra pecados y apegos-, y este ha de ser el empeño primero y
principal de todo principiante”. En una segunda etapa llamada generalmente
iluminativa –que correspondería con el segundo grabado, el del caballero- es
sumamente importante la perseverancia, mantenerse en el recto camino. En la
tercera etapa –representada por nuestro ‘San Jerónimo…’-, “están los perfectos,
más plenamente iluminados por el Espíritu Santo, que se llaman "sapientes",
porque tienen ya el "sabor" del bien que les atrae; y también se
llaman espirituales, en cuanto que están como revestidos del Espíritu
Santo, por cuyo afecto son atraídos”
El camino hacia el espíritu es también un camino de interiorización donde
la acción abandona progresivamente el ámbito de lo externo y se va haciendo
progresivamente más secreta e interior. Este carácter de trabajo y acción
interior, como es la contemplación en grado máximo, es mostrado por Albretch
Dürer en su trilogía bajo una interesante analogía inversa, dado que
paradójicamente está obligado a comunicar este mensaje mediante una imagen,
algo forzosamente exterior. Así la armonía y el equilibrio que rodean la figura
de san Jerónimo nos transmiten su equilibrio y quietud interiores, además tal
entorno muestra que el ámbito de su acción es completamente interior. El caso
opuesto lo representa la figura de la melancolía: rodeada de caos y desorden
material nos transmite no solo desorden interior sino también su fijación en lo
exterior, que es hacia lo que tiende su alma y a lo que pretende dirigir su
acción.
Hay una profunda enseñanza metafísica tras esta analogía: no hay acción
justa y correcta sino la que surge del verdadero interior, pues cuánto más
importancia cobra el mundo y la acción exterior mayor caos se establece en el
interior.
Resulta fácil ver cómo se corresponden estos tres grados de acción
–partiendo de la acción exterior y avanzando a la interior- con los tres
grabados. Además, puede comprobarse fácilmente como cada uno de los tres
personajes –la figura alada, el caballero y san Jerónimo- personifica una de
las tres partes o cualidades en que es dividida el alma. Haciendo un uso
adecuado de la ley de analogía diremos que la parte más alta del alma –la
intelectiva- es por eso mismo la más interior, y viceversa, la más baja –la
apetitiva- ha de ser la más exterior.
El simbolismo alquímico se hace obvio aquí: el crisol, el oro y la
purificación de los metales al fuego. Volvamos ahora por un instante al primer
grabado. Si por una parte es evidente la nocturnidad –o crepuscularidad- del
mismo y su referencia saturnal -cuya relación con la nigredo alquímica ya
fuera señalada por Erwin Panofsky-, encontramos en este grabado además
referencias a la purificación de los metales e incluso a la consabida muerte
iniciática.
Quizá la más obvia referencia al simbolismo alquímico de las tres estampas
sea el crisol puesto al fuego, en el margen izquierdo de ‘La Melancolía’, que
no por casualidad posee forma de corazón, y medio oculto por esa masiva figura
pétrea del icosaedro truncado que nos transmite una fuerte sensación de inercia
y pesadez. Figura pétrea que oculta además los primeros peldaños de la escalera
impidiendo el acceso a la misma –y por tanto impidiendo el ascenso del alma por
ella-.
Además podemos observar algunos símbolos que nos remiten a la misma pasión
de Cristo y, a través de la misma, a la muerte iniciática del personaje: los
cuatro clavos, las tenazas, el martillo, la corona, la bolsa de monedas y la
escalera. La escalera -de siete escalones, importante número simbólico- es
además una referencia a esa Scala Paradisi que antes mencionamos y
por la que quisiera ascender el alma atribulada de la estampa, aunque todavía
no encuentra el camino porque, como acabamos de señalar, se lo impide la mole
granítica. Por último la rueda de molino, símbolo de la trituración, la
demolición, la mortificación a que está sometida el alma, nos recuerda la
piedra ante del sepulcro, un símbolo más de esa muerte. Piedra que habrá de ser
removida para alcanzar la ‘espiritual resurrección que espera’.
La conclusión es que Albretch Dürer plasma en este primer grabado al alma
principiante que está en pleno proceso de aniquilamiento, disolución y muerte
iniciática. Muerte y transformación que ha de ocurrir en lo oscuro, en lo
secreto, a riesgo de echarse a perder si sale a la luz, incluso puede
producirse en el interior de la Tierra, pues:
Existe además una especie de prueba inversa de lo que decimos, y es una
referencia a la superación de la muerte iniciática presente precisamente en los
otros dos grabados mediante un conocido símbolo: la calavera. Sabemos que ésta
ha sido frecuentemente símbolo de la muerte del ‘hombre viejo’, del viejo Adán
y por ello mismo es símbolo de los que han muerto al mundo y nacido al
espíritu, o, empleando una conocida metáfora, de aquellos que han ‘nacido por
segunda vez’, los iniciados o neófitos, pues como dijo Cristo a Nicodemo en
aquel misterioso pasaje:
“El que no nazca de nuevo, no puede ver el Reino de Dios”.
La presencia de la calavera a los pies del caballero así como junto al
escritorio de san Jerónimo nos asegura que ambos personajes han muerto al mundo
y sus pasiones y han nacido de nuevo, esta vez al mundo del espíritu.
Esta última particularidad aludida, este segundo nacimiento en
que consiste la superación del aniquilamiento iniciático, conduce nuestro
análisis hacia una nueva e insospechada dirección. En efecto, Albretch Dürer,
no contento con mostrarnos los tres peldaños de la vida espiritual tal como nos
ha sido legada por la tradición, escoge para representar cada uno de estos tres
peldaños las figuras alegóricas que él considera los prototipos más perfectos
de tales estados humanos. Conociendo su capacidad de síntesis y de economía
visual, su conocimiento de la tradición pictórica anterior así como de las
nuevas gramáticas iconográficas que estaban surgiendo en el renacimiento y,
sobre todo, sabiendo de su habilidad polisémica para decir muchas cosas
mediante una sola imagen, no parece apropiado pensar que Albretch Dürer dejara
la elección de estos tres personajes a algún tipo de gusto particular o de
azar. Es posible por tanto pensar que las tres figuras encierren aún algún
significado más.
Al escoger la labor que le parece más adecuada para representar cada grado
iniciático el maestro alemán escoge un tipo humano muy particular que poseen –para
Albretch Dürer - el valor de un arquetipo: un artesano, un guerrero y un santo
Son precisamente estos tres arquetipos humanos los que tienen la
posibilidad –y el derecho por naturaleza- de cumplir ese segundo nacimiento que
describíamos en el capítulo anterior.
Y también aquí Albretch Dürer muestra la habitual progresión desde lo
inferior hacia lo superior pues los tres grabados se corresponden con las tres
castas tradicionales del siguiente modo:
- ‘La melancolía’ representa la casta de los artesanos y comerciantes,
la más baja de las tres y el conocimiento que le es más propio, el de la
materia.
- ‘El caballero, la muerte y el diablo’ à representa la casta de
los guerreros y gobernantes; representan el poder temporal y el conocimiento
que se refiere al gobierno de los hombres.
- ‘San Jerónimo en su estudio’ à representa la casta sacerdotal,
la más alta de las tres; representan el poder espiritual y el conocimiento
espiritual.
Puesto que el orden social en un sistema de castas es conforme a
naturaleza, es decir basado en la diferente cualificación natural
entre los hombres, la correspondencia entre los mismos estados espirituales que
expusimos anteriormente y las propias castas es natural e inevitable. Por ello
la figura de cada casta es tomada aquí por Albretch Dürer como
el arquetipo –nunca mejor dicho- de ese tipo espiritual concreto, o
dicho de otro modo de ese nivel particular de conocimiento y proximidad a lo
divino. Así, a través de la descripción visual de los tres grados iniciáticos Albretch
Dürer abarca también un retrato de la sociedad tradicional dividida en sus tres
castas funcionales superiores. No dejará de ser llamativo para muchas
mentalidades modernas que uno de los artistas más representativos del
renacimiento europeo y de las nuevas corrientes humanistas que surgieron en él,
muestre de modo tan poco disimulado el orden social propio de la denostada y
teocrática edad media. Quizás aquí, se debería reflexionar sobre el origen de
la pertenencia a dicha casta, grupo o clase. Creo que para Dürer, la
pertenencia a una de éstas “castas” no se debía tanto a la sangre, como al
resultado del esfuerzo interior. Uno –a diferencia de India- no nace Brahman,
sino que se hace sabio/santo en base a su capacidad, esfuerzo y compromiso.
En todo caso no debemos olvidar que Albretch Dürer creció y aprendió su arte en un sistema gremial -heredado de esa misma edad media aunque en franco retroceso ya en su tiempo-, y que tal sistema gremial en que se agrupaban artistas y artesanos, reproducía inevitablemente el mismo esquema ternario tradicional cuyo rastro seguimos en este estudio, bajo la forma de los tres grados habituales: aprendiz, oficial y maestro.
En todo caso no debemos olvidar que Albretch Dürer creció y aprendió su arte en un sistema gremial -heredado de esa misma edad media aunque en franco retroceso ya en su tiempo-, y que tal sistema gremial en que se agrupaban artistas y artesanos, reproducía inevitablemente el mismo esquema ternario tradicional cuyo rastro seguimos en este estudio, bajo la forma de los tres grados habituales: aprendiz, oficial y maestro.
Esta xilografía lleva el significativo título de "El tercer
nudo", y es un arabesco entrelazamiento de nudos que recuerdan el trazado
del laberinto iniciático. Se sabe que el laberinto es un símbolo que describe
el largo proceso iniciático del ser a la búsqueda de su propio centro
espiritual. Es también un mandala o imagen del mundo, cuyo movimiento
de expansión y concentración queda ordenado a partir de un punto central. Este
doble movimiento es el “solve et coagula” de la gran obra hermética,
es decir la disolución (muerte) y coagulación (nacimiento) que condicionan la
existencia de todas las cosas. Algunos autores afirman que Dürer perteneció a
una organización artesanal de tipo esotérico (como las que eran frecuentes en
aquella época), y de la que presumiblemente era el jefe o maestro. Esto podría
explicar por qué en este grabado la firma de Dürer aparece en el centro del
mismo, como de hecho también ocurría entre las corporaciones de constructores,
donde en ocasiones el maestro arquitecto que dirigía los trabajos hacía
inscribir su nombre en el centro del laberinto trazado en el embaldosado de las
catedrales y templos. Los nudos que rodean el nombre de Dürer estarían
representando a los propios miembros de la organización esotérica, que de esta
manera quedarían "enlazados" o "anudados" alrededor del
maestro que impartía la enseñanza. Esto explicaría igualmente algunas pinturas
y grabados donde aparece la figura de Dürer destacada y en un lugar casi
siempre central, lo cual, y a pesar de las apariencias, no debe ser considerado
como una prueba de narcisismo o "vanidad de artista".
Tres grados gremiales que encajan a la perfección, como no podía ser de
otra manera, con los personajes protagonistas de los tres grabados.
Las castas se designan habitualmente en orden inverso al que hemos tomado para los grabados, de superior a inferior. Esto depende del punto de vista que se tome, si tomamos como punto de vista el principio universal del que todo deriva los miembros del orden social se ordenarán de superior a inferior por proximidad al mismo: sacerdotes, guerreros y artesanos; en cambio si tomamos el punto de vista humano, que es el del hombre que debe ascender la escala, el ordenamiento de las correspondientes fases iniciáticas o peldaños de la escalera tomará forzosamente el orden inverso, ya que serán percibidas como etapas del ascenso hacia la cumbre. Por eso, tal y como hemos ordenado las estampas de lo inferior a lo superior, éstas representan los grados iniciáticos tal y como deben ser recorridos por parte del cualquier hombre en su camino de ascenso o retorno desde la división -signo inequívoco de la multiplicidad que implica toda manifestación- hasta la completa unión que se cumple en la cima de la vía iniciática
Las castas se designan habitualmente en orden inverso al que hemos tomado para los grabados, de superior a inferior. Esto depende del punto de vista que se tome, si tomamos como punto de vista el principio universal del que todo deriva los miembros del orden social se ordenarán de superior a inferior por proximidad al mismo: sacerdotes, guerreros y artesanos; en cambio si tomamos el punto de vista humano, que es el del hombre que debe ascender la escala, el ordenamiento de las correspondientes fases iniciáticas o peldaños de la escalera tomará forzosamente el orden inverso, ya que serán percibidas como etapas del ascenso hacia la cumbre. Por eso, tal y como hemos ordenado las estampas de lo inferior a lo superior, éstas representan los grados iniciáticos tal y como deben ser recorridos por parte del cualquier hombre en su camino de ascenso o retorno desde la división -signo inequívoco de la multiplicidad que implica toda manifestación- hasta la completa unión que se cumple en la cima de la vía iniciática
Llegados aquí, las relaciones simbólicas podrían multiplicarse. No nos
alargaremos más, aunque aún habría mucho que decir. Nos contentaremos tan solo
con una indicación cosmológica.
Sabido es que el hombre es un microcosmos reflejo
del macrocosmos y que contiene en sí, en potencia, el orden natural
universal. Por ello la división ternaria del alma se corresponde muy bien con
los tres mundos herméticos:
*mundo inferior - Tierra, nivel del mundo físico, correspondiente a
lamanifestación formal física o grosera,
*mundo intermedio - Atmósfera, nivel del mundo psíquico, ámbito al que
corresponde el elemento Aire y la manifestación formal sutil; y
*mundo superior - Cielo, al que corresponde el elemento Fuego y el mundo
causal o manifestación informal.
La equivalencia de los tres mundos herméticos con las tres estampas salta a
la vista:
‘La melancolía’ - hace referencia al mundo físico, lo material y lo
grosero, el mundo de la acción exterior, que es aquel sobre el que domina y
tiene poder transformador la tercera casta, la dimensión material de la vida
humana;
‘El caballero…’ - mundo intermedio, que corresponde asimismo con la
dimensión volitiva –objetivos y metas- de la vida humana, así como de la
sociedad misma, aspecto de regulación social sobre el que rige la segunda
casta.
‘San Jerónimo…’ - mundo superior o celeste, dimensión espiritual del
hombre, sobre la que tiene dominio la primera y más alta de las castas.
Indiquemos casi de pasada que según la cosmología tradicional el papel del
hombre es ser mediador entre los cielos y la tierra.
Si bien antes no hicimos alusión a ello, es de sobra conocido que la
palabra que designa propiamente las castas en la tradición hindú
es varna que significa color. En efecto según la
tradición Samkhya, a cada casta se le atribuye un color, color que está
precisamente en correspondencia con el guna o cualidad que es más
característico de dicha casta, es decir que domina en ella –estando siempre los
tres gunas presentes en toda la manifestación-. Es precisamente la
preponderancia de un guna en particular sobre los otros lo que
designa a qué casta pertenece ese ser concreto. Se advierte que la
cualificación que supone la casta, lejos de ser un atributo exterior, es
ante todo una cualidad o propiedad interior y designa un estado
espiritual –al menos potencial- de ese ser. Así a la casta de los sacerdotes
(brahmanes) se asocia el color blanco de la pureza (Guna Sattvá), a la casta de
los guerreros (chatrias) el color rojo, propio del sacrificio y la voluntad
(Guna Rajas) y a la casta de los artesanos (vaishyas) el color negro propio del
mundo material y de lo inerte sobre el cual ostentan poder transformador
(Guna Tamas).
Hemos establecido una primera correspondencia entre ‘La melancolía’ y
el Tamo-guna. Veamos el porqué. Siendo el Tamo-guna el que
simboliza la inercia, la pesadez, la ignorancia, la pereza, la falta de
movimiento espiritual y la carencia de objetivo y siendo a menudo simbolizado
por la noche, la oscuridad y la muerte, en todo coincide con el sentido de
la noche oscura y la muerte iniciática que hemos atribuido
anteriormente a la primera de las tres estampas. Vemos la pesadez en los
materiales constructivos densos que rodean a la figura, la ignorancia en su
desconocimiento de cómo acometer su Obra, que está a medio construir, y además
como ya indicamos es propio del alma apetitiva o inferior vivir apegándose a lo
más exterior, grosero y material de la manifestación. El Tamas además
debe ser puesto en relación con la melancolía misma. La melancolía es
un sentimiento que gusta de autocomplacerse, es centrípeto, circular y obsesivo
–contrariamente a la energía que corresponde al Rajas que es
centrífuga-, y se recrea abundantemente en sí mismo. Pero es sobre todo la
relación con Saturno la que nos da la pista definitiva que vincula la
melancolía con el Tamas.
Frecuentemente se ha asociado este grabado al carácter saturnal y melancólico,
carácter que sería causado por la ‘bilis negra’, que es, de los 4 humores de la
teoría hipocrática -empleada por la cosmología neoplatónica en tiempos de Albretch
Dürer - el que corresponde al elemento Tierra, elemento que nos remite a la
materia fría, oscura e inerte.
“La bilis negra, causante de la melancolía, fue el humor considerado más
pernicioso, asociado a la tierra y la vejez [Saturno], propenso a enfermedades
del espíritu como la demencia, siendo por tanto clara expresión de lo
desagradable y desgraciado y gozando como única cualidad positiva de su
tendencia al solitario estudio. Eran seres nacidos para ser sabios pero no
felices.”
Por su parte las referencias saturnales del grabado –se consideraba que
Saturno regía sobre la bilis negra y el mal melancólico- están por una
parte en relación con el genio creativo y ‘una tendencia superior del espíritu’
-tendencia que según el maestro neoplatónico florentino Marsilio Ficino poseen
los ‘nacidos bajo el signo de Saturno’-; y por otra esas mismas referencias
saturnales nos remiten al comienzo de la Obra alquímica –el Opus Magnum-,
pues se dice que ésta comienza en la estación de Saturno. Y curiosamente el
color negro señala su primera fase: la nigredo o putrefactio.
Color, este negro, con todas sus implicaciones simbólicas referidas a la
muerte, que se corresponde bien con el Tamo-guna, presente como hemos
dicho en la inercia, lo pesado, lo oscuro, la ignorancia. En el siglo XVI era
frecuente relacionar lo melancólico con lo saturniano, Saturno
era para la astrología clásica paradigma de lentitud –no en vano es el planeta
de más lento movimiento entre los contemplados por el sistema ptolemaico-, y
sabemos además que, según la tradición hermética, el metal asociado a Saturno
es el plomo, el metal más pesado de todos… y por ello mismo el
más tamásico. Por consiguiente parecen evidentes las profundas relaciones
que existen entre lo que en tiempos de Albretch Dürer se denominaba melancolía y se
asociaba al influjo saturnal y aquella cualidad de la naturaleza que
la tradición hindú conoce como Tamas. La correspondencia de
este guna con el primer grabado se muestra acertada.
‘El caballero…’ por su parte nos remite al segundo guna, Rajas,
la tendencia expansiva y centrífuga opuesta en cierto modo a la contractiva y
centrípeta del Tamas. La cualidad centrífuga es caliente, inestable y
móvil (su color es el rojo) mientras la cualidad centrípeta es fría y rígida
(siendo su color característico el negro). Ambos grupos de cualidades se
corresponden muy bien con los dos grabados. La palabra Rajas también
designa el aire, la atmósfera, es decir el mundo intermedio, estando el mundo
intermedio precisamente caracterizado por su carácter inestable y cambiante.
La cualidad pasional, emocional y afectiva del Rajas es la más
propia de la casta guerrera, en la que predomina el alma volitiva –parte
intermedia del alma-. El chatria o guerrero busca sobreponerse a todas estas
emociones siempre cambiantes para encontrar el centro siempre estable de su
ser. Tal centro es simbolizado por Albretch Dürer por la ciudadela que se ve a
lo lejos del grabado en una referencia quizá al mito caballeresco por
antonomasia de la tradición europea: la leyenda del Santo Grial. Incluso el
hecho de que tal lugar central esté en lo alto de una montaña -como en el mito
griálico mismo- es un simbolismo tradicional perfectamente habitual.
Por último, san Jerónimo simboliza el guna restante, el más
elevado de los tres, el Sattvá, asociado con las cualidades de pureza y
bondad, lo luminoso, el impulso ascendente y la contemplación de los mundos
superiores, justamente el estado en que encontramos al santo, trabajando en su
estudio y recibiendo la inspiración del Espíritu. Se corresponde además este guna con
el alma intelectiva o superior, cuya característica principal es su capacidad
para comunicar con los mundos superiores.
San Jerónimo se encuentra en el punto mismo donde es posible tal
comunicación con los estados superiores del Ser, mundos superiores
inmanifestados que quedan más allá de esa ventana por la cual el santo recibe
la luz y, no sería descabellado pensar, también la inspiración. El hecho de que
un crucifijo –único símbolo explícitamente cristiano en los tres grabados-
medie entre esa luz purísima que hay tras el cristal y el santo escriba no puede
ser tampoco casual, pues:
“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí.”
Dijimos que los tres grabados mostraban un proceso de interiorización desde
el dominio exterior en que se encuentran los sentidos del hombre profano hasta
la unificación completa de las facultades humanas en el centro primordial
–simbolizado tradicionalmente por el corazón-. Efectivamente siendo la
iluminación un estado eminentemente interior en que el espíritu habla al alma
secretamente, san Jerónimo es el único de los tres personajes que ocupa un
interior, bien ordenado y armónico por lo demás, en el que conviven
pacíficamente el perro y el león, imagen de la armonía y el equilibrio que
reinan en el alma del santo.
Podemos decir entonces que San Jerónimo habita en el centro o corazón del
mundo, centro de la rueda de la manifestación, lugar por el que pasa el eje
vertical que viniendo del Polo atraviesa toda la manifestación y une el estado
humano con los estados superiores del Ser de los cuales procede su inspiración,
san Jerónimo ha devenido así ‘Hombre primordial’.
La confirmación de que san Jerónimo se halla en un centro del
mundo nos viene dada por el particular simbolismo del reloj de arena,
motivo que se repite en los tres grabados y que sirve en parte
como leitmotiv de los mismos. Si atendemos a los relojes de arena
presentes en los dos primeros grabados –‘La melancolía’
y ‘El caballero…’-
apreciaremos que el reloj de arena porta sobre él un pequeño reloj de sol.
Ambos relojes están destinados a medir dos tiempos diferentes: mientras el
reloj de arena mide el tiempo cronológico, el tiempo histórico, un tiempo
horizontal y lineal que nunca se detiene, el reloj de sol nos habla de otro
tiempo, el Kairós, un tiempo vertical y cíclico, que señala el instante
decisivo o momento oportuno y que se opone por su misma naturaleza
a Chronos.
Mediante los dos relojes el simbolismo de los dos tiempos se hace evidente:
mientras el tiempo cuantitativo de la manifestación y la materia es medido con
arena –es decir, por el elemento tierra-, el tiempo cualitativo del espíritu es
medido por la luz intangible que viene del sol -elemento fuego-. Dos
tiempos que se mueven, no en sentidos opuestos, sino en dos dimensiones
diferentes –horizontal uno, vertical el otro- y que responden a dos naturalezas
también muy diferentes: uno es el tiempo propio de la manifestación; el otro es
el tiempo del espíritu, de lo inmanifestado y de los mundos superiores, un
tiempo cualitativo frente al carácter eminentemente cuantitativo del primero.
Señalemos además que en el primer grabado el reloj de sol no proyecta ninguna
sombra, señal indicativa de que el momento oportuno –el Kairós- aún no ha
llegado y que aún se espera la ocasión propicia, que coincidirá presumiblemente
con el amanecer que vendrá a iluminar esa noche oscura que simboliza
el primer grabado.
Ahora bien, si en los dos primeros grabados el reloj de arena que mide el
tránsito del tiempo en la tierra se contrapone al reloj de sol que mide el
curso del tiempo del cielo, en el tercer grabado no hay reloj de sol sobre el
de arena.
¿Por qué? Estando san Jerónimo precisamente dentro de ese
momento epifánico, participando de esa iluminación, viviendo el Kairós, él
mismo es ahora el gnomon que marca el trayecto del sol; el santo
encarna él mismo el reloj solar que recibe la luz del espíritu y alrededor del
cual gira el universo. San Jerónimo se encuentra, por tanto, como
el gnomon de un reloj solar, en el centro de la rueda, ese centro
inmóvil por el que pasa el eje del universo (Axis Mundi) y alrededor del cual
gira todo lo manifestado.
A espaldas del santo, tan vehemente en su labor como ciego a las realidades
de espíritu, el reloj de arena, siempre amontonando su tiempo hecho de tierra,
nos recuerda uno de los proverbios del infierno del poeta W. Blake:
“Las horas de la locura las mide el reloj;
pero ningún reloj puede medir las horas de la sabiduría”.
No hay espacio para más, sólo nos resta concluir con cierto asombro que,
haciendo gala de su gran genialidad, el maestro Albretch Dürer deja testimonio para los hombres del
porvenir de la senda iniciática que conduce desde la existencia profana hacia
la realización plena de los Misterios Menores, que son precisamente los que se
refieren al dominio de la manifestación, sintetizando dicho sendero místico en
tres etapas o peldaños, siguiendo y respetando en todo momento la antiquísima
tradición simbólica occidental. La transmisión de dicho testimonio es
precisamente una de las misiones principales de todo maestro según decíamos al
comienzo de estas páginas al referirnos al sentido de la palabra tradición. Se
comprende ahora por qué, ante la carencia de una verdadera perspectiva
tradicional, el significado y alcance de las Estampas maestras ha
pasado desapercibido durante años para los críticos de arte y los
especialistas.
No ha sido nuestra intención agotar en estas breves páginas todas las
posibles lecturas a que dan lugar estas tres obras maestras del maestro de
Núremberg ni explicar pormenorizadamente todos los símbolos que aparecen en
ellas; habría aún mucho que decir, sabemos además que tocamos muchos temas
transversales que requieren de mayores análisis y profundizaciones y que aún
quedan en los tres grabados numerosos símbolos que no hemos mencionado
esperando ser explicados. Tan solo hemos querido sugerir, de una parte, la
inmensa profundidad de significados que contiene el Arte con mayúsculas cuando,
lejos de buscar lo novedoso, respeta los usos tradicionales y se atiene al
símbolo entendido como puente y vínculo con una realidad superior; y de otra,
las inmensas posibilidades que ofrece una interpretación tradicional del
fenómeno artístico, sea cual sea su forma de expresión. Al fin y al cabo es el
espíritu quien trata siempre de mostrarse con gemidos inefables a través
de toda la creación humana, no solo artística.
Porque en verdad lo original es volver al origen, precisamente ese origen
al que Albretch Dürer nos propone
retornar tomando el camino hacia los Misterios Menores que nos muestra en estas
tres Estampas maestras.Tomado de Dr. Ramses del blog: http://agnosis2.blogspot.com.es/2014/01/las-tres-estampas-maestras-de-durero.html
Bueno, hasta aquí la entrada de hoy, como siempre espero que os sea útil e interesante.
Bueno, hasta aquí la entrada de hoy, como siempre espero que os sea útil e interesante.